CAPITULO 2
Reencuentros
Cuando Cedric tuvo ante sí a las seis figuras con sus capas empapadas creyó estar contemplando a unos extraños y no a los amigos a los que deseó suerte cuando partieron de aquel mismo lugar tres meses antes en busca de la espada de Dagnatarus.
Su mirada buscó casi con desesperación la de su hermano, y sintió que un frío glacial le recorría las entrañas al ver que era opaca y sin brillo. Eric había cambiado, de eso no cabía duda alguna, y Cedric experimentó un gran pesar porque en los ojos de su hermano leyó que había dado el paso que le alejaba definitivamente de la niñez. De hecho, aparecía ante él mucho más envejecido de lo que recordaba. Sus profundas ojeras, su rostro contraído en una mueca constante de dolor.
No, aquél no era el Eric de hacía tres meses, eso saltaba a la vista, tampoco estaba seguro de que el cambio fuera para mejor.
Su mirada se fijó ahora en Jack, si es que era él, pues ni de eso estaba seguro. Podría decirse que su semblante había cambiado en el mismo sentido en que lo había hecho la de Eric, pero además de eso sus cabellos eran ahora blancos como la nieve. Por un momento le recordó a los de Lord Variol, el mismo tono descolorido, la misma blancura.
Demasiadas coincidencias.
Entre su hermano y Jack estaba quien suponía que debía de ser Karina, pero sólo podía suponerlo, pues se mantenía en silencio junto a sus dos compañeros y con la capucha echada, de forma que le cubría el rostro.
¿Quiénes eran esos extraños? ¿Dónde estaban su hermano y sus compañeros tal como los había conocido? Los tres estaban cambiados, se habían endurecido de un modo extraño, de eso podía estar seguro. En otro momento se habría alegrado, pues eso querría decir que habían madurado, pero no 23
sabía si el dolor que podía leer en sus ojos podía ser algo bueno. Él también había sufrido mucho esos últimos meses, pero al verles supo que no había sido el único, y que cada uno tenía su propia experiencia personal.
Lorac, Valian y Tarken seguían igual que siempre, aunque sus facciones estaban más contraídas por la preocupación. No, ellos no habían cambiado respecto a lo que ya eran, pero aquello no estaba siendo fácil para ninguno.
- Rey de Kirandia -Lorac fue el primero en tomar la palabra, inclinando ligeramente la cabeza al hablar ante Cedric-.
Sentimos lo de vuestro padre, pero mostramos nuestros respetos al nuevo señor de Kirandia -se volvió-. Nos alegramos de veros sana y salva, Dezra.
- La corona no me ha traído más que problemas, Lorac -
Cedric tragó saliva, por ahora su hermano seguía donde estaba, y ni siquiera había hecho ademán de acercarse a él-.
¿Sabéis todo lo que ha ocurrido aquí?
- Uno de vuestros caballeros nos ha puesto al corriente al llegar -asintió Lorac-. La muerte de vuestro padre, el ataque a la Torre del Crepúsculo, Lord Variol y el Cuerno de Telmos, vuestro duelo con ese…, hombre, y el secuestro de la princesa Coral.
Cedric les señaló varios sillones.
- De acuerdo entonces, lo primero sería que descansarais un poco, pero tenemos que hablar cuanto antes.
Se sentaron en unos sofás. La curiosa distribución de los asientos a modo de círculo, les permitió mirarse los unos a los otros. Caras serias, gestos graves, no parecía una reunión de antiguos amigos reencontrándose.
- Lo primero es lo primero, Lorac –continuó mientras su gesto se endurecía-. Necesito saberlo cuanto antes, ¿la tenéis?
Lorac asintió con un rápido cabeceo.
- Lo logramos, Venganza está con nosotros, señor.
Cedric suspiró con alivio, también Dezra se permitió una ligera sonrisa. Éxito. Entonces, ¿por qué aquellas caras?
- Está bien, quiero verla -añadió Cedric.
Los compañeros intercambiaron significativas miradas.
Jack bajó la vista.
