PRÓLOGO
PRÓLOGO
Los distantes martillazos procedentes de las monstruosas máquinas reverberaban por toda la estancia y el eco salvaje resonaba en la cámara de los mortuarios bestiales que se extendía en las profundidades del lugar. De allí procedían las vaharadas venenosas de humos acres y los gritos de agonía. Las gárgolas burlonas fabricadas con hierro fundido y prensado se alineaban en el borde del impresionante altísimo techo abovedado y en los extremos de unos gigantescos pistones parecidos a columnas, todos ellos envueltos por nubes de vapor grasiento, que subían y bajaban de forma rítmica a través de anchos agujeros de bordes adornados con cráneos.
De una enorme abertura en el suelo de obsidiana surgían chorros de vapor abrasador en grandes vaharadas de calor infernal. El abismo lo cruzaba una pasarela de hierro remachado sostenida por unas grúas de tremendo grosor sostenidas a su vez por unas cadenas con los eslabones tan grandes como cuerpos humanos.
El caliente resplandor anaranjado de un serpenteante río de metal fundillo en la base de la grieta relumbraba allí abajo, a cientos de metros de profundidad. La estancia apestaba a vapores sulfurosos y al hedor ardiente y penetrante del metal batido. La pasarela conducía a una inmensa muralla de piedra de veta oscura atravesada por una descomunal puerta de acero templada en un océano de fuego durante su forja. Era la puerta interior de la fortaleza de Khalan-Ghol, y estaba cubierta de grandes púas negras y flanqueada por dos colosos blindados con los costados de acero repletos de cicatrices causadas por millares de combates. La puerta daba acceso a las estancias del nuevo señor de la fortaleza, y los dos titanes de rostro demoníaco, decorados con los estandartes malditos de la Legio Mortis, alzaron unas armas terribles, capaces de devastar ciudades, para apuntar con ellas a una docena de individuos que se acercaban a la puerta.
La inmensidad del lugar no amilanó a los guerreros que se aproximaban hacia el puente rechinante. Ya habían visto sitios semejantes con anterioridad. De hecho, el que encabezaba el grupo procedía de una ciudadela mucho más antigua y monolítica que aquella.
Lord Toramino, señor forjador de los Guerreros de Hierro, frunció los labios en un gesto de disgusto cuando alzó los ojos modificados para mirar de frente los cañones de las armas de los titanes. Si el mestizo esperaba que una demostración tan vulgar de poder lo intimidara, entonces era más estúpido de lo que su sangre mezclada e inferior sugería. Habían pasado por la puerta principal de la fortaleza tres días antes y habían avanzado sin que ninguno de los guerreros del mestizo se lo impidieran, aunque Toramino sintió que los observaban unos ojos sobrenaturales desde el mismo momento de la entrada. Sin duda alguna, los brujos de la cábala todavía los estaban vigilando en ese preciso instante, pero a Toramino aquello no le preocupaba lo más mínimo: caminaba con la cabeza bien alta y las manos entrelazadas a la espalda.
Lord Berossus, que iba a su lado, gruñó cuando se dio cuenta de que los titanes los apuntaban con las armas y alzó la suya propia. Toramino lo miró y negó con la cabeza ante la falta de contención de su vasallo. Nadie podía enfrentarse a un titán y salir con vida, pero los reflejos condicionados de Berossus eran tan fuertes que no podía responder de otra manera.
Toramino empezó a cruzar el puente de hierro y el metal siseó bajo sus botas. La superficie se onduló como si estuviera fabricada con mercurio y reflejó la gigantesca imagen con armadura en la superficie refulgente. Lord Toramino medía más de dos metros y llevaba puesta una servoarmadura de talla exquisita, forjada y tallada en la propia Olimpya, y pulida hasta relucir. Tenía los bordes adornados con espirales de oro labrado y emblemas de ónice, y toda la superficie estaba cubierta de terribles símbolos de destrucción. Una capa de color ocre y textura metálica, más resistente que el adamantium, tapaba en parte el símbolo de la máscara de cráneo de los Guerreros de Hierro que llevaba en una hombrera y su propia insignia heráldica, que llevaba en la otra: un guantelete de armadura sobre una fortificación destruida.
