Cuarta parte

CAPITULO 1

El retorno de los Nopos

¡En pie!

Kelson, Supremo Rey de Mitgard entró en la sala de consejo de Erebor. A su derecha caminaba un hombre de estatura baja y muy robusto, a quien Cedric recordaba haber visto sólo una vez en su vida cuando era pequeño. El monarca de Angirad lucía una sonrisa espléndida, e incluso palmeó el hombro de Celina dando un ligero abrazo al propio Cedric. No había duda de que estaba de buen humor.

- Brillante batalla, señores -dijo a todos-. Ni el mismo Girión lo habría hecho mejor.

- No habríamos obtenido la victoria sin ayuda, Alteza -se limitó a decir Celina. Por su cargo de Señora de La Llanura era una más entre iguales.

- Mi señora -Kelson inclinó la cabeza ante Esmeralda, la Reina de los Elfos, quien le devolvió un respetuoso saludo pero falto de calor. Cedric ya había notado que los Elfos no solían ser muy efusivos con los que no eran de su raza-. Os doy las gracias a vos y a vuestro hijo por acudir en socorro nuestro.

- Era un deber, Alteza, pero fue hecho con todo agrado -

respondió Esmeralda esbozando una ligera sonrisa.

- Que nuestro Enemigo aprenda a temer a los Elfos -respondió Gerald, lleno de orgullo.

Kelson asintió pero no dijo nada más. La última vez no se había despedido de la mejor manera posible de príncipe Gerald, y ambos lo sabían. Sin embargo, aún no se habían terminado las presentaciones aquel día.

- Pero hay alguien más a quien debo dar las gracias hoy, pues cambió nuestra suerte en la batalla -avanzó unos pasos y se situó frente a Derek-. Maestre, por fin nos conocemos.

- Alteza -de pie junto a Valian, hizo una profunda reverencia.

- Comenzamos esta guerra como enemigos -continuó Kelson-, pero los acontecimientos nos han llevado al mismo bando.

- Sólo existe un único enemigo, Alteza -dijo Derek-. La Hermandad del Hierro siempre lo ha entendido así.

Kelson sostuvo la mirada del Gran Maestre durante unos segundos más; finalmente volvió a asentir dirigiéndose hacia el hombre de aspecto achaparrado que lo había acompañado al entrar.

- La mayoría le conoceréis ya, pero para los que no, aprovecho para presentaros al rey Rundig de Eregión -el monarca hizo una reverencia ante todos ellos, que cada uno respondió a su manera-. Fui a Angirad e hice varias cosas: la primera, colgar al Conde Eral de Thule por traición, y la segunda reunir a mi ejército llamando al rey de Eregión y venir hasta aquí -carraspeó para aclararse la garganta y continuó-. Más tarde recibí noticias del ataque a Erebor, pero estábamos demasiado lejos para llegar a tiempo. Sin embargo, aquí estamos finalmente, ha llegado la hora de tomar decisiones.

Celina se adelantó, y haciendo gala de un profundo conocimiento del protocolo dijo:

- Alteza, ¿haréis el honor de presidir esta reunión, aunque estemos en Erebor?

- Gracias, mi señora -Kelson hizo un saludo en dirección a la Madre, situándose en la cabecera de la mesa. Rundig tomó asiento junto a Cedric, y éste se dio cuenta de que allí se habían dado cita seis líderes nada menos. Estaban Kelson de Angirad, Rundig de Eregión, Celina de La Llanura, Esmeralda de los Elfos, Derek de la Hermandad del Hierro y él mismo por Kirandia.

No cabía duda de que llegaba la hora de hablar, y así lo entendieron todos.

- Tengo un único pensamiento ahora mismo -dijo Kelson con solemnidad-. Hace mil años el Supremo Rey Girión llevó a los suyos a la guerra hasta la misma Puerta Negra de Darkun. Hoy la situación vuelve a repetirse. Hasta seis ejércitos acampan ahí fuera, a las puertas de Erebor. Mi deseo, si todos estáis de 382

acuerdo, es el de partir lo antes posible con la intención de llevar a esta tropa hasta las puertas de la Torre Oscura exigiendo la rendición de Dagnatarus. Llevamos mucho tiempo protegiéndonos de sus continuos ataques -alzó la cabeza y dijo con seguridad-, ha llegado la hora de que seamos nosotros los que tomemos la iniciativa.

