Capítulo 6

 

Por fin, Elin pudo respirar.

La presencia de Thane le succionaba el oxígeno de los pulmones. Él era tan… masculino… tan enorme, tan duro y tan peligroso… Impregnaba el ambiente de testosterona, y hacía que todas las mujeres de su alrededor tuvieran una subida hormonal.

Ella, por su parte, quería comérselo de cena. Sin dejar una sola miga.

¡No! No, eso no podía ser.

Sin embargo, él la había mirado con una intención oscura, pero la había acariciado con ternura. Y le había roto la muñeca a un hombre por rozarle el ala, pero a ella le había pedido que la tocara.

Era un manojo de contradicciones, pero ella también: lo temía y, al mismo tiempo, sentía una enorme atracción hacia él. Y aquella atracción solo podía causarle problemas. Él tenía su futuro en las manos.

Y, aunque Elin fuera consciente de ello, no podía dominar la reacción de su cuerpo cuando él estaba cerca. En su presencia, un calor incontrolable le licuaba los huesos. ¡Y el cerebro! Se olvidaba de quiénes eran, y olvidaba el peligro que él representaba para ella, y recordaba solo las cosas que podían hacerse el uno al otro. Besarse, saborearse, lamerse, acariciarse, tocarse.

Devorarse.

Al pensarlo, se estremeció. Después, soltó una maldición.

Aquellos deseos temerarios no significaban nada, y no cambiaban nada. Thane era su jefe y, por lo tanto, estaba fuera de los límites. Además, era un sociópata que tenía muchas estacas, y que iba a usarlas con ella en cuanto supiera su verdadero origen. Y, para rematar, era un mujeriego empedernido.

La rubia y él se habían puesto como locos entre las sábanas, eso estaba claro. Él tenía el pelo revuelto, y marcas de garras y mordiscos en las mejillas y el cuello.

Elin ignoró la punzada de dolor que sintió en el pecho.

Thane no merecía tanto la pena como para soportar la angustia que, seguramente, iba a causarle. Así pues, no iba a perseguirlo, ni a romper la promesa que le había hecho a Bay, ni a convertirse en una de sus miles de conquistas. No iba a perder aquel lucrativo trabajo, ni iba a perder su incipiente amistad con las otras chicas del bar. No, gracias.

Tenía que seguir adelante.

Se puso el resto de las joyas que había ganado y se fue a su habitación. Necesitaba dormir.

Bellorie estaba tendida en la cama, con un adorable pijama de franela, leyendo un libro titulado Decapitación para torpes, con un aspecto tan normal que Elin volvió, por un momento, a la universidad.

Había ido a la Universidad de Arizona hacía mucho tiempo, tanto que le parecía una vida, y se había casado cuando solo le quedaban seis asignaturas para terminar la diplomatura de Gestión Empresarial, después de decidir que iba a tomarse una temporada de descanso y que terminaría los estudios más tarde. Después de todo, tenía por delante los mejores años de la vida. O eso pensaba.

Al casarse, había dejado la residencia de estudiantes y se había ido a un apartamento con Bay, pero… ¡Cuánto había echado de menos la forma en que su compañera de habitación apilaba las cajas de pizza vacías en un rincón! Le encantaba hacer objetos artísticos con latas de cerveza vacías. Había un tablón de corcho para los mensajes en la puerta, y ropa prestada de seis amigas diferentes por el suelo. El caos de gustos y estilos diferentes debería haber sido abrumador, pero resultaba reconfortante. No tenían ninguna preocupación, salvo los exámenes y elegir la fiesta a la que ir.

Aquel nuevo dormitorio compartido ofrecía la misma variedad. Una de las camas estaba hecha con piezas parecidas a las de Lego. Otra tenía un enorme oso panda de peluche a modo de cabecero. La única consola de la habitación tenía patas de madera con forma de piernas humanas. La butaca de lectura era normal, pero la otomana de enfrente tenía la forma de una tortuga, bajo cuyo caparazón asomaban las patas, la cabeza y la cola.

—Hola —le dijo a Bellorie. El resto de las chicas no había llegado aún.

Su compañera volvió la cabeza y la miró.

—Hola, pequeña zorrita —respondió, con una carcajada—. Mira cómo luces tus premios, ¡con qué descaro! Estoy impresionada.