- De momento preferimos no sacarla. Lo haremos cuando nos reunamos con el Supremo Rey, pero cuanto más tiempo permanezca guardada mejor será para todos -dijo Lorac.
- ¿Qué significa esto? -Cedric se levantó y miró a su interlocutor con extrañeza-. ¿Por qué no puedo ver la espada?
Ya no soy un alumno más de la Academia, Lorac, soy el rey de Kirandia, igual que lo fue mi padre antes que yo, y te he pedido, no…,¡te he exigido que me muestres la espada!
- Cálmate, Cedric, creo que entiendo a Lorac -Dezra puso una mano en su hombro, mientras que éste y Lorac intercambiaban una tensa mirada-. ¿Hay algo que todavía no entendemos en esa espada, verdad?
- Así es, amiga mía -Lorac sonrió débilmente-. Es el momento en que ambos debemos relatar lo que nos ha sucedido.
Pareció que Cedric iba a decir algo más, pero luego lo pensó mejor y se dejó caer pesadamente sobre su sillón.
- Tenéis razón, Lorac -alzó la mirada-. ¿Y bien? ¿Qué os ha pasado desde que os fuisteis de aquí?
Y comenzaron a hablar. Lorac lo contó todo, sin omitir absolutamente nada. Desde su paso por el Muro de Hierro y las Ciénagas de Malg, donde habían sido atrapados por un extraño poder, hasta su llegada a Vaer Morag. En ese momento hablaron también los demás. La emboscada que sufrieron nada más llegar, los Nopos, la captura de Jack, el hombre-dragón. Cuando le tocó el turno a Jack de contar lo sucedido, omitió una cosa, algo que ni siquiera le había contado a sus compañeros: La identidad de aquel hombre-dragón. Era algo que si alguna vez revelaba, lo haría a Gerald y Coral, sólo ellos tenían derecho a saber la verdad. Cómo se lo tomaran ya era otra historia.
Y llegó el momento de la batalla final en la sala del trono de lo que había sido el antiguo palacio del rey Akelón.
- Siento que te hirieran, Karina, pero me alegro de que sigas entre nosotros -Cedric sonrió a la chica, aunque no pudo ver si ésta respondía a su gesto o no pues seguía con la capucha echada-. ¿Y decís que Jack mató con Venganza a aquel hombre?
- Así es -fue Tarken el que habló ahora-. Ya habréis observado lo que sucedió después de eso.
Jack se mantuvo con la vista baja cuando todos se volvieron para mirarlo. Sus cabellos del color de la nieve parecían ahora más que nunca un faro que llamaba poderosamente la atención.
- ¿Cómo te sientes, Jack? -Cedric le miró con atención.
- Ya lo he dicho mil veces…, señor -recordó tardíamente que Cedric ya no era un amigo más. No, él también había cambiado, ahora aparecía manco ante ellos pero además era el rey-. Me siento como siempre. De hecho, casi diría que estoy en mejor forma que nunca.
- Desde aquel día cubrimos la espada bajo unas telas y nadie la ha vuelto a tocar -Lorac sacudió la cabeza-. No sabemos qué efectos produce el empuñarla.
- Puede que los efectos no sea al empuñarla, sino el matar con ella -apuntó Dezra. Jack le lanzó una dura mirada, pues no necesitaba que le recordaran lo que había hecho con esa espada, pero Dezra lo ignoró-. Sólo tenemos un precedente de una persona que matara con Venganza, y no es muy alentador.
- ¡Yo no soy como Dagnatarus! -saltó Jack repentinamente furioso.
Se quedó callado mientras le observaban asombrados.
Se dio cuenta entonces que se había levantado espontáneamente y tenía el puño cerrado en un gesto amenazador a un metro de la joven miembro del Consejo de Magos.
- Lo…lo siento -se dejó caer en su sillón, confuso.
- Tranquilízate, Jack, nadie ha dicho que lo seas -le calmó Dezra, lanzándole una apaciguadora sonrisa a pesar de todo-.
Me refería al hecho de que no sabemos casi nada de esta espada, y creo que cuanto menos la saquemos a la luz será mejor para todos.