Un murmullo recorrió el salón. Cedric miró al Gran Maestre Derek. “Se olvida de una cosa fundamental”. Pero sabía que Derek la tenía muy presente.

- Alteza -intervino precisamente el Señor de la Hermandad del Hierro- ¿Qué hay de Jack?

Todos se miraron entre sí; a estas alturas no había nadie que no estuviera al tanto de lo importante que era Jack para el desenlace de aquella historia.

- No lo olvido, Maestre Derek -repuso-, pero el chico ha tomado su propio camino y nosotros debemos seguir el nuestro. Si de mí hubiese dependido jamás le habría dejado marcharse solo en busca de Justicia -lanzó una mirada de reprensión al propio Gran Maestre, pues él estaba presente cuando Jack anunció que se marchaba a Teluria en busca de Justicia-. Pero es cierto que el Enemigo tiene ahora la otra espada, por lo que el chico nos es inútil de esa manera -a Cedric no le gustó aquel tono, pero sabía que era la dolorosa verdad. Sin Venganza en sus manos, Jack no tenía ninguna posibilidad de enfrentarse a Dagnatarus, y por mucho que dijera Jack, Justicia estaba ahora rota e inservible-. No, Maestre Derek, debemos confiar en la fuerza de nuestros ejércitos; así lo hizo el Supremo Rey Girión hace mil años.

- No venció gracias a sus ejércitos, Alteza -intervino la voz de plata de la Reina Esmeralda.

Kelson se volvió clavando en ella una mirada en la que no había nada de amabilidad.

- Pues así lo haremos ahora nosotros, mi señora, a no ser que tengáis alguna otra idea mejor. No -puso las manos sobre la mesa mirando a todos fijamente-, mañana mismo comenzaré la marcha: atravesaremos Kirandia siguiendo el curso del río de la Rabia hasta las Tierras Desoladas, cruzaremos el 383

Barranco de Rudolf llegando a los Llanos, donde pienso plantarme ante la Puerta Negra y exigir a Dagnatarus que responda por todos sus actos. Así hemos de hacerlo –dijo con enérgico gesto- si queremos concluir con su amenaza.

Había una autoridad absoluta en el tono de su voz. Así lo entendieron todos, incluso la Reina Esmeralda, en cuyos ojos había un brillo de respeto. Sin embargo, para Cedric no estaba todo dicho.

- Si ésa es nuestra única oportunidad, que sea. Los Caballeros de Kirandia estaremos a vuestro lado pero, ¿no deberíamos esperar a mi hermano y los demás?

- No, rey Cedric, no esperaré a nadie más, a pesar del profundo respeto que siento por vuestro hermano al haber tenido la valentía de hacerse a la mar -respondió el Supremo Rey, con un absoluto convencimiento en la voz-. Las fuerzas de Dagnaturus están debilitadas tras su derrota. Mañana mismo pienso partir, suceda lo que suceda.

- Y los Caballeros de Kirandia estarán a vuestro lado, Alteza -

repitió Cedric, que ya no puso más objeciones. Lo sentía por su hermano, pero quién sabía, se dirigían hacia una batalla en la que tenían puestas dudosas esperanzas de victoria; puede que le estuviera haciendo un favor dejándole atrás.

- El ejército de Eregión irá también a la guerra, Alteza -

intervino el rey Rundig, con una voz suave y tranquila que sorprendió a muchos.

Celina se adelantó un paso.

- Hace mil años, el Supremo Rey Girión cabalgó hacia la guerra, y junto a él estaba Arkonis con sus bárbaros. Los Jinetes de La Llanura no os fallaremos.

Kelson hizo un gesto de asentimiento en dirección a la Madre, y ahora le tocó el turno de hablar a la Reina Esmeralda.

- Hace ese tiempo los Elfos no pudimos ir a la guerra, pues Lorelai se mantuvo al lado de Dagnatarus casi hasta el final; ya no tenemos esas ataduras. Iremos con vosotros.

Y por último todas las miradas confluyeron en una persona: el Gran Maestre Derek.

