CAPITULO 3

Justicia

Teluria.

Jack jamás había estado en una ciudad tan grande como la capital del Supremo Reino de Angirad. Conocía Gálador, la de mayor tamaño que había en Kirandia; había paseado por las bellas avenidas de Var Alon y contemplado el enorme palacio-ciudad de los bárbaros en Erebor, pero ninguno de aquellos lugares le preparó para lo que pudo ver esa tarde a la débil luz del ocaso.

La muralla que rodeaba la ciudad era descomunal, sin duda, pero lo mejor estaba en su interior, el núcleo de poder y comercio de Mitgard: aminos muy anchos que se abrían entre inmensos edificios, mercados abarrotados de gente y palacios que rivalizaban con el del propio Cedric en Kirandia. Y en el centro de toda aquella urbe, el castillo del Supremo Rey, la Fortaleza de Diamante, como también la llamaban.

Y Jack, que había vivido toda su vida en un pequeño pueblo como era Vadoverde, se sintió incapaz de abarcar una ciudad como aquella. A su lado, Coral le miraba casi con conmiseración.

- No será fácil entrar -dijo él, todavía aturdido, viendo el estricto control que un grupo de soldados mantenía en las grandes puertas de la muralla exterior de Teluria.

- Claro que no -bufó Coral, como si fuera algo evidente-

¿Pensabas que sería tan sencillo como entrar, coger la espada que reposa en el palacio del Supremo Rey y marcharnos?

Jack se tragó una dura respuesta, pues lo cierto era que la elfa tenía parte de razón.

Los tres días de marcha con ella desde que partieran de Erebor habían sido más que desconcertantes: hubo momentos en que deseaba estrecharla entre sus brazos, pero en otros lo que deseaba estrechar eran sus manos en torno a su cuello.

¿Por qué seguía comportándose así? Ambos tenían claro que, 397

por debajo de todas aquellas peleas sin sentido, había un sentimiento más arraigado que no se atrevían a expresar.

Y por otro lado, estaba su hermano.

Coral no habló de ello, y Jack no sabía qué pensaba su compañera sobre el hecho de que su amor se debatiera entre dos hermanos. Suponía que se llevó una gran impresión al saberlo, pero sólo eso. Jack sacudió la cabeza; el día que entendiera a las mujeres sería aquel en que Dagnatarus les desease un feliz año.

- Kelson no está -gruñó el propio Jack, desalentado.

Fue otra de las sorpresas desagradables. El día anterior, al poco de traspasar las fronteras de Angirad, un granjero con el que se encontraron por el camino les había dicho algo que les dejó muy contrariados.

- El Supremo Rey no está en la ciudad, lo juro por los dioses -

explicó el hombre-. Partió hace dos días hacia La Llanura con todo su ejército.

Jack no había contado con ese contratiempo, pues de todos los hombres del Supremo Reino, Kelson era el único que le habría podido dar paso franco para hacerse con Justicia.

Ahora tendrían que pensar en otra cosa.

- Vayamos a hablar con los guardias -propuso, no muy convencido-. Tal vez nos dejen pasar.

Coral no parecía demasiado preocupada pero, como había previsto, enseguida comenzaron los problemas.

- ¿Qué os deje pasar a ver a la reina? -se burló uno de los guardias de la entrada-. Mira, chico, no dejaría pasar ni a mi madre, y menos a ti.

- Soy Jack -explicó-. El Supremo Rey me conoce y posiblemente la reina sepa de mí. Decídselo a ella.

Nuevas risas. Jack estaba tan furioso que echó la mano al cinto en busca de la empuñadura de Venganza.

Tardíamente, recordó que ya no la tenía consigo.

- Está bien, aprende cómo se hacen las cosas, Jack de Vadoverde -Coral se adelantó unos pasos-. Soy Coral, princesa elfa de Var Alon, y exijo ver a la reina ahora mismo.

Los soldados comenzaron a reír de nuevo, pero 398

entonces pudieron apreciar los rasgos elfos de la joven, y sus ojos se desorbitaron por la sorpresa.

- Mi señora... –balbuceó el primero que había hablado, con la voz ronca y haciendo una profunda reverencia-. Tendréis la audiencia que habéis solicitado.

Jack no fue capaz de dirigirle la palabra en la siguiente hora. Sólo de ver la sonrisa de satisfacción de Coral le entraban náuseas, pero consiguió que les dejaran pasar, y una escolta les acompañó al palacio real del Supremo Reino.

- El ejército partió junto al del rey Rundig de Eregión hace dos días -les informaba el capitán del destacamento mientras cabalgaban por las largas calles de Teluria-. Poco después de que un mensajero llegara de La Llanura con el aviso de que una fuerza enemiga se dirigía hacia Erebor. No sabemos nada más desde entonces.

