CAPITULO 9
El Escriba renegado
Jack contemplaba la enorme cadena montañosa con aspecto desolado.
Se había enfrentado a trasgos y lobos, tuvo que lidiar con los Señores de la Guerra, e incluso sufrió la atracción de Venganza, que casi le indujo a seguir el camino de su hermano junto a Dagnatarus. Pero ahora, en el último momento, se encontraba con la fuerza de la naturaleza.
Ante él se alzaban las colinas de Hierro, inexpugnables, infranqueables, una barrera natural que hacían de Darkun un lugar casi inaccesible. No quería mirar a Coral porque vería su propia derrota reflejada en sus ojos, no podía seguir eludiendo lo que era evidente: no podrían entrar en Darkun a no ser que cruzaran la Puerta Negra.
- Tenemos que volver con los demás -dijo de repente Coral.
Estaba cansada y se abrazaba a sí misma como si tuviera frío, pese a que era pleno día y el calor resultaba abrasador-. No podemos seguir con esto solos, Jack.
Apretó los dientes; la rabia hizo que casi tuviese ganas de llorar.
- La Puerta Negra... -murmuró, sin convicción.
- En la Puerta Negra hay ahora mismo apostado un ejército –
hizo notar la elfa, sacando algo del genio que siempre luciera-.
Por lo que nosotros sabemos puede que incluso ya hayan entrado en combate con los nuestros.
- No, no lo ha hecho aún -dijo Jack-. Estoy seguro.
- Últimamente sabes muchas cosas sin saber por qué -
refunfuñó ella, haciendo una clara alusión al viaje que habían realizado hasta Cronos, la ciudad de los gigantes.
- ¡Pero son acertadas! -contestó-. Después de lo que pasó con Justicia podías confiar un poco más en lo que hago.
Coral fue a replicar pero finalmente ambos guardaron silencio y se miraron, para esbozar una leve sonrisa.
- Hacía tiempo que no nos peleábamos como lo hacíamos antes -dijo él, en cierta forma divertido.
- Sí. Lo echaba de menos... -calló tan bruscamente que Jack echó mano de la espada. Se giró rápidamente y siguió su mirada alarmada.
“Dioses, no es posible. Aquí no había nadie”.
Jack se dio cuenta de lo equivocado que estaba cuando percibió la negra y pequeña figura que se les acercaba. No la habían visto antes porque estaban discutiendo, pero el extraño ya estaba a pocos metros de donde se encontraban.
La espada de Girión salió de su vaina con un suave silbido, despidiendo una luz brillante que casi cegó al propio Jack. Sin embargo, el misterioso ser no dio muestras de sentirse sorprendido.
- No hay necesidad de usar la espada, Jack -intervino el recién llegado.
- ¡¿Quién eres?! -gritó él, situándose delante de Coral-.
¡Descúbrete!
El oscuro ser soltó una seca carcajada que hizo que Jack se estremeciera de los pies a la cabeza.
- Dudo que quieras ver mi rostro -rió, como si hubiera hecho una broma-. No soy demasiado agraciado.
Jack no dijo nada, pero continuó empuñando la espada.
La extraña silueta le recordaba a algo que había visto con anterioridad. Sin embargo, fue Coral la primera en percatarse de ello.
- No puede ser -dijo, bajando los brazos como si ya no hubiera amenaza alguna-. Es imposible.
- No, niña, todo es posible, hasta esto -se retiró la capucha y si Jack no hizo un gesto de repugnancia fue porque había experimentado algo muy parecido no hacía demasiado tiempo en Var Alon-. No todos los Escribas seguimos el mismo camino; algunos tuvimos otro destino. Me llamo Morin.
La criatura deforme que tenía ante él era uno de los Escribas que conoció en Var Alon. Jack no albergaba ninguna duda al respecto. Sólo una de aquellas criaturas podía ser tan desproporcionada; sólo una podía haber recibido un castigo de 454
los dioses de tal magnitud. Jack sintió asco al verla -imposible no hacerlo-, pero la curiosidad pudo más y bajó la espada.
- ¿Qué haces aquí, Morin? -preguntó. Sí, qué hacía en semejante lugar uno de los Escribas-. Estás muy lejos de tu tierra.