—Lo sé, lo sé —dijo ella, y dio una vuelta sobre sí misma, sabiendo que las piedras preciosas brillarían a la luz de las lámparas—. ¿Te da envidia?

—Muchísima —respondió Bellorie.

Entonces, le lanzó el libro que estaba leyendo. Pese a lo rápida y lo fuerte que era la arpía, Elin consiguió apartarse de un salto, justo a tiempo. Y fue una suerte que lo consiguiera, porque la esquina de las tapas duras del lomo hizo un desconchón en la pared. Si hubiera sido su cabeza…

—Ooooh —exclamó Bellorie, con cara de arrepentimiento—. Se me había olvidado que solo eres una humana. Pero cada vez se te da mejor esquivar. Después de todo, puede que termines siendo un miembro decente del equipo de Multiple Scorgasms.

Elin lo dudaba mucho. No tenía la fuerza suficiente como para levantar las rocas y, si alguien la golpeaba de verdad con uno de aquellos misiles, la mataría en el acto. Además, aquel deporte era demasiado violento, y sacaba a la superficie sus peores emociones.

—Ah, y para tu información —continuó la arpía—, este fin de semana jugamos contra las Spinal Tappers, y después contra las Rockzillas.

—Vaya —dijo Elin, haciendo un gesto de entusiasmo—. Pero, ¿estás segura de que yo puedo jugar? Yo creo que debería seguir aprendiendo con la observación.

—No. Tienes que experimentar un partido de verdad.

—Bueno, supongo que sí.

Renlay habría querido que jugara. Y su padre, que era un adicto a la adrenalina, la habría animado como un loco. Bay habría tenido que beberse una docena de cervezas para calmar los nervios. Pero los tres habrían estado muy orgullosos de ella.

Y… algo no iba bien, pensó Elin con el ceño fruncido.

¿El qué?

Había pensado en su familia y…

No había recordado instantáneamente sus muertes. No había llorado.

No, no había nada que fuera mal. Solo era distinto. ¿Por qué?

Antes de que pudiera buscar una respuesta, alguien llamó a la puerta.

—Adelante, bajo tu propia responsabilidad —dijo Bellorie.

Adrian dio dos pasos hacia el interior del dormitorio.

—¿Dónde están Chanel y Savy?

—Chanel tenía una cita a ciegas. Al chico le sacó los ojos su hermano, o algo así. Y Savy se ha marchado justo después de terminar el turno, pero no sé adónde. Octavia se ha ido a comprar helado, aunque no lo hayas preguntado.

Adrian suspiró.

—Muy bien. Necesito que Elin y tú me ayudéis a sacar a la última conquista de Thane de su habitación.

Lo primero que sintió Elin fue una gran curiosidad. Sin embargo, era una curiosidad que no tenía por qué satisfacer.

Lo segundo, instinto de supervivencia.

No iba a obtener ningún beneficio, ni mental ni emocional, al ver a la chica a la que había elegido Thane, después de que él hubiera posado su boca pecaminosa y sus enormes manos por todo su cuerpo. ¡No iba a ponerse celosa, demonios! Lo mejor era evitar todo lo relativo a Thane hasta que se le hubiera pasado aquella lujuria.

—Estoy demasiado cansada —dijo, aunque sabía que se estaba arriesgando a un castigo. Sin poder evitarlo, bostezó—. Mejor, id vosotros dos, y que os divirtáis. Enviadme una postal.

Bellorie puso los ojos en blanco.

—Claro que vas a ir, bruja. Es un trabajo para dos, y Adrian no puede tocar al sexo opuesto.

¿No? ¿Por qué?

Elin lo miró con la esperanza de que él le diera una respuesta, pero Adrian se dio la vuelta y echó a andar. Bellorie y ella no tuvieron más remedio que seguirlo. ¿Preguntarle a Bellorie en voz baja? No. Esperaría. Seguramente, oiría a alguien hablar de ello.

El trayecto duró más de lo que ella pensaba, y cada pasillo que encontraban era más lujoso que el anterior, hasta que llegaron a un corredor muy protegido que llevaba a un par de puertas correderas. Los vampiros que estaban custodiándolas abrieron para dejarle paso a Adrian.