- Se libró una batalla, capitán -contestó Coral- y se obtuvo una gran victoria, aunque a un elevado precio.

Los soldados que les acompañaban murmuraron de forma nerviosa entre ellos, continuando su camino.

Finalmente, la avenida que venían siguiendo hasta entonces se abrió a una gran plaza como no había visto otra Jack.

- La Plaza del Triunfo -anunció el capitán al verle la cara-.

Siempre se corona aquí a los nuevos reyes de Mitgard.

El muchacho observó con asombro las dimensiones de la plaza. Frente a ella se levantaba el gran palacio real de Angirad, la residencia del Supremo Rey de Mitgard.

- La reina Marlena ya ha sido avisada de vuestra llegada -dijo el capitán sin explicar cómo lo había conseguido tan rápidamente-. Os espera en el Salón del Trono. El chambelán os conducirá hasta allí.

Atravesaron unas grandes verjas. Los jardines hasta el edificio se extendían más de quinientos metros. Coral y él siguieron al hombre de aspecto regio que les guió por entre los macizos de flores hasta llegar al edificio. Allí se les abrieron las puertas principales, y el joven entró en la Sala del Trono, la misma que había contemplado a todos los reyes desde que 399

Plateus liderara a los primeros hombres que huyeron de la tierra de los Valondar.

La misma donde estaba el Trono del Dragón.

Contempló lo que fue una vez el cráneo de Malekar el Devorador de Sueños; recordaba perfectamente lo que vio a través de los ojos de Ingbord cuando hizo su viaje al pasado.

Recordaba muy bien aquella escena: el temor que había experimentado el propio Ingbord viendo a los Uruni, los gigantes, dar forma a la testa del Devorador de Sueños. “Tuvo que haber sido una bestia pavorosa”.

Pero su atención se centró en la mujer que estaba sentada sobre el monstruoso solio.

- No os sorprenda verme ocupando el trono de mi marido -

dijo la reina Marlena con una suave sonrisa, tras las convenientes presentaciones-. Él me deja al cargo de los asuntos del Reino cuando está fuera. Bienvenida, princesa Coral de Var Alon -ésta respondió con una graciosa inclinación, y la esposa de Kelson miró a Jack, evaluándolo- y también a ti, Jack de Vadoverde, de la Hermandad del Hierro, Elegido por los Dioses y Portador de Venganza. Mi señor esposo me ha hablado de ti.

Inclinó la cabeza en señal de respeto, pero hizo una mueca al oír sus últimas palabras.

- ¿Y os ha dicho también que ya no tengo a Venganza conmigo? -ella hizo un gesto de sorpresa, y él asintió pesaroso-. Hubo una batalla hace dos días en La Llanura, y aunque obtuvimos la victoria, durante su transcurso la espada me fue arrebatada por el Enemigo -levantó la cabeza mirando cara a cara a Marlena, una mujer ya madura pero de porte orgulloso-. Y es por eso por lo que he venido hoy aquí. Soy consciente de que la espada Justicia descansa en este palacio desde la Última Batalla de las Guerras de Hierro. Bien, la necesito para llegar a cumplir mi misión.

Coral le lanzó una mirada indignada por el tono empleado. Nadie le daba órdenes a una reina.

- Efectivamente, la espada está aquí -confirmó ella-. O sus restos, sería más acertado decir. No tengo ningún problema en 400

dártela, Jack, estoy al tanto de tu importancia en todo este asunto, pero debes saber que la espada se quebró y su poder está perdido. Eso es bien sabido, pues si hubiese sido tan simple como forjarla de nuevo mi marido lo hubiera hecho sin más, por mucho que estuviera hecha de hierro.

- Es muy posible que pueda repararla, mi señora -repuso Jack-

. Por favor, necesito esa espada.

Poco después estaba en sus manos. Jack sintió que sus esperanzas se diluían rápidamente. Si había sentido un poder enorme cuando empuñara por primera vez la espada de Dagnatarus, no fue así al hacerlo con el arma de Girión, su mayor enemigo. La empuñadura estaba finamente labrada en oro, era un arma de bella factura pero nada más. La espada aparecía quebrada por la mitad, sus dos partes llenas de herrumbre. Jack tuvo la sensación de que había cometido un error hablando con tanta ligereza.

- ¿Y esto es todo? -preguntó Coral, incrédula-. Había oído grandes historias acerca de la espada de Girión, pero la verdad, me siento decepcionada.

Jack no tuvo fuerzas ni para responder esta vez, sabía que la joven tenía razón. Aquella espada no servía actualmente para nada.

Y sin embargo, una vez hacía mucho tiempo había sido un arma de titanes.

- Acepto la espada –dijo con el ceño fruncido-. Con esta espada habré de vencer a Dagnatarus.