- Purgar mi culpa, eso es lo que hago, Jack, y lo que haré hasta el fin de mis días.
- ¿Culpa? ¿De qué estás hablando?
El Escriba les señaló una zona al pie de las montañas cubierta de sombra.
- Antes de comenzar a hablar, cobijémonos -sugirió-. Puedes guardar eso, no lo vas a necesitar hasta que llegues a la Torre Oscura.
- ¿Cómo sabes...? -sacudió la cabeza. Tal y como le sucedió en la Cueva de los Escribas, aquellos seres le sacaban de quicio. ¿Cómo podía saber su nombre y el objetivo de su viaje? ¿Y qué hacía en un sitio como aquel? ¡Oh, sí!, los Escribas podían ser criaturas taimadas y dañinas, pero no cabía duda de que sus poderes como videntes eran tan grandes como su deformidad.
Coral y él se refugiaron bajo las rocas. Estaban bajo la misma sombra de las colinas de Hierro; en aquel punto parecían simples motas de polvo comparados con la enormidad de las montañas.
- Sé muchas cosas, Jack, algunas se las revelé a Tarken cuando estuvo aquí; otras, no -y se rió como si no hubiera nada más gracioso. Miró a Coral en busca de respuestas, pero ella parecía tan desconcertada como él mismo.
- ¿Conociste a Tarken...? -preguntó, atónito.
- Oh, ya lo creo. Dos veces le ayudé en el pasado: una a entrar en Darkun; la otra, para salir. Tuve que rescatarlo poco después de que nacieras tú. Ya puedes agradecérmelo, Jack, pues estaría muerto de no haber sido por mí -se detuvo un momento-. Ya da igual de todas formas, pues ahora está muerto igualmente... -de nuevo soltó una de aquellas secas carcajadas.
Jack sintió que la furia se apoderaba de él, pero se 455
detuvo al recordar algo.
- Tarken me dijo que le ayudaron cuando estuvo aquí; las dos veces que acudió a este lugar -murmuró, perplejo.
- ¡Exacto! Así que muéstrame algo de agradecimiento.
Optó por callar. Si era cierto lo que decía, Tarken vivió lo suficiente como para revelarles el contenido de la profecía gracias a aquel ser.
- Está bien, Morin o como quiera que te llames -fue Coral la que habló en aquella ocasión-. Dinos qué demonios hace un Escriba aquí. Pensaba que todos se encontraban en Var Alon.
- Así era hasta hace mil años -asintió. Se sentó como preparándose para contar una historia y ellos hicieron lo mismo-. Por aquel entonces yo era Morin el Escriba, uno de tantos, hasta el día en que Dagnatarus acudió a nuestra cueva -
Jack fue a hacer una pregunta pero prefirió seguir callado y escuchar las palabras de la criatura-. La guerra estaba a punto de estallar y vino a nosotros en busca de respuestas, respuestas que jamás le pensábamos dar. Evor, la Voz de los Escribas le dejó bien claro que éramos criaturas de los dioses, intocables, inmortales y que sólo le daríamos a los humanos las respuestas que nosotros consideráramos necesarias.
- ¿Qué quería saber Dagnatarus? -quiso saber Jack.
- Oh, cosas del estilo de cómo ganar la guerra y cómo asegurar su inmortalidad. Por supuesto no le dijimos nada, tampoco se las habíamos dicho a Girión cuando estuvo con nosotros. Todo parecía indicar que Dagnatarus se marcharía con las manos vacías, pero entonces nos ofreció algo que no podíamos rechazar.
Jack y Coral se acercaron un poco más a él.
- ¿Qué fue? ¿Qué pudo ofrecer a un Escriba que no poseyera ya? -preguntó Coral.
Morin la miró fijamente.
- Belleza -dijo, en un susurro.
- ¿Qué...?
- Eres bella, princesa de Var Alon. Nuestra fealdad es el precio del poder, lo único que no conseguiremos jamás. Eso y el amor de una mujer. Dagnatarus me lo ofreció y yo caí en la 456
trampa.
Para sorpresa de Jack, vio que la criatura estaba llorando.
