Capítulo 4
Se despertó al oír un grito desgarrador. Era suyo.
Thane recuperó la conciencia. Estaba en su habitación, en su propia cama, y estaba muy oscuro. Tenía todo el cuerpo empapado en sudor, y le faltaba el aire. Tenía los músculos doloridos y atenazados… de forcejear.
Bjorn y Xerxes estaban a su lado, sujetándolo contra el colchón.
Había tenido otra pesadilla que lo había transportado al calabozo de los demonios, a su cautividad. A la humillación, la frustración, el dolor, la rabia, la indefensión. A medida que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio que tenía el pecho lleno de sangre. Como de costumbre, había intentado arrancarse el corazón.
Cualquier cosa, con tal de acabar con aquel tormento que él disimulaba tan bien. Hasta que bajaba la guardia, y todo se descontrolaba…
Sin embargo, todo podía remediarse. Aquella noche volvería a tener una amante. No había vuelto a hacerlo desde que había vuelto del campamento de los fénix, y estaba padeciendo los efectos de la abstinencia sexual. Se agotaría por completo, y no tendría fuerzas para moverse cuando llegara la siguiente pesadilla.
Bjorn y Xerxes notaron su cambio de actitud, y lo soltaron. Él se desplomó sobre la cama.
—Gracias —murmuró.
—Casualmente, destruir pesadillas es una de mis especialidades —dijo Xerxes. Encendió la lámpara de la mesilla, y una suave luz dorada invadió la habitación.
—¿Y en las ocasiones en las que tú eres la pesadilla? —preguntó Bjorn.
—Yo nunca soy la pesadilla. Siempre soy la fantasía.
Bjorn soltó un resoplido.
Un segundo después, los dos estaban tirados sobre la cama, sin querer marcharse. Thane sabía por qué. Estaban dispuestos a renunciar a su descanso con tal de distraerlo.
No podía haber mejores amigos que ellos.
—¿Alguien más se siente como si esto fuera una fiesta de pijamas femenina?
El corazón de Thane se fue calmando. Sonrió, se incorporó y se apoyó en el cabecero de la cama.
—Si empezáis a hablar de chicos guapos y vestidos para el baile de graduación, os pego un tiro.
—Un momento, ¿va a haber un baile? —preguntó Bjorn, con entusiasmo—. ¡Por fin tengo la oportunidad de ser el rey!
—Si alguien va a ser el rey del baile, ese soy yo —replicó Thane—. Mirad esta cara. Soy una máquina de hacer dinero.
Bjorn se puso las manos detrás de la cabeza, a modo de almohada.
—Lamento decírtelo, angelito, pero hasta en las barracas de circo venden tazas para hacer dinero.
Thane le dio una patada y lo tiró por el borde de la cama. Se oyó un golpe contra el suelo, y Xerxes se echó a reír. Bjorn se levantó tartamudeando de indignación.
Se cruzó de brazos y miró a Thane con los ojos entrecerrados.
—Y, con respecto a ese baile de graduación… ¿quieres que adivinemos a quien coronarías tú como tu reina?
Thane se puso rígido.
—Bien jugado, amigo mío. Bien jugado.
Bjorn sonrió.
—Es mi única forma de jugar.
La vida de camarera era una peste.
La única ventaja eran las propinas, pero Elin no había ganado ninguna todavía. Durante aquellas primeras cuatro noches, había seguido e imitado a sus compañeras, y había observado el potencial del trabajo. Se le había hecho la boca agua.
La principal desventaja: el uniforme. Un sujetador que hacía las veces de camiseta, y un retal de tul que hacía las veces de falda. Estaba segura de que iría más tapada en una playa nudista.
En sus horas libres, y pese al miedo que tenía a caerse de la nube, se había convencido a sí misma a explorar el patio trasero del edificio. Había encontrado un jardín bastante abandonado, y había pasado mucho tiempo quitando malas hierbas, cosa que solía hacer con su madre cuando vivía en Harrogate, antes de que la familia se hubiera mudado a Arizona.
Había sido agradable, pero… ¿cuánto debía quedarse allí? ¿Meses? ¿Un año?
No. Como mucho, algunas semanas. Cuanto más se quedara, más se arriesgaba a que Thane averiguara cuáles eran sus ancestros.
Y ella prefería morir a tener que enfrentarse a su ira.
Por otro lado, era mejor que se quedara allí. Si estuviera sola, el rey de los fénix la capturaría y la torturaría para obtener información sobre lo que Thane había hecho con su gente.