Tanto la reina Marlena como Coral le miraron como si se hubiera vuelto loco.

- Espero que tengas un buen plan, Jack de Vadoverde -

refunfuñó Coral, enarcando una ceja de manera escéptica.

Jack no contestó y cuando desvió la mirada vio a un niño que venía gateando hasta llegar al pie del gigantesco Trono del Dragón seguido por una muchacha de mirada atribulada.

- El pequeño príncipe Kelvin, que de nuevo se ha escapado de la cuna -presentó la reina Marlena, cogiendo al niño en brazos-

. Será Supremo Rey algún día.

“¿Lo será?”. Jack miró al pequeño. Si realmente ese niño subía al trono alguna vez, eso querría decir que habrían ganado la guerra. En caso contrario... Jack se preguntó qué era lo que el futuro le deparaba a aquel niño.

- Y bien -dijo al fin la reina Marlena- ¿Qué es lo que tenéis pensado hacer?

Jack le devolvió una mirada cargada de resolución, porque ahora sabía por fin cuáles eran los pasos que debía seguir.

- Primero, me dispongo a volver a forjar esta espada y devolverle sus poderes, y luego -esbozó una sonrisa-, me propongo matar a Dagnatarus.

En los siguientes días Jack tuvo que reconocer que en lo últimos tiempos se había acostumbrado demasiado a cabalgar a lomos de Perserión, su caballo volador, el último de los de su raza, víctima de la Sombra de Lord Drevius. Se vieron obligados a exigir lo máximo a las dos monturas sobre las que viajaban, lo que hizo el viaje largo y agotador.

Al tercer día Coral no pudo más y detuvo a su caballo.

- ¡Ya está bien! -exclamó con el rostro enrojecido por el ejercicio- ¿Es que no piensas decirme dónde nos dirigimos?

No has abierto la boca desde que la reina Marlena te diera esa espada rota que no sirve ni para cortar el pan.

Jack se volvió.

- ¿Quieres saber cuál es nuestro destino? –dijo bruscamente-.

Muy bien, te lo diré: muy al sudeste de Mitgard, se encuentran los restos de una ciudad que en el pasado fue el hogar de los gigantes. La llamaban Cronos, allí es adonde quiero llegar.

Ella le devolvió la mirada, boquiabierta.

- ¿Cómo demonios sabes todo eso?

- ¿A qué te refieres? -inquirió él, recelando alguna pulla por su parte.

- Al nombre de la ciudad de los Uruni, los gigantes como vosotros los llamáis -continuó diciendo Coral, y en su voz no había rastro de burla alguna-. Pocos, aparte de los Elfos, recuerdan el nombre de Cronos la Inmortal, la ciudad donde 402

una vez vivieron esos gigantes. Dagnatarus borró todo recuerdo de ella durante las Guerras de Hierro.

Jack fue a contestar, pero en ese momento se dio cuenta de que tenía razón. ¿Cómo sabía aquello? Desde el primer momento en que le fueron entregados los restos de Justicia, había tenido la convicción de que hacía lo correcto, no había tenido dudas sobre cuál era su meta. Entonces a su mente acudieron la últimas palabras que le dijera Armeisth ante de que se despidieran en Var Alon:

- Ahora que se acerca el final de toda esta historia, tengo la extraña sensación de que una fuerza superior guía mis actos -

había dicho-. Llevo mucho tiempo esperando algo así, creo que a muchos de nosotros está empezando a afectarnos en mayor o menor sentido. En cierto modo, hay algo que nos dice cómo debemos actuar y yo ya sé mi papel, así como sé que tú sabrás también el tuyo.

Así pues, Armeisth estaba en lo cierto; alguna fuerza superior estaba guiando sus actos, y no por primera vez se preguntó si no serían más que títeres en manos de poderes mucho más allá de toda comprensión.

Se quedó, pálido, mirando el horizonte.

- No me preguntes por qué. Pero sé que tenemos que ir hacia allí. Por favor, te pido que confíes en mí.

Y, cosa rara, ella no protestó esta vez.

Aceleraron el ritmo todo lo que pudieron en la marcha del día siguiente; Jack sospechaba que algo más estaba pasando y debían ir rápido por alguna razón. Los acontecimientos estaban convergiendo de alguna manera, todos los protagonistas se dirigían al mismo destino. Si su meta final era la tierra de Darkun, no dudaba de que todos sus amigos terminarían allí de una forma u otra.

“Esto es una locura -pensaba al tiempo que no dejaba de cabalgar-, me estoy moviendo por sensaciones, no por realidades. Si me equivoco voy a echar a perder todo por lo que hemos luchado”.

Aquella tarde Jack detuvo su caballo con una vaga intuición que había aprendido a seguir. Se giró divisando lo 403

que parecía un lejano pueblo. A su lado, Coral le miraba expectante.

