Capítulo 10
Aquella lágrima solitaria…
«Estoy perdido». Thane cayó de rodillas.
En aquel momento, mientras Elin salía de la suite, supo que el llanto de una mujer no volvería a excitarlo nunca más. Siempre asociaría las lágrimas con la angustia de su pequeña humana.
«Elin es como yo. Cree que merece el castigo, no el placer».
¿Habían sentido lo mismo sus otras amantes? Se lo había preguntado otras veces, pero siempre había intentado evadir aquella cuestión. En aquel momento, sin embargo, vio la respuesta con claridad. Él no había elegido a las mujeres por su aspecto, por su alta estatura, su fuerza y su resistencia. Había elegido a las mujeres que tenían una sombra en los ojos, porque, en el fondo, él sabía que tenían la esperanza de exorcizar sus demonios, como él.
Y todos habían fracasado.
Thane dio un puñetazo en la pared. En aquel momento, tenía que concentrarse en Elin. Su dulce mortal necesitaba un consuelo que él no podía darle. Cuando le había hablado de su calvario en el campamento de los fénix, él había sentido una rabia tan grande que había estado a punto de salir a matar a todos los hombres que había en su patio.
Entonces, Elin le había desvelado su segunda razón para desear el dolor: quería odiar el hecho de estar con él, para no sentir nunca más la tentación de traicionar a su marido.
Su difunto marido.
Thane apretó los puños. Si él le hiciera daño a Elin, aunque ella se lo pidiera, la cambiaría. Apagaría su sonrisa resplandeciente. Nunca volvería a sentirse relajada con él, nunca volvería a bromear. No volvería a hacerle tartas, ni lo llevaría al jardín a quitar malas hierbas. Nunca volvería a hablar con tanta libertad. Se estremecería cuando él intentara tocarla.
Y, si otro hombre le hiciera daño… Ese hombre tendría que soportar toda su ira.
«Tengo que demostrarle que merece cosas buenas. Tengo que hacer que desee tener cosas buenas».
Fue a la ciudad y compró novelas románticas y bombones. Cuando terminó, fue a buscar a Merrick.
Shame Spiral estaba tocando en otro bar aquella noche. La gente bailaba bajo los focos, y las luces de colores brillaban en todas las direcciones.
Thane ni siquiera se molestó en atravesar la multitud. Voló, y se posó directamente sobre el escenario.
En cuanto lo vieron, los músicos dejaron de tocar.
Thane miró a Merrick, que se había quedado desconcertado.
—No te acerques a la chica.
El otro hombre frunció el ceño, apartó el micrófono y se acercó a él.
—Tienes que concretar. ¿A qué chica te refieres?
—A la humana. A mi humana.
La confusión aumentó.
—No sé de quién estás hablando.
Como si no se hubiera fijado en Elin.
—Si te acercas a ella, te daré más de estos —dijo Thane, y le pegó un puñetazo al Enviado en la mandíbula.
Merrick se tambaleó. Después, se irguió y miró a Thane. Los demás músicos dejaron los instrumentos y se acercaron a su amigo para apoyarlo.
—Voy a dejar que te la quedes —dijo Merrick, frotándose la cara—, porque hay muchas posibilidades de que me haya acostado con ella y se me haya olvidado.
—No, con esta no.
—¿Estás seguro? Porque me ocurre a menudo.
—¿Es que quieres que te mate?
Merrick se encogió de hombros.
—Hay peores formas de morir.
¿Cómo se asustaba a un hombre como aquel?
Thane se marchó, lleno de frustración.
En el Downfall, cortó las rosas más grandes y brillantes de los rosales y las puso en un jarrón. Aquello le proporcionó calma.
A la mañana siguiente, envió todos los regalos a la cocina, donde Elin estaba haciendo pasteles y bizcochos.
En aquella ocasión, envió también una nota.
