Capítulo 20

 

Elin se incorporó de golpe, desorientada. Miró a su alrededor. Una habitación espaciosa, paredes desnudas. Una ventana por la que entraba el sol brillante de la mañana. Poco mobiliario. Una cama vacía, salvo por su presencia.

La habitación de Thane. La que él nunca había compartido con otra mujer. Y que tampoco había compartido con ella. ¿Dónde estaba?

Recordó su comportamiento de la noche anterior y se tapó la cara con las manos, gruñendo. Le había pedido a Thane que fuera su amante, y él había accedido, ¿no? Pero, después, se había marchado diciendo que no quería estar con ella y, claramente, se había marchado enfadado.

¿Seguía deseándola?

Tal vez no. ¿Y ella? ¿Seguía deseándolo a él?

Recordó sus ojos azules y su sonrisa llena de picardía. Sus gloriosas alas. Sus abdominales marcados. Su enorme pantalla panorámica.

Y no tuvo que estrujarse demasiado el cerebro para enumerar el resto de sus atributos: la fuerza, la dulzura que solo reservaba para ella, la inteligencia, el instinto protector, y una vulnerabilidad que intentaba, pero no conseguía, ocultar. Una ferocidad salvaje tanto dentro como fuera del campo de batalla.

Así pues, ¿de veras necesitaba pensárselo? No.

Todavía deseaba a Thane. Con todas sus fuerzas.

Se levantó para ir a buscarlo. Entró en el baño y se desnudó para lavarse. Thane debía de haber previsto sus necesidades, porque había dejado un cepillo de dientes, pasta dentífrica, jabón y algunos cosméticos, además de ropa que debía de haber tomado de su habitación.

¿Habría elegido las prendas personalmente, o había enviado a alguien a hacerlo?

Después de darse una ducha rápida y secarse el pelo, se vistió. Una camiseta blanca, unos pantalones vaqueros y un conjunto de ropa interior rojo, con encaje. Bien, parecía que era él quien había elegido la ropa, puesto que el color del sujetador iba a verse a través de la camiseta, pero un hombre nunca habría tenido eso en cuenta. O tal vez lo hubiera elegido por esa misma razón.

—¿Por qué te has vestido? —preguntó alguien, a su espalda.

Elin se giró. Estuvo a punto de parársele el corazón al ver a Thane en el umbral de la puerta. Sus ojos estaban llenos de fuego, como si estuviera furioso. Tenía las alas plegadas a la espalda, y llevaba una túnica brillante. Estaba despeinado; tenía los rizos rubios encrespados, como si se hubiera pasado las manos por el pelo una y otra vez.

—Tú… —dijo ella, temblando de deseo—. La ropa era…

—Era para luego. Para después.

—Pero… si anoche me rechazaste.

—Estabas borracha, y no es así como te deseo. Desnúdate —le ordenó.

Así pues, Thane no estaba furioso, sino que ardía de necesidad sexual.

Pero… ¿iba a ocurrir en aquel momento?

—Yo… —murmuró ella, sin saber lo que iba a decir.

Aquello debió de ser suficiente, porque él dio un paso hacia ella, como si fuera un depredador. Y, por una vez, Elin se alegró de ser la presa.

Él la besó con una intensidad salvaje, y la llevó, en un solo latido, del deseo a la pasión ardiente.

Sí, aquello estaba sucediendo. No, no iban a parar en aquella ocasión. Iban a llegar hasta el final. Iba a ser salvaje, terrenal, animal.

—Te dije que no iba a hacerte daño, y no voy a hacerlo —murmuró él, mientras recorría su cuello con los labios, con la lengua y la respiración caliente—. Pero no puedo hacer las cosas con delicadeza, Elin. Estoy demasiado desesperado. He esperado demasiado. Llevo semanas pensando en cómo iba a tomarte, y en lo que iba a sentir, en cómo iba a verte y a escucharte. Y anoche fue la peor noche de todas. O la mejor… Necesito estar dentro de ti.

Mientras hablaba, iba caminando hacia delante, obligándola a caminar hacia atrás, hasta que ella tocó con la espalda la pared del baño.

Quedó aprisionada entre un muro de ladrillo y una montaña de músculos.

—No quiero delicadeza —respondió ella, mientras le rodeaba el cuello con los brazos y le acariciaba el pelo—. Solo te deseo a ti.

