CAPITULO 8
Duelo
- Lo tengo a tiro, Alteza -rompió el grito en la quietud reinante.
Cedric se giró y vio que, en efecto, varios de los arqueros de Angirad y de Eregión apuntaban sus flechas hacia donde Lord Variol había detenido su montura, apenas a doscientos metros del repecho donde ellos se encontraban.
“Pero lleva una bandera blanca...”
El joven rey de Kirandia no podía dejar de mirar la solitaria figura del Señor de la Guerra, parado en medio de los dos ejércitos. La ocasión no podía ser más indicada para atravesarle el corazón de un flechazo, pero sabía que había algo que le protegía, algo mucho más efectivo que cualquier escudo: la bandera blanca que llevaba entre sus manos.
- ¡Viene a parlamentar! -observó Cedric, volviéndose hacia el Supremo Rey.
Éste asintió con semblante contrito.
- Le escucharemos, no haríamos honor a la causa que defendemos si ignorásemos una bandera blanca.
Los demás reyes y líderes de sus respectivos pueblos asintieron en señal de acuerdo; incluso el pequeño rey Aglup se permitió un seco cabeceo, pese a no tener ni idea de qué tema se estaba tratando. Celina se adelantó unos pasos.
- Si hablar es lo que quiere, propongo acompañar a su Alteza ahí abajo -dijo la mujer bárbara-. Tengo curiosidad en saber qué es lo que desea.
Kelson fue a contestar cuando una voz se sobrepuso a todas las demás.
- No será necesario -cortó el viento la voz de Valian, dura como el hierro-. Yo sé lo que quiere, y me dispongo a concedérselo.
Cedric, al igual que todos, desvió su mirada hacia donde estaba el último príncipe de los Irdas, quieto sobre su 445
caballo y con los ojos clavados en la lejana figura del Señor de la Guerra.
- Valian... -intentó interceder el Gran Maestre Derek.
- No -negó él tajantemente, sin mirar a Derek-. Ha llegado mi momento; para esto he vivido todos estos años.
Cedric recordó entonces unas palabras salidas de la boca del propio Lord Variol no hacía mucho: “Habrá un tercer duelo entre nosotros, y ése será el último.” Ahora lo entendía todo; Lord Variol había acudido allí a exigir ese combate, y por lo que parecía Valian estaba dispuesto a complacerle.
Los demás reyes y señores captaron enseguida parte de lo que se estaba dirimiendo en aquel lugar, y aunque la mayoría no entendía lo que había entre Valian y el Señor de la Guerra, ninguno alzó la voz para oponerse a que se celebrara aquella lid.
- ¿Estás seguro, Valian? -fue Lorac el que habló ahora, mirándole con una extraña comprensión en sus ojos.
- Sí, amigo mío -Valian alzó la voz para que todos los que estuvieran cerca pudieran oírle-. Hace muchos años el hombre que está ante nosotros llenó sus manos con la sangre de mi familia y de mi pueblo; hoy es el día en que daré cumplimiento a mi venganza.
Había tal poderío y seguridad en su voz que ninguno se opuso a sus palabras; era una batalla personal y nadie de los presentes tenía nada que decir en aquel conflicto.
- Haz justicia para los tuyos, pues -dijo Meracles, rey de Ergoth.
- Que los dioses guíen tu espada, guerrero -agregó Esmeralda, Reina de los Elfos, con un misterioso tono solemne que nunca antes le habían oído utilizar.
- Mátalo en nombre del Supremo Reino, Valian -pidió Kelson.
- Suerte, amigo -dijo simplemente Lorac, mientras a su lado el Gran Maestre Derek asentía con la cabeza dándole su bendición.
Cedric intercambió una rápida mirada con Valian, 446
quien en esos momentos acababa de desenvainar su espada, preparándose para afrontar la batalla más importante de su vida. Contempló con todos los demás cómo el guerrero espoleaba su caballo y acudía al encuentro de su enemigo quien, al verle, había tirado la bandera blanca al suelo para poder aferrar su espada roja. Incluso desde esa distancia pudo ver el rey de Kirandia cómo una sonrisa cruzaba el semblante de Lord Variol, que acababa de descender de su caballo y esperaba a su adversario.
Y así acudió Valian al combate contra su enemigo, mientras el sol se ponía en presencia de los dos ejércitos, en la víspera de la Última Batalla. Así aquel espíritu indomable alzó su espada y tras bajar también él del caballo, cruzó armas con el Señor de la Guerra por tercera y última vez.
Era el mejor de todos. De eso no tenía Cedric ninguna duda; no había nadie en todo el ejército de la Luz que pudiera rivalizar con Valian en el manejo de la espada, y en cierto modo ésa era una de las razones por las que nadie había osado negarle aquel combate que así exigía.