Nunca he creído que las cosas que ocurren tuvieran que ocurrir obligatoriamente. Los padres y los maridos no tienen por qué morir asesinados, y las madres no han de morir delante de sus hijos. Sin embargo, sí creo que, del horror, de lo malo, pueden salir cosas buenas. Tú, Elin. Tú eres mi bien. Dame una oportunidad, y te lo demostraré.
Aquella noche, Thane y sus chicos volaron hacia Rathbone Industries, en Nueva York. Estaban comprobando e investigando sistemáticamente todos los nombres que figuraban en la lista de Jamilla. Hasta aquel momento, no habían averiguado nada.
El séptimo nombre era Ty Rathbone. Siempre había sido conocido por su temperamento tranquilo, por conservar la calma incluso en las situaciones con más presión, no por su carácter violento. El cambio se había producido de un momento para otro, según sus propios amigos.
Claramente, los demonios estaban involucrados en aquella transformación. Sin embargo, ¿se trataba de uno de los asesinos de Germanus, o de un simple sirviente?
Las alas de Thane se deslizaron silenciosamente por el cielo nocturno. El viento le revolvía el pelo. Una bandada de pájaros atravesó su cuerpo fantasmal. Todavía seguía en el reino de los espíritus, y los pájaros estaban en el reino natural. El espíritu y la carne no eran sólidos el uno para el otro.
«Entiendo que no te ha ido bien con la humana», le comentó mentalmente Bjorn. «A juzgar por los sonidos que percibí, y no porque yo escuchara intencionadamente, sino porque tú deberías ser más silencioso, pensaba que ibas a estar de mucho mejor humor».
Al menos, su amigo se había recuperado del tiempo que había tenido que pasar con los demonios.
«No acabamos bien».
Y Elin todavía no le había respondido a la nota, ni a los regalos.
«¿Te rechazó?», le preguntó Xerxes, con incredulidad.
«No».
«Pues no lo entiendo. ¿Cuál es el problema?».
«Quiere lo mismo que les doy a todas las demás».
Xerxes frunció el ceño.
«Tengo que volver a preguntártelo: ¿Cuál es el problema?».
«Yo quiero darle más», admitió él.
Sus amigos se quedaron asombrados.
«¿Y puedes?».
Él apretó los puños. Tal vez. Por ella, seguramente sí.
Por primera vez en su vida, se había perdido en la belleza de un beso, en el sabor decadente y las caricias carnales de la fémina que estaba entre sus brazos. En los sonidos susurrantes que ella emitía, y en los latidos acelerados de su corazón. No había necesitado el dolor para excitarse.
¿Se habría perdido también Elin en él?
¿La había excitado tan espectacularmente como su marido?
Tuvo un arrebato de celos, tan violento como un demonio.
«Puedo recolocarla», dijo Bjorn. «Tu tormento acabaría, y ella…».
«No. Se queda en el club», respondió Thane tajantemente. Quería que estuviera a su alcance. Quería que estuviera protegida.
«Deja que te busque a otra», le sugirió Xerxes.
«Ojalá fuera tan fácil», respondió él.
Bjorn le rozó la punta del ala con la suya.
«Una mujer es solo una mujer, Thane. Si cierras los ojos, todas son iguales».
Aquella afirmación era fría e insensible, y él habría estado de acuerdo en el pasado. Pero ¿ahora? Ahora sabía que no era cierto.
«Elin tiene algo que las demás mujeres no tienen».
Sus dos amigos se quedaron intrigados.
«¿Y qué es?», preguntó Xerxes.
Thane sonrió con tristeza.
«Mi confianza».
Su destino apareció ante ellos, y la conversación terminó.
Thane estudió el edificio. Constaba de una base de cinco pisos, y una torre de acero de cuarenta y dos. Descendió, pasó a través de las paredes y entró al atrio. Había dos guardias en el mostrador de recepción; un hombre con un maletín salió por las puertas. Una mujer, cuyos tacones repiqueteaban en el suelo, entró en el ascensor de cristal. Mientras ascendía, la cabina atravesó una cascada de agua.
