CAPITULO 11
Dagnatarus
Jasón y él fueron separados al poco de nacer.
¿Había cosa más terrible que perder a un hermano de aquella forma? Durante mucho tiempo Jack se preguntó cómo habría sido su vida de haber crecido con el hermano perdido, de haber compartido su juventud con él. Intentó buscarlo, saber algo de él. Ahora, mucho tiempo después le encontraba, y esa misma persona era la que en esos momentos dirigía Venganza hacia su pecho.
- Nos preguntábamos cuándo vendrías, Jack -dijo Lord Drevius. Jasón. Vestía sus ropas oscuras de siempre, pero con la capucha bajada para llevar el rostro al descubierto. Como única arma esgrimía la espada de Dagnatarus, con la que apuntaba a su hermano-. Tú también eres bienvenida, Coral, por supuesto, a tiempo para hacer tu elección.
Coral no contestó. Por su parte, Jack ni se movió.
- No he venido aquí a luchar, Jasón, sino para que juntos acabemos con la persona que te hizo esto -dijo él con tranquilidad, como si no tuviera arma alguna amenazándolo.
- Has venido a darme tu sangre y a ocupar el puesto que reclamas junto a mí -la voz la escuchó Jack dentro de su cabeza, como si fuera un martillo. Soltó un grito y cayó de rodillas al suelo.
- ¡Jack! ¡¿Qué ocurre?! -Coral se acercó a él rápidamente, su rostro contraído por la preocupación.
- La... la voz... me hace daño... -gimió él; toda su cabeza era un punto de dolor.
- ¿Qué? ¿De qué voz hablas? -Coral miró a un lado y a otro perpleja. Su vista se clavó en el único objeto que había en la sala: un enorme solio, de espaldas a donde ellos estaban.
- No lo intentes, amor mío -advirtió con suavidad Jasón.- Sólo mi hermano y yo podemos oírle.
Ella retrocedió asustada, con el rostro súbitamente 473
pálido.
- ¡Oh, Jasón! ¿Quién... quién está sentado en ese trono? -
señaló el monstruoso asiento con mano temblorosa.
Jack sabía la respuesta. Por supuesto que la sabía; había venido allí para matarle, muy seguro del poder que le proporcionaba la espada de Girión, pero ahora que había llegado el momento final, se daba cuenta de que no podía hacerlo, no tenía fuerzas suficientes.
Y es que nadie podía igualarse a Dagnatarus.
Simplemente con la Voz conseguía desarmarle.¡Qué tontos fueron! ¡Qué ilusos! El propio Jack pensaba que con Justicia en sus manos no tendría rival que se le opusiera: acabaría con Dagnatarus convenciendo a su hermano para que se fuera con ellos; lo acogería como quien habría tenido que ser siempre, como lo fueron antes de que Lord Variol irrumpiera en el valle de Asu, antes de que rompieran sus vidas, sus sueños...
Pero ahora que sentía el poder de Dagnatarus se daba cuenta de que sólo un necio se opondría a él. Tendría una familia, sí, en la que Dagnatarus sería el padre que nunca tuvo.
¿Cómo podía ser de otra forma? Una vez que había sentido su poder, la Voz resonando en su cabeza como una bestia hambrienta que aporreara las puertas de su alma exigiendo entrar, ya nada volvería a ser igual.
Lágrimas de dolor corrían por sus mejillas. A duras penas logró levantarse.
- Sabes ya que no tienes otra alternativa, ¿verdad, hijo mío? -
el sonido fue tan estremecedor que tuvo que cerrar los ojos y apoyarse en la pared para no caer.
- Sí, maestro -jadeó.
- Ocupa tu lugar a mi lado, cumple aquello para lo que has nacido.
Jack se tambaleó de nuevo, pero esta vez fue su hermano el que le cogió por los hombros.
- ¿Entiendes ahora por qué me es imposible resistirme a él? -
preguntó, y en su semblante había dibujada una extraña expresión de tristeza.
Asintió con pesar.
-Ya...ya sé -hizo acopio de todas sus fuerzas y miró a Jasón-.
Ahora sé qué es lo que hay que hacer.
Le sonrió con tristeza.
- Entonces, vamos, hermano mío -dijo, cogiéndole de la mano.
- ¡¡¡No!!!
El grito les cogió por sorpresa. Jack se volvió aturdido: allí estaba Coral, la mujer que amaban su hermano y él mirándoles no con amor en esos instantes, sino con rabia y cólera.
- ¡Está ahí! ¡Ahí detrás! -gritó, señalando el trono-. La persona o..., o lo que sea esa cosa que ha destruido nuestras vidas, la que ha provocado la muerte de nuestros seres queridos, ¡y la que os está manipulando ahora mismo! ¡¿No os dais cuenta?! ¡Debemos acabar con él o arruinará el mundo que conocemos!
