Capítulo 3
Ríos interminables de emoción atravesaban a Thane, y todos iban a desembocar a su corazón, entremezclándose, de modo que ya no podía distinguir uno de otro.
La noche anterior, se habían regenerado treinta y ocho prisioneros fénix; el primero de ellos había sido el más anciano y el más fuerte. Todavía faltaban dos por resucitar; tal vez ya hubieran alcanzado la muerte definitiva.
Kendra había sido la cuarta en regenerarse.
Thane los había llevado a todos, uno por uno, al patio que había delante de su club, y los había claveteado al suelo: las manos, los hombros, la pelvis, las rodillas y los tobillos. Había apoyado las cabezas de todos ellos en rocas, para asegurarse de que vieran sufrir a sus amigos.
Kendra estaba la primera de la fila.
Los fénix no iban a morir rápidamente. Eran hijos de los Griegos y, por tanto, inmortales. Pasarían hambre durante semanas, tal vez durante meses, y el sol quemaría su carne, y los cuervos les picarían los ojos y los órganos. Y, cuando, por fin, sucumbieran a la muerte, se regenerarían, y Thane comenzaría el proceso de nuevo.
Despiadado, sí. No le importaba en absoluto. Así, sus enemigos se lo pensarían dos veces antes de desafiarlo.
El problema era que aquello iba a enfadar a Zacharel, el líder del Ejército de la Desgracia. Su líder. También enfadaría a Clerici, el nuevo rey de los Enviados, y jefe de Zacharel. Thane estaba violando la ley de «No matar, a no ser que alguien caiga en manos del enemigo», porque no estaba actuando de aquel modo para proteger a los demás de lo que él había sufrido, sino para vengarse. Aquello también iba a ser una decepción para el Más Alto, el comandante de todos ellos.
Y pondría en peligro su futuro.
Ya estaba muy cerca de perder su última oportunidad, y si cometía un error grave, podía perder lo único que amaba.
A sus chicos.
«No puedo permitir que me separen de ellos».
Sin embargo, tampoco podía dejar marchar a los fénix. Quería que su sufrimiento borrara los odiosos recuerdos que le habían grabado en la mente.
Thane estaba sentado en uno de los extremos de su bañera, bajo un chorro de agua hirviendo. Estaba agarrado a los bordes de porcelana, con tanta fuerza, que la había agrietado. Tenía las rodillas flexionadas contra el pecho, y la cabeza apoyada en las rodillas. Era una postura de vergüenza. Una postura que él conocía bien.
Debería haberse recuperado ya. Para él, no eran extraños los conceptos del sexo y el bondage. Durante aquel último siglo, había hallado una deliciosa forma de consuelo al ver la carne pálida y femenina enrojecer con sus atenciones. Adoraba ver las muñecas y los tobillos tirando con desesperación de unas ataduras. Se deleitaba con el primer brillo de temor de los ojos de su amante… y sabiendo que, pronto, le seguirían las lágrimas.
¿Perturbado? Sí. Aunque también le gustaba ser quien recibiera aquel trato.
Seguramente, era algo peor que un perturbado, y no hacía falta investigar mucho para saber por qué. Los meses que había pasado en una prisión de los demonios… No. Alto. Su mente luchó para no continuar en aquella horrible dirección, y todos los músculos de su cuerpo se tensaron por el esfuerzo. Sin embargo, él se obligó a seguir recordando. El hecho de recordar mantenía sus más oscuras emociones vivas, cortantes, lacerantes.
Y a él le gustaba sangrar.
Recordó cómo aquellas garras le habían arrastrado hasta una celda húmeda y oscura, lo habían desnudado y lo habían atado a un altar. Recordó cómo ataban a Bjorn, que entonces era un desconocido, por encima de su cabeza, y como lo desollaban vivo. Y recordó el olor metálico de la sangre que goteaba sobre su cara, su pecho y sus piernas. Recordó a Xerxes, que también era un extraño, encadenado frente a ellos, violado repetidas veces.
Gruñó sin poder evitarlo, y dio un puñetazo en un lateral de la bañera. Dejó un agujero en la porcelana. Había un límite en lo que podía soportar.
El dolor de sus amigos.