Cuando Elin pasó entre los vampiros, intentó no preocuparse por que la miraran como si fuera un refresco líquido. Y, al entrar en la habitación, se quedó boquiabierta. ¿Aquella era la suite privada de Thane? Porque, vaya, sabía cómo cuidarse. Había sofás enormes y butacas en colores vivos, con cojines de plumas, y una mesa de centro con las patas de garra de león. En el suelo oscuro descansaba una alfombra blanca, y todos los rincones estaban decorados con plantas y flores.

—¿A que dan ganas de frotarse contra todo y ronronear como una gata? —preguntó Bellorie, con una sonrisa—. Pero no te aconsejo que lo hagas. Thane se enteraría, y se enfadaría.

—Hazle caso —dijo Adrian—. Ella lo sabe por experiencia.

Bellorie asintió.

—Sí, es verdad.

De todos modos, Elin no pudo evitar pasar los dedos por uno de los cojines. ¡Error! Sintió un cosquilleo en la piel, y calor, y deseó más. Se ruborizó. No era buena señal que su atracción también abarcara las cosas de Thane.

—¿Qué te hizo Thane? —le preguntó a Bellorie. Su infracción había sido leve—. ¿Y cómo lo averiguó?

«Así puedo ser doblemente cuidadosa con mis propios secretos».

—¿Por el aura, tal vez? Él se guarda el cómo, para que no podamos aprovecharnos del conocimiento de sus métodos. Y yo tuve suerte. Solo me echó un discurso de una hora —respondió Bellorie, y comenzó a imitar a Thane—: «En algunas culturas, arpía, les cortan las manos a quienes cometen un delito como el tuyo, bla, bla, esto no es un debate, bla, bla, bla…».

Elin se echó a reír, pero, al mismo tiempo, se estremeció.

—Desde entonces —continuó Bellorie—, siempre culpo a los hombres de mis delitos. Y me ha dado buen resultado.

Llegaron ante la primera puerta que había al final de un largo pasillo. Bellorie entró en la habitación, y Elin la siguió de mala gana. Adrian esperó fuera. ¿Para evitar la tentación?

El aire olía a sexo, y Elin arrugó la nariz. Sintió una punzada de dolor en el pecho. No estaba preparada para eso; cuando había visto a Thane, olía tan bien como siempre.

«Olvídalo», se dijo. Encontró más lujo, un lujo que nunca hubiera creído posible. Había piedras preciosas incrustadas en las paredes, y la cama estaba cubierta de seda y terciopelo.

Una cama que, en aquel momento, estaba destrozada, como si hubiera habido un terremoto. La rubia estaba en el centro, magullada y golpeada, hecha un ovillo. A Elin se le cortó la respiración, y apretó los puños de rabia.

—Vamos —le dijo Bellorie, y tiró de ella hacia el interior de la habitación.

¿Qué era, exactamente, lo que le había hecho Thane a la chica?

—¿Le ha pegado? ¿Por qué? ¿Cómo es posible que él…?

—A ellas les encanta —le aseguró Bellorie, mientras tomaba un tubo de pomada del primer cajón de la mesilla y se la aplicaba a la chica en las muñecas y los tobillos—. Él nunca les hace nada que ellas no le hayan pedido, te lo prometo.

¿Cómo podía saberlo con tanta seguridad? ¿Acaso Bellorie había…?

No, pensó Elin, y sus celos se aplacaron al instante. Él le habría prohibido que volviera a entrar en el club, ¿no?

Bellorie le dio un empujoncito hacia un armario.

—Sé buena y saca un albornoz para nuestra querida invitada.

Elin obedeció, y se encontró que el armario estaba completamente lleno de albornoces de todas las tallas, aunque ninguno lo suficientemente grande como para que Thane pudiera ponérselo. Así pues, eran albornoces para sus conquistas.

Un recuerdo que ellas podían llevarse a casa.

La atracción que sentía por él sufrió otro duro golpe.

Pero… No podía ser el mismo hombre que le había tomado las manos y las había mirado como si fueran algo bellísimo, a pesar de las cicatrices. Como si quisiera matar al culpable.

Tal vez ella solo hubiera visto lo que quería ver… Se sentía muy disgustada con él, y consigo misma también.

Le entregó el albornoz a Bellorie, y la chica vistió a la arpía y la ayudó a levantarse. Elin se acercó para servirle de segunda muleta.

—Espera. Mis joyas —dijo la arpía, con la voz ronca.