- De todas formas, al menos ya la tenemos la espada -añadió Cedric cuando el ambiente se tranquilizó un poco-. Pero, yo…
-miró al techo y todos pudieron ver sufrir al rey de Kirandia-
¡Me siento perdido! ¡Hemos sido derrotados antes de empezar! La noche ha caído sobre Mitgard, os habréis dado cuenta. Al principio, pese a que ello suponía un gran trastorno para el reino, pensaba que podíamos ganar esta guerra.
- Pero las tormentas no cesaron -completó Valian, con el gesto imperturbable de siempre.
- Las tormentas -Cedric ocultó el rostro entre las manos-.
Continuas. No nos dan un respiro desde hace más de dos meses. Cubren toda la tierra de Mitgard, arrasando con lo que haya: cosechas, poblaciones, las comunicaciones casi cortadas.
No podemos seguir así -Cedric retiró las manos y respiró muy hondo-. Acabará con nosotros.
Cayó el silencio sobre el grupo, nadie dijo nada durante un rato. Cedric notó que su hermano estuvo a punto de levantarse, pero finalmente desistió para seguir sentado. No había nada que decir.
- Hay mucho qué discutir -intervino Lorac al fin-. Queda claro que el enemigo cuenta con recursos para vencernos que no conocíamos, pero le haremos frente. Nos hicimos con la espada de Dagnatarus cuando parecía que todo estaba perdido, y llegaremos al fondo de este asunto.
- Eso es lo que le estaba diciendo a Cedric cuando llegasteis -
repuso Dezra, esbozando una sonrisa que pretendía ser de ánimo para todos-. El Consejo de Magos tiene un plan para descubrir el origen de las tormentas que azotan Mitgard. El propio Mentor llegará aquí en pocos días, si los dioses lo quieren. Puede que no todo esté perdido para nosotros.
Lorac levantó la cabeza enseguida.
- ¡Por todos los dioses, eso es magnífico! -sonrió, y posiblemente era la primera vez que lo hacía en mucho tiempo-. Aún hay esperanza si sabemos buscarla.
Su sonrisa hizo que los demás se relajaran. El ambiente se hizo menos tenso, y hasta el propio Cedric se mostró algo más animado.
- Eso espero, que haya esperanza. Pero estoy siendo un mal anfitrión. Acabáis de llegar y no he hecho más que acosaros a preguntas. Debéis de estar cansados, así que acudid a vuestras habitaciones. Dezra os indicará donde podéis descansar y asearos. Ya continuaremos más tarde.
Se levantaron. Lorac le puso una mano en el hombro, gesto que nunca antes habría hecho con el anterior rey.
- Lo haremos, Cedric -dijo-. La hora de la Hermandad del Hierro ha llegado.
- Espero que eso signifique algo bueno para todos -contestó éste con semblante severo.
Sólo después de que la puerta se hubo cerrado los dos hermanos se fundieron en un fuerte abrazo. Estuvieron así largo tiempo. El mayor consolaba al menor, que lloraba por un dolor que era nuevo para él, aunque viejo para el que era el rey de Kirandia. Al cabo de un rato se separaron. Cedric soltó un suspiro de alivio al leer en el rostro de Eric que no había cambiado tanto como para no ser capaz de llorar.
Llorar la muerte de su padre.
- Fue rápido -explicó Cedric en voz baja-. Lo único que lamento es no haber podido tener su cuerpo para poder darle el digno funeral que se merecía. Dejamos el cadáver en la pequeña capilla de los sótanos de la Torre del Crepúsculo, pero aquel lugar fue un infierno cuando nos atacaron. Suerte tuvimos de no terminar enterrados allí nosotros también.
- Ya está con madre, como siempre quiso -Eric habló en voz baja-. Durante estos últimos meses había momentos en que creía que ya no me quedaban lágrimas que derramar, pero siempre hay algún motivo más por el que llorar.
- Y por el que reír, hermano, y por el que reír, si no ahora, más adelante -Cedric le mostró el muñón que era su mano derecha-. ¿Habías visto alguna vez a un rey de Kirandia manco?
