CAPITULO 5

Ciudad de gigantes

Coral estaba pasando un mal momento.

En una vida en la que todos sus deseos le eran concedidos y jamás padeció ningún quebradero de cabeza, se veía de repente envuelta en un cúmulo de emociones que necesitaba liberar por alguna parte.

En poco tiempo se había enamorado de dos hombres, ambos hermanos por si fuera poco. Uno de ellos la mano derecha del propio Dagnatarus, y el otro la persona que estaba destinado a matarle. Este último, además, había acabado con la vida de su padre, al que una vez amó como a ninguna otra persona en la tierra. No se veía capaz de enfrentarse a aquella situación.

¿Qué hacer? ¿Qué elegir? Con todo lo que le sucedía tenía miedo de estar olvidando su papel en los acontecimientos que se desarrollaban a una velocidad que no podía asimilar. Se suponía que los Escribas habían dicho de ella que tenía una meta por alcanzar aún, pero no lo veía claro.

“Sería maravilloso si todo fuera tan fácil como escapar de aquí y cabalgar libre”, suspiró con resignación. Vio que Jack la miraba inquisitivamente, y retiró la mirada. Hacía sólo tres noches le había revelado la terrible verdad acerca de la suerte corrida por su padre, y aunque en el fondo de su corazón ella siempre había sospechado algo así, jamás habría imaginado que fuese el propio Jack quien le matara. Casi parecía una cruel broma del destino.

Se limitó a cabalgar en silencio los siguientes días de penosa marcha. Estaba más cansada de lo que jamás lo había estado, ni siquiera sabía bien por qué iban hacia un nuevo destino de su peregrinar. Miró de reojo a Jack y frunció el ceño.

“Seguramente se encuentre tan perdido como yo”. No había duda, con solo mirarlo podía sospechar que su 417

compañero estaba dando palos de ciego. Ahora se había empeñado en ir a la antigua ciudad de los gigantes: Cronos la Inmortal, la llamaron los Elfos, y el tiempo -o más bien Dagnatarus-, demostraron que sí era mortal.

Tan distraída iba que el grito de Jack hizo que se detuviera.

- ¡Cuidado! -acercó su caballo al suyo y agarró sus riendas-

¿Dónde creías que ibas?

Coral levantó la cabeza y ahogó un chillido. Frente a ella se abría una enorme sima, de casi cien metros de ancho e interminablemente larga. Daba la impresión de que habían cortado la tierra con un enorme cuchillo.

- No contaba con este desfiladero -gruñó Jack, intentando ver dónde terminaba-. Parece muy grande.

- ¡Claro que es grande! -bufó ella, súbitamente irritada porque él le había sacado de sus pensamientos-. Es la Gran Grieta.

Vio la cara de desconcierto de él y, pese a sus innumerables dudas y pesares en los últimos tiempos, se echó a reír.

- No sé qué te hace tanta gracia -protestó él-. Tenía que haber dejado que te despeñaras.

- ¡Oh, Jack de Vadoverde, había olvidado lo poco que sabes del mundo! Estamos ante la Gran Grieta; cuando Dagnatarus se autoinmoló sobre Gar Mordeth todo Mitgard sufrió grandes catástrofes. En este lugar la propia tierra se resquebrajó. El abismo no se termina; separó un pequeño trozo de Mitgard del continente principal.

- ¿Y cómo cruzaremos?

- Por el único lugar posible: el puente de Beldur. Se construyó años después de las Guerras de Hierro, y lo hizo el hijo del propio Supremo Rey Girión.

Jack frunció el ceño, fastidiado por haber tenido que tragarse aquella pequeña lección de historia, y asintió.

- Entonces sigamos el desfiladero hasta que topemos con ese maldito puente.

- ¿Por qué estás de tan mal humor? -preguntó. Tenía gracia, si alguien tenía derecho a estar enfadada en aquellos momentos sin lugar a dudas era ella.

- No lo sé -contestó-. Tengo la impresión de que alguien nos vigila desde hace días, no me gusta esa sensación.

Aquella noche, Coral comprobó cuán acertados eran los sentidos de Jack.

Le tocaba a ella hacer guardia, mientras Jack dormía un poco, pero la llamada -la misma que oyera en Var Alon-, la hizo levantarse casi de un salto. Sabía de quién procedía aquel aviso.

Se alejó del campamento sin hacer ruido, y casi al momento una negra figura le salió al paso.

- Ya puedes quitarte la capucha -le dijo, sin mostrar el más mínimo asombro.