Uno de los guerreros de hierro de su escolta personal llevaba en las manos su casco de decoración recargada, mientras que otro portaba su estandarte de guerra, una estrella de ocho puntas fabricada con hueso ennegrecido colocada sobre una base en forma de rueda con borde de bronce y atada con tendones arrancados de un millar de víctimas aullantes. Toramino llevaba el largo cabello blanco recogido en una cola que le llegaba hasta la espalda. Los rasgos del rostro eran angulosos y nobles e indicaban los largos años de terribles experiencias. Los ojos eran unos orbes dorados y opalescentes bajo unas cejas espesas y reflejaban una rabia contenida.
Cuando ya estuvieron cerca de la muralla, unos tremendos chorros de gases apestosos y aceitosos surgieron de los pistones que había a cada lado de la puerta. Los gigantescos cierres se abrieron con un fuerte crujido acompañados de un chirrido de metal contra metal y seguidos de varios choques estruendosos que hicieron caer polvo del techo de la estancia.
Los titanes bajaron sus inmensas armas y giraron la parte superior del cuerpo sobre rodamientos de bronce para agarrar las hojas cubiertas de púas de las puertas y tirar de ellas. De las articulaciones les surgieron unas vaharadas de humo procedente de los fibrosos músculos artificiales y la gigantesca puerta se fue abriendo poco a poco con un fuerte chirrido para dejar paso a una luz de color esmeralda que inundó la estancia mientras Toramino y Berossus dejaban atrás a las poderosas máquinas de guerra y entraban en el sanctasanctórum del señor de la fortaleza.
Toramino recordaba el lugar por la multitud de veces que había acudido a rendir homenaje al anterior castellano de Khalan-Ghol, un formidable y temible guerrero que había ascendido a la siniestra majestad de príncipe demonio. Las paredes de la estancia eran de piedra negra con vetas de oro y plata. Su superficie relucía por la humedad a pesar del calor que subía del suelo de baldosas fabricadas con polvo de hueso molido. Los rayos de enfermiza luz blanca se reflejaban en largas líneas de tono nacarado procedentes de una decena de ventanas altas y estrechas que atravesaban la pared oriental. Aquella iluminación absorbía toda sensación de vida y confería una palidez mortecina a los ocupantes.
Una decena de guerreros de hierro se pusieron en posición de firmes al otro extremo de la cámara alrededor de un pulido trono blanco y plateado en el que estaba sentado un guerrero protegido por una desgastada servoarmadura.
A Toramino le enfurecía tener que presentarse en un teórico plano de igualdad ante el nuevo señor de la fortaleza. El mestizo no era más que un perro cruzado e impuro, que no merecía ni el honor de limpiar la sangre de la armadura de un guerrero de hierro, y mucho menos, por tanto, de estar al mando de ellos en combate. Semejante afrenta al honor de la legión era algo casi insoportable para Toramino, y cuando vio que el señor de la fortaleza se levantaba del trono de hierro y huesos fusionados, sintió que el odio le subía como una oleada de bilis por la garganta.
El aspecto del mestizo se ajustaba a la opinión que Toramino tenía de él, ya que estaba sucio y no mostraba nada de la nobleza de los antepasados de Olimpya. El cabello negro cortado a cepillo coronaba un rostro de rasgos vulgares y cubierto de cicatrices. La armadura estaba mellada y quemada en algunos puntos, mostrando así las consecuencias de algún combate. ¿Cómo era posible que al mestizo no le importase recibir de ese modo a dos de los jefes forjadores más antiguos y nobles de Medrengard? Que el señor de aquel advenedizo hubiera designado a semejante perro como su sucesor iba más allá de lo increíble.
—Lord Honsou —lo saludó Toramino, obligándose a sí mismo a hacer una reverencia sin separar las manos a la espalda. Habló en un tono formal, en voz baja y de un modo sibilante, pero tuvo cuidado en incluir una inflexión burlona en la pronunciación de las palabras.
—Lord Toramino —le correspondió Honsou—. Me honras con tu presencia. Tú también, lord Berossus. Han pasado muchos años desde que las murallas de Khalan-Ghol sintieran la fuerza de vuestras pisadas.