Durante los días que pasó en aquella espantosa celda, a él nunca lo tocaron. Insultó y amenazó a los demonios, pero las criaturas se reían de él, en vez de temerlo. Suplicó, para intentar desviar la atención de los otros hombres, pero los demonios lo ignoraron.
Su frustración…
Su odio…
Su rabia…
Aquellos sentimientos nunca lo abandonaban. Y, al final, después de su huida, su satisfacción sexual quedó vinculada para siempre a las cosas que se le habían negado.
—He dejado a tu humana con las camareras.
La voz suave de Xerxes llegó desde el interior del baño, y lo reconfortó.
—Gracias.
Thane tenía algunas preguntas que hacerle a su preciosa e inesperada salvadora. ¿Cómo era posible que ella, una humana, estuviera viviendo con los fénix? ¿Cómo se llamaba? ¿Cuántos años tenía? ¿Su olor era tan bueno, tan limpio y tan dulce como él recordaba?
¿Le pertenecía a alguno de los guerreros que estaban clavados al suelo, fuera de su club, o a alguno de los soldados que habían salido de caza con el nuevo rey?
¿Y cómo había podido ayudarlo a él? Sus recuerdos eran imprecisos. ¿Por qué lo había ayudado?
En cuanto desapareciera aquella urgencia que sentía por tocarla, se acercaría a ella y le formularía aquellas preguntas.
Por el momento, sentía demasiada atracción por ella. Ella hacía que se sintiera protector, que sintiera ternura, y eso no le gustaba. Más bien, despreciaba aquellas emociones. Y, sin embargo, nunca había tenido un deseo sexual tan intenso. Estaba casi cegado por la necesidad de poseerla.
¿Por qué?
Ella no era su tipo. Sus últimas cien conquistas siempre habían sido féminas altas, delgadas, musculosas y fuertes. Aquella chica era delicada.
No tenía sentido.
Gruñó en voz baja. El instinto le pedía que destruyera aquello que no comprendía. Lo que no comprendía, no podía controlarlo, y el control era lo más importante para él.
Sin embargo, no iba a destruir a la chica. No quería destruirla, después de todo lo que ella había hecho por él.
Podría mandarla con el resto de los humanos, pero, entonces, no tendría ningún tipo de protección.
No.
Podría asustarla, y…
No. Ella gritaría.
Antes, los gritos de una fémina lo habrían excitado, pero… ¿ahora? No. Al oírla gritar a ella, solo había experimentado rabia.
Al menos, entendía por qué la chica tenía una voz tan ronca. En algún momento de su vida, había gritado tanto que se había dañado para siempre las cuerdas vocales.
—He puesto guardias en el patio —dijo Bjorn, sacándolo de su ensimismamiento. El guerrero había entrado en el baño y estaba detrás de Xerxes—. Ellos nos avisarán cuando muera alguien.
Aquellos hombres siempre lo apoyaban, siempre lo querían. Nunca lo juzgaban, ni le pedían detalles que él no quisiera dar. Nadie tenía unos amigos mejores.
No era de extrañar que estuviera dispuesto a morir por ellos.
—Gracias por venir a buscarme —les dijo.
—Siempre iremos a buscarte —dijo Xerxes. Se acercó a la bañera y cerró el grifo—. Oímos hablar de un Enviado que había hecho estragos en el campamento de los fénix, unas semanas antes, y estuvimos explorando la zona, buscándote. Sin embargo, ellos te escondieron muy bien. Si no nos hubieras dicho dónde estabas…
Todos los Enviados podían dirigir el pensamiento hacia la mente de sus compañeros. Así pues, en cuanto él había recuperado la conciencia y se había dado cuenta de dónde estaba, había usado aquella conexión mental para pedir ayuda.
—Bueno, sécate ya —dijo Bjorn—. Estás arrugado como una pasa.
Cuando Thane se puso en pie, Xerxes le dio una toalla.
Él se la puso alrededor de la cintura, y sintió una descarga de furia. Kendra le había obligado a vestirse con un taparrabos y a desfilar por delante de su gente, dejando que cualquiera pudiera tocarlo.
Y su gente lo había tocado.
—Que le quiten la túnica a Kendra —dijo—. Que la dejen en ropa interior.
Ojo por ojo. No iba a tener piedad.
Xerxes asintió.
—Enseguida voy a decírselo a los guardias.