Su tono era jocoso y Eric esbozó una ligera sonrisa, pero era esta triste y pronto abandonó su rostro.
- Al menos seguimos vivos -el más joven se dejó caer en uno de los sofás-. Durante todo el tiempo que permanecimos cerca del Lago de Plata, a menos de unas leguas de Vaer Morag, esperando que las heridas de Karina sanasen, estaba muy preocupado por lo que te pudiera estar pasando, por lo que le había sucedido a Jack, por…, por Karina, que estuvo cerca de la muerte, aunque se salvó finalmente -tragó saliva, como si le costara decir las siguiente frase-, pese a que no sé si ella considera que haya sido lo mejor que podía pasarle.
- Y aquí estamos finalmente -atajó Cedric con un brusco ademán-. Vivos, y eso es lo que importa. Puede que haya estado algo pesimista antes, hermano, pero realmente estoy sintiendo el peso de la corona en estos momentos. Tantas cosas de las que hacerme cargo, tantas preocupaciones y tan pocas respuestas. Están siendo momentos muy duros para nosotros. Espero que esto acabe cuanto antes.
- Al menos has tenido a Dezra para que te ayude -Eric esbozó una ligera risa, y por un momento pareció que eran dos hermanos como otros cualesquiera, soltándose sus chismes-.
Os veo muy unidos, claro que si es tu consejera personal...
- Siempre es útil contar con el consejo de un mago -rió Cedric, pero no replicó a las palabras de Eric, pues sabía que había gran verdad en lo que decía-. ¿Te has quedado aquí sólo para decirme eso?
Pese a que pretendía ser una broma, el semblante de Eric se transformó radicalmente. Por un momento habían parecido lo que realmente eran, dos hermanos compartiendo un agradable momento. Ahora, si Cedric debía recordar que era el rey, no podía olvidar que ante sí permanecía el que en esos momentos era su sucesor a la corona.
- Quiero saber algo más, hermano -dijo Eric con los ojos entrecerrados y destilando odio-. Quiero que me digas quien fue el que mató a nuestro padre.
- Señor, hay una persona que quiere veros.
Con mirada lánguida, Justarius examinó al joven guardia que tenía delante.
- Dile que puede pasar -se limitó a decir.
Justarius no era feliz. En los tres meses que llevaba allí no había hecho más que morderse la lengua, y lo hacía ante la ceguera que parecía padecer su líder, el Dorado, Señor de los Hijos del Sol. Daba la impresión de haberse olvidado rápidamente de todo lo que habían presenciado en la Torre del Crepúsculo.
Y es que allí Justarius había descubierto por fin cuál era el verdadero mal que estaba presente en Mitgard, y no eran los de la Hermandad del Hierro, como siempre había creído, ni los que manejaban el hierro siquiera.
Eran los que habían masacrado a sus hombres delante de sus propios ojos.
Muchas eran las noches que desde entonces se había levantado acosado por horribles pesadillas. Se veía de nuevo en el matadero en que se transformó aquel infausto día la Torre del Crepúsculo, comprobando impotente como el poder que Tror les otorgara se mostraba insuficiente para contener a las fuerzas de la Oscuridad, viendo morir a sus hombres unos tras otro.
Y por encima de todo aquel sonido.
El cuerno. El Cuerno de Telmos, que Lord Variol no había dejado de hacer sonar. La misma persona en la que su líder tanto había confiado.
Habían logrado huir de aquella sangría, y tras muchas penurias, el rey Cedric, el que había sido su enemigo hasta hacía poco, les dió cobijo bajo su techo. Pero aquello no parecía bastar para el Dorado.
Una y otra vez éste destilaba veneno contra aquellos que una vez fueron sus enemigos. Pero que ya no podían serlo, y no podían serlo después de lo que habían visto. Cada vez era menor la confianza que le iba quedando en su líder. Una vez más, Justarius se preguntó si había escogido bien su camino al lado de gente como aquella.
Abandonó bruscamente sus pensamientos cuando vio que el guardia seguía ahí.
- ¿Qué ocurre?