Coral lloraba de ira y frustración, pero a diferencia de otras veces, Jack no sintió nada al ver la amargura de la joven.
Tenía una última cosa que hacer, una misión que cumplir. Los dos hermanos se volvieron clavando la vista en el objeto que había aparecido como por arte de magia frente a ellos.
Un cáliz de cristal.
- Llenadlo. Dadme vuestra sangre, la sangre que obstaculiza mi regreso -bramó la Voz, rugiendo como un animal herido en la cabeza de Jack-. Quiero beber vuestra sangre.
Jasón cogió el cáliz. Había envainado a Venganza, como si ya no fuera necesaria. Con la otra mano desenvainó una pequeña daga.
- Vamos, hermano, ha llegado nuestra hora -dijo, dirigiéndole una sonrisa de ánimo.
- Adelante -asintió Jack.
Colocaron el cáliz en el suelo, y Jasón se quitó el guante izquierdo dejando su muñeca al descubierto. Acercó su daga e hizo un corte sobre su piel.
- Tu turno, hermano.
Jack le tendió la mano derecha. Jason le hizo un corte igual al suyo.
- Unamos nuestras manos, Jack -dijo Jasón-. Es hora de que los hermanos se reúnan de nuevo.
Estrecharon con fuerza sus manos, y la sangre mezclada de ambos comenzó a gotear profusamente sobre el interior del cáliz de cristal.
- ¡¡¡Deteneos!!! -esta vez Coral pasó a la acción y, se acercó a ellos dispuesta a intervenir, pero Jack se adelantó abofeteándola y tirándola al suelo. El movimiento había sido rápido y fugaz. Jack ni siquiera parpadeó, volviendo a unir su mano a la de Jasón.
- No debes intervenir, amor mío -le dijo éste a Coral, que sollozaba amargamente, con el labio partido por el golpe de Jack-. Pronto llegará tu momento y podrás hacer tu elección.
Jack miró cómo lloraba Coral y permaneció indiferente. No había sentido nada cuando la golpeó y tampoco al verle derramar un mar de lágrimas. El poder de Dagnatarus había acabado con su resistencia, ahora comprendía por fin cuál era su lugar en todo aquello. Sólo en lo más hondo de su corazón, en lo más profundo de su ser, una extraña y lejana voz gritaba de horror por lo que estaba haciendo. Pero apenas sí podía oírla. La Voz de Dagnatarus volvía a sonar de nuevo, haciendo que todo lo demás careciese de sentido.
- Ya es suficiente. Traedme el cáliz -exhortó la presencia que ambos sentían.
Jasón cogió el recipiente, rojo por la sangre derramada de ambos hermanos. Se volvió dirigiéndose al trono, situado de espaldas adonde ellos se encontraban.
Desde donde estaba, Jack pudo ver que su hermano se acercaba al enorme solio y tendía la copa a lo que fuese que estuviera sentado sobre él. Durante un momento no ocurrió absolutamente nada y el joven dudó de que allí hubiera alguien, pese a que había sentido el poder de su Voz en todo aquel rato.
Luego la vio.
Una mano, raquítica y devorada por la podredumbre sobresalió del gigantesco trono y agarró el cáliz con gesto 476
tembloroso, casi ansioso. A través del nexo que compartía con Dagnatarus desde que entrara en aquella sala y éste penetrara en su mente pudo sentir una oleada de júbilo, un anhelo tanto tiempo reprimido que Jack pensó por un momento que su cabeza iba a explotar.
“Dioses, ha alcanzado lo que más deseaba en esta vida
-pensó, jadeando de dolor y placer a la vez-. ¡Mil años esperando este momento y por fin ha llegado!” Entonces algo empezó a cambiar.
Si antes había sentido un temor reverencial ante el poder de Dagnatarus, si había sentido impotencia para enfrentarse a él, ¿qué haría ahora? ¡Oh, dioses! ¿Qué podía hacer ahora que Dagnatarus había recuperado sus poderes y volvía a ser el que era?
Nuevas y desconocidas oleadas de energía le golpearon y estuvo a punto de caer al suelo. Coral se agarró a él para que no le sucediera otro tanto.
Luego ambos se volvieron para contemplar al nuevo ser que se alzó ante ellos.
Alto, rubio, fuerte, tal y como había sido de joven, como fue en su esplendor la mente más privilegiada de la historia de Mitgard. Jack pudo ver cómo había sido Dagnatarus de joven, en la cúspide de su poder, antes de que la visión de la mujer muerta por su propia mano le llevara a autoinmolarse. Y Jack supo la verdad, la que en lo más hondo de él sabía que era la terrible verdad.
Dagnatarus había regresado.