Capítulo 25

 

Una misión como las demás. Productiva, pero insatisfactoria. Thane y los demás Enviados habían matado a más de dos docenas de demonios, pero el príncipe permanecía a salvo, como siempre. Thane se preguntaba adónde habría ido, y qué estaba haciendo… cuáles eran sus planes.

Nada bueno; de eso sí estaba seguro.

Tenía el mal presentimiento de que iba a ocurrir algo grave.

Cuando terminaron aquel día, Bjorn, Xerxes y él entraron al club, y se detuvieron en seco, a la vez. El Downfall estaba transformado. De un libertinaje elegante a una hermandad femenina. Los letreros de neón decían Ladies’ Night! ¡Cerveza gratis!, y los había por todas las paredes.

En uno de los rincones había un cartel en el que rezaba: Se ofrece recompensa por información que ayude a la libertad de Cameo y el regreso de Torin.

Cameo, la guardiana de la Tristeza. Una Señora del Inframundo, que, en aquel momento, se encontraba atrapada dentro de una poderosa lanza.

Lucien había ayudado a Thane en nombre de Bjorn; le debían un favor.

Thane pensó que enviaría a Elandra a investigar sobre aquella lanza. Ella pertenecía a una parte del ejército de Zacharel que él siempre intentaba evitar, pero sabía más de armas antiguas que cualquiera.

En cuanto a Torin, el guardián de la Enfermedad, no sabía por dónde empezar; pero Axel, seguramente, sí lo sabría. El chico podía encontrar cualquier cosa en cualquier parte.

Anya, la rubia y preciosa novia de Lucien, estaba dirigiendo el bar, sirviendo copas sin ton ni son, mezclando licores que no debían mezclarse y formando un caos. Y, de paso, enseñando a Elin a hacer lo mismo. Sin embargo, era evidente que ambas lo estaban pasando en grande.

Elin tenía una enorme sonrisa.

—Esta se va a llamar La Amanita Muscaria de Kitty —gritó, mientras alzaba un vaso lleno de un líquido de color rosa—. Estás acabada, Anya. Tu Perca Pájaro Cebra que Muge no puede comparársele.

Se oyó un coro de vítores, y Elin se bebió hasta la última gota.

—¡Otra! —gritó alguien—. ¡Vamos, patéale el trasero a Anya!

Anya le lanzó un cuchillo a quien acababa de hablar y, de no haber sido por la rapidez de reflejos de la muchacha, la diosa le habría sacado un ojo.

—No puedo —dijo Elin, agitando la cabeza—. Le prometí al jefe que nunca más volvería a tomarme dieciséis chupitos en una noche, y yo nunca rompo mis promesas.

—¡Pues tómate diecisiete, so boba! —le gritó alguien.

—¡Sí! ¡Sí! —gritaron todas a la vez, y Elin asintió, como si fueran increíblemente sabias.

No había ningún hombre; tal vez, porque había un letrero que proclamaba que el que se atreviera a entrar sería castrado al instante. Había un grupo de gorgonas en una mesa, cantando… pero Thane no supo discernir cuál era la canción.

—Estoy maravillado y espantado a la vez —dijo Bjorn.

—Yo temo por mis preciosidades —dijo Xerxes, poniéndose las manos entre las piernas—. Pero tengo que admitir que tu Elin ha mejorado mucho este sitio. La decoración es genial.

No había usado nada de la cámara del tesoro. Solo ropa. Había sujetadores colgados de los letreros, y bragas de las lámparas del techo.

—Ummm… Ha llegado la carne de hombre —dijo una mujer.

Thane notó unos dedos suaves que le acariciaban las alas, y se giró rápidamente para enfrentarse a la culpable.

—Sí, cariño. Mamá tiene mucha hambre esta noche. No va a dejar de comer hasta que haya terminado con la última miga.

—¡Eh! ¡Nada de tocar! —gritó Elin y, de repente, estaba entre Thane y la otra mujer. Era Kaia, la arpía que salía con Strider, el guardián de la Derrota, otro de los Señores del Inframundo. Elin debía de haber pasado por debajo de la barra para acercarse a ellos a toda velocidad—. Es mío.