Bellorie tomó un collar de diamantes y un par de pendientes a juego de la mesilla de noche, y se lo metió todo en el bolsillo del albornoz.

—Muy bien, ya está todo.

¿Thane pagaba a sus amantes? ¿Para que lo que hacía no resultara tan reprobable?

Elin apenas sentía ya atracción por él.

Entre las dos, pudieron sacar a la arpía de la habitación y llevarla hasta el ascensor. Después, la acompañaron a la salida del club.

Allí, la chica se tambaleó, y se volvió hacia ellas.

—Decidle a Thane que… quiero… más… Tengo que volver…

—Claro, claro —respondió Bellorie—. Quieres estar más con él, te morirás si no puedes estar con él. Ya lo entiendo. El problema es que él ya te ha olvidado, y te lo estoy diciendo para ahorrarte disgustos.

Las puertas se cerraron, y la desconcertada arpía quedó fuera. Bellorie miró a Elin con lástima.

—Te lo dije. A ellas les encanta. Todas las veces pasa lo mismo. Es solo más tarde, cuando empiezan a odiarlo y a despotricar, pero sospecho que es porque todavía lo desean.

«Yo no. Yo, nunca».

Y, sin embargo, una parte de su alma echaba de menos al Thane que ella había imaginado, al hombre que debía de haberse inventado. Al príncipe azul. Al héroe.

Siempre había que mirar más allá de las apariencias.

El problema era que su cuerpo seguía deseándolo. Su cuerpo no entendía la diferencia entre bueno para Elin, malo para Elin. Solo se guiaba por las sensaciones.

Pues bien, tendría que controlarlo.

Y había otras formas de satisfacer aquellos deseos… con otro hombre.

En cuanto se le pasó aquella idea por la mente, cabeceó. No. Por supuesto que no.

«Por supuesto que sí», le dijo una vocecita, la voz de una tentación que llevaba días creciendo, esperando el mejor momento para apoderarse de ella. «Todo tu cuerpo está despertando y recordando lo que es recibir besos y caricias. Recordándolo… y anhelándolo. Necesitas un hombre».

Elin se odió a sí misma por pensar aquello. Era como perdonarse el papel que había representado en la muerte de Bay. Peor aún, era como decirse que ya había sufrido suficiente.

No era cierto.

«Tener un amante no tiene por qué significar nada, solo satisfacer un deseo».

No.

«Tal vez el sexo pueda ser otro tipo de castigo. Claramente, Thane lo considera así».

Vaya, la tentación estaba tocando un punto débil.

«Me merezco el castigo».

Tragó saliva mientras se imaginaba lo que iba a ocurrir si no hacía nada. La tensión de su cuerpo iría en aumento, se intensificaría cada vez más, y ella terminaría por arrojarse en brazos de alguien… en brazos de Thane.

Pasara lo que pasara, iba a caer en la tentación, ¿no?

Lo mejor sería tener un amante en aquel momento, cuando todavía tenía algo de control… Y podía obligarse a odiarlo.

Sí.

Respiró profundamente; el sentimiento de culpabilidad la envolvió como una capa de hielo. ¿A quién debería elegir?

¿A alguien como Bay?

Alguien tierno, feliz, divertido. Sin embargo, de ese modo le estaría dando a un tipo sin nombre y sin cara algo que no podía darle a su difunto marido. Afecto y atención.

No. Eso no podía ser así.

Tendría que elegir a alguien duro y difícil.

¿Alguien como Thane?

¡No! Eso no era una opción. Él era el motivo por el que se encontraba en aquella situación, sí, pero no era una opción. Tendría que elegir a alguien como Thane. Tal vez, a un cliente del bar.

Como Merrick, el rompecorazones.

Sí. Él podía servirle.

En realidad, Merrick sería perfecto. Así pues, la próxima vez que la banda fuera a tocar al bar…

Cerró los ojos para contener el remordimiento que sentía. Realmente, iba a hacerlo. Iba a acostarse con otro hombre.

«Lo siento, Bay. Te quiero, y te echo de menos. Cuando lo haya hecho, cuando todo haya terminado, nunca más volveré a hacerlo. Las cosas volverán a ser como antes».

 

 

Thane miró a Zacharel con incredulidad.