Suspiró. Al menos, por el momento estaba segura. Nadie le pegaba por decir la verdad, ni la metían en una jaula, ni la enterraban en la arena para que las hormigas le mordieran la única parte expuesta del cuerpo, la cara. No la trataban como a un animal por el mero hecho de ser humana.
Comía regularmente, tenía televisión y ordenador, y estaba haciéndose amiga de cuatro mujeres adorables que le recordaban a su madre.
Elin sonrió al pensar en la conversación que habían mantenido las chicas la noche anterior.
—Ayer entró en el bar un hombre lobo guapísimo —dijo Bellorie—. Ya estaba borracho, y se paró a mirarme como si nunca hubiera visto nada más bello. Por supuesto, nunca lo había visto.
—Hasta que entré yo —replicó Savy.
—Yo debía de tener el día libre —intervino Octavia.
—Y yo estoy segura de que me había marchado con Octavia —apostilló Chanel.
—Vaya, ¿cómo podéis ser tan narcisistas? —inquirió Bellorie.
—Yo no soy narcisista —contestó Chanel—. Soy perfecta.
—Bueno, no importa —prosiguió Bellorie—. El tipo me besó, pero se apartó de mí y se disculpó. Me dijo que había creído que yo era su mujer, porque me parecía a ella. Le di un rodillazo en las pelotas, y le llamé mentiroso e hijo de troll. Entonces, me dijo que yo hablaba como su mujer.
—Y seguro que tú le pediste que la llevara al club la próxima vez, porque tenía que ser la persona más inteligente del mundo —dijo Octavia.
Bellorie pestañeó inocentemente, y preguntó:
—Ah, entonces, ¿estabas allí?
Las divas inmortales eran muy divertidas.
Sin embargo, las chicas eran algo más que guapas y divertidas. Eran buenas con ella, y tenían adicción al peligro. Eran muy competitivas. Se tomaban muy en serio el campeonato de esquive de rocas, que era exactamente lo que decía su nombre: un deporte que consistía en esquivar las rocas que lanzaba el equipo contrario.
Ojalá fueran miembros de un club de jazz.
Se entrenaban todos los días, y muy en serio. Corrían para aumentar su resistencia, y se chocaban contra bloques de hormigón para incrementar su umbral de dolor. Recorrían trayectos muy complicados, llenos de obstáculos, mientras soslayaban las armas que les lanzaban las otras chicas. Cosas como cuchillos, estrellas de metal y martillos.
Estaban decididas a ser campeonas nacionales.
Elin casi no sobrevivía a los entrenamientos, y eso que, por el momento, solo le permitían mirar.
Se oyó el tintineo de unos platos, y Elin volvió a la realidad.
Aquella noche, iba a tocar una banda en directo en el bar. El grupo estaba formado por cinco Enviados, y se llamaba Shame Spiral. Estaban colocándose en el escenario y, sin querer, Elin miraba una y otra vez al cantante.
La palabra «sexy» no era suficiente para describirlo. Tenía una sonrisa lenta y sensual, cargada de todo tipo de sugerencias provocativas.
«Vamos, Elin, ocúpate de tu trabajo», se dijo.
Muy pronto tendría que atender las mesas y, por primera vez, iba a hacerlo sola. Sabía que era capaz de hacerlo, porque había aprendido mucho. ¿Cuál había sido su lección más importante? Encontrar un nicho, y mantenerse en él. Todas las chicas tenían el suyo.
Bellorie flirteaba escandalosamente.
Savy era muy estricta.
Octavia actuaba con timidez.
Chanel fingía que era una cabeza de chorlito.
Elin pensaba que ella podía adoptar el papel de buena amiga.
Las chicas no se daban por ofendidas cuando alguien les pellizcaba el trasero, ni cuando algún tipo se las sentaba sobre el regazo, o cuando las manos masculinas viajaban a algún lugar donde no deberían viajar. Aunque Elin anhelaba el contacto con los demás, no quería que la manosearan y, seguramente, no podría fingir lo contrario. Seguramente, se asustaría y gritaría, y los clientes se ofenderían. Perdería las propinas, y haría que Thane se enfadara. Por lo tanto, sería mejor para todo el mundo que impidiera cualquier intento de manoseo.
Tamborileó con los dedos en el mostrador de caoba que separaba a los clientes de los empleados. Aquella parte había sido remodelada hacía poco tiempo, y resplandecía pese a lo tenue de la iluminación. Las paredes eran de alabastro, y tenían grabados signos intrincados. El suelo era de mármol y estaba pulido, y el mobiliario era nuevo.