Para distraerse de su mal humor, Thane observó la lujosa suite que había junto a su dormitorio. El aire estaba lleno de vapor de agua que ascendía hacia la cúpula. Del centro del techo colgaba una enorme araña de cristal, y todas las paredes eran de mármol blanco y dorado. Bajo unos enormes arcos había leones de alabastro. Aquellos arcos servían de puerta para un enorme armario en el que guardaba sus… juguetes. Había un espejo de marco dorado sobre el lavabo. En el marco había engastados rubíes, zafiros y esmeraldas.
Había diseñado aquella habitación para las mujeres con las que se acostaba. Y, sin embargo, nunca había permitido que ninguna mujer pasara allí. Ni siquiera Kendra.
¿Qué pensaría la humana de la decora…?
Atajó aquel pensamiento antes de que pudiera tentarlo. La opinión de la humana no tenía ninguna importancia.
Cuando entró al salón, se sentó en el sofá. Bjorn tomó una bandeja llena de galletas y panecillos, y se sentó a su izquierda. Xerxes le sirvió una copa de whiskey y ambrosía, y se la tendió. Después, se sentó a su derecha.
Thane aceptó el ofrecimiento de ambos con un asentimiento. Devoró la comida y apuró la copa de un solo trago.
—Seguro que tienes bastantes preguntas —dijo Xerxes.
—Muchas —dijo él. Sin embargo, quería empezar por la que más le torturaba—. ¿Cómo estás, Bjorn? Antes de que yo acabara en el campamento de los fénix, te vi desaparecer en un callejón.
Había ocurrido en una noche fatídica. Justo antes de que Kendra consiguiera esclavizar a Thane, sus amigos y él estaban luchando contra una nueva raza de demonios. Eran sombras que se deslizaban sigilosamente por el pavimento de cemento agrietado y sucio, impulsadas por su hambre de sufrimiento humano y de carne.
Bjorn había sufrido una herida, y de la herida había brotado una sustancia pegajosa y negra. Acto seguido, él se había desvanecido como por arte de magia.
Thane y Xerxes se habían puesto frenéticos, pero antes de que pudieran buscar a su amigo, Kendra había abierto los ojos y le había ordenado a Thane que se trasladara al campamento de los fénix.
Y él había obedecido sin poner objeciones.
«Oh, Kendra, las cosas que voy a hacerte…».
La princesa fénix tenía una nueva cadena de esclavitud alrededor de la cintura. Aquella atadura bloqueaba sus poderes, y Kendra estaba tan indefensa como él mismo había estado en su campamento.
—No puedo contaros lo que pasó, ni explicaros lo que me va a suceder en los próximos meses —dijo, finalmente, Bjorn, y Thane percibió un tono de sufrimiento en su voz—. Me han obligado a jurar que mantendría el secreto.
Thane se tragó una maldición. Los Enviados no podían romper sus promesas; era una imposibilidad física. Ni siquiera los degenerados como ellos podían hacerlo. Thane conocía a Bjorn, y sabía que su amigo nunca habría hecho un juramento a no ser porque sus seres queridos estuvieran en peligro.
Aquel era otro crimen que atribuirle a Kendra.
Si él hubiera estado presente, habría podido encontrar la forma de salvar a su amigo de aquel destino.
—Si puedo ayudarte en algo…
—Lo sé —dijo Bjorn, con tristeza—. Siempre lo sé.
«Tengo que hacer algo», pensó Thane. Cualquier cosa que afectara a la felicidad de su amigo le afectaba a él también.
—¿Y los demonios que mataron a Germanus? ¿Los han encontrado? —preguntó. Aquella era su segunda preocupación más importante. Antes de caer en las garras de Kendra, su deber y su mayor privilegio había sido dar caza a los demonios que habían decapitado al rey de los Enviados.
—No, por desgracia —respondió Xerxes.
Así pues, tenían mucho que hacer. Encontrar una solución para el problema de Bjorn. Encontrar a los demonios. Castigar a los fénix. Hablar con la humana.
Estaba deseando hacer aquello último, y eso le irritaba. No quería depender de nadie, nunca; pensó que, tal vez, lo mejor que podía hacer era evitarla y resignarse a que sus preguntas quedaran sin respuesta.
Aunque sintió una punzada de dolor, se obligó a asentir. La evitaría. Y sería fácil. En muy poco tiempo habría olvidado que ella estaba allí.
