CAPITULO 6
Traiciones
- Tranquilízate, Eric -la voz pausada del rey Cedric se impuso a los demás ruidos de la habitación-. Debemos mantener la calma si queremos salir con bien de esta situación.
Eric cerró la boca y miró a los demás miembros de la estancia con ojos de loco. Jadeaba por la tensión y la carrera que dio nada más escuchar las palabras del Dorado. Si alguien más se hubiese adentrado en los pasadizos que surcaban el subsuelo del palacio real de Gálador, habría podido presenciar una escena insólita; la de un príncipe de sangre real corriendo como un poseso por toda la maraña de corredores secretos que había en el palacio de Cedric. Llegó sin aliento a las habitaciones de su hermano, y sólo entonces consiguió mantener ligeramente la calma al ver que dos guardias custodiaban la entrada.
Solicitó ver a su hermano, y los guardias le franquearon el paso de inmediato. Una vez dentro y a solas con Cedric, no pudo contenerse y estallando en un frenesí de verborrea incoherente, del que el propio Cedric sólo había podido sacar una cosa en claro.
- ¡Avisa a todos! –ordenó.
Y eso había hecho. No habían pasado más que unos minutos y ya estaban en las habitaciones privadas del rey Cedric: Lorac, Tarken, Valian, Dezra y Karina, junto al propio Eric. Los mismos que habían salido de La Academia medio año antes en busca de Lord Variol y el Cuerno de Telmos.
Todos tenían caras de cansancio, pues se les había levantado de sus camas a altas horas de la noche sin previo aviso. Bueno, todos salvo Valian, pero aquel hombre parecía estar por encima de necesidades tan básicas como era el dormir.
- ¿Qué ocurre? -Lorac fue el primero en hablar, haciéndose al instante con el mando de la situación, pese a que Cedric fuese 223
el rey. Era una reunión de los miembros de la Hermandad del Hierro y en ella Lorac era el primero de todos ellos.
- Mi hermano tiene algo que contaros -respondió simplemente Cedric.
Todos miraron a Eric, y entonces él empezó a hablar.
Les dijo todo lo que había presenciado, desde el momento en que oyera voces en uno de los sótanos del castillo mientras vagaba en solitario por los túneles, hasta que reconoció a quién pertenecían esas voces. La situación era grave, y pronto el ceño de los presentes comenzó a fruncirse por la preocupación. Nada más y nada menos que una conspiración de los Hijos del Sol para asesinar al Supremo Rey Kelson y hacerse con el poder. ¡Y era el mismísimo Dorado el que la dirigía!
- Tenemos un problema -sostuvo Tarken en nombre de todos-.
Siempre y cuando lo que oyó el príncipe Eric sea exactamente lo que nos ha dicho.
- ¿Insinúas que estoy mintiendo? -Eric se revolvió indignado.
- Por todos los dioses, Eric, deja de estar a la defensiva -
Cedric extendió una mano hacia él en un gesto apaciguador.
La única que tenía-. Tarken se refería a que podías haber entendido mal, no a que nos estuvieses ocultando algo.
- Creedme, por favor. Por una vez os pido que me creáis -Eric tomó aire con fuerza y se sentó en una silla para relajarse-. El Dorado y ese hombre llamado Justarius planean matar al Supremo Rey. Tienen cierto acuerdo con alguien de Angirad llamado Eral de Thule. Una vez esté muerto Kelson aquel hombre se convertirá en Regente y, por lo que dijeron, es un fiel seguidor de las creencias de los Hijos del Sol.
- Lord Eral, Conde de Thule -dijo Cedric-. Recuerdo que padre me habló alguna vez de él. Un hombre extravagante, pero tiene poder. Sólo nos faltaba una guerra civil en el Supremo Reino. ¡Dioses! -se agarró la cabeza con su única mano en un gesto desesperado-. ¿Hay algo más que nos pueda salir mal? Mi reino se está hundiendo y yo no puedo hacer nada por solucionarlo.
- Debemos tener esperanza, Cedric -respondió Tarken con voz suave-. Todavía tenemos una guerra por disputar. Os digo que los dioses no nos habrían dado una esperanza para detener las tormentas si no fuera porque tenemos alguna posibilidad de hacerlo.
- ¡¿Cómo?! -Cedric lo miró contrariado-. Sabemos que algo así ocurrió en el pasado, sabemos que nuestros antepasados huyeron de la tierra de los Valondar a causa de eso, pero ya está…, no podemos llegar a esas tierras mientras duren las tormentas, y…
- Cedric, calmaos -Lorac se adelantó y le puso una mano tranquilizadora en el hombro-. Hay un momento para cada problema, y en este instante no podemos hacer nada por detener las tormentas, pero sí podemos salvarle la vida al Supremo Rey -Cedric asintió y Lorac continuó hablando-. Los Hijos del Sol se han vuelto un peligro, pienso que ha llegado el momento de que Kelson abra los ojos en lo que a ellos se refiere.
- ¿Entonces a qué esperamos? -estalló Eric-. Dentro de tres días, en Fin de Año, los Hijos del Sol envenenarán al Supremo Rey. Debemos contárselo a Kelson cuanto antes.
