CAPITULO 8

Lecciones

Era ya tarde cuando llamaron a su puerta. Sin embargo, se levantó a abrir. Desde que Eric y Karina se marcharon a La Llanura para reunirse con los bárbaros se había sentido extrañamente solo. Tarken y Lorac se reunían continuamente con grandes señores y con el Supremo Rey para hablar de temas importantes, Cedric era ahora también otro rey, y parecía tener cosas mejores que hacer que dedicarle tiempo a él. Incluso Valian entraba y salía en misteriosas misiones de las que no sabía nada.

En cuanto a Gerald, no daba la impresión de querer encontrarse con él tras lo ocurrido entre ellos cuando llegaron, él tampoco deseaba echar más leña al fuego. Comprendía al elfo, y casi tenía que estar agradecido de que la cosa no hubiera ido a mayores entre ellos. En ese momento echaba de menos -aunque pareciese increíble- a Coral. El humor ácido tan característico y sus tonos irónicos hasta le hubieran levantado el ánimo en momentos así, pero tampoco aquello era posible.

Se la habían llevado.

Recordaba el momento en que le dijeron la noticia, el frío que se había apoderado de sus entrañas al imaginarse a la joven muerta o sufriendo todo tipo de torturas. Igual que su hermano. Por lo que le habían contado había sido otro Señor de la Guerra el que la había raptado. A partir de esas escasas noticias llegaron a la conclusión de que Coral seguía viva. Era un importante rehén que podrían utilizar en su contra, que estaban ya utilizando en su contra, tal como Gerald les había advertido el otro día.

- No contéis con los elfos de momento –había dicho la primera vez que se reunieron, poco después de que hubieran llegado a Gálador.

Hubo muchas discusiones después de eso, peleas verbales, amenazas incluso, según tenía entendido, pero ya en todo ello él no había participado. Le mostraron como un objeto curioso al Supremo Rey, y después de eso, nada más.

Todos se habían olvidado de él.

Por eso le había sorprendido que llamaran a su puerta, y más el hecho de ver que Dezra se encontraba de pie delante de su puerta.

- ¿Puedo pasar, Jack? -preguntó.

- Adelante -asintió. Se volvió hacia los dos guardias de aspecto rudo que permanecían de pie a ambos lados de la entrada de su habitación-. Es una amiga.

- Tranquilo -sonrió ella-. Saben quién soy, si no ni siquiera me habrían dejado llamar a la puerta.

La joven entró y él cerró la puerta para no ver la cara de aquellos dos tipos.

- Veo que el Supremo Rey ha puesto a tu cargo la escolta que prometió –hizo el simple comentario quedándose durante unos momentos en el centro de la habitación, y examinándola con ojo evaluador. No era una de la mejores del palacio real de Gálador. La cama resultaba amplia y contaba con una mesa de estudio de madera de roble. De igual manera tenía acceso a unos baños privados, pero nada más. Ningún lujo, aunque Jack lo prefería así. Al menos tenía habitación individual, cosa de la que no podían presumir ni Lorac ni los demás, salvando a Eric, que contaba con unas bellas estancias cerca de las habitaciones privadas de su hermano.

- ¿A mi cargo? -bufó Jack con sorna-. Me vigilan, me siguen allá adonde vaya, no obedecen mis órdenes. De hecho, limitan mis movimientos al máximo. Ni siquiera me dejaron ir con Eric y Karina a La Llanura.

- Eres de vital importancia para nosotros, Jack -se limitó a contestar Dezra. Se alisó de la túnica blanca que llevaba unas arrugas imaginarias, y se sentó en el sillón más próximo-.

Tomaré asiento, si no te importa.

Jack se sonrojó por no haberle hecho el ofrecimiento antes. Por lo visto estaba perdiendo hasta las mínimas nociones de educación.

- ¿Quieres algo de vino? -dijo, abriendo su armario-. Creo que Cedric me dejó una botella por aquí…

- No es necesario -negó ella. Toda tranquilidad, absoluto control de sus movimientos. Pocas cosas hacían perder la calma de la joven miembro del Consejo de Magos. Era una de las pocas cosas que Jack conocía de ella, una joven a la que como mucho podía llamar compañera, pero no amiga. Apenas habían hablado durante el viaje que les llevó tras el Cuerno de Telmos desde La Academia hasta Kirandia, sin que en su transcurso hubiera llegado a conocerse realmente. ¿Por qué había venido entonces?

- ¿Quieres…alguna otra cosa? -preguntó.