—Entonces, me tendrás —dijo él, y le rasgó la cintura de los vaqueros. El pantalón cayó al suelo—. Sácatelos de los pies.

Elin notó el aire frío en la piel mientras obedecía.

Después, él le sacó la camiseta por la cabeza y enrolló un mechón de su pelo en su puño, para hacerla inclinar la cabeza hacia atrás. Entonces, la besó.

Elin sospechó que él estaba a punto de perder el control. Nunca la había dominado con tanta intensidad, pero a ella no le importó; por el contrario, le gustó. Más que eso. Le provocó una tensión que se le enroscó en el vientre, lista para saltar en cualquier momento.

—Thane —jadeó.

Él le mordió suavemente los labios, y ella tuvo otra descarga de placer que le recorrió el cuerpo.

«¿Cómo puedes disfrutar de esto? ¿Cómo puedes traicionar a Bay?».

La sorpresa hizo que se separara bruscamente de Thane. La culpabilidad intentó apoderarse de ella, pero Elin se resistió. ¿De dónde habían salido aquellos pensamientos?

—Lo siento. Lo siento. Es que…

Él la tomó de la barbilla.

—Mírame, kulta.

Ella lo miró a los ojos. Thane tenía una expresión de deseo; sus ojos estaban medio cerrados, y sus labios, enrojecidos e hinchados por los besos.

—Solo estamos tú y yo. Aquí, ahora. En este momento.

«Exacto». No había sitio para emociones que no deseaba.

—Así… —murmuró él, y bajó la cabeza. En aquella ocasión, y pese a lo que le había advertido, la besó con delicadeza para devolverle la pasión poco a poco. Sus lenguas danzaron juntas, y él la saboreó y la domesticó. Elin se derritió contra él; de repente, sus huesos eran blandos, líquidos.

—¿Con quién estás? —preguntó él.

—Contigo. Con Thane.

—Sí, eso es.

Ella le acarició el arco de las alas con los dedos, y él inclinó las puntas hacia sus piernas y le rozó las pantorrillas. Aquello le puso el vello de punta.

Él le tomó los pechos y se los acarició. A ella se le endurecieron los pezones, y él pasó las yemas de los pulgares por encima de los picos…

—Thane —susurró Elin. Aquella seducción lenta era más de lo que podía soportar—. Quítate la túnica. Necesito notar tu piel contra la mía.

Su urgencia debió de ser contagiosa, porque él respondió al instante; tiró del cuello de la túnica, y la tela se dividió en dos y cayó al suelo, dejándolo completamente desnudo.

«Oh, Dios Santo». Era magnífico. Sus músculos y su piel eran perfectos. La anchura majestuosa de sus hombros hizo que se sintiera protegida y segura. Y su miembro no solo tenía un piercing, sino doce. Eran barras plateadas, que formaban una espléndida línea desde la base hasta el extremo.

—No vas a caber en mi cuerpo —dijo, con la voz enronquecida, y estuvo a punto de sonreír.

—Claro que sí —respondió él con determinación.

 

 

Thane se deleitó con la admiración que apareció en la mirada de Elin, y en los pensamientos que podía oír, casi reverenciales. «Magnífico. Perfecto. Majestuoso. Glorioso».

Mientras disfrutaba de aquellos susurros cálidos, él también la observó a ella. Su belleza siempre le causaba asombro, pero no era eso lo que alimentaba su deseo. Era ella. Todo lo que era Elin. Sus necesidades ya no giraban en torno al qué, sino a quién. Necesitaba sus caricias. Su sabor. Sus gemidos. Su calor. Su humedad. Su… todo.

—Mi pobre kulta —dijo, suavemente, mientras pasaba un dedo por el centro de su pecho, sobre el enorme hematoma negro y azul, que estaba empezando a aclararse. Se estaba curando más rápidamente de lo que hubiera podido cualquier otro humano. Él nunca habría pensado que iba a alegrarse de que ella tuviera sangre de fénix, pero eso era exactamente lo que le ocurría.

—Si ese pedrusco te hubiera hecho más daño, lo habría dejado reducido a polvo.

Ella se rio, y su risa estaba llena de deseo. Fue como una caricia que le hechizó.

—Qué dulce eres.

