Capítulo 27

 

Por muchos demonios que mataran Thane y los demás, el número seguía aumentando. Había demasiados. Eran de todos los tamaños y tipos. Eran una horda incontenible.

Claramente, aquel era un ataque planeado por el príncipe, que había enviado a Ardeo para que lo debilitara mientras sus soldados lo atacaban.

Cuanto más luchaba Thane, más sangre y más fuerzas perdía. No había tenido oportunidad de que sus amigos le dieran un poco de Agua de la Vida. Si se distraía un instante, moriría.

Los demonios trataban de clavarle garras, colmillos y cuernos envenenados. Lo único que pudo hacer fue dar golpes y mandobles con la espada de fuego, moviéndose constantemente para evitar el contacto.

«No podemos seguir así», le dijo Xerxes, mentalmente.

«Puedo salir del club para que me sigan», respondió Thane. «Y tú puedes llevarte a todo el mundo a un lugar seguro».

«Puede que te sigan algunos, pero no todos».

Era cierto. Si el número de criaturas seguía aumentando, aunque él se marchara, no podría impedir que sus seres más queridos murieran.

«Zacharel», le transmitió a su líder. «Tengo problemas», añadió, y le explicó la situación.

«Yo estoy demasiado lejos para ayudar», dijo Zacharel, «pero te enviaré a los demás».

«Vienen a ayudarnos», les transmitió a Xerxes y a Bjorn.

Siguió luchando. Con un movimiento de la muñeca, le cortó la cabeza al demonio que tenía más cerca y, al girarse, vio a Elin en el pasillo, luchando contra seis demonios mono. Solo tenía una daga, y sus manos estaban cubiertas de sangre. ¿Suya? Tenía cortes y raspaduras en los brazos, y su ropa estaba rasgada.

Uno de los demonios la agarró del pelo y la tiró al suelo. Al caer, ella le dio una patada en el estómago y lo lanzó al otro lado de la habitación. Otra criatura se le abalanzó, pero ella le dio un puñetazo en la cara e impidió que la mordiera.

Al verla así, Thane sintió una rabia que le devolvió las fuerzas. Se abrió paso hacia ella, destrozando a todos los demonios que se cruzaban en su camino. Aunque ella seguía tumbada en el suelo, boca arriba, luchaba con ferocidad. Agarró a uno de los demonios por los cuernos y lo mantuvo inmóvil para usarlo de escudo, pero no pudo librarse de los mordiscos de los demás.

Thane sintió una furia que lo volvió loco. Cortó el brazo de uno de los demonios y se lo metió en la boca a otro. Después…

Se quedó inmóvil.

Todos se quedaron inmóviles en la habitación.

Se hizo un horrible silencio y el ambiente se volvió cargado, como si alguien hubiera vertido agua hirviendo por el aire. Él miró a Elin y, en sus ojos, vio dolor y confusión, pero también, determinación.

«¿Qué ocurre?», le preguntó ella.

«No lo sé. ¿Estás bien?».

«Voy a recuperarme».

Thane le dio una patada al demonio y se lo quitó de encima. El resto de las criaturas, moviéndose con lentitud, se apartaron también, y ella trató de sentarse. Con un gran esfuerzo, él se agachó a su lado y la cubrió con las alas, impidiendo que se incorporara.

«Nunca había experimentado algo así. Hasta que esté seguro de que no va a pasar nada, no te muevas de ahí».

«No sé si…».

Sus palabras se interrumpieron.

Los demonios empezaron a gritar y a correr por el pasillo, y tal vez llegaran a la salida. Tal vez no. Una oscuridad terrible lo envolvió todo. Era una oscuridad completa, sin un solo ápice de claridad. Producía indefensión, vacío. De repente, Thane perdió la percepción de los sentidos. No había nada, ni nadie. Únicamente, soledad.

Se le puso la piel de gallina, y su mente le gritó que tenía que proteger a Elin. Intentó cubrirla con su cuerpo, pero no pudo moverse. Sus músculos se habían vuelto de hierro y su piel, de piedra.

Cuando creía que no podía soportarlo más, y que iba a volverse loco, la oscuridad se levantó. Él pestañeó. Lo primero que notó fue que todos los demonios estaban muertos. El suelo estaba cubierto de cuerpos mutilados y sangrientos.

¿Qué acababa de ocurrir?