El suelo crujía bajo el peso de lord Berossus, un enorme monstruo de hierro oscuro y bronce con el rostro burlón de una calavera. Medía el doble que lord Toramino. Lo que quedaba vivo del cuerpo del herrero forjador Berossus se encontraba en el interior del sarcófago de un dreadnought desde hacía ya muchos años.
Aquella máquina grotesca siseó antes de que una voz rasposa, apagada y distorsionada por la unidad de voz de bronce, le contestara.
—Sí, aunque me siento insultado por encontrarme entre ellas a sabiendas de que un mestizo arrogante como tú es el nuevo señor de la fortaleza.
El cuerpo mecánico de Berossus, aumentado y modificado continuamente desde su creación, se alzaba por encima incluso de los demás dreadnoughts de su gran compañía. Los montajes de las piernas se habían reforzado y ensanchado para permitir la colocación de un equipo de asedio cada vez más pesado. La parte superior del cuerpo del dreadnought estaba chamuscada y llena de surcos, el resultado de incontables asedios grabados en el caparazón de adamantium. El brazo derecho estaba equipado con un enorme martillo de asedio movido por pistones. En el otro llevaba un gigantesco taladro rodeado de cañones de gran calibre.
Por detrás del torso asomaban cuatro brazos de hierro rematados en garras, cuchillas y tenazas de gran tamaño, alzados en el aire y preparados para ser utilizados por encima de ese caparazón blindado.
Toramino se dio cuenta de que Honsou reprimía una respuesta airada. Los ojos dorados y sin alma le brillaron por la diversión que le suponía la brusca forma de hablar de Berossus. Honsou ya debía de saber el motivo que los había llevado hasta allí. Sólo existía una razón por la que ambos se habían dignado acudir a la guarida del mestizo. Sonrió al imaginarse la desilusión de Honsou al tener que compartir lo que había conseguido su anterior señor.
—Debes perdonar a Berossus, lord Honsou —dijo Toramino con voz suave al mismo tiempo que daba un paso adelante y extendía las manos ante él.
A diferencia del resto de la armadura, los guanteletes estaban forjados a partir de un hierro oscuro de aspecto siniestro, y estaban desgastados y marcados por innumerables batallas. Encantado de participar en matanzas, Toramino había jurado siglos atrás que jamás se limpiaría una muerte de las manos, por lo que los guanteletes estaban cubiertos de sangre y sufrimiento desde hacía mucho tiempo. En el momento en que las manos aparecieron, los guerreros de hierro que rodeaban a Honsou alzaron los bólters y apuntaron a la cabeza de lord Toramino.
Este se limitó a sonreír, lo que dejó al descubierto unos dientes de plata reluciente, antes de seguir hablando.
—He venido para ofrecerte la enhorabuena por la victoria en Hydra Cordatus. Tu antiguo señor llevó a cabo una campaña genial. Conquistar las murallas de una fortaleza tan formidable fue un logro impresionante. ¿Dónde se encuentran los otros dos capitanes, Forrix y Kroeger? Debemos festejarlo con ellos dos también.
—Están muertos —contestó Honsou con sequedad.
Toramino disfrutó de la vejación que suponía para el mestizo ser excluido del honor de la victoria. Olfateó el patético deseo de aquel cachorro de ser aceptado por ellos y se centró en el verdadero motivo de su viaje allí.
—Una pena —comentó—. Sin embargo, sus muertes sirvieron para cumplir la misión. ¿Os apoderasteis del botín que existía bajo la ciudadela?
—¿Una pena? —repitió Honsou—. Lo que fue una pena es que yo no pudiera matarlos en persona, aunque tuve el placer de ver morir a Forrix. Y sí, sacamos el botín de las instalaciones criogénicas que había bajo las montañas… Bueno, al menos lo que los imperiales no fueron capaces de destruir.
—¿Semilla genética estable? —murmuró Toramino, incapaz de ocultar la ansiedad que sentía.
—Sí —contestó Honsou—. Biológicamente estable y sin mutación alguna, y toda fue a parar al Saqueador. Ya lo sabes, Toramino.
Lord Berossus soltó una carcajada cargada de restallidos estáticos e inclinó hacia adelante su enorme cuerpo.
—No nos tomes por tontos, mestizo. Sabemos que te guardaste parte de ella. Tú serías el tonto si no lo hubieras hecho.