- No, está bien así. Siéntate aquí, junto a mí -hizo una indicación señalándole un confortable sillón a sólo un metro de donde estaba el suyo.

Jack tomó asiento tal y como dijo la joven. Acababa de hacerlo cuando ella se inclinó y le pasó la mano por el cabello.

Jack casi dio un respingo al notar el contacto inesperado, pero se contuvo y aguantó el examen con paciencia. No era la primera vez que le hacían algo parecido.

Finalmente ella retiró la mano de su cabeza.

- Todo igual, mismo aspecto físico, no parece haber daños internos, y sin embargo…, el pelo se ha vuelto de un extraño color blanco -Dezra sacudió la cabeza-. No lo entiendo.

- Nadie lo entiende -contestó él simplemente.

- Pero me preocupa. Es como una marca, Jack, resulta obvio, que tu cabello se haya vuelto blanco significa algo. A lo mejor algo ha cambiado en ti y ni siquiera nos hemos dado cuenta, o quizás… -aquí Dezra dudó un segundo antes de hablar-, es un cambio que está por llegar.

- El Supremo Rey no le ha dado importancia.

- El Supremo Rey solo ve lo que quiere ver, y en tu caso es una mano que empuñe a Venganza contra Dagnatarus. No, de esto solo he hablado con Tarken y Lorac, y hemos llegado a la conclusión de que sólo hay una cosa que podamos hacer.

- ¿Y qué es?

Sacudió la cabeza con pesar.

- Esperar, Jack, esperar. Si algo va a cambiar en ti, tendremos que estar atentos a ese cambio, si es que llega a producirse. En pocos días llegará aquí el superior de mi Orden, puede que él tenga respuestas de las que yo carezco, lo ignoro. Sea como sea, de momento hay otra cosa que me ha mandado ir haciendo.

Se levantó y abrió la ventana. De repente entró por ella una enorme ventolera y el agua de lluvia. Jack iba a gritar que cerrara, pero quedó expectante cuando vio que Dezra se llevaba las manos a los labios y silbaba de una manera un tanto especial.

No tuvieron que esperar mucho antes de que un enorme halcón se colara en la habitación. Dezra cerró la ventana de golpe, al tiempo que el ave se sacudía el plumaje, empapando tanto a Jack como a la chica.

- Lo siento, tiene esa costumbre -se disculpó innecesariamente. Hizo una señal y el pájaro se posó en su brazo-. Keren se ha portado muy bien, ha conseguido traerme un mensaje del Archimago Mentor a pesar de la tormenta. En él me decía unas cuantas cosas, entre ellas que estará aquí en breve, pero añadía algo de lo que sólo te voy hacer partícipe a ti.

- ¿Por qué? -Jack se puso en tensión. Estaba inquieto, pero al tiempo contento. ¡Iban a contarle algo que no sabían ni el Supremo Rey, ni Cedric, ni ningún otro!

- Porque es algo que solo a ti te atañe. Mentor me ha pedido que te explique cómo funciona la magia.

Jack se quedó de una pieza, pero también algo desencantado. Había llegado a pensar que le iba a revelar algún secreto desconocido para los demás, pero aquello no era ningún misterio. Se dejó caer nuevamente en el sillón.

- ¿Y ya está? -preguntó-. Todo el mundo sabe cómo funciona la magia. Apuntáis con un dedo, y lanzáis un rayo mágico o algo así.

Dezra le miró con las cejas enarcadas, hasta que finalmente sonrió.

- Creo que he de explicarte algunas cosas.

- Mira esto, Jack -dijo Dezra.

El chico se aferró a los brazos del sillón esperando.

Sabía que algo iba a pasar. Allí estaba la joven, las manos puestas sobre el respaldo de una silla de madera. En silencio, sólo roto por el sonido del viento en la lejanía como un rumor sordo, las facciones de Dezra se contrajeron en una mueca de concentración, y entonces…

La silla se resquebrajó por la mitad con un chasquido.

Jack soltó un grito asustado. Con una ligera sonrisa Dezra levantó las ambas partes de la silla, rota por la mitad.

- ¿Ves?

- ¡Increíble! -pese a que se las daba de entendido, Jack sabía que estaba ante la primera demostración de magia de su vida.

Bueno, la segunda, pues había visto algo parecido una vez-.

Ha sido como el abrirte paso ante el fuego cuando estuvimos con los de la tribu del Viento ¿No?