- La Hermandad del Hierro nació por un motivo más importante que el de reivindicar nuestro derecho a utilizar el hierro libremente; se creó para cuando llegara este día. Iremos con vosotros y donde la batalla sea más encarnizada allí estaremos.

Kelson hizo un gesto de agradecimiento hacia todos.

Cedric notó el alivio que le producía al Supremo Rey saber que todos le acompañarían en esa última y crucial hora. Como Señor de Mitgard podría haberles ordenado que marcharan a su lado en la batalla, pero lo había pedido como un favor, no como un mandato y aquel gesto hizo que aumentara el respeto que Cedric sentía por el hombre que iba a liderarles en el asalto final.

Estaban comenzando a retirarse cuando uno de los bárbaros de La Llanura entró con el rostro congestionado por el asombro. Cedric vio que se trataba de Cular, el anciano que había sido Señor de los Desterrados hasta hacía poco.

- Madre –dijo respirando con dificultad-. Supremo Rey, señores -añadió respetuosamente hacia los demás reyes y líderes que había congregados en la sala-, debéis venir inmediatamente.

- ¿Qué ocurre? -preguntó Celina, con una nota de alarma en su voz.

- Se han presentado en el castillo hace unos minutos, dicen que quieren hablar con el Señor del lugar.

- ¿Quiénes? -preguntó el propio Cedric.

Cular volvió hacia él sus ojos desorbitados.

- Son unos trescientos y hablan un idioma incomprensible para mí -explicó, jadeando aún-. Dicen llamarse Nopos o algo así.

- Son somargela ed reconoc la onamreh ed Cire -enunció el rey Aglug, Señor de los Nopos por la gracia de los dioses.

Cedric miró al traductor desesperadamente.

- Nosotros alegrar de conocer a hermano de Eric -intervino éste felizmente.

El rey de Kirandia comenzó a preguntarse si las negras leyendas que circulaban sobre Vaer Morag no vendrían dadas por la presencia de estas criaturas. Allí estaban; trescientos nopos nada menos, los mismos que conocieran Jack, su hermano y los demás durante su viaje en busca de Venganza.

Y la primera pregunta que se habían hecho todos era: ¿qué demonios habían venido a hacer allí trescientos de aquellos extraños seres?

Uno de los Mayores -un nopo con aspecto de bebé grandote, que hizo que el rey Rundig de Eregión tuviera que abandonar la sala repentinamente indispuesto-, soltó una larga perorata que el traductor -único nopo que sabía expresarse aproximadamente de forma correcta-, explicó:

- Vida para Nopos mejor desde que hombre-dragón ya no estar -dijo-. Nopos oír por aquí haber guerra. Nopos agradecer luchando al lado de amigos de nuestros amigos. No queremos que vuelva otro hombre-dragón.

Cedric había visto los atuendos de los Nopos para ir a la guerra; palos en vez de espadas, cacerolas en vez de cascos y yelmos…, no había necesitado saber nada más para hacerse una idea de que los Nopos no eran los mejores guerreros de Mitgard.

Sin embargo, se presentaba un problema para ellos, pues se encontraron con que les resultaría extremadamente difícil deshacerse de su presencia sin hacerlo de manera ofensiva para los hombrecillos que habían venido desde la lejana Vaer Morag en su ayuda.

Acudieron a Valian, que era el único que había tenido contacto con ellos.

- No saben pelear, y son bastante cobardes -explicó-, pero son unos grandes sanadores; recuerdo que curaron a Karina de sus heridas cuando todos la dábamos por muerta.

- Necesitaremos muchos sanadores cuando comience la batalla -reconoció Celina, mirando al Supremo Rey de manera inquisitiva.

Éste frunció el ceño y terminó por asentir con un gesto seco.

- Está bien; los llevaremos con nosotros -musitó a regañadientes-. A estas alturas pienso que nada sucede sin algún motivo. Si estos hombrecillos han venido en nuestra ayuda justo ahora, es porque quizás los dioses les tengan reservada una tarea.

Valian frunció el ceño y miró a Celina.

- ¿Dónde están ahora? -preguntó.

- ¡Oh!, por lo visto tenían hambre. Les hemos llevado a una sala donde en estos momentos estaban celebrando un pequeño banquete muchas de las damas de la corte, mientras esperan a que sus maridos terminen las reuniones con los militares.