- Me engañó -sollozó, y Jack sintió pena por aquel horrible ser-. Serví a sus propósitos y al final no me concedió lo que le pedí. ¡Oh, dioses, he causado tanto daño al mundo!
Coral miraba llena de lástima. Jack también, pero había algo más que quería saber y, pese al dolor que veía reflejado en aquel horrible rostro, hizo la pregunta que le estaba carcomiendo por dentro.
- ¿Qué te pidió, Morin? ¿Qué le diste a Dagnatarus?
Él le miró angustiado.
- ¡La profecía! -gritó, horrorizado-. ¡Yo fui quien le reveló a Dagnatarus el contenido de la profecía que hicieron sobre tu hermano y tú, Jack!
Y se echó a llorar como si no hubiera consuelo en el mundo suficiente para ahogar su desdicha.
“Tanto sufrimiento, tantas muertes, y todo por culpa de una criatura tan pequeña y deforme”.
A Jack aún le costaba creer que el causante de todo lo que estaba ocurriendo estuviera ahí, delante de él. Se estaba preguntando por qué no estrangulaba a aquel ser, pero al verle ahí, solo y desgraciado, se dio cuenta de que no era capaz.
Puede que Morin hubiera cometido un error en el pasado, pero lo había pagado con todos aquellos años de soledad y dolor.
Ayundó a Tarken en el pasado, y ahora estaba allí, ayudándoles a ellos dos a enmendar el daño que había comenzado hacía ya mil años.
- Dagnatarus se enfureció mucho cuando le dije que nunca podría ganar la guerra -continuó Morin-. Así nos lo hicieron saber los dioses. Sin embargo, vi en él un brillo de esperanza cuando le hablé de la profecía, la misma que nos fue revelada por los propios dioses-. Y entonó con voz suave: 457
Dos hermanos para devolverle la gloria, dos espadas para enterrarle de nuevo, ambos distintos, ambos opuestos,
uno por la luz, otro por la sombra, ambos unidos en lo más hondo de su memoria.
- Creo que a partir de ese momento los esfuerzos de Dagnatarus se centraron más no en ganar la guerra, que sabía por mis labios que estaba destinada a perderla, sino en el momento en que dos hermanos nacidos de su sangre aparecieran en Mitgard. Aquel sería el instante señalado para su regreso al poder.
- Llegó la Última Batalla frente a la Puerta Negra –continuó-.
Dagnatarus mató a su amor Lorelai, que los dioses se apiaden de su dolor, y enloqueció. Subió al pico más alto de Mitgard, aquel al que llaman Gar Mordeth, y armado con su espada negra se autoinmoló en la explosión que arrasó el campo de batalla. Yo, que entonces sabía que Dagnatarus jamás accedería a mis deseos, que fui repudiado por los míos, esperé.
Esperé mi momento para vengarme de Dagnatarus. Muchos años después presencié su nuevo ascenso al poder y supe que los niños habían nacido, pero sólo obtuvo a uno de ellos, el otro seguía siéndole esquivo. Ayudé a Tarken facilitándole la entrada a Darkun, donde él mismo aprendió de la profecía que una vez Dagnatarus oyera de mis labios. A partir de entonces aguardé mi momento; sabía que vendrías, Jack, estaba seguro de ello. Hoy es el día en que Dagnatarus encontrará su legado completo. Adelante, Jack, ha llegado aquello por lo que has luchado: tu gran momento te aguarda tras esas montañas.
Cayó un lúgubre silencio entre los tres. Jack tenía aún una última pregunta que le estaba quemando por dentro.
“¿Y si fuera posible que...?”
- ¿Lo sabes? -preguntó finalmente Jack, sintiendo que no podía aguantar más.
Coral le miró intrigada pero Morin sí parecía saber a qué se refería.
- No, Jack, sabíamos que Dagnatarus perdería la guerra; que 458
regresaría algún día, incluso que tú te encontrarías hoy con él -
le miró a los ojos, Jack no rehuyó aquel rostro deforme en esta ocasión-, pero desconocemos el final de todo; nunca sabemos el final -sacudió la cabeza-. Tenemos ciertos indicios: por alguna razón la princesa Coral deberá estar presente en tu encuentro con el No Muerto y hará una elección, pero no sabemos nada más, lo juro, te lo diría si fuese así, aunque rompiera todas las leyes que los dioses impusieron a los Escribas.
