CAPITULO 5
Desacuerdos
Para Eric había supuesto un auténtico alivio el poder ir a La Llanura porque, en cierta forma, le daba tiempo para aclarar sus ideas.
Y es que el joven príncipe de Kirandia -ahora heredero directo al trono, mientras Cedric no tuviera hijos- no atravesaba su mejor momento. Sus últimos tres meses habían sido una auténtica pesadilla, y mucho de ello se debía a lo que le pasaba a Karina.
Aún recordaba -jamás lo olvidaría- el instante en que, tras el combate que habían mantenido en el antiguo palacio real de Vaer Morag contra los trasgos, había visto el estado en que quedó Karina. No la vió antes porque Lorac y los demás la habían llevado rápidamente con los Nopos, quienes afirmaron que entre sus Mayores contaban con grandes sanadores. Fue un momento de gran confusión, pues los trasgos acababan de darse a la fuga, Jack estaba inconsciente y Karina tenía la cara cubierta de sangre.
Sí, fueron momentos de tremenda angustia para Eric, pues sus dos mejores amigos estarían marcados para toda su vida, si es que sobrevivían.
Enseguida Lorac y Tarken le dieron un respiro al decirle que Jack se había desmayado simplemente, ya que respiraba con normalidad y sus funciones vitales parecían estables. El único cambio que podía apreciarse en él era ese extraño color albino en sus cabellos, algo de lo que hasta el propio Valian, siempre inmutable, se había mostrado perplejo.
Pero Karina era otra historia. Los Nopos le habían cosido la cara -no había otra forma de decirlo-, y ahora le estaban aplicando numerosos ungüentos e intentando bajar la fiebre por todos los medios, porque la chica estaba ardiendo.
Eric no pudo verla y se agitaba de angustia. Karina se había ido abriendo en esos últimos meses un hueco en su vida como nadie lo había hecho hasta entonces. No sabía muy bien lo que significaba, pero fuera como fuese el saber que su amiga se debatía entre la vida y la muerte era un peso que él no era capaz de soportar.
Al final, al tercer día, le permitieron verla.
Cuando vio cómo había quedado su rostro sintió como si un puñal se clavase en su corazón. Jack había quedado marcado, no había duda, pero lo sucedido con Karina era una monstruosidad. Nunca había sido una chica excesivamente agraciada, Eric sabía de sus sentimientos de envidia hacia las damas de la corte cuando estuvieron en el palacio de su padre en Gálador, pero aquello era una terrible maldición para una chica de su edad, con toda la vida por delante.
Fuera como fuese habían sido días malos, muy malos, porque Karina aún luchaba por vivir. Finalmente, al cabo de tres largas semanas los Nopos dijeron que ya estaba fuera de peligro, y a los cinco días de eso, Karina despertó.
Después de tanto tiempo inconsciente y delirando la chica se encontraba muy débil, pero aún así quería ver qué le había pasado, ya que notaba “algo raro” en su cara, según afirmaba. Ignoraba que tenía una costra de sangre reseca que le cruzaba toda la faz. Su ojo derecho se salvó milagrosamente, pero parte de su nariz había desaparecido y sus labios se encontraban partidos por la mitad.
Un monstruo para toda su vida. Por ello Valian le ató las manos para que no se tocara la cara y no le permitieron verse en un espejo. Dos semanas después la chica ya había recuperado parte de sus fuerzas, podía levantarse, andar un poco. No pudieron impedir que descubriera la horrible verdad.
A partir de ese momento las cosas entre Karina y Eric habían cambiado para siempre.
Ella había levantado un muro frente al resto del mundo. Era como si despreciara a los demás por mirarla con espanto. Jack y Eric intentaron decirle mil veces que para ellos seguía siendo la misma de siempre, pero fue inútil.
Para Jack suponía perder a su mejor amiga, y era muy doloroso. Para Eric…, aún ni él mismo sabía lo que implicaba todo aquel suceso.
Y luego había llegado lo demás, que no fue poco.
Su padre, muerto. La Torre del Crepúsculo perdida.
Muchos de los suyos, muertos en la batalla. Su hermano, mutilado durante el combate, era ahora el rey. Eric necesitaba huir, deseaba escapar de tanto dolor. Y más después de lo que le había dicho su hermano.
- Yo también albergué sentimientos parecidos a los tuyos tras la muerte de nuestro padre, pero ese hombre me salvó la vida -
dijo-. Y por encima de todo eso, la venganza no te llevará a ninguna parte, Eric. Ahora estamos todos del mismo bando.
Te lo pido como hermano, pero del mismo modo te lo ordeno como rey, no te acerques a ese hombre.