Kendra había intentado quemar el edificio antes de que Thane la llevara a su campamento y la dejara allí, pero Adrian, el jefe de seguridad de Thane, había conseguido evitar el incendio.
Los clientes iban a empezar a llegar en cualquier momento. ¡Millones de clientes! Los fénix que estaban clavados al suelo en el patio delantero habían atraído a mucha gente todas las noches. Unos cuantos habían pedido, incluso, que les permitieran hacerse una fotografía en el patio de los horrores.
«Creo que nunca podré acostumbrarme a este mundo».
—¿Nerviosa?
Aquella voz grave la sobresaltó, y se giró para ver quién le había hablado.
Era Adrian. Un hombre enorme, y elegante también, aunque recordara vagamente a un neandertal. Tenía la frente muy ancha, y el arco de las cejas prominente, una nariz afilada, y los labios increíblemente carnosos. No tenía una belleza clásica, pero sí era guapo. Tal vez, porque era muy masculino.
Era inmortal. Irradiaba demasiado poder como para ser humano; Elin notaba las ondas de su fuerza en la piel cada vez que se le acercaba. Sin embargo, no sabía a qué raza pertenecía.
¿Debería tratar de conseguir su protección?
—Muy nerviosa, sí —respondió, por fin.
Tal vez él la despreciara por pedir ayuda. O, como hacían los fénix, se aprovechara de sus miedos y debilidades para someterla.
—No tienes por qué estarlo. Thane no permite que quienes están bajo su protección sufran ningún daño. Las consecuencias pueden ser muy graves para el atacante. Eso significa que yo tampoco lo permito. Solo a un idiota se le ocurriría golpearte.
—Ese es el problema. El alcohol crea idiotas. Y yo no soy como las otras chicas, que pueden defenderse perfectamente en una habitación llena de hombres libertinos y sádicos. Aunque, bueno… no es que todo el mundo sea un libertino —añadió, rápidamente. ¡Demonios! Su turno ni siquiera había empezado, ¿y ya estaba escupiendo vómitos verbales?—. Ni un sádico. No, de veras.
Además, ¿cómo iba a saber Thane lo que le hicieran a ella los clientes? No había vuelto a verlo desde el primer día, ni a él ni a sus dos amigos.
Aunque ella no lo había buscado con la mirada por todo el bar.
Ni tampoco lo había esperado. Ni se había acostado todas las noches profundamente decepcionada, sintiéndose como si él la hubiera abandonado. ¡Eso era una tontería! Apenas lo conocía.
—La gente nunca se olvida de mis consecuencias, por mucho alcohol que beban —dijo él—. Me han ordenado que cuide bien de ti, y eso es lo que voy a hacer.
—Gracias. Pero ¿quién te ha pedido que cuides bien de mí?
¿Acaso Thane había estado pensando en ella?
—Xerxes.
Ah.
«No, no voy a permitirme sentir más desilusión».
Sobre todo, porque no tenía sentido. Xerxes, y también Adrian, estaban cuidando de ella. Para ser una antigua esclava, aquello era un sueño hecho realidad.
—Tengo que advertirte una cosa —le dijo a Adrian—. Esta noche voy a decir cosas que no debería. Los tíos se van a creer que mi trasero es parte de su pedido, y yo no voy a poder evitarlo. Seguramente, habrá peleas, y en cuanto empiecen, me iré a un rincón a acurrucarme y chuparme el pulgar.
Él sonrió.
—Yo me ocuparé de eso.
¿Le divertía? ¿De veras?
—¿Y mi comportamiento no va a ahuyentar a los clientes?
Adrian estiró un brazo, como si fuera a darle una palmadita en la cabeza, pero se detuvo antes de tocarla.
—Qué humana más boba. Te recomiendo que pienses antes de hablar.
¡Eh! Sus preguntas eran muy meditadas.
—Bruto insultante… —murmuró.
Él soltó una carcajada.
—O, mejor, no, no pienses. Me gusta tu carácter.
En aquel momento, tres hombres de un clan de las hadas entraron en el bar. Todos tenían el pelo rubio, casi blanco, y los ojos azules de su raza. Iban vestidos de una manera excéntrica, con camisetas de plumas y pantalones muy ajustados.
Mientras ocupaban una mesa apartada, Adrian se alejó, y ella volvió a ponerse muy nerviosa.