Con movimientos tensos, se inclinó sobre la bandeja y tomó otra galleta. Para que todos se animaran, dijo:
—No tengo que preguntar qué has estado haciendo tú durante mi ausencia, Xerxes. Claramente, has estado perdido sin mí.
—Claramente —respondió Xerxes, sonriendo—. Pero antes de que vuelvas a tu habitación, tengo que sacar mis cosas de allí. Aproveché la oportunidad… digo, la tragedia, de que estuvieras ausente, para utilizarla.
—Ah. Seguramente, la has convertido en la habitación de tus sueños para hacer punto.
Bjorn se limpió los labios con el dorso de la mano.
—Si ahora te ha dado por hacer punto, quiero un jersey para Navidad.
—Pues es una pena —replicó Xerxes—, porque ya te he empezado un bozal.
—¿Un jersey con bozal? Muy efectivo —dijo Thane—. Yo quiero unos calcetines.
—¿Para esconder tus pezuñas? —preguntó Bjorn.
Qué gracioso.
—Te diré que tengo unos pies preciosos.
—Si te vas a poner poético con la gran belleza de tus dedos de los pies, vomito —dijo Xerxes, agarrándose el estómago.
—Oh, qué cerditos —dijo Thane—. Qué monadas sois. No me extraña que pongáis a tantas mujeres… en celo.
Bjorn se echó a reír.
Xerxes cabeceó, conteniendo la sonrisa.
—¿Y por qué hemos empezado a hablar de este tema, de todos modos? El día que yo aprenda a hacer punto, por favor, clavadme un puñal en el corazón.
Aquello. Aquel era el motivo por el que él adoraba a aquellos chicos. La camaradería. Las bromas. La aceptación.
—De acuerdo —dijo, con una enorme sonrisa—. ¿Y qué hacemos si te da por hacer cestos de mimbre?
—¿No os parece increíble? Es tan… vaya… No había visto nunca algo tan maravilloso. Creo que me voy a echar a llorar de la emoción.
Elin observó a las cuatro mujeres que estaban mirando por la ventana de aquella espaciosa habitación. Era el dormitorio que iba a compartir con Octavia, la mujer vampiro, con Chanel, que pertenecía a la raza de los fae, o hadas, Bellorie, la arpía y Savanna Rose, Savy, la sirena.
De niña, su madre le había enseñado todo sobre las diferentes razas de inmortales.
Los fénix y los fae eran enemigos natos. El motivo era que las hadas descendían de los Titanes, los actuales dirigentes del nivel más bajo de los cielos, el nivel en el que se encontraban, y los fénix descendían de los Griegos, los antiguos dirigentes de aquel nivel.
Las arpías eran como una especie de vampiro pueblerino, con sangre de demonio, y vivían para el derramamiento de sangre, más que para bebérsela. Aunque, en realidad, necesitaban beber sangre para curarse de las heridas mortales.
Los vampiros eran una mezcla de Titán y Griego y, pese a lo que creyeran los humanos, no ardían espontáneamente cuando salían al sol. Y, al contrario que el resto de las razas inmortales, no se esforzaban por vivir en secreto. Eran los más famosos seres de Mitopía.
Mitopía era el nombre que Elin le había dado al mundo de los inmortales.
Las sirenas eran muy misteriosas, y solo emergían de sus cavernas del fondo del océano una vez al año, para seducir y matar a humanos desprevenidos.
Desde el momento en que Neón, que en realidad se llamaba Xerxes, la había dejado en aquella habitación, diciéndoles a las chicas que era una humana, que iba a ayudarlas en el bar y que no le hicieran daño, las cuatro bellezas habían sido agradables con ella, y le habían contado muchas cosas de su vida.
A Elin le había sorprendido mucho aquel recibimiento con tan pocas complicaciones, y todavía estaba anonadada.
—Elin, ven a echar un vistazo —le dijo Chanel—. Prepárate para alucinar.
Bjorn, el otro Enviado, había encontrado al hada cuando era niña, después de que sus padres la hubieran echado de su reino, Séduire, por motivos que Chanel no quería explicar. Era una muchacha de pelo casi blanco y ojos muy azules.