A él se le hinchó el pecho de orgullo. Ella acababa de declarar que era suyo por segunda vez. Y, en aquella ocasión, lo había hecho delante de testigos.

Sin embargo, había olvidado advertirle a Elin que no se podía desafiar nunca a una arpía, a no ser que uno estuviera dispuesto a perder un miembro, o todos los órganos internos.

—Pues ya lo he tocado, guapita —le dijo Kaia la Rasgadora de alas, una bella pelirroja que tenía muy mal genio—. ¿Qué vas a hacer al respecto?

—Te voy a romper los dedos y, después, la cara.

Thane estaba a punto de meter a la frágil humana detrás de él y de despedirse de su amistad con los Señores del Inframundo, cuando Kaia sonrió y asintió.

—Eso está mejor, Bonka Donk. Mucho mejor.

Elin le devolvió la sonrisa.

—Ya lo sé. Me he hecho una tipa tan dura que doy miedo.

Las dos chicas chocaron la palma de la mano.

—Pero, en serio —dijo Elin, moviendo el dedo índice delante de la arpía—, Thane está prohibido. Sin excepciones.

—Está bien, está bien —respondió Kaia, alzando las manos con una expresión de inocencia—. Dejaré las caricias de amor para el juego del esquive de rocas.

Elin se abrazó a Thane.

—Oh, cariño, ¿no te he dado las buenas noticias? Las novias, consortes y esposas… ¡lo que sea! de los Señores del Inframundo han entrado en la Liga Nacional de Esquive de Rocas.

Kaia asintió.

—Lo único que nos falta para la dominación total es un buen nombre para el equipo.

—Pues poneos el nombre con el que os llamamos las Scorgasms —le dijo Elin—. Perdedoras.

Kaia soltó un silbido de advertencia.

—¡Lo he oído! —gritó Anya, que estaba preparada para lanzar otro cuchillo, en aquella ocasión, a Elin.

Ya era suficiente. Thane tomó las mejillas de Elin y la obligó a mirarlo.

—¿Te estás divirtiendo?

—¡Muchísimo! —dijo ella, y le metió los dedos entre el pelo. Y, al instante, el resto del mundo desapareció para él—. ¿Y tú?

—Ahora, sí.

En su presencia, Thane se sentía más ligero, incluso libre, como si las cadenas invisibles se hubieran roto por fin.

—Pues espera a ver las habitaciones —dijo Elin—. Te van a encantar.

—Si tú eres feliz, yo también.

—Pues lo soy —respondió ella, y le besó la barbilla. Después, le lanzó una sonrisa deslumbrante—. Es como si te hubiera pedido a medida. Como si hubiera dicho: quiero esta cara impresionante y ese cuerpo tan sexy. Después, añádele un poco de dulzura, un tanto de sentimiento protector y, bueno, empápalo de lujuria.

Él sonrió.

—Entonces, ¿no me harías ningún cambio?

—Ni uno.

—¿Soy perfecto?

—Para mí, sí —susurró ella—. Pero ¿y tú? ¿Cambiarías algo de mí?

—Tú no tienes ni un solo defecto —dijo él.

«Salvo tu fecha de caducidad».

Al pensar en aquello, Thane frunció el ceño.

«Tengo que hacer algo, y pronto».

El problema era que todavía no sabía la solución. Lo único que sabía era que no iba a matarla para intentar que se regenerara a la manera inmortal.

Pensó en los dos hombres del Ejército de la Desgracia que tenían mujeres humanas.

La mujer de Zacharel, Annabelle, había sido marcada por un demonio en la adolescencia; la criatura le había robado parte del alma. El guerrero había tenido que limpiar el mal y rellenar su alma con un aparte de sí mismo; de esa manera, había igualado la duración de sus vidas.

Eso no era factible con Elin. Su alma estaba intacta.

La mujer de Koldo se había vinculado con el Río de la Vida, y se había convertido en una Enviada.