Lord Drevius asintió con gesto sombrío y descubrió su rostro. Coral gimió y dio un paso atrás; salvo por el color del cabello, estaba contemplando a Jack. Iguales como dos gotas de agua.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes? -preguntó, aturdida aún al ver el semblante de Jack entre aquellos negros ropajes-. Me engañaste, me hiciste creer que eras alguien a quien conocía.

- Y así era -sonrió Jasón.- Jack y yo somos la misma cara de la moneda; realmente se podía decir que ya me conocías.

- ¡No juegues conmigo! ¡Podías haber confiado en mí!

Las facciones de Jasón volvieron a endurecerse.

- Lo hice por una buena razón, Coral. Lo hice así porque Jack era el primero que debía saber quién era. No habría sido justo de otra forma; cuando comenzó la guerra tomé esa decisión: sólo cuando Jack y yo nos encontráramos a solas le revelaría la verdad. Y así lo hice. No te mentí en nada más.

- ¿Tampoco en lo de que me amabas?

- No; tampoco en eso -dio un paso hacia ella y la cogió de la mano con rapidez antes de que Coral pudiera evitarlo. Sus movimientos eran muy rápidos-. Me has dado felicidad, y ése es un sentimiento nuevo para mí. Había conocido la felicidad 419

por alcanzar un gran poder sobre los demás…, pero nunca por estar al lado de la persona amada.

Ella bajó un poco la mirada.

- Si de verdad me quieres…, deja esta vida y únete a nosotros.

Demuéstrame que puedes ser una persona buena si así lo quieres.

Lord Drevius retiró la mano.

- Para mí ya es demasiado tarde -murmuró.

- ¡Nunca es demasiado tarde! -casi gritó ella.

- No, Coral, soy como soy, y así tendrás que aceptarme si al final decides escogerme a mí.

- ¿Qué quieres decir? -preguntó, vacilante.

Él esbozó una sonrisa.

- ¿Crees que no estoy al tanto de que no soy el único hombre por el que sientes algo? -ella enrojeció-. Has de saberlo, Coral, al final tendrás que elegir entre uno de los dos.

- No tiene por qué ser así…

- Uno de los dos morirá –dijo con frialdad- y puede que en tu mano esté el decidir cuál ha de ser. Piénsalo, amor mío, porque ésa será tu gran decisión -se alejó de ella-. No volveremos a vernos hasta ese día. Hasta entonces, Coral.

Y la elfa quedó sola en la oscuridad de la noche.

- El puente de Beldur -anunció ella, con voz pastosa.

Jack la miró con curiosidad, y Coral bajó la vista. No había pegado ojo en toda la noche; la visita de Jasón la había dejado confusa y agitada. ¿Tendría que elegir entre uno de los dos? ¡No! Eso era imposible. Se sentía incapaz de tomar una decisión de semejante calibre.

Y, sin embargo, en lo más hondo de su corazón comenzaba a intuir que Jasón podría tener razón.

- Es peligroso -observó Jack pensativo, haciendo que Coral volviera a la realidad.

Se fijó en la larga estructura de madera podrida. Era muy, muy viejo. La punta sudeste de Mitgard aparecía como un lugar muerto desde que Dagnatarus echara una maldición sobre el pueblo de los Uruni. El puente de Beldur era un claro 420

ejemplo del olvido en que había caído. Abandonado y podrido, puede que hiciera más de un siglo que nadie ponía el pie en aquella débil estructura.

- Habrá que cruzarlo -continuó Jack, con el ceño fruncido-.

Iremos de uno en uno y con cuidado.

Obligados a dejar los caballos al otro lado, lo hicieron así. Hubo momentos en que únicamente los ánimos que le transmitió Jack le permitieron seguir. Coral no tenía fuerzas ni para mirar al fondo de aquella interminable sima. Cuando llegó al otro extremo de la Gran Grieta se dejó caer en el suelo, exhausta.

- Jack de Vadoverde -susurró en un tono amenazante-. Más vale que todo este viaje sirva para algo, porque si no…

Jack sacudió la cabeza.

- Dudo que ni los dioses sepan qué es lo que nos depara el futuro -contestó, con voz ronca-. Continuemos.

No fue hasta caer la noche cuando Coral notó que sus pies comenzaban a pisar sobre fango y no sobre duro suelo.

Entonces cayó en la cuenta de dónde estaban, y maldijo en voz alta.

- ¿Qué pasa? -preguntó Jack, súbitamente alerta.