No te acerques a ese hombre. Armeisth, al que llamaban La Bestia, el hombre en el que Eric había concentrado todo su odio, su forma de desahogarse por todo lo que le estaba pasando. Ni siquiera sabía cómo era, pues por lo que había indagado no era un personaje que se dejase ver con frecuencia en palacio, pero Eric no creía poder resistir la tentación de desenvainar su espada si le veía por los pasillos.
Por eso la petición del Supremo Rey de que partiera con sus hombres para traer a los jefes bárbaros a Kirandia fue una bendición para él. Necesitaba salir de ahí como fuera.
La sorpresa vino cuando Karina le pidió que la dejara ir con él. No sabía qué motivos tenía la chica para hacerlo, pero accedió sin más. No hablaban mucho últimamente, y esperaba que aquel viaje les diese la oportunidad de hacerlo.
No tuvieron tiempo para ello. No era un trayecto largo, pero las continuas tormentas que azotaban Mitgard hacían de él un viaje peligroso. Cuando partieron de Gálador tuvieron que atravesar un valle por el que antaño corría un riachuelo, ahora transformado en una peligrosa corriente. Por dos veces tuvieron que rescatar a varios hombres que habían caído de los caballos y a los que casi se los tragó la corriente.
Tras un penoso camino llegaron a La Llanura. Había problemas allí, le habían dicho Kelson y su hermano. Las cuatro tribus se habían concentrado en el bosque de Thorgrim, al norte de la misma. Las cuatro tribus y sus uros. Por lo que Eric pudo saber se había iniciado una feroz batalla por la comida.
Aquello se había acabado cuando llegaron donde estaban las tribus, y por encima del aullido del viento y los ocasionales truenos que retumbaban en la lejanía escucharon el entrechocar de las espadas y los gritos de los moribundos.
Había sido entonces cuando tuvieron que intervenir.
Habían detenido la batalla al menos, pero estaba claro que aún no se había dicho todo en ese día.
Cuando Eric vio a Perk abrirse paso entre el grupo de los que se hacían llamar a sí mismos la Quinta tribu, supo entonces que sus amigos no eran los únicos que habían cambiado.
Antaño Perk fue un joven que transmitía alegría, gallardo y valiente. Castigado por la cruel Ley de La Llanura, había sabido llevar con estoicismo el dolor de su forzada lejanía.
Aquello había acabado. Ahora el resentimiento por lo sufrido se leía en los ojos del que una vez fuera su amigo.
- Yo puedo -repitió el joven acercándose hasta donde estaban sus padres. Se detuvo a sólo tres metros de donde estaban-.
Puedo explicarte que los que hemos sido tratados como parias en La Llanura durante mil años nos hemos cansado de sufrir más humillaciones. Así lo decidimos desde el momento en que los nuestros han muerto en el mismo corazón de esta tierra.
- No fuimos nosotros los que matamos a tus compañeros, y el príncipe Eric bien lo sabe, hijo -dijo Celina, y sus ojos eran un reflejo del dolor que se podía leer en los de Perk.
- No, no fuisteis vosotros, pero sí vuestra estúpida ley que nos ha humillado durante tanto tiempo. Se acabó. Estamos más que hartos, queremos recuperar nuestra dignidad. Por eso me autoproclamé rey de este territorio. Para poder cambiar esas leyes y hacer que seamos otra vez jinetes de La Llanura, como una vez fuimos. ¿Acaso no puede un hombre luchar por lo que considera justo?
Por primera vez se había vuelto y miraba a Eric a los ojos, que dio un respingo al sentir el calor de su mirada sobre él.
- Puede y debe luchar por lo que es justo, Perk -afirmó entonces alguien a su lado. Era una voz pastosa y ronca, como si al que hablara le costara hacerlo- ¿Pero qué es y qué no es justo en esta vida? Aquí y ahora acabas de afirmar que el trato que se le daba a los Desterrados no era justo. Bien, yo digo que en ese caso acudáis al único hombre que puede impartir justicia en este caso. Hablad con el Supremo Rey, él dictará sentencia, para eso es quien es.
Eric miró con sorpresa a Karina, al igual que los demás. La chica permanecía con la cara oculta bajo su capucha, pero sus palabras habían calado hondo en algunos de los presentes. Eric vio la duda en los ojos de muchos de ellos.
- ¡No! -Celina se adelantó con paso firme-. Esto es un asunto interno de los bárbaros. El Supremo Rey no siente nuestras leyes como las sentimos nosotros, no nos conoce como para poder juzgar esto. Sea lo que sea lo que de aquí salga, será una decisión tomada por los bárbaros, y por nadie más.