- ¿Qué sucede? –preguntó.

- Vadoverde -dijo él, por toda respuesta, señalando la aldea que estaba contemplando.

Jack no añadió más y ambos continuaron cabalgando.

En los tres días siguientes atravesaron los pantanos de Durín y cruzaron el paso de Herc. Al final de cada jornada terminaban cansados y llenos de polvo. Lograron alcanzar el lado este de las montañas Grises cuando una tarde, Jack se fijó en Coral, y la vio exhausta. En los últimos días le había seguido a través de medio Mitgard sin hacer preguntas y casi sin emitir una queja, se merecía una explicación y un descanso.

- Ya basta por hoy -anunció-. Quiero que descanses un poco y podamos hablar.

- Estoy bien -gruñó ella, pero su cara desmentía sus palabras.

- Pero yo no -repuso él, encogiéndose de hombros.

Una hora después disfrutaban del fuego de una hoguera. Habían atado a los caballos, comieron de las provisiones que les quedaban y de lo que Jack había podido cazar el día anterior.

“No puede más”. Veía el sufrimiento dibujado en su semblante. Si él estaba más preparado para esas cabalgadas que ella, pese a lo cual no podía casi dar un paso, no quería ni pensar cómo se encontraría la joven elfa. Entonces cayó en la cuenta de que, pese a todo, le había seguido y estaba a su lado sin emitir una queja.

- ¿Por qué? -no pudo evitar preguntar en voz alta.

- ¿De qué hablas? -dijo ella, alzando la vista cansinamente.

- ¿Por qué me estás acompañando de esta manera, Coral?

Quiero… quiero saberlo.

Ella se encogió de hombros.

- Lo dijeron los Escribas… -calló al ver que él se ponía en pie.

- ¿Sólo por eso? ¿No hay nada más que te impulse a venir conmigo? -repuso, el semblante inesperadamente tenso.

- No entiendo qué… -pero cerró la boca y Jack supo que sí que había entendido por fin adónde quería llegar. Vio que se sonrojaba súbitamente-. ¡Oh, eso!

Él asintió en silencio.

- Nos besamos en Var Alon. Quiero saber qué significó para ti, por qué me acompañas, quiero… quiero saber muchas cosas.

- Bueno, la verdad es que me besaste tú -se defendió ella.

- ¿Y bien?

- ¿Y bien qué?

Jack vio que ella estaba ahora con los ojos totalmente abiertos y sus sentidos alerta.

- ¿Te…te gustó? -preguntó él.

“Dioses, no sé hacer bien estas cosas”.

- Bueno… -ella vaciló-. Er…, no estuvo mal.

- ¿Qué?

Coral sacudió la cabeza y pareció tomar una decisión.

Se acercó a él y, sin previo aviso, le besó. Jack casi se cayó de la impresión, se quedó mirándola atónito cuando ella se hubo separado.

- Te amo, Jack de Vadoverde, que los dioses me protejan, pero te amo tanto como sé que tú a mí -dijo. Jack estaba tan aturdido que solo pudo asentir con cara de idiota- pero también le amo a él -el corazón del muchacho pareció detenerse-. En estos momentos amo a dos hombres, que por si fuera poco son hermanos y cada uno está en un bando distinto, con lo que se odian a muerte -le miró a los ojos, por primera vez pudo atisbar cómo se tenía que estar sintiendo Coral por dentro-. Sólo pido a los dioses que me den fuerza para saber actuar y hacerlo bien.

No dijo nada más y se echó a llorar. Jack se quedó de pie, delante de ella, sin saber qué decir. ¿Tendría que amarla, tendría que odiarla…? Ni siquiera sabía ya qué sentía por ella.

Inconscientemente sujetó el colgante que ella le regalara una vez hacía ya… ¿cuánto? Parecía una eternidad.

- Tú has sido sincera conmigo. Yo lo seré contigo.

Y así fue cómo le contó muchas cosas que llevaba guardando desde hacía tiempo. También rompió una promesa pues le dijo, pese a que Dagmar le había pedido que no lo hiciera, cómo murió el padre de ella. Así se enteró Coral que Dagmar había caído bajo la espada de Jack.

- Creo que merecías saber la verdad -dijo, simplemente.

Esperaba una reacción parecida a la del príncipe Gerald, sabía cuánto había amado a su padre. Sin embargo, ella asintió suavemente con la cabeza, como si no la sorprendieran en absoluto esas noticias.

- Lo sabía -dijo ella, llorando en silencio-. Nadie me lo dijo pero sabía que había muerto. ¡Pobre desdichado! Una vez fue un gran hombre, siempre lo tendré en mi recuerdo como era entonces -le miró una última vez aquella noche-. Gracias por decírmelo.

Poco después se acostó, dejando a Jack solo aquella noche con sus pensamientos.

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