EPILOGO

Cincuenta años después

Las hojas caídas de los árboles inundaron el claro del bosque semejando un manto amarillo rojizo. Era Otoño en Var Alon, la tierra de los Elfos. Nada rompió la quietud del lugar hasta que una renqueante figura apoyada en un bastón apareció avanzando con extremada lentitud. El anciano recorrió el claro hasta llegar a la altura de una lápida de piedra, donde una inscripción casi ilegible por el paso de los años rezaba así:

Aquí yace la princesa de los Elfos, amada, luchadora, sacrificada,

que fue las tres cosas.

Dio la vida al mundo.

El viejo suspiró con tristeza al leer esas palabras.

Permaneció largo tiempo en aquel lugar, hasta que entre el follaje del bosque surgió otra figura, igualmente encorvada por el paso de la edad situándose frente a él.

- Me alegro de verte –dijo el último en llegar.

- Yo también -asintió el primero, la voz ronca por la edad-.

Hace cincuenta quedamos en encontrarnos aquí una vez al año. No hemos faltado ni una vez a la cita.

El otro esbozó una leve sonrisa en sus labios ajados, y miró con tristeza la vieja tumba.

- Ha pasado mucho tiempo -susurró. Se giró un poco para mirar a su compañero-. ¿Cómo va todo?

- Como debe ir. Fui al funeral de Lorac hace una semana; los de la Hermandad quieren nombrar a Jon Gran Maestre.

- Es un gran honor para tu hijo -razonó el otro anciano.

- Sí, lo es, pero no sé si mi hijo aceptará, no le gustan ese tipo de honores, ha resultado un hombre valioso pero sencillo -se volvió hacia él- ¿Cómo está tu mujer?

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- Bien, todo va bien. Quiere que nos mudemos a las nuevas colonias que están haciendo en Darkun, pero ya le he dicho que mis huesos comienzan a estar demasiado cansados para este tipo de viajes.

Los dos ancianos intercambiaron una rápida sonrisa.

- A veces tengo ganas de recorrer mundo de nuevo, como en el pasado. El Supremo Rey Kelvin el Joven insiste en que entre a formar parte de su Consejo, pero tampoco tengo ganas de eso. Cedric y Dezra me han hecho el mismo tipo de honores, pero no deseo la vida en palacio. Antes me gustaba hacer algunos viajes junto a Eric, a mi mujer no le importaba, pero tras la muerte de mi amigo dejé de hacerlo. Ahora sólo me queda esperar -se encogió de hombros-, esperar la muerte, ya poco más podemos hacer.

Guardaron silencio por unos segundos, y al final el anciano que había llegado en último lugar dijo:

- ¿Te has preguntado alguna vez cómo hubieran sido nuestras vidas si ella no hubiera muerto?

- Muchas veces -se encogió de hombros su compañero-. Pero me es imposible imaginármelo; los dioses quisieron que las cosas sucedieran así, ya hace tiempo que dejé de maldecirlos por ello.

- No hay duda, te has vuelto sabio con la edad -sonrió con amargura el otro.

- Ahora que ya no importa lo que sabemos.

- Así es, tenemos más recuerdos que años por delante. Pese a todo, te veo bien.

- Sí -sonrió a su vez su compañero-. Todo va bien.

Dejaron un ramo de flores sobre la tumba y luego se marcharon, hablando y riendo con nostalgia de los viejos tiempos.