Ella asintió con la cabeza y miró con consternación la silla rota.

- Quizás he hecho una demostración equivocada. Estamos en un palacio, ¿quién sabe qué augusto culo reposó sobre esta silla? -se encogió de hombros y dejó los restos de la silla en una esquina de la habitación-. En fin, Cedric no se enfadará.

Ya has visto un ejemplo, ahora te contaré unas cuantas cosas que debes saber.

Jack optó esta vez por callarse, pues había veces que era mejor no dárselas de entendido, y ésta era una de ellas.

Así pues, prestó toda su atención disponiéndose a escuchar cómo había llegado la magia a Mitgard.

- Hace mil doscientos años los primeros hombres, a los que se ha llamado los Valondar, arribaron a las playas que hay junto a la desembocadura del río Gris, al suroeste de Mitgard, donde fueron recibidos por los elfos -comenzó la joven, hablando con su melodiosa voz-. Traían consigo a los que ellos llamaban los Sabios, los mejores hombres y mujeres que habían podido rescatar de lo que terminó por conocerse como la Ruina de los Valondar. No sabemos qué fue lo sucedido porque los escritos no están claros en este punto y muchos se perdieron tras las Guerras de Hierro, doscientos años después, pero todo apunta a que se produjo una gran catástrofe en la tierra de nuestros antepasados, y los supervivientes huyeron de allí en grandes barcos hasta llegar a Mitgard.

- Sea como sea –continuó- la semilla ya estaba plantada. Se fundó el Supremo Reino de Angirad, y los otros reinos fueron naciendo poco a poco, así como las Torres Arcanas. En un principio se las denominó Torres de Ingbord, por el primero de los Sabios que levantó el sitio donde reside actualmente el Consejo de Magos. Allí se instruía a personas especiales. Sólo los hombres y mujeres que poseyeran una mente por encima de lo normal podían ingresar en su Orden. Se les hacían pruebas de agilidad mental antes de pasar a formar parte de ella.

- No fue hasta unos treinta años después –dijo a continuación-, cuando aquellas mismas personas accedieron a un nivel de conocimiento superior. Tal era su afán por alcanzar nuevas facetas de la mente, que finalmente descubrieron que si se poseía una gran capacidad mental, se podía controlar en cierta manera los objetos físicos. Así fue como nació la magia. No es lanzar rayos como tú crees. El poder mental de un mago da una medida de sus capacidades, así es como funciona la magia, tal y como tú la entiendes.

Dezra dejó de hablar y miró a Jack, que frunció el ceño intentando asimilar toda la información que acababa de escuchar. Parecía decepcionado, y a ella no le sorprendió en absoluto. Era un reflejo de la misma desilusión que había sentido ella misma cuando con catorce años había pasado las pruebas y le habían explicado en qué consistía aquello.

- Por eso hubo un tiempo en que el Consejo de Magos hizo grandes avances en el campo de la ciencia –añadió enseguida-.

Imagínate, las personas de mente más brillante trabajando codo con codo. Así fue como se descubrió el hierro, así fue como Dagnatarus forjó a Venganza. Nadie ha vuelto a igualar tales logros desde hace mil años, Jack. El Consejo de Magos ya no es lo que era -aquí su voz se volvió más melancólica-.

Hace siglos que no se ha hecho ningún avance significativo, e incluso en lo que a magia se refiere se ha perdido la capacidad de hacer cosas que en el pasado sí fueron posibles.

Posó su mirada en la llama de la vela que reposaba sobre la mesa de estudio del cuarto de Jack.

- Pero me estoy desviando del tema -sonrió con tristeza-. Así funciona la magia. Introducirte en el interior de un cuerpo, siempre debe de ser un objeto físico, y comprender su funcionamiento. De esa forma le ordené a la silla que se quebrara, igualmente ordené al fuego que me abriera paso cuando estuvimos en La Llanura. Solo las mentes más fuertes resisten esa prueba.

- Es…raro -Jack no encontraba otra palabra para definir lo que estaba oyendo. ¿Eso era la magia? ¿Y ya está? Creció oyendo historias de cómo los magos usaban sus poderes para lanzar rayos y bolas de fuego, pero era mentira, igual que lo que le contara Tarken sobre su pasado, la falsedad de la identidad del propio Tarken. Todo había sido mentira.

- Sólo objetos físicos, Jack -continuó Dezra-. Y no pueden tener vida propia.

- ¿Eso quiere decir que no puedes ordenarme que me ponga a bailar ahora mismo? -preguntó Jack intentando romper un poco el hielo.