Pero nadie sabía cómo había iniciado aquel vínculo.

Tal vez él pudiera proporcionarle a Elin un frasco de Agua de la Vida cada día. Por lo menos, eso ralentizaría su envejecimiento.

Durante el reinado de Germanus, todos los enviados eran obligados a soportar una larga tanda de latigazos y renunciar a algo muy querido para poder conseguir un frasco de Agua. A partir de su muerte, el nuevo rey, Clerici, ofrecía el agua sin contrapartidas, pero había una cola de Enviados que estaban esperando poder aproximarse a la orilla, e iba a durar como poco tres años. Era incluso más difícil de conseguir ahora que antes.

«Tal vez pudiera sobornar a alguien para que me ceda su sitio en la cola».

—Tengo una sorpresa para ti —dijo Elin, y él volvió a prestarle toda su atención—. La sorpresa más maravillosa e increíble de la historia.

Él arqueó una ceja.

—¿Eres tú, desnuda en mi cama?

—No. Es mejor.

—No hay nada mejor que eso.

 

 

«Tengo un nuevo propósito en la vida», pensó Elin.

Cuando Thane había entrado en el bar, ella se había dado cuenta de que había nacido para hacerle feliz, y no solo para ayudarlo a curarse. No para divertirlo y deleitarlo. Había nacido para llevarlo hasta la verdadera felicidad.

—Llévame a la suite —le susurró, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Y te enseño la sorpresa.

Él empezó a caminar hacia delante, arrastrándola consigo. Ella miró hacia atrás, y les dijo a Xerxes y a Bjorn:

—Vosotros también tenéis que venir, chicos. Quiero que veáis esto.

Ellos se sorprendieron, pero los acompañaron.

—No olvidéis darme vuestro veredicto —les gritó Anya.

Elin le hizo un gesto con los pulgares hacia arriba.

Dentro de la suite, ella sintió un gran nerviosismo, pero señaló hacia la pared más lejana.

—Allí.

Thane miró y se puso tenso. Su expresión no reveló nada.

—Bueno —dijo Elin, y miró a Bjorn y a Xerxes. Ellos eran igual de indescifrables que Thane—. ¿Qué os parece?

Silencio.

Elin observó el retrato que había llevado Anya, y trató de verlo a través de los ojos de los guerreros. Era un lienzo enorme; Thane estaba en el centro, y Bjorn y Xerxes a ambos lados de su amigo. Las alas de Thane estaban extendidas detrás de ellos, y era difícil distinguir dónde terminaban las suyas y comenzaban las de ellos, porque las suyas también estaban desplegadas. Los tres iban desarmados, pero no necesitaban armas. Ellos eran las armas.

No llevaban camisa, y sus músculos férreos quedaban a la vista; tenían la piel salpicada de manchas rojas. Por desgracia, llevaban pantalón. La tela era blanca y holgada, como si fuera la parte inferior de una túnica. Tras ellos había una destrucción absoluta. Sangre. Los cuerpos de los demonios estaban hechos trizas.

—Si no te gusta… —dijo.

—No me gusta —respondió Thane.

Oh. A Elin se le hundieron los hombros. Estaba segura de que sí le iba a gustar tanto como a ella.

—Me encanta —dijo él.

¡Oh, qué alivio!

—Encargué algunos más, y…

—¿Dónde están? —preguntó Thane—. Quiero verlos.

—En tu habitación.

Él entró en el dormitorio, y se quedó con la boca abierta. Todo había cambiado: la enorme cama en forma de barco, la cómoda con incrustaciones de oro, las mesillas de jade… Las paredes estaban adornadas con fotografías de la propia Elin.

Ella se ruborizó de azoramiento cuando Bjorn y Xerxes los siguieron para ver lo que había hecho.

Al conocerla, Anya le había echado una mirada y le había dicho, chasqueando los dedos:

—Sé exactamente lo que voy a hacer.