- Sea pues -asintió Eric-. Pero actuad con ligereza. La guerra ha estallado en toda Mitgard, todos los pueblos libres están amenazados. Vengo en nombre del Supremo Rey, que ahora está en Kirandia junto a mi hermano, rey tras la muerte de nuestro padre. Dentro de poco se tomarán decisiones importantes, y se requiere de vuestra presencia y colaboración.
Así que tomad una decisión y tomadla rápido.
Eric no pudo creer que aquellas palabras hubieran salido de su boca pero ya estaban dichas. Miró a Karina, y aunque no podía verle el rostro, supo que ésta aprobaba sus palabras. ¿Sería verdad? ¿Estaría por primera vez actuando como el príncipe de Kirandia?
Ser un líder no significaba ser el mejor en el campo de batalla, si no también fuera de él, le había dicho su padre una vez, pues los hombres temían al que sabía manejar diestramente la espada, pero respetaban al que lo hacía con el arte de la palabra.
- Necesitaremos tiempo -sostuvo Mandelein, jefe de la tribu del Agua-. Ha habido muertos. Hay que reunirse y discutir esto.
- ¡No tenemos tiempo! -Perk levantó la espada por encima de su cabeza y la hincó con fuerza en la tierra-. Ya habéis oído al príncipe Eric. Hay guerra en Mitgard, y este asunto se resolverá aquí y ahora -miró a su madre con fijeza-. Sólo hay un modo de resolverlo, mediante una ley que no es de los bárbaros, que no es de nadie en particular, pero que a la vez es de todos. Yo, Perk de La Llanura, pido ante todos vosotros ser nombrado rey, y que los bárbaros formen a partir de ahora una única tribu. Todos seremos iguales. Seguirá habiendo leyes, por supuesto, pero ya nadie será nunca más castigado a ser un paria. Y jamás la vida de un caballo volverá a ser más importante que la vida de un hombre -se levantó con tranquilidad y retiró las manos de su espada-. Que el Combate de los Campeones decida, si no se aceptan estas condiciones.
El silencio más absoluto siguió a esta declaración.
Hasta Eric quedó perplejo, mientras a su lado Karina parecía reflejar la misma expectación. Luego vino el griterío.
- ¡Rey Perk! ¡Rey Perk! -jaleaban los miembros de la Quinta tribu, agrupados a unos metros de donde estaba su rey.
Los demás se miraban confusos, incluso Celina parecía sobrepasada por la situación. Jarkin, de la tribu del Fuego, fue el primero en decir algo.
- ¡Estamos hablando de cambiar las leyes de La Llanura de una forma que requeriría meses de reuniones y acuerdos! -
protestó-. No podemos decidirlo en un simple combate.
- ¡No hay tiempo! -rugió Perk de nuevo, que tenía el bocado entre los dientes y ya no lo pensaba soltar-. ¡Las tormentas están destrozando nuestra tierra! Actuemos como un pueblo unido ¡Lo hicimos durante las Guerras de Hierro y volveremos a hacerlo ahora!
Sus palabras provocaron que hasta algunos de los bárbaros de otras tribus asintieran mostrando su acuerdo. Era cierto, Perk había sabido jugar bien sus cartas. Durante las Guerras de Hierro los bárbaros no eran más que un puñado de jinetes y fue Arkonis, el gran líder del pasado, quien les sacó del ostracismo. Más tarde, ese mismo líder formó las tribus y creó la Ley de La Llanura, detalle que Perk se olvidó sabiamente de nombrar.
- El Combate de los Campeones… -Eric quedó mudo de asombro.
- Olvidáis que yo también conocí a vuestro padre -afirmó Perk con una sonrisa. La primera que veía en su rostro desde que habían llegado-. Desgraciadamente él perdió la vida en uno de ellos, pero demostraré que la victoria caerá del lado de los justos. Ganaré por él, príncipe Eric.
Eric no supo qué decir. Jamás habría pensado que se llegara a ese punto. Había prisa por tomar una decisión y que los bárbaros se sumaran a su causa, pero aquello se le estaba escapando de las manos. Finalmente se dio por vencido.
- Sea -dijo en voz alta-. La petición ha sido hecha. Os acogéis a una ley de todos, por lo que como representante del Supremo Rey debo asegurarme de que sea aceptada.
- Un momento -Celina levantó la mano-. Aún no hemos dicho que aceptemos esa propuesta.
- Sí la aceptamos -interrumpió Trok, desenvainando su espada- Yo mismo me batiré con mi hijo.
“Esto es una locura”, -pensó Eric aturdido mientras veía como padre e hijo se situaban el uno frente al otro, y alzaban sus espadas.