- Eso es -sonrió ella-. Puedo romper esta silla porque está hecha de madera muerta, pero no puedo romper el árbol del que proviene. Así funciona todo, y cuanto más grande es el objeto, mayor es el riesgo que se corre.

- ¿A qué te refieres?

- Como todo don, éste tiene su peligro. Hay ocasiones en que la mente del mago no puede soportar lo que está haciendo y se pierde. Cuanto mayor es el objeto, más difícil es abarcarlo todo con la mente.

- ¿Podrías morir?

Ella se encogió de hombros. No parecía tener muchas ganas de tocar aquel tema.

- No lo sé. Normalmente un mago sabe dónde está su límite.

Yo sabía que podía dominar la silla, porque es un objeto menor, e incluso podría derribar la puerta de esta habitación, pero sería incapaz de echar abajo los portones de la muralla del castillo.

- Dagnatarus lo hizo -acababa de recordar algo que había visto en su camino hacia Vaer Morag. Ahora que entendía lo que había hecho, más sorprendente le parecía la hazaña-. El Muro de Hierro. Lo…, lo partió por la mitad.

Se acordaba muy bien de aquella imagen. Ese gigantesco muro hecho de bloques de hierro superpuesto, y de repente…una gigantesca grieta, como si se hubiera fundido toda aquella zona del muro. No entendía cómo un ser humano podía hacer algo así…, si es que era un ser humano.

- No pretendo comprender cómo hizo Dagnatarus aquello.

Realmente rompió barreras, abrió puertas que nunca antes se habían abierto. En teoría lo que hizo va contra todas las leyes de la magia -levantó las dos manos con las palmas abiertas-.

Te explico lo que sé, ni más ni menos. En los seis años que estuve en las Torre Arcanas sólo hubo un caso en que el mago fuera más allá de lo que le permitía su mente. De alguna forma podría decirse que los objetos se resisten a sufrir algún cambio. Lo he notado cuando quebré la silla. Durante un segundo el objeto ha presentado una resistencia, pero mi mente finalmente se ha impuesto. Cuanto mayor es el objeto, mayor es la resistencia, y si es la mente del mago la que pierde la batalla, pues… -Jack contuvo la respiración- pueden pasarle cosas horribles.

- ¿Cómo qué?

Dezra sonrió y se relajó un poco.

- Los jóvenes no podemos evitar sentir curiosidad -rió-. Te he dicho que le ocurrían cosas horribles y te mueres por saber qué es. No lo sé con seguridad, Jack, te he dicho que en todo el tiempo en que estuve sucedió una vez nada más. Sólo un necio o alguien guiado por la más extrema necesidad, fuerza su mente hasta el límite. No es normal que suceda. En el caso que te acabo de mencionar, el hombre perdió la razón.

Jack asintió y de repente vio lo extraño de todo aquello. La mujer del Consejo de Magos, en su habitación, contándole…

- ¿Por qué? -preguntó.

- ¿Qué quieres decir? -la sonrisa se borró de su rostro.

- ¿Por qué me cuentas esto? ¿Por qué ahora? -Dezra comenzó a negar con la cabeza, pero Jack le cortó con un gesto- ¡No me ocultes nada! Dime la verdad o vete.

De repente el tono de la conversación había cambiado radicalmente. En un momento estaban sosteniendo una charla tranquila y distendida, y de pronto Jack se había levantado de un salto y se había plantado ante Dezra con los puños apretados.

- Ya te lo he dicho -ella se levantó sin perder la calma, pero Jack notó que todos sus sentidos estaban alerta-. El Archimago me lo pidió.

- ¿Qué interés tiene en que yo lo sepa?

- Lo ignoro. Sé que quiere algo de ti, pero él mismo te lo dirá en persona cuando llegue. Jack -dudó unos instantes- ¿Te encuentras bien?

Entonces Jack se dio cuenta de lo ridículo de la situación, ahí de pie, hecho una furia y amenazando a la mujer. Se sentó bruscamente, aún aturdido. ¿Pero qué le había pasado? No era habitual que perdiese los estribos de esa manera. Miró a la joven con incomodidad, sin saber muy bien cómo disculparse. Tuvo suerte de que llamaran nuevamente a su puerta para poder salir de aquel atolladero.

- Dos veces en una hora -Jack enarcó las cejas sorprendido-

¿Es que esta noche todo el mundo se ha acordado de mí?