No era dulce; tan solo había dicho la verdad. Le había gustado mucho verla jugar, y comprobar que era muy valiente enfrentándose a oponentes mucho más fuertes que ella. Y, sobre todo, le había gustado que no se rindiera. Sin embargo, el disfrute que había sentido al verla reaccionar no podía compararse a su empeño en protegerla y defenderla.

—Ya me tienes desnudo —le dijo—. Y ahora, ¿qué?

—Ahora, tú me das lo que me has prometido.

—Exacto.

Thane bajó la cabeza y le dio un ligero beso entre los pechos, en el hematoma. Aquel contacto hizo que Elin gimiera suavemente. Él se acercó, lamiéndola, hasta el pezón, y apartó el sujetador con la barbilla.

Unos pezones preciosos, perfectos, lo saludaron.

Él succionó. Ella gimoteó.

—Mis nuevos juguetes favoritos —murmuró Thane.

—Sí. Son tuyos —dijo ella, y bajó la mano hasta su miembro—. Pero esto es todo mío.

Él mordió, delicadamente, aunque ya tenía que esforzarse por mantener el control. Con su vínculo, percibía los latidos de sus emociones; Elin estaba tan desesperada por él como él por ella, y saberlo le afectaba tanto como sus caricias.

«No voy a durar», pensó.

«Sí, tienes que hacerlo».

Aquello iba a durar.

Y durar.

Y, cuando terminara, ella sabría que le pertenecía. Que tenía que estar a su lado.

No había ninguna otra cosa que pudiera ser aceptable.

 

 

Elin pasó el dedo pulgar por el extremo de la erección de Thane, acariciando la punta húmeda, antes de fijarse en las barras que había debajo. Thane empujó contra su mano, gruñendo. La sujetó por la cintura, con fuerza, y succionó su pezón con tanta fuerza que ella gritó.

—¿Más suave? —susurró él.

—No. Por favor, no.

De un tirón, él le abrió el broche del sujetador y liberó sus pechos por completo. Trazó un camino húmedo de besos hasta el otro pezón y, cuando lo alcanzó, comenzó a lamerlo una y otra vez, enviándole descargas de placer a Elin por todo el cuerpo. Sus labios suaves la acariciaban; su lengua ardiente la abrasaba.

Su deseo aumentó tanto que todo se amplificó en un instante. Las sensaciones, el calor, las emociones… y eso la asustó. Cuanto más le daba Thane, más quería ella. Arqueó las caderas contra las de él, sin poder evitarlo, buscando contacto, presión, algo. Cualquier cosa.

—Thane —jadeó.

—¿Es esto lo que deseas, kulta? —preguntó él.

Le apartó la mano de su miembro y le sujetó el brazo por encima de la cabeza. Entonces, le apretó la erección entre las piernas.

—Sí. Entra dentro de mí —le ordenó.

—No, todavía no. Lo deseas, pero no estás hambrienta —respondió él.

Le alzó también el otro brazo, y le sujetó ambas muñecas con una mano, obligándola a arquear el torso, de modo que sus pechos se alzaron para él. Era como un bondage y, sin embargo, a Elin le encantó. Le encantó estar en aquella posición vulnerable, para él. Solo para él. Le encantó que todas las partes de su cuerpo estuvieran disponibles para su boca, para sus manos y su cuerpo.

—Estoy hambrienta, te lo prometo. Desesperada.

—Hay mil cosas diferentes que quiero hacerte —dijo él, y le separó las piernas con el pie—. Esto es solo el principio.

—Pero es que yo me estoy muriendo por el final…

—Deja que te ayude a disfrutar del viaje —respondió Thane. Bajó la mano por su vientre, y metió un dedo en su cuerpo. Ella gimoteó—. Ya estás muy húmeda —le dijo él—. ¿Sabes lo feliz que me hace tener esta miel solo para mí? —y le susurró al oído—: Me acuerdo de lo bien que sabe. Nunca lo olvidaré.

Aquellas palabras la excitaron aún más. Se derritió por dentro.

—Al sofá —ordenó, al recordar lo que él le había dicho una vez.

—No. Eres demasiado ceñida como para que pueda tomarte en esa postura.

—Entonces, déjame hacerte lo otro. Suéltame las manos. Yo me pondré de rodillas y…

Él gimió y la interrumpió.

—Algún día. Pronto —dijo, y le mordisqueó los labios—. Hoy voy a penetrar en tu cuerpo lentamente, profundamente, y no puedo hacerlo si me has tomado en tu boca.