- Por favor, Eric. Detén esto -le pidió Karina a su lado con voz débil. Ver al hijo preparándose para combatir contra su padre la estaba afectando especialmente. Él sabía que se había visto con su padre, uno de los Hijos del Sol que ahora estaban en Kirandia, hacía poco, pero ignoraba qué había ocurrido entre ellos, y menos aún podía adivinar si su reticencia tenía que ver con lo que le había sucedido.
Pero esto era lo que había que hacer, ni más ni menos.
- El desafío ha sido respondido -anunció, sin mirar a Karina.
Que los dioses le perdonaran. Si bien no era el modo en que habría querido que se resolvieran las cosas, la guerra no esperaba a nadie, y para ellos el tiempo era un enemigo más-.
Sé que la ley dice que se deben esperar tres días, pero no disponemos de ese tiempo-. Se volvió hacia la Quinta tribu-.
Si Perk cae derrotado ¿aceptaréis volver a ser lo que erais?
Muchas cabezas asintieron, otras se mostraron dubitativas, pero Eric dio el resultado por bueno. Se giró ahora hacia los jefes de las cuatro tribus.
- ¿Y vosotros, jefes de La Llanura? ¿Reconoceréis a Perk como rey si éste vence?
- ¡No! -Celina se salió del círculo y corrió hacia su marido-
¡Por favor, esposo, detén esta locura!
- Lo siento, Celina, ya es demasiado tarde -respondió Trok-.
Nuestro hijo ha cruzado una raya que no admite vuelta atrás.
Se ha convertido en alguien a quien jamás llamaría hijo.
Déjame, debo combatir con él.
- ¡No, te lo ruego! ¡No puedes…!
Trok la apartó de su lado.
- ¡Lleváosla! -rugió, y su rostro estaba transfigurado por la ira cuando se volvió hacia Perk- ¡Has roto las leyes de tu hogar!
¡Has escupido sobre todo en lo que te enseñé a creer cuando eras pequeño! ¡No te reconozco, y por eso ya no eres mi hijo!
El rostro de Perk tomó un color ceniciento. Tan asombrado estaba Eric del veneno que despedían las palabras de Trok que tardó unos segundos en recuperarse.
- Jefes de La Llanura –dijo de nuevo. Vio que los jefes también estaban confusos con lo que estaba pasando, y no pudo culparles por ello- ¿Aceptáis pues el veredicto?
- Yo, Jarkin, jefe de la tribu del Fuego, acepto.
- Yo, Mandelein, jefe de la tribu del Agua, acepto.
- Yo, Kerrin, jefe de la tribu de la Tierra, acepto.
Todas las cabezas se volvieron hacia donde Celina sollozaba amargamente. No había hecho falta que nadie la sujetara, se había dejado caer sobre la hierba y lloraba mientras se tapaba la cara con las manos.
- Éramos una familia…-lloró sin pudor, y se lamentaba-. Ya no lo somos, no lo somos…, haced lo que queráis, ya no me importa un mundo en el que una madre o esposa debe presenciar como su hijo y su marido se matan el uno al otro.
Nadie dijo nada. Eric tragó saliva y por un momento dudó de si estaba haciendo lo correcto. Vio que los jefes de las tribus habían aceptado el combate como algo natural. Eran jefes, y un líder se veía obligado a tomar este tipo de decisiones. Pero él no se veía capaz. Estaba a punto de vomitar y de maldecirlos a todos al ver a Celina tirada en el suelo llorando. Cerró los ojos y por primera vez se arrepintió de haber venido a La Llanura.
- Que empiece el combate -dijo con voz ronca-. Sabéis las reglas. A muerte o a rendición.
Perk asintió con la cabeza y miró a su madre paralizado.
- Yo…, ojalá no se hubiera llegado a esto -dijo en voz baja, y por un momento volvió a ser el chico que Eric había conocido hacía muchos años, en aquel verano maravilloso que pasaron su hermano y él en La Llanura, con los hombres y mujeres de la tribu del Viento-. Te juro que haré lo posible por hacer que padre se rinda.
Ella no le escuchaba, sus sollozos seguían siendo lo único que se oía en medio del silencio. Hasta la tormenta parecía tomar un respiro para presenciar el combate.
- ¿Hierro contra bronce? -preguntó Trok , señalando la espada que llevaba Perk.
Éste tiró su espada al suelo y se volvió hacia los suyos.
De nuevo era puro acero.
- Que alguien me dé una espada de bronce.
Casi se pelearon por ofrecerle cada uno la suya.
Finalmente Perk aceptó una y se giró hacia donde su padre le esperaba.
- Aquí estoy, padre –musitó.
- Acabemos con esto cuanto antes -respondió Trok.
Y comenzó el combate.