Por lo menos, el grupo comenzó a tocar. Una canción de amor. O, más bien, una canción de sexo. El cantante tenía una voz muy seductora.
—Vaya —murmuró Bellorie, que se había detenido al lado de Elin—. Acaba de llegar el trío más desagradable de todo el bar.
Savy apareció al otro lado.
—No seas así —dijo—. Al fin y al cabo, son desagradables con todo el mundo, porque no saben ser de otra manera. Pero hoy no tenemos ninguna necesidad de aguantarlos. Elin tiene que estrenarse y, ¿qué mejor forma de empezar? —preguntó, y miró a Elin—. Esos tipos de las hadas son clientes habituales. Son pretenciosos y estúpidos, y muy tacaños con las propinas. Lo máximo que hemos conseguido de ellos han sido diez dólares. Si tú consigues un solo céntimo más, te daré todas las joyas que gane esta noche.
—Yo también —dijo Bellorie, dando palmaditas—. Oh, va a ser muy divertido. Me encanta ganar, y esta es una victoria segura.
Elin pensó rápidamente. ¿Quedarse con todas las joyas de las propinas? Sí, por favor. Sus ahorros empezarían con muy buen pie.
—¿Y qué queréis vosotras, si pierdo? —preguntó—. Acordaos de que no tengo nada, solo la ropa que traía puesta.
Savy sonrió de una manera perversa.
—Si pierdes, tendrás que servir a esos tres idiotas durante todo el tiempo que pases aquí. Sin excepciones.
—¿De veras son tan malos?
—Sí —dijeron las chicas, al unísono.
—El más alto de todos me llamó fea —dijo Bellorie, alzando la nariz.
¡Vaya imbécil!
—Tú no eres fea. Eres impresionante. Y acepto la apuesta —anunció Elin. Se armó de valor y se encaminó hacia la mesa—. Hola —dijo, con una gran sonrisa de amiga—. Soy Elin, y voy a ser vuestra camarera esta noche.
Ninguno de los tres tipos la miró. Siguieron con su conversación.
—¿Que los nuevos reyes quieren hacer qué? No, hay que impedírselo.
—¿Y quién puede impedírselo? Kane es uno de los Señores del Inframundo, y Josephina es una succionadora.
—Alguien que tenga un rifle de larga distancia.
«Por favor, seguid comportándoos como si yo no existiera. Es muy divertido», pensó Elin, irónicamente.
—Me encantaría traeros algo de beber —dijo.
Y fue nuevamente ignorada.
Con exasperación, miró hacia la barra, y vio que Bellorie estaba sonriendo como una loca. Elin le sacó la lengua.
Bellorie le hizo una señal con el dedo corazón estirado.
Elin tosió para disimular una carcajada y pensó en su siguiente intento. Decidió ponerle una mano en el hombro al cliente que estaba a su derecha.
Él se puso muy rígido, le agarró la mano y se la apartó con tanta fuerza que ella se tambaleó hacia atrás.
—No me toques, o te mato, camarerucha.
—Tomo nota —dijo ella, con un nudo en la garganta.
Tenía ganas de salir corriendo, pero pensó en la victoria, en las joyas, en la pastelería.
Y se quedó allí. Notó una caricia de poder en la nuca, y se giró. Allí estaba Adrian. Ella tragó saliva, esperándose lo peor. Sin embargo, al ver que él no la reprendía por tocar a un cliente sin permiso, se giró de nuevo hacia el trío y suspiró de alivio.
Ellos estaban mirando a Adrian con los ojos cristalinos llenos de terror.
—Bueno… eh… ¿Qué os apetece tomar? —les preguntó.
El hada que estaba más cerca de ella pestañeó varias veces, y dijo:
—Ambrosía con whiskey.
Ella hizo ademán de anotarlo, pero recordó que no le habían permitido tomar papel y lápiz, porque era algo demasiado típico de los humanos. Tenía que memorizar todo lo que le pidieran, y rellenar los vasos de las bebidas sin volver a preguntar.
—¿Y tú?
—Vodka con ambrosía.
Elin pensó en la severa advertencia que le había hecho Bellorie aquella misma mañana: «No se te ocurra probar la ambrosía. Es una bebida para inmortales, y te mataría».
—¿Y tú?
—Sorpréndeme. Y que sea una buena sorpresa.
Maravilloso.
—Por supuesto que sí —dijo ella.