Se dio cuenta de que estaba jadeando y sudando. Le sangraban los ojos y los oídos.

Si él estaba así de mal…

—¡Elin!

Plegó las alas a su espalda y vio a Elin tal y como la había tapado. No tenía heridas nuevas, y seguía consciente.

Sintió un alivio abrumador.

—Oh, cariño —dijo ella, y se incorporó para limpiarle la sangre de la cara—. ¿Estás bien? He intentado hablarte, he intentado moverme, pero no podía hacer nada. Ha sido horrible.

—Yo…

Thane no pudo mentir. No estaba bien, y no sabía cómo podía mantenerse en pie.

—Ha sido ella —dijo Bjorn, que se les acercó—. La reina. Mi… esposa —añadió, encogiéndose al pronunciar aquella última palabra—. Intentaba acabar con uno de mis aliados para que yo estuviera más indefenso ante ella. Solo habéis experimentado un poco de su oscuridad.

¿Lo que experimentaba Bjorn era peor aún?

—Si esa es tu mujer —dijo Elin, estremeciéndose—, no creo que sirva de nada la terapia matrimonial.

Bjorn sonrió débilmente.

Thane no pudo sostenerse más, y cayó al suelo.

—Thane —dijo Elin.

Él percibió su tono de preocupación, pero su voz sonaba muy lejana.

Intentó alcanzarla, pero terminó dándole un golpe a Bjorn en el pecho.

—Elin.

—Estoy aquí, cariño. Estoy aquí. Deja que te ayude Bjorn, ¿de acuerdo?

Bajó el brazo, y notó que alguien fuerte lo tumbaba boca arriba. Le abrieron los labios.

—Toma —dijo una mujer, cuya voz reconoció—. La otra mitad de la botella, a cambio de otras cien cabezas de demonio.

Thane sintió que le caía un líquido frío por la garganta. El dolor se agudizó tanto que se convirtió en una agonía. Las propiedades curativas del Agua de la Vida estaban reparando los músculos y la carne rasgada.

—… lo prometes? —estaba preguntando Elin, una eternidad después—. Si te equivocas y no se recupera, voy a quemarte vivo.

Era evidente que Elin se preocupaba por él, pero ¿lo quería? Él nunca había deseado aquella emoción por parte de una de sus amantes, pero quería el amor de Elin. Lo anhelaba más de lo que nunca hubiera anhelado nada en toda su vida. Si ella lo quería, nunca se apartaría de su lado.

—Sí. Sobrevivirá —dijo Xerxes.

Xerxes también había sobrevivido al ataque, gracias al Más Alto.

Thane pestañeó e intentó enfocar la visión.

—¿Lo ves? Ya ha recobrado el conocimiento —dijo Bjorn.

—Thane —gimió ella, y se acercó a él—. Nunca vuelvas a asustarme tanto.

Al mirarla, Thane se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Cuando él alzó el brazo para enjugárselas, ella se inclinó y lo besó.

Aunque solo deseaba quedarse donde estaba y saborear aquel beso, Thane se sentó. Los chicos estaban en el pasillo, mirándolo. Jamilla, la voz femenina que había reconocido, ya se había marchado. Él estrechó a Elin contra su cuerpo y dijo:

—Tenemos que sacar a todo el mundo del club. No es seguro. Si es que hay supervivientes —dijo, con el corazón encogido al pensar en que había podido perder a sus empleados.

Eran su gente, y él protegía lo que era suyo.

—Adrian acaba de estar aquí —dijo Xerxes, con una expresión grave—. Los otros Enviados llegaron justo después de la mujer de la sombra. Todos están bien. Ricker, el marido de Kendra, debía de estar escondido en el club cuando entró Ardeo, porque entró en los calabozos y huyó con ella y con el rey.

—Oh, Thane —dijo Elin—. Tu venganza…

—Eso no me importa —respondió él.

Xerxes alzó una mano para pedir silencio.

—Tengo que deciros algo… Chanel no lo ha conseguido.

—¿Qué? —jadeó Elin, intentando ponerse en pie—. No. Chanel no. Es muy fuerte. Se recuperará.

—No, esta vez no —dijo Xerxes, con un gesto negativo—. Las criaturas la devoraron.

Thane abrazó a Elin. Al principio, ella forcejeó. Después, entre sollozos, se desplomó contra su pecho y se aferró a él. Las otras chicas también debían de estar destrozadas. Las cinco estaban muy unidas.