- No, no podemos -negó Dezra, interviniendo por primera vez en la conversación-. Si lo hacemos los Hijos del Sol lo negarán todo y no tendremos pruebas ante Kelson para acusarles.
- Es cierto -apuntó Valian, que estaba de pie un poco apartado de los demás-. Deberíamos trazar un plan de forma que le salvemos la vida a Kelson al mismo tiempo que el Dorado quedase en evidencia.
Era cierto. Todo era cierto. Eric miró con frustración al resto de miembros del grupo. Lo había visto todo tan cerca.
Fue él quien había descubierto la conspiración. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? Se moría de ganas de llamar a los guardias y encerrar hasta el último de los Hijos del Sol en la más negra mazmorra de palacio. Pero las cosas no eran tan simples. Y menos aún para un rey.
Miró a su hermano y vio sus profundas ojeras. Hacía ya tiempo -desde que regresara al palacio-, que no veía a Cedric feliz. Por un lado era normal; su padre había muerto, habían perdido la primera batalla de la guerra. Todos los miembros de la habitación mostraban semblantes preocupados y tensos, pero en su hermano aquella sensación se acentuaba de manera preocupante.
“Ojalá pudiera ayudarle”. Sí, ojalá consiguiera hacerlo.
Su hermano, Jack, Celina…, eran tantos los que estaban sufriendo a causa de esta guerra. Gente cercana, personas a las que quería, todos ellos víctimas de la situación bélica creada.
Una vez su padre le dijo que la guerra cambia a las personas.
Era cierto. Las cambiaba pero para mal.
- Tengo una idea -sostuvo una voz; la única en la estancia que no se había pronunciado hasta entonces: Karina.
- ¿Cómo…? -Lorac estaba un poco perplejo, hasta Cedric había enarcado una ceja en un gesto de educada incredulidad.
Sin embargo, era Valian quien miraba con más atención a la chica de la capucha echada sobre la cabeza asintiendo suavemente.
- Prestadle atención -dijo el hombre que una vez fuera príncipe de un reino ya extinto-. Si repasáis con minuciosidad lo que Eric nos ha dicho, sabréis por qué ella puede ayudarnos.
Los demás se miraron unos a otros perplejos. También Eric estaba confundido. ¿Que Karina podría ayudarles?
Entonces repasó todo lo que él mismo había presenciado, y un nombre acudió a su cabeza, un nombre que ya había escuchado una noche en La Academia hacía ya lo que parecía una eternidad, cuando muchos secretos fueron desvelados.
Justarius.
- ¡Dioses, ni siquiera había caído en ello! -Cedric suspiró resignado y cerró los ojos con cansancio-. ¿Qué clase de rey soy que olvida este tipo de cosas?
- Un rey muy cansado, Cedric -le restó importancia Lorac-.
Todos lo habíamos pasado por alto. Hemos olvidado que Justarius, la mano derecha del Dorado, es el padre de Karina.
No sé que haríamos sin ti, Valian.
El hombre esbozó un amago de sonrisa, pero nada más.
- Y bien, Karina, recuerdo que ya tuvimos problemas debido a ello en el pasado -Lorac y todos los demás se giraron hacia ella-. Recuerdo, en efecto, que perdimos el Cuerno de Telmos por culpa de la lealtad hacia tu padre.
- No seáis tan duro con ella -protestó Dezra-. Ese tema pertenece al pasado y ya lo resolvimos en su momento.
- Es cierto, Lorac -le dio la razón Tarken.
Eric vio que Lorac miraba a uno y a otro con gesto huraño. “Aún le duele la pérdida del cuerno”, pensó para sus adentros. De hecho, había sido el Gran Maestre Derek quien le encomendó al propio Lorac que dirigiese el grupo que salió de La Academia en busca de ese mismo cuerno.
Pero fracasaron y al sacar ese tema a colación de nuevo, Lorac descargaba su contrariedad sobre Karina, quien ya había obtenido su perdón entonces.
“Si de verdad sientes algo por ella, ha llegado el momento de demostrarlo”. Eric apretó los puños. Vio que Karina dudaba ante la dura mirada que le dirigía Lorac; y también Cedric dudaba ante la inesperada oferta de la chica.
Y allí estaba ella, con su capucha echada permanentemente sobre el rostro. Daba una impresión de fragilidad bajo el peso de todas aquellas miradas acusadoras.
Eric también había estado del lado de los que dudaban de ella hacía tiempo, pero eso se había acabado desde que…
La espada de Eric era un peso muerto en sus brazos.
Los trasgos habían salido de todas partes y el joven supo que estaban sentenciados cuando vio la mirada de derrota en el semblante de Lorac. Iban a morir en Vaer Morag. Todos lo harían, pues a lo lejos oía el entrechocar de espadas y sabía que era Jack, enfrentándose a aquel demente con el casco de dragón. También él moriría, toda esperanza de imponerse en la guerra que se avecinaba desaparecía.
Detuvo el enésimo ataque de uno de los trasgos, pero con tan mala suerte que su pie resbaló al pisar la sangre que había en el suelo, cayendo ante su enemigo. Su espada se le escapó de las manos, y al girar la cabeza vio desde el suelo 227
cómo su atacante alzaba su espada contra él. Allí estaba la muerte acechándole.