- Pasa que los Uruni siempre fueron reacios a recibir visitas -

gruñó ella-. Por esa razón las Ciénagas Negras alejaban a los curiosos de sus tierras.

- Eso quiere decir…

- Sí, es donde estamos. Prepárate, según lo que cuentan los míos es uno de los lugares más inmundos de Mitgard.

Esta vez Jack no pudo refutar sus palabras, porque resultaba obvio que aquel inmundo cenagal era el peor lugar que habían visitado nunca.

“Dioses, Jack de Vadoverde, más vale que sepas lo que estás haciendo”, pensó por enésima vez, mientas se hundía casi hasta las rodillas en las marismas.

Fue uno de los días más duros que recordaba haber pasado Coral. Las Ciénagas Negras resultaban un lugar muerto y gris, ella misma notaba que sus fuerzas iban mermando paulatinamente. Estaba a punto de dejarse caer rendida, 421

cuando se dio cuenta de que sus piernas se habían liberado del fango y pisaban de nuevo tierra firme.

- Creo que el pantano termina pronto -dijo Jack, con un jadeo desesperado.

Efectivamente, no había transcurrido ni una hora desde que el joven pronunciara aquellas palabras cuando cruzaron la última línea de árboles y ante ellos apareció una playa.

Coral sintió que su corazón se llenaba de felicidad al contemplar cómo las olas golpeaban contra los arrecifes. Se volvió hacia Jack con una sonrisa en la cara, que murió al ver los desorbitados ojos de Jack.

- ¿Qué ocurre? -preguntó alarmada, mirando en derredor suyo en busca de un posible peligro.

- El mar... -murmuró él, casi sin voz.

Coral frunció el ceño, y entonces lo entendió todo.

- ¿Nunca habías visto el mar? –preguntó, divertida.

Jack observaba extasiado la enorme extensión azul que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Durante toda su vida había vivido en Vadoverde, un pueblo del interior, y más tarde se había desplazado a La Academia, escondida en lo más hondo del Gran Bosque. Kirandia, Vaer Morag, La Llanura, la Torre de Mordaga o Var Alon no limitaban con el mar en ninguna de sus fronteras, pero Cronos la Inmortal, sí.

Y allí, en la playa de Dagor, vio Coral por primera vez la ciudad de los gigantes.

Las casas se erguían en un pueblo de formas extrañas, no había dos edificios que se repitieran. Cronos no era grande en extensión, pues los Uruni habían sido muy escasos, y cada uno de ellos creó su propia morada, no en vano los gigantes habían sido en el pasado los mejores constructores de obras de arte.

- Vamos -dijo Jack, que había apartado su mirada del mar y tenía puesta una triste mirada sobre la ciudad-. Quiero verla más de cerca.

Una extraña sensación de pérdida embargó a Coral cuando entró en Cronos, , y al mirar a Jack supo que a él le pasaba otro tanto. La ciudad despedía un halo de añoranza que 422

ni siquiera había experimentado en los lugares más antiguos de la propia Var Alon, la urbe más vieja de Mitgard. Se encontraban en un sitio muerto y abandonado hacía mucho tiempo, enseguida Coral vio por qué.

Las Guerras de Hierro estaban en su apogeo cuando Dagnatarus se presentó en Cronos, armado con su espada Venganza. Allí pidió algo que le fue denegado; los Uruni no harían espadas mágicas sólo para él; si lo hacían sería para ambos bandos, pues los gigantes eran garantía de equilibrio y guardianes de que los dos lados de la balanza estuvieran siempre simétricos. Ni qué decir tiene que a Dagnatarus no le gustaron aquellas palabras y desató todo su poder sobre el lugar.

Mil años después, Coral contemplaba las estatuas de piedra que en un tiempo tuvieron vida propia. Ahora no eras más que frías figuras de roca. Las estatuas de los gigantes, a los que Dagnatarus convirtió en piedra por contravenir sus deseos.

Medirían cerca de tres metros, un poco más las de los varones. Coral descubrió que los Uruni habían sido seres como ellos, tan proporcionados como una persona cualquiera, con la salvedad de sus tres metros de altura. Durante el tiempo que estuvo recorriendo la ciudad en respetuoso silencio observó que las figuras de roca congelaron los últimos movimientos de los gigantes: había estatuas con los brazos alzados al cielo, pidiendo ayuda a los dioses tal vez, otras con evidentes síntomas de dolor, y así cada una de ellas, expresando su último sentimiento.