—Vamos a ver si te he entendido bien. ¿No vas a echarme de los cielos, y no vas a obligarme a que deje en libertad a los fénix que tengo… a mi cuidado?

—Exacto.

Thane se quedó asombrado.

Su líder estaba al borde de la enorme nube sobre la que descansaba su hogar, observando con sus brillantes ojos verdes el mundo humano, las vidas humanas que discurrían bajo él. El viento sacudía su pelo negro y le azotaba las mejillas. A su espalda se arqueaban unas gloriosas alas de oro, muestra de su alto estatus en el mundo celestial.

En los cielos había una jerarquía muy clara. El Más Alto. Clerici. Los Siete de la Elite, entre los que estaba Zacharel. Y, después, todos los demás.

Desobedecer el mandato de Zacharel era exponerse a la expulsión de los cielos, y Thane lo sabía. Sin embargo, lo había hecho. ¿E iba a ser perdonado?

Miró a Bjorn y a Xerxes. Ellos estaban tan desconcertados como él.

—Sé que Clerici permite la venganza —dijo Zacharel—. También sé que eso viola el código ético del Más Alto, y que tendrá consecuencias espirituales para todos nosotros.

Sí. Pero el Más Alto no iba a impedirle a Clerici que hiciera lo que quería hacer; todos ellos tenían libre albedrío. Y, sin embargo, cada acto que iba en contra de sus reglas alejaba más y más a los Enviados de su protección.

—La fénix te esclavizó —prosiguió Zacharel—, y tú estás autorizado a vengarte.

—Sí —dijo Thane. Y se vengaría. Una y otra vez.

Su líder no había terminado.

—Y yo estoy autorizado a castigarte.

—¿Y qué vas a hacer?

Zacharel suspiró.

—Koldo recibió latigazos por encerrar a su madre. ¿Qué clase de líder sería yo si perdonara a otro de mis guerreros, aunque sea mi segundo al mando, un crimen semejante? Por lo tanto, recibirás un latigazo por cada guerrero que estés torturando en tu patio.

¿Eso iba a ser su castigo?

—Muy bien.

No permitiría que Zacharel se diera cuenta de lo mucho que iba a disfrutar. Controlaría la reacción de su cuerpo. De algún modo.

—¿No vas a liberarlos voluntariamente?

—No.

—¿Aunque sepas que vas directamente hacia el desastre?

Aunque lo supiera. Un día, el rey del clan Pájaro de Fuego regresaría a su campamento y lo encontraría desierto. Oiría hablar del macabro patio de Thane, e iría en su busca. Habría una batalla espantosa, pero él no iba a soltar a sus cautivos ni siquiera entonces.

«Y pondrás en peligro a todos los que están a tu alrededor».

No quería que eso le importara. Quería seguir sintiendo la misma indiferencia que antes.

Pero… ¿y si Bjorn o Xerxes resultaban heridos?

«Son fuertes. Pueden cuidarse a sí mismos».

¿Y Elin? Aquella humana tan frágil se había convertido en su responsabilidad. Al contrario que sus amigos, ella no iba a recuperarse si los fénix la quemaban viva, y ese era su método preferido para terminar con alguien de otra raza.

«Pero ella no es nada. No significa nada para mí».

Notó un sabor amargo y repugnante en la boca. Aquel sabor era la indicación de una mentira. Apretó los dientes; se sentía confuso e irritado.

«Ella no significa nada».

El sabor repugnante aumentó.

—Acepto los latigazos —dijo.

Zacharel asintió con gravedad.

—Muy bien.

«Dejadnos», les dijo a Xerxes y a Bjorn por telepatía. No quería que sus amigos lo vieran. Ya habían presenciado suficientes torturas.

Sin embargo, los dos negaron con la cabeza. Iban a quedarse. Iban a verlo. Iban a apoyarlo.

—Yo también estoy tomando parte en esto —dijo Xerxes—. Así que también acepto los latigazos.

—Y yo —dijo Bjorn.

—No.

—Sí —dijeron ellos, al unísono.

Thane se sintió muy culpable. Ellos no eran como él. Ellos no hallaban consuelo en el dolor, y ya habían sufrido demasiado cuando Thane no podía ayudarlos. No podía permitir que sufrieran un castigo que él merecía y ellos no.

«No hagáis esto», les rogó.

«Ya está hecho», respondió Xerxes, agitando las alas con determinación.