Ella sintió la tensión de Thane, su poder, y se deleitó al comprender lo que quería decir: aquella primera vez era importante. Si a ella no le gustaba, él nunca podría perdonárselo, y no volvería a tomarla.

—Cariño, hagamos lo que hagamos, me va a dejar alucinada, y…

Él volvió a besarla antes de que pudiera terminar la frase. La besó con dureza, profundamente y, al mismo tiempo, metió un segundo dedo en su cuerpo y lo separó del primero, extendiéndola, quemándola. Pero… el placer superó con mucho al dolor, y ella devoró su boca.

Fuera. Dentro. Aquellos dedos la estaban poseyendo.

—¿Cuánto tiempo ha pasado para ti? —le preguntó Thane, entre dientes, sin dejar de mover los dedos.

—Más de un año.

Ella apenas pudo pronunciar las palabras.

La tensión aumentó. El calor ya no le resultaba incómodo, sino placentero. Las manos de Thane eran calientes, maravillosamente ardientes, y ella acumuló más y más temperatura; estaba a punto de estallar.

—El calor… es demasiado.

—¿No lo habías sentido nunca?

—No.

—No lo lamentes —le dijo él, con un ronroneo de aprobación, y lamió sus labios—. No te resistas, kulta. Déjalo fluir, o te harás daño a ti misma.

¿Qué era lo que tenía que permitir? Tal vez… tal vez el calor no proviniera de sus manos, sino de sí misma. Le cayeron gotas de sudor por la frente y por la nuca.

Dentro. Fuera. Lentamente. Era un tormento. Él apretaba la palma de la mano contra ella y le causaba una agonía dulce. Dentro. Fuera.

Él lamió su cuello ladeado, y ella inclinó aún más la cabeza para facilitárselo. Entonces, Thane le dio un mordisco, no lo suficientemente fuerte como para hacerle daño, pero sí como para que sus músculos se contrajeran, y, cuando eso sucedió, él introdujo el tercer dedo.

Y Elin se deshizo en mil pedazos. Gritó y gimió por la fuerza de la sensación. Todos los nervios de su cuerpo se transformaron en cables de alta tensión, y vibraron.

—Maravilloso —dijo él, con la voz ronca—. Elin, te necesito ahora. Dime que estás lista.

Ella pestañeó y abrió los ojos. Vio el rostro de Thane; sus rasgos estaban muy tensos, y tenía la piel enrojecida a causa de una fiebre que solo tenía una cura.

—Sí, estoy lista —respondió ella, entre jadeos.

Él le rasgó las bragas y la levantó del suelo.

—Rodéame con las piernas.

Ella lo hizo; se abrió para recibir su invasión. Él agarró la base de su miembro y puso el extremo en la abertura del sexo de Elin.

—Sé que puedes adaptarte —susurró Thane, e insertó un centímetro en su cuerpo.

Su miembro era más grueso que sus dedos y, al instante, ella se expandió. Estaba tan húmeda que él pudo avanzar algunos centímetros más.

—Sentirte así es maravilloso, kulta. Tan dulce… —murmuró él, y avanzó un poco más—. Muy pronto voy a estar dentro de ti, y ni siquiera podrás respirar sin sentirme a mí…

—Thane —gimió Elin. Metió los dedos entre su pelo, y lo atrajo hacia sí para besarlo. Mientras sus lenguas se movían la una contra la otra, él conquistó más distancia en su cuerpo, y ella dejó de sentir incomodidad. Lo necesitaba. Lo necesitaba por completo. Necesitaba el éxtasis y el dolor—. Vamos, dámelo todo.

Thane no necesitó más ánimos. Con una poderosa embestida, la llenó por completo. Ella gritó de alegría y de satisfacción al sentir cosas que no pensaba que iba a sentir de nuevo. Las sintió con Thane, porque eran uno. Él se había convertido en parte de sí misma. Sus cuerpos vibraban juntos.

Aquella idea satisfizo a su mente, casi tanto como satisfizo a su cuerpo.

Él dio un paso atrás y se giró, sin soltarla, permaneciendo en su interior. Aquel movimiento hizo que toda su longitud friccionara sus sensibles paredes internas, y a Elin se le escapó un jadeo. Él se sentó, con la espalda apoyada en la bañera, para que ella quedara a horcajadas sobre él. Era una posición de dominio para ella. Una posición que, seguramente, Thane nunca le había permitido adoptar a nadie.