Era muy bonito, pero no fue lo que captó su atención. En el reino de los espíritus, que era invisible para los humanos, había una horda de viha, envexa y pica, pululando por todo el vestíbulo. Eran los demonios de la ira, de la envidia y del rencor. Aquellas criaturas podían pertenecerle a alguno de los seis demonios que habían asesinado a Germanus.
Había doce en total, de diferentes tamaños y formas. Un par de ellos medían más de dos metros, pero la mayoría iban encorvados, como los gorilas, y utilizaban las manos y los pies para caminar. Algunos tenían cuernos de marfil, y otros, alas negras y retorcidas que les nacían de la espalda. Algunos estaban cubiertos de escamas y de pelo. Algunos tenían astas en los hombros y la espina dorsal.
Poseían la fealdad más absoluta. Y, dentro de muy poco, iban a morir.
Lo que Thane necesitaba para animarse era, precisamente, una batalla sangrienta. Sonrió con frialdad, extendió la mano e hizo surgir la espada de fuego. Bjorn y Xerxes hicieron lo propio.
Uno de los demonios notó la presencia de los Enviados, y se echó a reír. No era una reacción típica; los demás dejaron lo que estaban haciendo y miraron por el vestíbulo en busca del motivo de la diversión de su compañero. Se oyeron más risotadas, y las criaturas salieron corriendo.
—Risa —dijo Xerxes, que se había quedado tan confuso como Thane.
—No tenemos tiempo para cazarlos e interrogarlos. Ya los atraparemos al salir —dijo Thane.
Después, agitó las alas y ascendió por el interior del edificio, tomando nota de los demonios que habían invadido cada piso. Había para y grzech, los demonios del miedo y la enfermedad. Slecht, los demonios de la malicia. Más viha, envexa y pica.
Cuanto más ascendía, más poderosos eran los demonios, hasta que Thane supo que estaba observando a los señores de los demonios, que estaban por debajo, tan solo de los príncipes, los más poderosos de todos.
Un príncipe era el equivalente a lo que era un miembro de los Siete de la Elite para un Enviado. Como Zacharel.
Thane nunca había luchado contra un príncipe. Sus chicos y él eran el equivalente a uno de aquellos señores de los demonios, y sí habían tenido que enfrentarse a muchos de ellos.
Se detuvo frente a los ascensores, e inspeccionó todo el vestíbulo del señor Rathbone. Era muy grande y lujoso. Había cuadros de Monet en las paredes, y jarrones de cristal sobre mesitas de metal; en un rincón, un sofá de cuero blanco sobre una alfombra roja. El suelo era de parquet. Allí no había demonios. ¿Por qué?
Le ordenó a su túnica que se convirtiera en un traje, y salió al reino natural. Bjorn y Xerxes se quedaron a su lado, en el reino espiritual. De ese modo, resultaban invisibles para los humanos.
Una recepcionista joven y guapa alzó la vista de su monitor y lo miró con los ojos enrojecidos. Había llorado. Al verlo, se quedó boquiabierta.
—Eh… Hola. Hola, bienvenido a Rathbone Industries.
—Voy a entrar a ver al señor Rathbone.
Ella tragó saliva.
—¿Tiene cita, señor…?
Thane no quería perder el tiempo, así que siguió caminando sin responder.
Ella lo llamó en un tono frenético:
—Por favor, deténgase.
Torció la primera esquina y llegó a un pasillo con varias salas de reunión. Podía dirigirse a la derecha, o a la izquierda; sin embargo, al final del tramo derecho había un despacho de paredes acristaladas. Aquel. Al mirarlo había notado el mal y se le había puesto de punta el vello de la nuca.
Abrió la puerta.