Luego recordó la forma de combatir de Lord Variol, cuando habían estado en la Torre del Crepúsculo, y el corazón se le subió a la garganta de temor. Presenció el que con seguridad fue el mejor combate que había contemplado en su vida.
Desde el primer momento los dos contendientes se movieron como serpientes en un duelo. Ferocidad y rapidez, técnica y agilidad, no había ninguna cualidad que no tuvieran ambos, y ya desde el principio supo Cedric que el duelo lo decidiría el más ínfimo de los detalles, pues entre dos rivales tan igualados no podía ser de otra manera.
- Dioses... -murmuró Rundig, el rey de Eregión, con los ojos fuera de sus órbitas-. No había visto nada semejante en toda mi vida.
“Ni volverás a verlo”, fue el pensamiento de Cedric, incapaz de despegar la vista del combate. De todos los presentes él era el único que había visto algo parecido, por eso 447
supo que aquella batalla olía a despedida, a último enfrentamiento entre los dos, y si algo tenía claro es que aquel duelo no finalizaría sin que de allí saliera un vencedor y un vencido.
Rogaba porque fuera Valian ese vencedor; le había salvado la vida en la Torre del Crepúsculo, y allí estaba de nuevo, dando la cara por él, por todos ellos, incapaz de rehuir el combate que le perseguía desde que era niño.
- Están muy igualados -escuchó una voz a su lado, y vio que era Eric el que estaba con él. Su hermano tenía el semblante pálido y observaba el duelo con ojos vidriosos.
- Es cierto, lo están -era imposible negar ese hecho, los movimientos de ambos eran simétricos y realizados con la misma velocidad y fuerza. La espada de Valian y Mórbida estaban a la misma altura-. ¡Oh, dioses! -no pudo evitar decir-, va a ser el azar quien decida esta lucha.
Aquel pensamiento vino como una iluminación. Sí, sería la suerte, la única y pura suerte la que decantara aquella batalla. Demasiado iguales en todo, otros factores deberían intervenir en el conflicto, pues si de algo estaba seguro Cedric era que los dioses no permitirían que aquello terminara sin un ganador.
La espada de Valian provocó una fea herida en el costado del Señor de la Guerra, de la misma forma que un grito se elevó de las gargantas de todos cuando la roja espada de Lord Variol dejó su impronta en el hombro derecho del que una vez pudo ocupar el trono de los Irdas. Cedric tragó saliva.
“Iguales, demasiado iguales”, no dejaba de pensar. Alzó los ojos hacia el cielo, como queriendo preguntar a los dioses acerca de cuál sería su elegido para llevarse la victoria en aquella batalla.
Otro grito, pero esta vez de alegría, hizo que volviera su atención a la lid; Valian había conseguido alcanzar con su puño en la cara de Lord Variol, ahora cubierta de sangre. Vio que el Señor de la Guerra retrocedía aturdido, y que Valian avanzaba hacia él con férrea determinación.
Entonces, tal y como había temido Cedric, el azar jugó 448
su papel en aquel conflicto. Ocurrió que justo cuando mejor estaban las cosas para Valian, su tobillo se trabó en una de las pocas irregularidades del terreno. Valian dobló la rodilla y su espada se le escapó de las manos.
Y cayó ante Lord Variol.
- ¡No! -gritó Cedric, un grito más entre los miles que se escaparon de las gargantas de los miembros del ejército de la Luz.
Lord Variol esgrimió su roja espada por encima de la cabeza de Valian. Éste alzó la mirada para poder ver a la Muerte que acudía hacia él. Los dos adversarios cruzaron sus miradas por una fracción de segundo, y Cedric agarró el brazo de su hermano con su puño de hierro, esperando el inevitable final.
Pero algo debió ocurrir en ese rápido intercambio de miradas; Cedric atisbó a distinguir a Lord Variol moviendo los labios y diciendo algo que sólo los oídos de Valian pudieron escuchar, luego bajó la espada.
Sin una palabra más, se alejó rápidamente hacia su caballo y, tras envainar a Mórbida, se alejó del campo de batalla hacia donde le esperaba su ejército.
Cedric expulsó todo el aire que llevaba conteniendo durante esa última acción, sin comprender qué era lo que había pasado. ¿Había perdonado Lord Variol la vida a Valian? ¡¿Por qué?! Aquello no era posible; era consciente de que ambos hombres se odiaban a muerte. Puede que mucho tiempo atrás hubiese existido algún cariño entre ellos pero desde luego la sangre que manchaba las manos del Señor de la Guerra había extinguido esa chispa de amor mucho tiempo atrás.