Guardó silencio, y Coral se mostró enfadada.
- Muy bien, Morin, dices que estaremos hoy en la Torre Oscura -miró las enormes montañas que se alzaban ante sí-
¿Cómo cruzaremos? ¿Volando?
- Hay un paso de montaña, oculto a ojos de la mayoría, pero que yo conozco -dijo el antiguo Escriba-. Podréis acceder a Darkun por ese lugar.
Jack asintió. Esperaba algo así, pues sino Morin no habría tenido tanta seguridad en que hoy se encontraría con Dagnatarus.
- Muéstranoslo -pidió.
- Lo haré -dijo él-, pero sólo a cambio de una última cosa.
¿Un favor? Jack se volvió hacia él molesto; la última promesa que había hecho le había llevado a ser él quien hundiera una espada en el corazón de Armeisth. No quería más promesas, no más favores, no...
- ¡¿De qué se trata?! –dijo con voz áspera.
- Una tontería -respondió con una sonrisa pícara-. No me han dado mucho amor en mi vida, ¿sabéis? ¿Queréis que os enseñe el paso de montaña? Bien, lo haré -se volvió hacia Coral-, pero a cambio de un beso, ¿de acuerdo, princesa?
Coral no volvió a dirigirle la palabra a Morin durante todo el viaje a través de las colinas de Hierro. Lo cierto era que le había dado el beso, pero por la cara que puso Jack supo que antes hubiera preferido tener que besar una boñiga de cabra a esa cara deforme y contrahecha.
El acceso estaba tan escondido que Jack fue consciente 459
de que sin la ayuda de Morin jamás habrían dado con él.
Cuando lo atravesaron, vieron ante sí una tierra yerma y desolada. Jack supo que por fin habían llegado a Darkun, la tierra de Dagnatarus.
- No tendréis problemas en llegar a la Torre Oscura -aclaró Morin-. Todos se han ido a la guerra contra vuestros amigos.
Jack se giró para mirarle. Coral les dio la espada indignada.
- No sé cómo agradecerte...
- No me agradezcas nada, Jack -dijo Morin-. Mata a Dagnatarus y habré expiado en parte mis pecados.
Se estrecharon las manos y se despidieron. Jack observó cómo la criatura se perdía entre las montañas. Se giró mirando el enorme erial que se extendía frente a él: la última etapa de su viaje.
- Vamos, Coral. Hagamos lo que hemos venido a hacer cuanto antes.
El resto del camino fue rápido. Ninguno de los dos hablaba, ninguno de los dos decía nada. No se encontraron con nadie durante todo el trayecto. No muy lejos de allí, dos ejércitos se preparaban para la batalla.
Pensó que lo que veía era la Torre del Crepúsculo, pero pronto cayó en la cuenta de que ante él se levantaba otra torre, como si fuera un inmenso monolito que llegara hasta los cielos: la Torre Oscura. El verdadero hogar de Dagnatarus, el único donde fue acogido y amado tras el comienzo de las Guerras de Hierro. Él mismo lo había levantado gracias al poder de Venganza. Y allí, mil años después, iba a terminar todo para bien o para mal, la esperanza o la maldición.
Las puertas, hechas de hierro como no podía ser de otra manera en el hogar de Dagnatarus, estaban abiertas y sin vigilancia.
- ¿Qué significa esto? -preguntó Coral-. No hay nadie.
Jack supo la respuesta enseguida.
“¿Por qué iba a ver alguien? ¿Qué loco se atrevería a llegar hasta aquí? Nadie”. Salvo ellos dos.
- Entremos -susurró, con la mano derecha cerca de la 460
empuñadura de la espada.
Cruzaron la última puerta, entrando en la casa de Dagnatarus. No había absolutamente nadie.
- Todos se han ido a la guerra... -dijo Coral, notablemente nerviosa.
Jack abrió una puerta más.
¿Todos?
- Bienvenido, Jack –se escuchó la voz de Lord Drevius, su hermano-. Te estábamos esperando.