Envió a Bellorie en busca de su cámara de fotos Canon, y comenzó a indicarle a Elin que hiciera el amor con la cámara, que odiara a la cámara, que hiciera mil bebés con la cámara… Sí. Los veinte minutos más raros de su vida.

Sin embargo, ella había sonreído y había posado. Y, en aquel momento, las fotografías de su cara y de todas sus emociones la observaban desde todos los ángulos de la habitación.

—Esto es… —dijo Thane, con la voz llena de… ¿qué?

—Puedo quitarlas…

—¡No! —rugió él. Después, añadió con más suavidad—: No. Estas son aún mejor que el cuadro. No voy a querer salir de la habitación.

—Dime que tienes una hermana, Elin —dijo Bjorn—. No me importa que…

De repente, se quedó en silencio.

Ella se volvió a mirarlo, y se dio cuenta de que había palidecido.

—¿Qué te pasa?

Él miró a Thane, y se giró hacia Xerxes.

—Me está ocurriendo otra vez. Me llaman, y debo…

Desapareció en un instante, sin poder terminar la frase.

Thane solo dijo una palabra:

—Lucien.

Unos segundos después, como si Lucien hubiera estado esperando a que lo avisaran, apareció en el pasillo.

—Si esperas que pague la cuenta del bar de Anya…

—Bjorn. Ahora —dijo Thane, entre dientes, y Lucien asintió con gravedad. Después, se desvaneció también.

—¿Qué pasa? —preguntó Elin.

Xerxes salió al salón a servirse una copa.

—Vuelve a la fiesta, kulta.

—No —dijo ella. Thane estaba muy disgustado, y la necesitaba—. Voy a quedarme contigo.

—Elin…

—Thane…

Elin lo empujó al sofá y se sentó en su regazo. Él la tomó entre sus brazos y escondió la cara entre su pelo. Inhaló profundamente su olor.

—Cuéntame qué ocurre —dijo Elin.

—Unos demonios de sombra están obligando a Bjorn a ir a alguna parte. No sabemos adónde, y no podemos ayudarlo hasta que lo averigüemos. Lucien lo está siguiendo.

—¿Y por qué querías que me fuera?

—Porque tal vez, debido a la preocupación, me ponga un poco… malhumorado. Puede que no sea agradable contigo.

—No tienes por qué ser siempre agradable conmigo, Thane. Solo tienes que ser tú mismo. Puedo hacerme cargo.

Él exhaló un suspiro, y su respiración le hizo cosquillas en la sien.

—¿Y ahora quién es el que dice cosas románticas?

Pasó una hora y, después, otra. Y Thane se puso de mal humor. Ella intentó distraerlos, tanto a Xerxes como a él, con historias de cuando era niña. De la vergüenza que había pasado cuando su madre había ido al colegio a hablarle de su profesión a su clase de educación elemental, y les había explicado a los niños cómo destripar un pescado. El día en que su mejor amiga del instituto se había quedado a dormir en su casa y sus padres habían salido del baño envueltos en toallas. Era evidente que acababan de ducharse juntos. ¡Horrible!

Thane y Xerxes escucharon, e incluso sonrieron. Sin embargo, la tensión nunca los abandonó.

Un poco antes de que transcurriera la tercera hora, volvió Lucien. Estaba muy pálido, y tenía los ojos empañados. Parecía que había visto horrores que ningún hombre debería ver.

Thane dejó a Elin sobre el sofá, y se puso en pie.

—¿Lo has encontrado? ¿Puedes llevarnos con él?

Lucien no dijo una palabra. Fue al bar y se sirvió una copa. La apuró y se volvió hacia ellos.

—Cuéntanos lo que pasa —le ordenó Thane.

—Vuestro amigo está… No, no puedo llevaros con él. No sé dónde está. Pude seguir su rastro pero, cuando llegué al destino, me resultó muy difícil encontrar la salida. No pude volver por donde había ido, porque el rastro se había borrado. Pero lo vi. Vi lo que ella le hace.

¿Ella?

—Tenías razón, Thane —dijo el guerrero—. La reina es la culpable. Lo está protegiendo, porque se ha casado con él.