- Convertidos en piedra -susurró Jack en voz baja, cerca de donde ella estaba-. Sólo por esto debería matar a Dagnatarus.

Coral se estremeció. Giró la cabeza observando la tranquila línea de mar para apartar la vista de aquellas terribles estatuas. Por ello fue la primera en avistar los siete barcos que se acercaban.

- ¡Jack!

Él se volvió, no le hizo falta preguntar qué era lo que pasaba. Se colocó a su lado, y examinó las siete 423

embarcaciones con atención.

- Llevan banderas de Kirandia -murmuró Jack, atónito.

Coral vio que era cierto; lo siete barcos lucían la bandera de los Caballeros de Kirandia, y recordó cierta conversación entre su madre y el rey Cedric poco antes de que Jack y él se marcharan al Supremo Reino.

- ¿Pueden ser los barcos que partieron hacia la tierra de los primeros hombres? -preguntó-. Pero viajaban hacia el Oeste,

¿por qué iban a venir desde el Este?

- Son Eric, Karina y los demás -sonrió Jack, con visibles muestras de alegría. Soltó una carcajada, y su risa resonó de forma extraña en aquel lugar donde no se escuchaba un sonido similar desde hacía mil años-. ¡Vayamos a la playa para que nos vean!

- ¡Espera, Jack, no estamos seguros de que sean ellos! -gritó Coral.

Pero ya era demasiado tarde, Jack se había lanzado a la carrera hacia la línea de mar. Maldiciendo, Coral se apresuró a seguirle, y en su apresurada carrera vio que un halcón sobrevolaba la playa.

Cuando pisaron la fina arena de la playa de Dagor vieron que una barca había sido botada y que varias personas iban sobre ella. Coral distinguió a Lorac, Eric y Dezra en la pequeña chalupa.

- ¡Jack! -gritó Eric, y sin esperar a que la barca tocara tierra el joven príncipe de Kirandia se lanzó al mar.

- ¡Eric! -Jack hizo otro tanto adentrándose en las aguas.

“¡Menudo idiota! No creo que sepa nadar”.

Pero aquello no importaba y Coral se permitió una sonrisa de alegría cuando vio a los dos jóvenes abrazarse entre las olas al tiempo que reían alborozados.

Más tarde y algo más tranquilos, Lorac y Dezra también les saludaron con efusividad. Sin embargo, pronto intercambiaron noticias y el corazón de Coral se llenó de dolor viendo a Jack derrumbarse entre lágrimas al saber de la muerte de su más querida amiga.

- Karina... -se dejó caer sobre la arena mojada. Para los demás 424

era un dolor ya antiguo. Aun así, saber de la batalla en La Llanura, la identidad de Lord Drevius y la muerte de Tarken también les dejó desolados.

- Hemos perdido a Venganza -susurró Lorac, con la cabeza gacha después de encajar tantas contrariedades.

- Sí -asintió Jack, levantándose con el rostro surcado de lágrimas. Pese a todo Coral vio una férrea determinación en su mirada-. Pero he traído a Justicia conmigo.

Mostró los dos pedazos de la vieja espada del que fuera Supremo Rey durante las Guerras de Hierro. El arma de Girión estaba oxidada y sin brillo; todos parecieron desilusionados al verla.

- Esperaba otra cosa -admitió Lorac, un poco desconcertado.

- Yo también -intervino Coral, que había permanecido largo tiempo callada-. Por si fuese poco, este botarate me ha hecho acompañarlo durante medio mundo hasta este lugar.

- ¿Por qué, Jack? -Dezra le miró con curiosidad-. ¿Por qué aquí?

Él les miró con tranquilidad.

- Porque sabía que debía ser así -dijo-. Algo va a ocurrir aquí.

Algo importante.

- Es extraño -la joven del Consejo de Magos frunció el ceño-.

A nosotros se nos dijo algo parecido.

- La ciudad donde las almas moran encerradas en piedra -casi bufó Eric, y se dirigió hasta la barca encallada en la arena.

Con dificultad, todos vieron que sacaba un enorme mazo de su interior-. Lorac y Dezra estaban seguros de que sólo podía ser este sitio. Hasta me dieron esto para que lo llevara conmigo: lo llamaron el Mazo de Daerión.

Aquel nombre era familiar para Jack.

- ¿Daerión? -dijo-. Ya lo he oído nombrar antes, pero no sé quién era.

- Era mi padre –se oyó una voz.

Al volverse, todos vieron a Armeisth, al que también llamaban la Bestia, acercarse por la playa hasta ellos.

Justicia
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