Esta vez era Tarken. Si se sorprendió de ver allí a Dezra no lo demostró. Apenas perdió el tiempo en saludos y se dirigió hacia Jack.

- Siento interrumpir vuestra charla, pero debes venir conmigo, Jack, el Supremo rey quiere verte.

Sí, definitivamente aquella noche todos se habían acordado de él.

- Me alegro de verte de nuevo, joven Jack -sonrió Kelson, todo atenciones-. Estos últimos días están siendo bastante movidos, apenas he tenido tiempo de hablar contigo. ¿Cómo te encuentras?

Estaban los tres solos en las habitaciones del Supremo Rey: Kelson, Tarken y él. A Jack le sorprendió no ver allí al Dorado, quien siempre estaba cerca del monarca, pero lo prefirió. Decididamente, no le gustaba aquel hombre.

- Bien, Alteza -inclinó nuevamente la cabeza. Toda reverencia era poca cuando se estaba ante el hombre más poderoso de todo Mitgard.

- De acuerdo, Jack, sabes lo importante que eres para nosotros, ¿verdad?

Tarken fue a decir algo, pero se contuvo, y dejó que fuera Jack el que hablara.

- Sí, Alteza.

- Bien, espero que comprendas entonces lo que voy a hacer.

Puede que te resulte algo incómodo, pero toda precaución es poca -el Supremo Rey volvió a asentir como si tratara de convencerse a si mismo-. Sabemos que ese hijo de mala madre de Lord Variol va detrás de ti.

Al oír ese nombre Jack recordó algo que había estado tratando de hablar con Valian durante toda la semana después de encajar las piezas poco a poco. Si se confirmaban sus temores…, bien, entonces entendería muchas cosas.

Pero tendría que ser más tarde.

- Por eso he pensado que la guardia asignada para protegerte puede ser escasa -Jack prestó atención de nuevo a lo que estaba diciendo el monarca, mientras se apoderaba de él aquella furia de la que había sido presa durante su conversación con Dezra.

- ¡Puedo defenderme perfectamente yo solo! -Kelson abrió los ojos con sorpresa, y Jack dio un paso al frente-. ¡Mucho mejor que esos dos estúpidos que me vigilan! ¡Puedo…!

Una mano le cogió por el hombro.

- Cálmate, Jack, sabemos que puedes defenderte bien por ti mismo -dijo Tarken con tranquilidad-. Pero Lord Variol cuenta con recursos con los que no podemos ni soñar.

- Así es -mostró su acuerdo Kelson, mirando a Jack con prudencia, como si pensara que en cualquier momento pudiera ser víctima de otro arrebato-. Es por eso por lo que he pensado en ponerte a cargo de mi mayor hombre de confianza.

Jack estuvo a punto de responder otra vez. ¿Más hombres para que le vigilaran? Ahora ya no tenía ninguna duda, le cuidarían como a un objeto de gran valor, y cuando llegara el momento de usarlo, lo harían, y después…, después los objetos gastados se tiraban a la basura.

Pero esta vez mantuvo la calma. Estaba harto de que le manejaran, pero también estaba cansado. Que fuera lo que los dioses quisieran, él sólo deseaba esa noche irse a dormir.

- No estoy seguro de que sea lo mejor, Alteza -intervino entonces Tarken-. El Gran Maestre Derek evitó eso precisamente para no quitarle libertad al chico.

- Hay algo más importante en juego que la libertad de este muchacho, Tarken -replicó Kelson con firmeza-. Es pensando en su seguridad por lo que hago esto.

Tarken inclinó levemente la cabeza en señal de deferencia, añadiendo una cosa más.

- De acuerdo, si es protección lo que se pretende darle, le diré a Valian que no le quite la vista de encima. Él sabrá hacerlo de una manera en la que además no molestará mucho al chico.

- No me gusta mucho ese Valian -Kelson frunció el ceño-.

Prefiero al hombre que he elegido. No temáis, es mi hombre de mayor confianza, y nada podrá acercarse a Jack mientras él esté cerca.

Se acercó a la puerta de la estancia, asomándose a una pequeña habitación contigua a la suya.

- Puedes entrar -dijo.

La puerta se abrió. Pese a todo lo que había oído sobre él, Jack no pudo evitar abrir la boca en un gesto de asombro cuando vio a aquella mole de dos metros y medio alzarse ante él.

- Os presento a Armeisth –anunció el Supremo Rey-, aunque también se le conoce como La Bestia.

Justicia
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