—Vamos, muévete sobre mí. Tómame como tú desees.

Ella se sintió poderosa. Quería más poder, y más placer. Thane era una fuente de placer, y ella bebió ávidamente.

—Gracias —le dijo.

Apoyó el peso del cuerpo en las rodillas y elevó el cuerpo… se mantuvo inmóvil unos segundos, y dejó que aquel dulce tormento aumentara… hasta que volvió a bajar, con fuerza.

Él emitió un silbido bajo, como si todas aquellas sensaciones fueran demasiado intensas como para poder soportarlas; y, sin embargo, alzó las caderas para hundirse en su cuerpo por completo, aumentando la fricción de sus piercings en el interior de Elin. Lo que había comenzado como un susurro de placer se convirtió en una marea de éxtasis; las barras la golpeaban justo en los lugares más apropiados, una y otra vez.

—Ven aquí —le ordenó él, con la voz ronca—. No he acabado con tu boca.

No esperó a que ella obedeciera, sino que la tomó de la nuca y la atrajo hacia sí. Sus lenguas se entrelazaron mientras le pellizcaba los pezones. Cuando ella se elevó de nuevo, él agachó la cabeza y cambió los dedos por la boca, y lamió cada uno de sus pechos con la lengua. Era demasiado. Demasiado, pero no suficiente… y Elin, temblando, volvió a deslizarse sobre él.

—¿Todavía tienes hambre, kulta?

—Sí, oh, sí.

—Eso no puede ser.

Él metió la mano entre sus cuerpos y le acarició el clítoris.

El calor estalló y se convirtió en miles de estrellas fugaces en su interior. Elin echó la cabeza hacia atrás y emitió un grito de satisfacción. Mientras su cuerpo temblaba, ella ciñó los muslos a su cintura. Solo cuando las llamas, por fin, se apagaron, y su respiración se calmó, relajó las piernas y se desplomó contra él.

Pero Thane permaneció endurecido como una roca, dentro de su cuerpo.

—Todavía no hemos terminado.

La separó de él, lo suficiente para poder girarla y situarla sobre el suelo, delante de su cuerpo, apoyada sobre las rodillas y las manos. Elin estaba lista para aquello, y él, desesperado por continuar. Volvió a hundirse en su cuerpo, y las barras de su miembro acariciaron a Elin en sitios nuevos. Todo su deseo despertó de nuevo, con fuerza, en un instante.

Ella miró hacia atrás, y, de repente, se quedó asombrada por la belleza de Thane. Él tenía la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, los labios separados. Estaba perdido en ella, en el placer que estaban creando juntos.

Su corazón se hinchó de felicidad.

Él tomó lo que quería, y le dio lo mismo. Los sació a ambos con un deseo visceral que no podía controlar. Era lo que él había temido, pero lo que ella había deseado más.

—¡Sí! —gritó—. Más, por favor, más.

Él embistió una y otra vez, cada vez con más fuerza y más rapidez, y ella disfrutó de todos y cada uno de los puntos de contacto entre sus cuerpos. Por fin, volvió a deshacerse de placer, y su cuerpo se contrajo alrededor del de Thane.

En aquella ocasión, él la siguió, gruñendo cuando acometió por última vez.

Después, se desmoronó sobre ella, y Elin perdió el equilibrio y cayó al suelo. Sin embargo, justo antes de que se golpeara, él tiró y cayó de espaldas, con ella sobre el pecho. La abrazó con fuerza.

Cuando su pulso recuperó el ritmo normal, él la limpió, la tomó en brazos y la llevó a la cama. Ella quería disfrutar de aquella paz con él, y hablar. Sin embargo, no tuvo energías.

Aunque nunca había creído que podría volver a ser feliz, lo era. Y el responsable de aquella felicidad era un hombre a quien ella solo había creído apropiado para una aventura pasajera.

Los milagros ocurrían de verdad.

 

 

Los hábitos de varios siglos, olvidados por completo.

Thane siempre había pensado que aquello era imposible; sin embargo, había experimentado un éxtasis sin el horror y la culpabilidad que siempre lo acompañaban.

Era maravilloso.

Era terrible.

Todo el curso de su vida había cambiado, y no sabía cómo continuar.