Elin se acercó a la ventana con algo de recelo, puesto que no sabía si sería algún truco; sin embargo, las chicas le hicieron sitio y, de repente, vio la puesta de sol más maravillosa de su vida. Sobre una inacabable expansión azul y dorada, había masas de nubes rosas y moradas que se perdían en el horizonte.
—Es increíble —dijo. Nunca había visto el cielo desde un lugar tan cercano.
—No creo que estemos mirando lo mismo —dijo Octavia. Thane había rescatado a aquella muchacha de unos humanos que querían clavarle una estaca en el corazón—. Sí, los colores son preciosos, mágicos. Sin embargo, lo que queremos que veas está más abajo, pétalo.
¿«Pétalo»? Bueno, era mejor que «esclava».
Miró hacia abajo y gritó. El patio que había frente al club estaba lleno de fénix clavados al suelo con estacas. Todas las víctimas estaban en un charco de sangre roja.
Elin tuvo que apretarse la boca con un puño para no gritar más. Con el estómago encogido, se alejó de la ventana.
Su madre le había dicho que la mayoría de las razas inmortales eran malignas. «Son depredadores con un exacerbado instinto de supervivencia. No lo olvides. Y, si alguna vez yo no estoy aquí para protegerte, no confíes en nadie, y utiliza a todo el mundo. ¿Lo entiendes? Es tu única posibilidad de sobrevivir».
A Elin le tembló la barbilla. Al recordar a su madre, siempre recordaba su muerte; sin poder evitarlo, vio a Renlay en el suelo de una tienda, empapada en sudor y en sangre, con su bebé muerto entre los brazos, llorando en su agonía…
Aquello volvió a romperle el corazón…
—Hay una cosa que está clara, chicas —dijo Bellorie, apartando a Elin de aquel lugar oscuro al que había vuelto sin querer—. La próxima vez que salgamos del club vamos a tener que ponernos botas de agua.
¿Esa era su conclusión?
—Las manchas de sangre se quitan con soda y vinagre —continuó alegremente la arpía—, pero los baños de sangre, no.
Xerxes había comprado a aquella impresionante pelirroja en el mercado de esclavos y la había liberado. Su familia, como la de Elin, estaba muerta, así que la chica no tenía a nadie en el mundo. Así pues, había elegido quedarse allí.
—¿Crees que Thane recibirá a todas las fénix con una estaca a partir de ahora? —preguntó Savy. Era la más joven del grupo, y la belleza más exquisita de todas. Tenía el pelo negro, con reflejos azules, los ojos dorados y la piel morena. Una vez había ayudado a Thane, «ese amor de hombre», en una misión, y él le había concedido un hogar y un trabajo como recompensa.
¿«Ese amor de hombre»? A Elin le costaba identificar al Thane magnánimo que le habían descrito las muchachas con el Thane frío y reservado que la había echado en brazos de su amigo, había desaparecido y se había olvidado por completo de ella. Ah, y que había decorado la entrada a su edificio con seres vivos.
¿Quién era Thane de verdad?
Las acciones tenían más importancia que las palabras; por lo tanto, aquello que estaba viendo era su reflejo más real. Elin se estremeció de horror. Si, alguna vez, ella lo enfurecía, tal vez le hiciera lo mismo.
—Sí, seguramente —dijo Bellorie—. La sed de venganza les pintará a todas una diana en la espalda.
Bien, con eso, sus dudas quedaron resueltas: Thane no podía saber que ella era una mestiza.
No debía enterarse nunca.
«Vamos, sácales información a las chicas».
—Y… ¿había hecho algo así antes?
Ellas se volvieron a mirarla, una a una. Sus expresiones eran de pena y resignación.
—Siempre ha sido brutal con sus enemigos. Hemos oído hablar de sus sesiones de tortura con los demonios —respondió Savy—. Los Enviados saben usar muy bien los cuchillos.
—Y los martillos.
—Y las sierras.
—Y el arco y las flechas.
—Sin embargo, nunca había hecho nada tan violento con tantos a la vez —añadió Savy—. Por lo menos, que yo sepa.
—No te preocupes, pétalo —le dijo Octavia—. Es muy bueno con sus empleados. Si no le robas, todo irá bien.
—Ni le mientes.
—Ni lo traicionas.
—Ni insultas a ninguno de sus amigos.
—Ni intentas hacerle daño físico —terminó diciendo Octavia, y se encogió de hombros.