—Y si lo he hecho, ¿eso a ti qué te importa? —le respondió Honsou con un gruñido.
—¡Insolente! —rugió el dreadnought dando un retumbante paso hacia él al mismo tiempo que los servobrazos de la espalda se ponían en funcionamiento—. ¿Cómo te atreves a hablarle así a tus superiores?
Toramino habló antes de que Honsou tuviera tiempo de contestar.
—Aunque se expresa con brusquedad, lord Berossus está en lo cierto. Sabemos que te has guardado parte de la semilla genética, así que escucha con atención, mestizo: tu antiguo señor había jurado una alianza con Berossus y conmigo, y esperamos que tú, su sucesor, cumplas ese juramento y compartas el botín de la victoria.
Honsou no contestó nada durante unos largos segundos antes de echarse a reír carcajadas en sus narices. Toramino notó que el odio que sentía hacia el mestizo ardía con más fuerza que nunca.
—¿Compartir? —dijo al cabo de unos momentos mientras se giraba para recibir en las manos una larga hacha de hoja ancha que le entregó uno de los guerreros de hierro que estaba a su espalda.
Hizo un gesto en dirección a otro guerrero de hierro y éste se agachó detrás del trono para sacar a la vista un pesado cofre criogénico de hierro a la vez que decenas de guerreros de la gran compañía de Honsou aparecían y se situaban alrededor de ellos.
El guerrero de hierro que llevaba el cofre lo mantuvo en alto delante de lord Toramino mientras Honsou seguía hablando.
—En ese cofre criogénico se encuentra todo lo que estoy dispuesto a compartir. Es mi única oferta, así que os recomiendo que la aceptéis y os marchéis.
Toramino entrecerró los ojos mientras acercaba uno de sus desgastados guanteletes para levantar la tapa. Volutas de aire condensado salían del cofre. Todos sus instintos le indicaban que aquello era una trampa, pero no podía mostrar ninguna debilidad ante el mestizo.
Abrió el cofre y tensó el cuerpo al ver que estaba vacío.
—¿Esto es alguna clase de broma estúpida, mestizo? —le preguntó Toramino con voz sibilante—. ¿Incumples los juramentos de tu señor?
Honsou dio un paso hacia Toramino y escupió en la reluciente placa pectoral del herrero forjador.
—Me meo en esos juramentos y me meo en ti —le contestó—. En ti y en ese monstruo idiota tuyo. No, no es una broma. Entérate bien, Toramino, no me sacaréis nada. Ninguno de vosotros lo hará. Lo que le arrebaté a los imperiales en Hydra Cordatus lo hice con mi esfuerzo y con mi sangre, y ni tú ni nadie me lo va a quitar.
Toramino estaba enfurecido, pero se contuvo. Los músculos del cuello se le hincharon por el esfuerzo que le supuso tener que reprimirse. Gruñó y, soltando una maldición, le hizo un gesto a Berossus, quien a su vez rugió y descargó el poderoso martillo de asedio sobre el guerrero de hierro que tenía en las manos el cofre criogénico, destrozándolo en una explosión de carne y metal. Una aureola de energía eléctrica rodeó el cráter, y del martillo chasqueante cayeron restos semisólidos que gotearon hasta el suelo.
Toramino no podía creer que aquel miserable mestizo tuviera el valor de comportarse de ese modo con él.
—¿Te atreves a insultarme de este modo? —aulló.
—Sí, y ya no sois bien recibidos en esta fortaleza. Os permito marcharos, tal como corresponde a unos herreros forjadores de vuestra categoría, pero jamás pondréis el pie de nuevo en este lugar mientras yo viva.
—Desafiarme significa la muerte —le prometió Toramino—. Mis ejércitos derribarán esta fortaleza piedra a piedra, torreón a torreón, y te entregaré a los sinpiel.
—Eso ya lo veremos —contestó Honsou empuñando con más fuerza el hacha—. Envía a tus ejércitos, Toramino. Lo único que lograrán es morir ante mis murallas.
Lord Toramino ni siquiera se dignó contestar y se dio media vuelta para salir de la estancia, seguido de cerca por lord Berossus y el séquito.
Si el mestizo quería la guerra, Toramino se la daría encantado.
Una guerra capaz de arrancar al poderoso Perturabo de sus ensoñaciones.