- Mi señor, es… es la persona que quiere veros -el joven soldado, apenas un adolescente recién salido de la pubertad no atinaba a encadenar dos frases seguidas-. Dice… dice que es vuestra hija.
Justarius sintió que un mazazo le sacudía todo el cuerpo. No supo cómo, pero de repente se vio a sí mismo agarrando con fuerza del cuello de la camisa al guardia, y poniendo su rostro a unos centímetros del suyo.
- ¿Qué has dicho? -siseó con sus músculos en tensión.
- Yo…,yo... –un temblor incontrolado sacudía al soldado-, es lo que ella dice, mi señor.
Soltó al chico y como un vendaval salió de la habitación. Nada más hacerlo vio una pequeña figura a pocos metros de donde él estaba, y su corazón dio un brusco salto en su pecho.
Aquella figura iba encapuchada.
- ¿Quién eres? - exigió casi a gritos.
- Soy tu hija -contestó simplemente la figura, sin alterarse en lo más mínimo.
La voz era la de una mujer, pero sonaba con un ligero balbuceo, como si hablara con la boca llena. No le recordaba a la de su pequeña en absoluto.
Además, no podía ser ella porque los de la Hermandad del Hierro la habrían matado cuando descubrieron que era una traidora.
- ¡Maldita seas! -se acercó hacia ella con intención de sacarle la fuerza a golpes, pero se detuvo de repente cuando la figura, fuera quien fuese, desenvainó una espada y la apoyó contra su pecho. Justarius no veía que estaba en peligro, no veía nada más, sólo una cosa.
La espada era de hierro.
Levantó la cabeza. De repente sintió que algo malo iba a pasar, algo terrible.
- ¿Cómo sé que eres mi hija? -susurró en voz baja.
La figura enfundó la espada y se echó las manos a la capucha.
- Tú lo has querido -dijo con sencillez.
Echó la capucha hacia atrás.
Era ya tarde cuando llamaron a su puerta. Con pocos ánimos de recibir a nadie, Gerald se dirigió a la puerta y, sabiendo que si fuese un desconocido los soldados no le habrían dejado pasar, la abrió de un tirón. No reconoció en un principio a aquel joven de blancos cabellos que se alzaba ante él, pero sus palabras murieron en su boca cuando la imagen de otro joven, igual a pero de cabellos negros, se abrió paso en su mente.
- ¡Por todos los dioses! ¡Jack! ¿Qué te ha…?
- Las preguntas para más tarde -Jack estrechó ligeramente la mano del elfo. Y lo hizo así porque era posible que quien le estrechara la mano en ese momento tuviera otra actitud bien distinta unos minutos después.
Gerald pareció un poco confuso por el saludo del joven. Bien, no es que Jack y él fuesen íntimos, pero después de todo lo que había pasado esperaba un reencuentro más afectuoso, quizá un abrazo.
- Tengo algo que decirte, Gerald.
- Está bien -asintió el elfo-. Oí decir que habíais vuelto, me alegra verte con mis propios ojos.
- Iré al grano, porque debes saberlo cuanto antes -Jack miró a los ojos a Gerald, quien le devolvió la mirada cada vez más confundido-. Yo… -de repente pareció acordarse de algo y su rostro de relajó-, siento lo de tu hermana.
El bello semblante de Gerald se cubrió de sombras.
- Fui con ella para protegerla de todo mal, Jack, y mira qué mal lo he hecho. Si a alguien tuvieron que haber desterrado los Escribas era a mí, y no a mi padre.
Jack se puso tenso de nuevo, y Gerald no supo por qué.
En el mejor de los casos su comportamiento era extraño. Vio que se tocaba algo que llevaba al cuello, seguramente un collar, aunque el elfo no lo distinguía demasiado bien, pues Jack casi le había dado la espalda para hablar con él, como si le diese vergüenza mirarlo a la cara.
- Precisamente sobre eso he venido a hablarte -dijo.
- ¿Sobre los Escribas? -Gerald enarcó las cejas sorprendido.
- No -contestó-. Es sobre tu padre.