Elin tragó saliva. Ella le había cortado una vez, con un cristal. ¿Lo recordaría, y querría vengarse?
Decidió que iba a ser muy buena empleada, de modo que él nunca tuviera motivos para castigarla, ni para hablar con ella… ni para fijarse en ella.
—Ah, y un último consejo —dijo Bellorie, moviendo el dedo delante de su cara—. No intentes llevarte a la cama a Thane.
—Ni a un armario.
—Ni a la mesa de la cocina.
—Ni al suelo.
—Oh, no os preocupéis —dijo Elin.
Bay había perdido la vida por su culpa; porque ella se había dejado llevar por sus sentimientos hacia él, y lo había puesto en el camino de los fénix.
Si él no podía vivir la vida al máximo, ella tampoco lo haría. Era lo justo.
Y, sí, aquello era un castigo que se infligía a sí misma. Seguramente, un psicólogo encontraría una mina de enfermedades en su cabeza, pero había tomado aquella decisión, e iba a respetarla.
—Bueno, de todos modos, Thane no se acuesta con sus empleadas —continuó Bellorie—. No me malinterpretes; yo podría seducirlo si quisiera. Soy así de irresistible. Pero prefiero contener mi atractivo sexual mientras estoy aquí. Para tu información, ese es el motivo por el que no te has abalanzado sobre mí sin poder evitarlo, Elin. De nada.
Savy puso los ojos en blanco, con resignación.
—Te equivocas, Cohete.
Qué apodo tan interesante.
—¿Cómo te atreves? —inquirió Bellorie, mientras daba una patada en el suelo—. ¡Elin se abalanzaría sobre mí si yo diera rienda suelta a mi destreza sexual!
La sirena se pellizcó el puente de la nariz.
—¿Por qué me tomo la molestia? No estaba hablando de tu destreza sexual, boba.
Bellorie se calmó al instante, y movió una mano en el aire.
—Entonces, puedes continuar.
—Thane sí se acuesta con sus empleadas —dijo Chanel—, pero muy rara vez. Y, cuando todo termina, la chica se va. Nunca vuelve a trabajar aquí, ni vuelve a tomar una copa, porque se le prohíbe el paso al local para siempre.
Entendido. Thane era mujeriego.
Según sus amigas de la universidad, había que tener una personalidad muy dura para ser un criminal reincidente, porque todo el mundo sentía vergüenza al dejar tantos corazones rotos por el camino.
Con el tiempo, Elin le había tomado mucho miedo a que la usaran. No porque pensara que no podía soportar el bagaje emocional, sino porque su madre lo habría averiguado y habría ido a vengarse del individuo en cuestión.
Renlay no habría podido librarse de una segunda denuncia por agresión.
Había sido muy difícil tener una madre que estaba dispuesta a romperle la nariz a otra niña por haber hecho llorar a su hija.
Tal vez Renlay se hubiera acostumbrado a vivir entre los humanos, pero nunca había perdido su lado salvaje.
A Elin se le encogió el corazón, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Cuando se había dado cuenta de que las cosas con Baylor Vale iban en serio, le había sugerido que se casaran, pese a ser tan jóvenes. Él le había dicho que la quería más que a nadie en el mundo, así que se habían casado enseguida. Tres meses después, Bay estaba muerto y ella estaba esclavizada.
Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir, no le habría dirigido la palabra.
«Oh, Bay. Nunca sabrás cuánto lo siento».
—Yo no deseo a Thane —dijo Elin—. Y no lo desearé nunca.
Savy y Bellorie sonrieron. Chanel cabeceó con una evidente incredulidad. Octavia dijo:
—Todas las presentes en esta habitación nos acostaríamos con él.
Vaya. Qué agradable.
—Noche tras noche —continuó la chica—, verás a Thane entrar en el bar, elegir a una fémina, ligársela y llevársela a su habitación especial. Tú también querrás entrar, pétalo, te lo garantizo. No te importará lo que a él le gusta hacer allí. Te doy una pista: hay cadenas de por medio. Empezarás a desear una invitación que no vas a recibir nunca.
Un momento.
—¿Qué hace con esas cadenas?
Chanel sonrió.
—Los cotilleos son otra cosa que a Thane le horroriza, así que tendrás que averiguarlo por ti misma. Y lo averiguarás. Alguna mañana te tocará entrar a limpiar la habitación, incluso a limpiar a la fémina en cuestión.