Valian abrió mucho los ojos, ante la sorpresa de Celina y los demás.

- ¡¿A comer has dicho?!

No consiguieron llegar a tiempo. Más tarde Cedric observaba desalentado cómo algunos soldados se llevaban a varias de las damas de la corte medio desmayadas por la impresión. Y es que ver a trescientos nopos comiendo era uno de los espectáculos más horribles que se pudieran presenciar.

Cedric echó un vistazo a la sala, que aún despedía un olor pestilente y en la que quedaban un buen número de orinales. Los Nopos tenían una idea muy especial de lo que era comer, y las damas de la corte no habían podido soportar a trescientos de aquellos hombrecillos sacar sus orinales y hacer sus necesidades como si fuese lo más normal del mundo.

- No creo que sea una buena idea llevarlos -comentó Cedric, sacudiendo la cabeza con el ceño fruncido.

- Tienen su derecho a participar en esta guerra -le recordó Valian a su lado-, ya les hemos admitido en ella. Y es cierto que son grandes sanadores, eso es un hecho innegable.

Cedric miró al Supremo Rey en busca de ayuda, pero éste todavía no se había recuperado del sobresalto sufrido al entrar a la carrera en la sala donde en esos momentos las damas permanecían desmayadas o tapándose los ojos entre gritos.

Finalmente se encogió de hombros.

- Los llevaremos. Tengo que admitir que había alguna dama de la corte que se merecía una lección. De todos modos, que coman donde no podamos verles.

Al día siguiente todos los habitantes de Erebor salieron a las plazas y el camino para despedir al gran ejército que partía con destino la tierra de Darkun, hogar de Dagnatarus desde que renegara de los suyos poco antes de las Guerras de Hierro. Hacía ese tiempo que no se daba cita una tropa como la que se vio aquel día, pues seis ejércitos -siete, contando con los trescientos nopos- cabalgaban juntos hacia el lejano norte.

Kelson, que no era amigo de grandes discursos, levantó la espada y dijo simplemente:

- ¡Regresemos con la victoria en nuestras manos o no lo hagamos nunca! -gritó.

Se oyó un gran clamor y la inmensa horda se puso en marcha. Cedric condujo a los suyos situándose a la cabeza, de la misma forma que lo hicieron a continuación Celina con los suyos, la Reina Esmeralda, el Supremo Rey Kelson, el rey Rundig y Derek por la Hermandad del Hierro…, y el rey Aglup por los Nopos, claro.

Así partió aquel ejército una mañana gris desde La Llanura hacia la Última Batalla.

Justicia
titlepage.xhtml
index_split_000.html
index_split_000_0001.html
index_split_004.html
index_split_004_0001.html
index_split_004_0002.html
index_split_008.html
index_split_009.html
index_split_010.html
index_split_011.html
index_split_012.html
index_split_013.html
index_split_014.html
index_split_015.html
index_split_016.html
index_split_017.html
index_split_018.html
index_split_019.html
index_split_020.html
index_split_021.html
index_split_022.html
index_split_023.html
index_split_024.html
index_split_025.html
index_split_026.html
index_split_027.html
index_split_028.html
index_split_029.html
index_split_030.html
index_split_031.html
index_split_031_0001.html
index_split_033.html
index_split_034.html
index_split_034_0001.html
index_split_034_0001_0001.html
index_split_034_0001_0002.html
index_split_034_0001_0003.html
index_split_034_0001_0004.html
index_split_034_0001_0005.html
index_split_034_0001_0006.html
index_split_034_0001_0007.html
index_split_034_0001_0008.html
index_split_034_0001_0009.html
index_split_034_0001_0010.html
index_split_034_0001_0011.html
index_split_034_0001_0012.html
index_split_034_0001_0013.html
index_split_034_0001_0014.html
index_split_034_0001_0015.html
index_split_034_0001_0016.html
index_split_034_0001_0017.html
index_split_034_0001_0018.html
index_split_034_0001_0019.html
index_split_034_0001_0020.html
index_split_034_0001_0021.html
index_split_034_0001_0022.html
index_split_034_0001_0023.html
index_split_034_0001_0024.html
index_split_034_0001_0025.html
index_split_034_0001_0026.html
index_split_034_0001_0027.html