Después, retrocedió, pensando que iba a toparse con Adrian. Sin embargo, él ya no estaba a su espalda. Volvió a la barra. Las chicas ya no estaban allí.
Le dijo al barman lo que necesitaba.
—Hagas lo que hagas para la tercera bebida, pon una sombrilla de papel de adorno en el vaso —le pidió. Aquella era una buena sorpresa, ¿no?
El guapísimo barman, que tenía el pelo teñido de rosa e iba completamente tatuado, le lanzó una mirada fulminante y se dio la vuelta. Después, preparó las tres bebidas, pero no puso ninguna sombrilla de papel en el tercer vaso.
Bien. Así que a aquel barman no le gustaba charlar, ni tampoco que le hicieran sugerencias.
Chanel le había mencionado que se llamaba McCadden, y que era un Enviado que había sido expulsado de los cielos por asesino. Ah, y que estaba perdidamente enamorado de una deidad menor, la Muerte, fuera quien fuera. Además, era prisionero de Xerxes, y también su amigo. Y, por último, Chanel le había dicho que no era recomendable tener ningún encontronazo con él.
Ella cargó la bandeja.
—¿Cómo se supone que voy a saber qué hay en cada copa? —preguntó. Todas las bebidas eran negras.
McCadden se alejó hacia el otro extremo de la barra, sin responder.
¡Magnífico! Se dio la vuelta y miró hacia el escenario. Había llegado mucha gente y había varias mujeres arremolinadas junto al grupo, rogándole a Merrick que pasara la noche con ellas.
—Entiendo que Merrick es el cantante —le dijo a Bellorie, que acababa de llegar en busca de un pedido.
—Pues sí. Colecciona corazones femeninos para romperlos.
—Eso es muy triste.
—Pero así es la vida.
—Bueno, mi vida no tiene por qué ser así —respondió Elin.
Después, volvió a la mesa de los tres hombres hada, abriéndose paso entre la gente sin derramar una sola gota de las copas.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Whiskey. Parecía que había superado el miedo hacia Adrian.
¿Unos cuantos minutos le habían parecido tanto tiempo?
—Las mejores sorpresas necesitan su tiempo —dijo ella, y sonrió de nuevo. Puso las copas en el centro de la mesa; que ellos eligieran la suya—. ¿Queréis que os traiga algo más? ¿Un cuenco de frutos secos? —preguntó.
Entonces, notó que le agarraban la muñeca. Vodka comenzó a olisquearle la piel.
—Tienes un olor muy dulce. ¿De qué raza eres?
«¡Cállate, bocazas!», pensó ella, y estuvo a punto de gritárselo. Miró a su alrededor, en busca de Adrian. ¿Lo habría oído? Al ver que el jefe de seguridad estaba al otro lado del bar, se zafó de un tirón de la mano del hada. Él era más fuerte que ella, pero no la retuvo.
—Soy… completamente humana.
Ellos se echaron a reír, y ella estuvo a punto de desmayarse. Aquellos tres idiotas podían destruirla.
—Thane nunca obligaría a su apreciada parroquia a tratar con un humano —dijo Whiskey.
Elin decidió mostrarse calmada y segura, en vez de asustada. Arqueó una ceja, y preguntó:
—Entonces, ¿lo conoces bien? ¿Hablas con él a menudo?
El hada se estremeció. Claramente, lo había puesto en evidencia delante de sus amigos.
Al menos, había zanjado el peligroso tema de su origen, pero… las joyas… y la pastelería…
Sin duda, había perdido la apuesta, pero no lo lamentaba. No quería morir.
—Bueno, entonces, ¿no os apetecen unos frutos secos? —preguntó.
—No creo que Thane quiera acostarse contigo —dijo el hada que le había pedido una sorpresa, mientras se acariciaba la barbilla con sus dedos largos y esbeltos—. Pero esa sería la única razón por la que alguien como tú podría atreverse a hablarnos de ese modo.
Aquel comentario tan condescendiente molestó a Elin, pero no perdió la sonrisa. En el campamento de los fénix había aprendido a comportarse como si fuera demasiado tonta como para acusar un insulto, aunque se estuviera muriendo de rabia.
—No, de verdad, ¿conocéis bien a Thane? Porque yo llevo aquí menos de una semana, y me gustaría saber más cosas de él.
Lamentablemente, todo aquello era cierto.
Vodka puso los ojos en blanco.
—Si sobrevives la semana entera, les juraré lealtad eterna a mis nuevos reyes sin dudarlo un instante.