Fue entonces cuando, al igual que la bella Lorelai hiciera mil años atrás, el cuerpo de Karina se interpuso para detener el ataque. Por un instante -un breve instante-, las miradas de Eric y de ella se cruzaron.
En aquel momento Eric supo que ojalá las cosas hubieran sido distintas entre ellos, que el orgullo no se hubiera cruzado en su camino, ojalá…
La espada alcanzó el rostro de Karina, y a partir de ese momento Eric solo vio sangre, la de ella, y su mundo se volvió rojo.
Karina sobrevivió a eso, pero nada había sido igual entre ellos dos.
Pero lucharía por recuperar lo que una vez perdió.
- Quiero que la escuchemos -dijo de pronto, dando un paso al frente y colocándose junto a Karina-. Justarius es su padre y si alguien tiene que decir algo en todo este asunto es ella. Tiene toda mi confianza.
Los demás se mostraron un poco sorprendidos de que saliera en su defensa, pero finalmente accedieron.
- ¿Y por qué no? -se encogió de hombros Cedric-. Mi reino está al borde del desastre, y a mí se me terminan las ideas para salir de este pozo. ¿Por qué no arriesgarse? Adelante, Karina, dinos qué es lo que tienes pensado.
Y ella explicó su plan.
Salieron por turnos, para no llamar demasiado la atención, pues era tarde y resultaría extraña una reunión tan multitudinaria en las habitaciones privadas del rey Cedric a esas horas de la noche. Eric salió junto a Karina, y supo que ése era el momento adecuado para hablar con ella. Deseaba hacerlo desde que expusiese su loca idea. Todos le habían puesto un sinfín de pegas, pero fue Valian el que había puesto fin a la discusión.
- ¿Acaso disponemos de un plan mejor?
Y con eso se había dado por concluida la conversación.
Se haría lo que Karina propuso, y se haría porque la idea era tan arriesgada que sólo por eso representaba una mínima esperanza de que tuviera éxito.
- Está bien, entonces -concedió Lorac finalmente. No, no estaba bien, en opinión de Eric, pero no dijo nada y optó por guardar silencio-. Quedan tres días para la fiesta de Fin de Año. No haremos nada hasta entonces.
Eso habían decidido. Fueron saliendo poco a poco de las estancias de Cedric, y entonces Eric se llevó en un aparte a Karina.
- Tenemos que hablar -le dijo simplemente.
Ella dudó un instante, luego asintió ligeramente siguiéndole por los corredores de palacio. Llegaron hasta un pequeño cuarto que estaba sin vigilancia, y allí Eric dejó que ella pasara primero, y cuando lo hubo hecho él también cerró la puerta tras de sí.
Eric se giró y se dispuso a hablar, pero entonces se dio cuenta de que estaban los dos solos en la habitación, y aquella sensación les llenó de incomodidad a ambos.
“Al Infierno con la vergüenza. He venido a hablar con ella y eso es lo que pienso hacer”. Se aclaró la garganta y comenzó.
- Es una locura.
Magníficas tres palabras para comenzar una conversación. No supo cuál fue su reacción pues el rostro quedaba siempre oculto por la capucha que llevaba permanentemente bajada, pero no debió ser muy buena por su respuesta.
- ¿Es eso todo lo que tenías que decirme? Bien, entonces será mejor que me vaya.
Se dirigió hacia la puerta pero Eric abandonó toda prudencia y la agarró con firmeza por el brazo.
- Eric, me…, me haces daño.
- ¡Por los dioses que me vas a escuchar! -su semblante se contrajo con furia. Ya estaba bien de tanta tontería, había llegado el momento de hablar claro-. ¿No te das cuenta de que 229
si te digo que me parece una locura es porque estoy preocupado por ti? ¡Maldita sea, he dado la cara por ti ahí dentro! Podrías estar un poco agradecida, al menos.
Ella se soltó con brusquedad y se frotó el brazo, pensativa.
- Sí, supongo que…bueno, tengo que darte las gracias por apoyarme frente a los otros. Pero por mucho que te parezca una locura, pienso seguir hasta el final con todo esto.
- Recuerda que tu padre ya te vendió una vez. No creo que pienses que ahora lo va a tirar todo por la borda para ir a salvar a su hijita perdida.
No podía verlo pero a buen seguro la mirada que le debió de dirigir tuvo que se de todo menos amable.
- Mi padre y yo tuvimos una conversación al poco de que regresara aquí.
- ¿Y qué te dijo?
- Eso sólo me incumbe a mí, pero si confías como acabas de decir ante todos, déjame seguir adelante con esto.
- Pero… -Eric sacudió la cabeza. Sabía cuando no tenía nada que hacer, dijera lo que dijera-. ¿Qué pasara si sale mal?
Ella rió suavemente. Su risa sonaba algo gangosa, pero era así desde que le habían herido. Bastante era que podía al menos hablar.
- Entonces, Eric, tendrás vía libre para cortejar a cualquier dama de la corte que no sea un monstruo como yo.