¿Qué había ocurrido entonces?
Se volvió hacia el otro protagonista: Valian.
Junto a todos los demás, Cedric, al lado de su hermano, observó en silencio cómo subía Valian la colina a lomos de su caballo hasta llegar a su altura. Se miraron unos a otros, preguntándose quién sería el primero en hablar; el semblante de Valian parecía esculpido en roca cuando dijo: 449
- No he podido vencerlo -fueron sus únicas palabras.
Por un momento dio la impresión de que les había convencido a todos. El rey Rundig fue el primero en intervenir.
- ¡Pero podía haberte matado! ¡Ya te tenía!
-Sí, lo mismo digo -fue Gerald, de los Elfos, el que habló-
¿Qué ha pasado allí abajo? ¿Qué lo detuvo?
Valian abrió la boca como si se dispusiera a contestar, pero entonces Cedric vio que volvía a cerrarla, como si hubiera cambiado de opinión. Sacudió la cabeza con pesar y azuzó su caballo para abandonar el lugar; todos le abrieron paso sin atreverse a interponerse en su camino.
Cedric le vio alejarse notando que Eric acudía de nuevo a su lado, como lo había hecho durante el combate.
Parecía compungido.
- En todo el tiempo desde que conozco a Valian -murmuró en voz baja, sólo para él-, nunca le había visto así. Algo ha cambiado en él ahí abajo, hermano.
Cedric miró de nuevo la esbelta figura de Valian, perderse entre la maraña de hombres del ejército, con la cabeza gacha.
- Es cierto.
La realidad intervino de nuevo; el Supremo rey Kelson les llamó para que acudieran junto a él. El sol se estaba ocultando entre las montañas, y la oscuridad se cernía sobre los Llanos.
“Mañana ese campo será un manantial de sangre y muerte”, pensó Cedric, echando un vistazo sobre el terreno que tenía por delante. Una llanura inmensa, un lugar que en pocas horas estaría plagado de cadáveres, tanto de amigos como de enemigos. Cerró los ojos, intentando darse ánimos, y fue hasta donde Kelson daba las últimas instrucciones.
- El combate comenzará nada más amanezca -dijo, a lomos de su caballo-. Mañana hablará por fin la espada...
- Alteza.
- ¿Señor Derek?
El Gran Maestre avanzó su montura para que todos 450
pudieran verle.
- La Hermandad del Hierro se ha estado preparando para este momento durante casi mil años; por fin ha llegado –sostuvo con voz cargada de convicción-. Estaba escrito que en la Última Batalla los míos estarían en primera línea para hacer frente al enemigo, y así os lo pido...¡no!, así os lo exijo, Alteza.
Kelson intercambió una rápida mirada con el Gran Maestre, y éste se la devolvió con seguridad. Finalmente el Supremo Rey terminó por asentir con suavidad.
- Sea, pues, mi señor Derek, la Hermandad del Hierro estará mañana a la cabeza del ejército. Mis señores -agregó, volviéndose hacia Cedric, Celina y Esmeralda-, como en la batalla de La Llanura, quisiera que Caballeros de Kirandia, Jinetes y Elfos os ocuparais del flanco derecho.
- Así se hará -respondió Cedric, con firmeza.
- Será un placer volver a cabalgar juntos -añadió Celina con una débil sonrisa, la primera que Cedric le veía esbozar en mucho tiempo.
- Que Dagnatarus aprenda a temer a los Elfos -dijo a su vez Esmeralda, con una voz enérgica, que sonaba como una canción.
Kelson se volvió hacia Rundig y Meracles.
- Nosotros nos ocuparemos del flanco izquierdo. Angirad, Eregión y Ergoth combatirán juntos por primera vez en una batalla desde las Guerras de Hierro.
- Adelante, pues -asintió Rundig, rey de Eregión.
- No veo la hora de comenzar -agregó Meracles de Ergoth, con impaciencia.
Por fin Kelson se volvió hacia Mentor, que esperaba instrucciones junto a los demás miembros del Consejo de Magos.
- ¿Mi señor mago? -preguntó el Supremo Rey.
- No os preocupéis, Alteza -respondió Mentor, entre Theros y Dezra-. Los miembros del Consejo de Magos tendremos nuestro papel mañana, al igual que todos. Ya os lo explicaré luego con más detalle.
Kelson asintió con la cabeza.
- Bien, pues ya tenemos todos nuestra propia misión y...
- ¿Y sortoson euq? -dijo una voz chillona.
Todos bajaron la mirada.
- ¿Y nosotros qué? -preguntó el traductor del rey Aglup, quien junto a su monarca les miraba a todos indignado.