Los tres volvieron a su conversación.
Crisis superada.
Se dio la vuelta, con un suspiro de alivio, y con la intención de pedirles a las chicas que le cambiaran la mesa. ¿Tirar la toalla? ¿Izar la bandera blanca? ¡Patético!
De repente, todo el bar quedó en silencio. Incluso la música pasó a un segundo plano.
Thane acababa de llegar.
Era la primera vez que lo veía desde la masacre de los fénix en el campamento, y se quedó sin aliento. Él llevaba una túnica blanca y brillante, que acentuaba la fuerza de su cuerpo, y sus rizos rubios e inocentes enmarcaban toda la belleza de su rostro.
«No, no me afecta en absoluto», se dijo ella.
Él observó con sus ojos azul eléctrico el mar de caras de la sala, y se detuvo repentinamente en ella. Y su expresión se volvió abrasadora.
Por un momento, Elin se preguntó si, finalmente, habría averiguado que era una mestiza de fénix, e iba a llevarla al patio de los horrores. Se echó a temblar. Sin embargo, él comenzó a pasar la mirada por todas sus curvas, como si hubiera encontrado algo digno de estudio, y ella se estremeció.
¿Era excitación lo que veía en sus ojos?
El mundo se desvaneció a su alrededor. Solo quedaron Thane y aquella atracción animal que había entre los dos. El aire estaba cargado de electricidad, y su cuerpo hambriento le pedía a gritos una caricia.
—Thane —susurró, y se humedeció los labios.
Él emitió un gruñido en voz baja, y dio un paso hacia ella. Sin embargo, se detuvo en seco y, con una expresión dura, apretó los puños.
Se dio la vuelta, despreciándola.
Ella exhaló un suspiro. Acababa de rechazarla con una facilidad asombrosa.
El dolor de aquel rechazo la devolvió a la realidad. Estaba en un club lleno de inmortales. En su club. La gente la estaba observando con una curiosidad evidente. Gente que había visto a Thane seducir a cientos de mujeres.
Elin alzó la barbilla.
«De todos modos, no lo deseo».
—Increíble —dijo un mutante dragón, y pasó los dedos con delicadeza por la curva de una de las alas de Thane.
Él reaccionó inmediatamente; agarró la muñeca del mutante y se la partió. El dragón aulló de dolor, y ella se estremeció. Adrian apareció junto al hombre herido, y lo sacó del club.
Todo aquello sucedió en tres segundos, como máximo.
Bien, debía tomar nota: las alas de Thane eran intocables. Y, de todos modos, ella había decidido que no iba a tocarlo, ni a permitir que él la tocara a ella. Nunca.
Thane se dirigió hacia una mesa llena de arpías. Elin no oyó lo que decía, pero todas las mujeres se quedaron boquiabiertas. ¿Acaso las había amenazado de muerte? Tenía una expresión decidida, implacable.
Entonces, le tendió la mano a la más alta y la más fuerte de la mesa. Una rubia muy llamativa.
La rubia le dio la mano y, como un caballero, él esperó a que se levantara.
Así pues, no era una amenaza de muerte, sino una seducción. Elin notó algo caliente en el pecho. ¿Ira? ¿Celos? Ambas cosas.
Thane se llevó a la mujer.
¿A su habitación especial?
¿Así, tan rápidamente? ¿Tan fácilmente?
Elin agarró la bandeja con tanta fuerza que la tabla se agrietó por el centro.
Ella se sobresaltó y miró los bordes dentados de las mitades de madera. ¿Estaba tan celosa como para haberla roto? No, imposible. No conocía a aquel hombre, y no lo deseaba.
No le importaba.
Él no era más que un medio para conseguir sus objetivos. Aquel estúpido de Thane podía irse con su estúpida arpía y tener su estúpida vida amorosa, en su estúpida habitación especial.
Ella iba a olvidarlo tan rápidamente como él había elegido a la rubia.
Además, tenía que caerles simpática a aquellos tres esnobs y ganarse una buena propina.
Caerles simpática, sí… Salvo que eso no lo había conseguido.
Así que… ¿qué otra cosa podía hacer?
¿Qué haría su madre?
Fácil. Renlay mataría a todo el mundo.
Eso no funcionaba para ella. Tenía que haber otra forma.
Entonces, se le ocurrió: sí había otra forma. Tal vez le acarreara graves problemas con Thane, pero, en aquel momento, no le importaba.
«Victoria, allá voy».