—Lo siento, kulta.

—Ni siquiera he podido despedirme.

—Ya lo sé —dijo él, suavemente—. Lo sé.

De un modo u otro, el príncipe pagaría por todo aquello.

 

 

Elin lloró hasta que se quedó sin fuerzas. Quería consolar a sus amigas, pero todas se habían separado. Le dijeron que, de ese modo, sería más difícil que el príncipe volviera a atacarlos. Lo que fuera; no le importaba.

Xerxes se había llevado a Bellorie y a McCadden. Bjorn se llevó a Octavia. Adrian se llevó a Savy.

Thane llevó a Elin a una de sus residencias. Estaba en una isla desierta. Era un verdadero paraíso; una playa de arena blanca con palmeras y frondosa vegetación. El agua era cristalina y las olas rompían suavemente en la orilla. Olía a coco y a orquídeas, y los pájaros volaban por el cielo azul. El sol brillaba en el horizonte.

Elin pasó el primer día en la orilla, con los pies hundidos en la arena, sollozando. Thane pasó el primer día enviando órdenes mentales a Axel y a Elandra, ayudándolos a organizar estrategias para los Señores del Inframundo y para los demás Enviados. Debían encontrar al príncipe.

Al menos, eso fue lo que creyó oír Elin durante los pocos momentos en que pudo mantener la calma.

El segundo día transcurrió de manera parecida. Elin lloraba en la orilla, y Thane se comunicaba con Zacharel y le explicaba lo que estaba sucediendo y solicitaba su aprobación para las diferentes acciones. Más tarde, él le explicó que nunca más iba a meterse en un lío con su líder y correr el riesgo de perder sus alas. Sus casas.

A su mujer.

Elin también pasó el tercer día en la orilla, mirando pasar la vida, como si no hubiera sucedido nada. Como si no hubiera perdido un precioso don. Thane la observaba en silencio.

El cuarto día, él se sentó a su lado, esperando a que hablara.

—Hay tanta muerte en el mundo —dijo ella, por fin.

—Sí. Y tú has visto demasiado en tu corta vida. Lo malo es que, cuanto más vivas, más tendrás que ver.

—¿Y nunca se hace menos duro?

—Ojalá, pero… no. No se hace menos duro.

Como siempre, una sinceridad brutal. Ella amaba aquel rasgo de Thane, incluso cuando dolía.

Tuvo ganas de gritar, de despotricar, de maldecir. No era justo. Chanel había sido una buena persona. Una persona magnífica, dulce, encantadora y divertida.

—¿Quién la mató? ¿Los demonios, los fénix o las sombras?

—Los demonios. Bellorie estaba con ella, y lo vio todo.

Pobre Bellorie. Tendría que vivir el resto de sus años con aquellas horribles imágenes en la mente. Y, tal vez, con el sentimiento de culpabilidad que aquejaba al superviviente. Elin lo sabía muy bien.

«Quiero abrazarla. Necesito llorar con ella».

—Sé que no hemos hablado sobre el futuro —dijo—. Sé que te he dicho varias veces que iba a volver al mundo de los humanos.

Thane se puso muy tenso.

—Pero no voy a volver. Voy a quedarme contigo para siempre. Quiero asegurarme de que esto no vuelva a suceder —dijo. La violencia… Era evidente que podía soportarla. Había luchado contra los demonios y contra Orson, y lo había superado—. Y te deseo. Quiero estar contigo. Total y completamente.

Él exhaló un suspiro de alivio.

—No quería que te fueras. No me encargué de conseguirte el nuevo carné de identidad —admitió—. Lo siento, Elin, pero quería que te quedaras conmigo, y no me esforcé en absoluto.

Astuto Enviado…

—Debería enfadarme. Seguramente, más tarde, cuando las cosas se calmen, te castigue.

—Y yo aceptaré el castigo —dijo él, y la empujó suavemente con el hombro—. Si es como el último castigo, disfrutaré mucho.

—Debes de ser el primer hombre que dice algo semejante. Pero me alegro —dijo ella. Con el corazón encogido, se apoyó en su brazo—. ¿Y qué va a pasar ahora?

Él suspiró.

—Ahora, vamos a recuperarnos —contestó. Después, su expresión se endureció, y añadió—: Y después, iremos a la guerra.