Elin debió de notar aquel cambio en su ánimo: de satisfecho a inseguro. Se movió, y murmuró:

—¿Cuándo te hiciste los piercings? ¿Y por qué? No parece que vaya contigo.

¿Acaso quería distraerlo?

—Hace cincuenta años. Me los hice para sentir dolor, cosa que iba mucho conmigo —dijo él, e hizo una pausa—. ¿Los sientes dentro de ti?

—Sí —admitió ella, tímidamente.

—¿Y te gusta?

Elin lo miró a los ojos.

—Tanto, que me asusta.

Quizá él no estuviera solo en aquello. Quizá ella también estuviera muy confundida.

Thane entrelazó los dedos detrás de su cabeza. Todavía le ardían las palmas de las manos. Al principio, había pensado que el calor provenía de Elin; y, en parte, era así. Ella era una mestiza con capacidades inmortales latentes, y su temperatura siempre aumentaría con la excitación. Cuanto más estimulada estuviera, más ardiente se volvería.

Era terrible por su parte, pero a Thane le encantaba que ella le hubiera dado algo que no le había dado a su marido.

Sin embargo, se había dado cuenta de que él también había irradiado calor; se quedó asombrado al ver que la piel de Elin brillaba suavemente y tenía un color azulado. Al cabo de tantos siglos de vida, su esencia se había liberado por fin.

Aquella sustancia química salía por los poros de los Enviados cuando querían marcar su territorio y advertirles a los depredadores que no se acercaran. Como los perros. Parecía algo apropiado.

Algunos Enviados la producían desde su nacimiento. Otros la desarrollaban después de llegar a la inmortalidad. Otros necesitaban que en su vida tuviera lugar un punto de inflexión que la produjera. Él debía de estar en aquel último grupo, porque Elin le había cambiado la vida, y aquella era la primera prueba.

Thane siempre había pensado que podría elegir el momento en que aquello iba a ocurrir, pero había sucedido involutariamente. Estaba entusiasmado por haber marcado a Elin, pero también se sentía inseguro. El tiempo transcurría. No habían solucionado su futuro. Ella no le había prometido que fuera a quedarse, y todavía estaba decidida a dejarlo.

—Te has puesto tenso —dijo ella, con una incertidumbre que le encogió el corazón a Thane.

¿A él? ¿Encogérsele el corazón?

Elin tragó saliva.

—¿Ya te arrepientes? —le preguntó.

No podía contarle la verdad. Porque, en cierto modo, sí se arrepentía. Ella era para él. Su única mujer. Lo que habían hecho había reforzado sus vínculos. Y, sin embargo, aún podía perderla.

—¿Y tú? ¿Te arrepientes? —le preguntó.

Ella permaneció en silencio.

—Acabas de responder a mi pregunta con otra pregunta —dijo, por fin—. Y sé lo que significa eso. Sí te arrepientes, pero no tienes agallas suficientes para reconocerlo.

—Elin…

—Creo… que me voy a mi habitación. No, no intentes detenerme —dijo ella, y soltó una amarga carcajada—. ¿O ibas a decirme que me diera prisa?

La había ofendido, le había hecho daño, y se odió a sí mismo por ello.

—No lo entiendes.

—Claro que sí —dijo Elin, y se puso en pie.

Comenzó a vestirse, tambaleándose, y lo miró mientras contenía las lágrimas.

—Vamos a darnos un descanso el uno del otro, ¿te parece? Dentro de unos días, ya decidiremos lo que vamos a hacer.

Él intentó agarrarla, pero ella no se lo permitió. Sonaron unos pasos y, al poco, Thane se quedó solo en el baño.

Se pasó una mano por la cara, y recordó un día, no muy lejano, en que había dejado a la arpía en la cama. Ella quería consuelo de él, pero él le había pagado con joyas y la había dejado sola. ¿Había hecho que se sintiera de aquel modo?

Era lógico que Elin se arrepintiera de lo que habían hecho.

Debería devolverla a su mundo. Así, ella podría tener la vida que había planeado.

Thane cerró los ojos y negó con la cabeza. Elin había hecho algo más que cambiar el curso de su vida. Lo había cambiado a él, y ya no era un adicto al dolor, sino al placer. No a las mejores relaciones que había tenido en su vida, sino a ella. A su presencia. Ya no podría sobrevivir sin ella.

Para bien o para mal, tenía que conservarla a su lado.