Se encontró con un hombre de unos veinticinco años, sentado en un enorme escritorio de madera de cerezo. Tenía el pelo oscuro y los ojos grises, y estaba muy bronceado. Tenía los codos apoyados sobre la mesa, y estaba tamborileando con los dedos mientras esperaba. Sabía que los Enviados habían llegado.
—Le estaba esperando —dijo, y señaló una de las butacas—. Por favor, siéntese.
Aquel humano estaba influenciado, pero no poseído.
Los demonios poseían a los humanos entrando en su cuerpo y controlando su mente desde el interior. Sin embargo, para influirlo, se situaban a su lado y le susurraban al oído lo que debía hacer. En aquel momento, había un demonio junto a la silla del señor Rathbone. Thane nunca había visto a una criatura así. Medía más de dos metros, y tenía el pelo blanco, largo hasta la cintura. Su piel tenía el brillo del diamante más perfecto del mundo.
Aunque Thane nunca hubiera visto algo así, sabía lo que era.
«Zacharel», le transmitió mentalmente a su líder. «Creo que hemos encontrado a uno de los asesinos de nuestro rey. Pero hay un problema: es un príncipe».
«Marchaos de ahí», respondió al instante Zacharel, con urgencia. «Voy a reunir a los Siete de la Elite».
Thane había contado unos doscientos demonios en el edificio.
Los números no estaban a su favor.
«No podemos marcharnos. Necesitamos conseguir respuestas», dijo Thane.
«Necesitamos que sigáis vivos», replicó Zacharel.
Bien. Se marcharía. Muy pronto.
No tenía miedo. Estaba ansioso.
El demonio le acarició el pelo al humano con unos dedos largos y delgados, y el humano sonrió lentamente, con frialdad.
—Ha tardado mucho en encontrarme. Me daba la impresión de que, por muchas pistas que dejara, nunca iba a conseguirlo.
La boca del demonio no se movió, pero aquellas palabras habían sido suyas. Así pues, el humano no solo estaba influenciado, sino controlado. ¿Cómo, si el demonio estaba fuera de su cuerpo?
¿Acaso todos los príncipes tenían aquella capacidad?
—No nos digas que querías que te encontráramos —dijo Bjorn, que no necesitaba salir del reino espiritual para que lo viera el demonio—. Eso no es coherente con el hecho de que te escondieras, ¿no crees?
El príncipe no reaccionó.
Sin embargo, el humano dijo:
—Dejé pistas porque quería conocer a los guerreros que iban a venir a buscarme. Pero ahora ya lo sé. Os he visto, y vosotros me habéis visto. Puede empezar una nueva batalla. Pero, Enviados… estáis confundidos. Creéis que he estado escondido pero, en realidad, he estado reuniendo un ejército.
—Los demonios mienten —dijo Xerxes.
—Sí —prosiguió el humano—, mentimos, pero, de vez en cuando somos capaces de decir la verdad.
—Verdad que usáis para engañar.
—Podéis creerme o no. A mí no me importa.
—Entonces, ¿por qué no nos dices por qué estás aquí? —preguntó Bjorn.
El demonio asintió.
—Lleváis demasiado tiempo dominando los cielos y la tierra, como si os pertenecieran. Eso debe acabar. Mi raza va a recuperar su mundo y a su gente.
Si los demonios conseguían el poder, reinarían el caos y la muerte.
—¿Por eso matasteis a Germanus? Para recuperar lo que pensáis que es vuestro?
El demonio sonrió.
—No. Matamos a Germanus para divertirnos.
Aquella voz contenía muchas clases de maldad. Era oscura y retorcida, y estaba compuesta de miles de gritos escondidos en las palabras, en la mentira. Los demonios siempre tenían un propósito.
Entonces, el príncipe y el humano se desvanecieron.
Thane se dio cuenta de que el príncipe se había teletransportado y se había llevado al humano. Aquella era una habilidad que sus chicos y él no tenían.
Un segundo después, todo el edificio comenzó a temblar.
Aquel fue el único aviso, antes de que toda la estructura se desplomara a su alrededor.