«Juntos hasta el final», dijo Bjorn.

Sus dos amigos se quitaron la parte superior de la túnica a la vez, le dieron la espalda a Zacharel, y se pusieron de rodillas.

Thane cerró los ojos. Debería permitir que los fénix se marcharan. Debería…

Pero no podía hacerlo.

Muy bien.

Hizo lo mismo que Bjorn y Xerxes, y extendió las alas. Él fue el primero en recibir el castigo; el cuero le arrancó la piel de la espalda y le dañó las alas y, después, lo despellejó.

Cualquier placer que pudiera haber sentido se desvaneció durante el turno de Bjorn y el de Xerxes. Ninguno de los dos reaccionó de ninguna manera, pero Thane se estremeció con cada uno de los golpes.

—Bien. Ahora, al grano —dijo Zacharel, después de que se hubieran vestido, como si no hubiera ocurrido nada. Entonces, señaló hacia los coches que circulaban por las carreteras que había debajo de ellos—. Hace unos días, la misma fénix que mató a la amada concubina del rey Ardeo mató también a Blanco, la hija de William, el Libidinoso o el Cachondo.

Thane se concentró. William era un inmortal de orígenes dudosos. Un hombre que no tenía lealtad hacia nadie, ni conciencia, pero sí tenía un gran poder. Thane sentía admiración por él, puesto que William vivía la vida tal y como él hubiera querido vivirla: sin lamentarse, sin arrepentirse de nada.

—La asesina se llamaba Petra —continuó Zacharel—. Digo «se llamaba», porque William y sus tres hijos se aseguraron de que no se regenerase.

—¿Cómo?

—Todavía no estoy seguro —dijo Zacharel, y suspiró.

El resto de la información la transmitió telepáticamente, quizá porque no quería que una brisa se llevara las palabras y se creara el pánico general.

«La hija de William, Blanco, era la encarnación de la obediencia y, cuando murió, su espíritu se rompió en mil pedazos. Los pedazos llovieron por todo Nueva York e infectaron a todos los humanos sobre los que cayeron. Los demonios usaron esa obediencia en su provecho, y poseyeron con más facilidad los cuerpos humanos. Ahora, la tasa de crímenes ha aumentado mucho, y el Más Alto me ha hecho saber que uno de los demonios que mató a Germanus está utilizando esa violencia como tapadera, intentando ocultar su ubicación».

«¿Y qué quieres que hagamos?», preguntó Bjorn.

Todos los miembros de un ejército podían comunicarse de aquella forma; todos estaban unidos por aquellas autopistas mentales. A Thane nunca le había gustado, porque solo quería tener aquella unión con Bjorn y con Xerxes. Porque, si su voz podía viajar por aquellas carreteras, también podían hacerlo sus pensamientos. Sus recuerdos. Y nadie tenía derecho a conocer sus secretos.

«Quiero que vayáis a Nueva York y cacéis al demonio», dijo Zacharel.

«¿Y cómo vamos a hacerlo?», inquirió Xerxes. «¿Tenemos que entrar al azar en casas y negocios, con la esperanza de tener suerte?».

Thane se pasó una mano por la cara.

«¿El Más Alto no dio más detalles?», preguntó.

Zacharel hizo un gesto negativo.

«Puedo deciros que el mal siempre deja rastro. Encontrad el inicio, seguidlo, y así encontraréis el final».

Parecía muy fácil, pero Thane sabía que no iba a serlo. Nunca era fácil. Sin embargo, sus amigos y él perseverarían.

—Koldo, Axel, Malcolm, Magnus y Jamilla ya están allí, esperándoos.

Thane arqueó una ceja.

—¿Esperando, y no cazando?

—Me di cuenta de que había cometido un error al enviar a mi gente a diferentes lugares. Eso debilitaba nuestros esfuerzos. Así pues, a partir de este momento vamos a trabajar juntos. Nos concentraremos en cazar, uno tras otro, a los seis demonios que mataron a Germanus. Cuando hayamos terminado con el primero, iremos por el segundo, y así sucesivamente.

El efecto bola de nieve. Una victoria prepararía a todo el mundo para la siguiente.

Sabio.

Zacharel frunció el ceño, y ladeó la cabeza.

—Vamos, marchaos. Los otros han caído en una emboscada, y están en medio de un combate.