Ni hablar. Ni en sueños. Limpiar habitaciones después de una orgía no estaba entre las atribuciones que ella había firmado en su contrato. Además, ni siquiera quedaría bien en su currículum.
—Bueno, ya está bien de charla —dijo Bellorie—. Vamos a darle a esta chica un uniforme. El club abre dentro de unas horas, y me da la sensación de que no está bien preparada. No te ofendas —añadió, mirándola con una sonrisa—, pero tienes aspecto de ser tan fiera como un conejito recién nacido.
—No te preocupes —dijo Elin. No estaba preparada, y no podía negar que no sentía ninguna agresividad. Más bien, tenía ganas de que la abrazaran.
—¿Alguna pregunta? ¿Algún comentario? —preguntó Savy—. ¿No? Bien.
—¡Sí! —dijo ella, rápidamente—. Tengo preguntas. Muchísimas preguntas.
—No te preocupes —replicó Savy—. Esta noche, imítanos en todo. Aprende a tomar los pedidos y a tratar a los clientes conflictivos. Por supuesto, eso significa que nos quedaremos con todas tus propinas. Con el dinero, con el oro —dijo, y suspiró de manera soñadora—. Y con tus joyas.
¿Oro? ¿Joyas? Al cuerno con las preguntas.
—Contadme más cosas.
Bellorie se abrió un poco el cuello de la camisa y le mostró un colgante. Era una calavera con dos tibias cruzadas al estilo pirata, hecha de zafiros.
—Anoche, un mutante oso me regaló esta preciosidad solo por ponerle miel a su cerveza.
¡Vaya! ¿Cuánto podían valer unas cuantas joyas como aquella? ¿Lo suficiente para poder abrir su pastelería?
—Ah, antes de que se me olvide —dijo Bellorie, dando una palmada—. Al final de tu turno, puedes acostarte con quien quieras, pero no puedes traerlo a esta habitación. Los clientes no pueden entrar aquí y, si lo hacen, los matamos al instante. Puedes marcharte con él adonde tú quieras, pero asegúrate de que sabes volver al club. Y, como no eres inmortal, ten cuidado de no caerte por el borde de la nube.
«Nota: No salir jamás del edificio».
—No estoy buscando ninguna relación —les aseguró—, así que no me voy a marchar con nadie.
Octavia arqueó una ceja.
—No exageres, pétalo. Nadie está hablando de una relación.
Buena observación.
Chanel se puso en jarras y estudió con atención a Elin.
—Si conozco a los hombres, y los conozco bien, tú eres de las que les gustas a los tipos protectores. No eres una gran belleza, pero tienes algo que… Tal vez sea la vulnerabilidad. Querrán salvarte.
—No necesito que nadie me salve —dijo ella.
Las cuatro chicas se echaron a reír.
—¿Qué pasa? —preguntó Elin, un poco molesta—. Es verdad, no necesito que nadie me salve.
Era cierto; ya no lo necesitaba. Thane se había ocupado de eso.
Savy se encogió de hombros.
—Si tienes algún problema, ve a ver a Adrian, el jefe de seguridad. Y si no lo encuentras, ve a ver a Bjorn. Él es el encargado de los empleados del bar. Y, si tampoco lo encuentras a él, ve a buscar a Xerxes. Hagas lo que hagas, no vayas a buscar a Thane. Y menos ahora —dijo, y miró por la ventana con una sonrisa de orgullo—. Me da la sensación de que esta no es la última disputa que va a terminar con un buen derramamiento de sangre.
¡Estupendo! Elin no pudo evitar pensar, de nuevo, que a ella también iba a clavarla al suelo con estacas.
«¿Acaso he cometido un grave error al venir aquí? Debería haberme arriesgado a volver al mundo de los humanos y haberme convertido en presa de Ardeo y sus hombres?».
Octavia la miró con sus ojos verdes y brillantes, y se acercó a ella. Le dio un azote en el trasero y le dijo:
—Vamos, humana. Hay que conseguirte un uniforme. Y, mientras te arreglamos, te lo contaremos todo sobre la mejor parte de tu nueva vida. Porque, ahora, eres miembro de nuestro equipo de lucha, ¡los Multiple Scorgasms!