CAPITULO 3
Decisiones
Venganza
La voz del Supremo Rey sonó suave y hasta ansiosa cuando miró con detenimiento la negra espada que había sobre la mesa alrededor de la cual estaban reunidos. Los ojos de todos se clavaron en el arma que una vez, hacía mil años, empuñara Dagnatarus permitiéndole causar un cataclismo de proporciones nunca antes vistas en esa tierra.
Para Jack el simple hecho de saber que estaba contemplando la misma empuñadura sobre la que el propio Dagnatarus posara sus manos era un hecho de por sí inquietante, pero más lo era ver de nuevo la espada con la que había matado a Dagmar hacía tres meses.
La decisión se la había comunicado Lorac poco después de que Jack recobrara la conciencia tras lo ocurrido en Vaer Morag.
- No sabemos nada sobre la espada, y si puede afectarte de alguna manera -le había dicho mientras Jack aún se contemplaba con incredulidad en el espejo que Valian acababa de pasarle-. De momento el único cambio visible ha sido en tus cabellos, pero esto puede que sea el comienzo de algo más.
Sea como sea, la espada permanecerá guardada hasta que lleguemos a Kirandia.
Y dicho esto, la habían envuelto en telas y atado a la grupa de uno de los caballos. Fuera totalmente del alcance de Jack.
Eran los días en que Karina se había debatido entre la vida y la muerte. Se instalaron en una de las cuevas cercanas a Vaer Morag, donde su amiga pudo ser atendida por los Nopos, que tanto les habían ayudado. En todos esos días, a ninguno de ellos se le permitió ver la espada.
Al principio Jack pensó que eran imaginaciones suyas, pero luego realmente empezó a creer que la espada le llamaba.
Era una sensación extraña, pero creía imaginar que Venganza le pedía que hiciese uso de ella. Y lo peor de todo era que Valian vigilaba que nadie se acercara a ella.
Era frustrante para él. No quiso compartir aquello ni siquiera con Eric, que bastante mal lo estaba pasando ya viendo cómo su amiga se encontraba entre la vida y la muerte.
Lo cierto era que a veces tenía la impresión de oír una voz en su cabeza, una voz que exigía ser escuchada. Intentó acallarla, pero no podía.
Así fue como descubrió que olvidar a Venganza no era una opción.
De momento no había nada que él pudiera hacer. Día a día observaba impotente los esfuerzos que hacía Karina por seguir aferrándose a la vida, veía que los Nopos la hacían beber mediante una caña, pues ni siquiera podía abrir la boca, medicamentos de todo tipo para hacerle bajar la fiebre, y no había nada, nada que ellos pudieran hacer.
Comenzaron las tormentas a desatarse con furia.
Recordaba que los primeros días no hizo mucho caso, pensando que serían las típicas ventiscas de comienzos del otoño, pero al séptimo en esas condiciones Lorac se dirigió hacia ellos con gesto preocupado.
- Me temo que hay algo maligno en estas tormentas -
comentó-. Esto no es natural.
Tras dos semanas así Jack había empezado a sospechar que llevaba razón. Aquello había dejado de ser un simple aguacero de finales de verano. Suerte tuvieron de que la cueva en la que estaban no se inundara gracias a que estaba en un lugar alto.
¿Y qué hacía Jack durante todo este tiempo? Pues lo único que podía hacer, lo único que le servía para descargar su rabia. Entrenarse con la espada.
Tenían dos de entrenamiento que Valian había encontrado en una armería desierta en Vaer Morag. Con ellas practicaron día y noche Jack y Eric. Ambos ocultaban su pesar en la manera de combatir, sintiendo como un desahogo en cada estocada dada de forma que durante días combatieron como dementes. Era lo primero que hacían cuando se levantaban y lo último antes de acostarse. Incluso Valian les dijo que no se lo tomaran tan en serio.
Tras dos semanas así, Jack le hizo daño a Eric. Durante un combate particularmente feroz, Jack ni siquiera se había acordado de que era su mejor amigo el que tenía delante, y había cargado con todas sus fuerzas. El resultado era que había golpeado al joven príncipe de Kirandia con tanto ímpetu que le había dejado inconsciente unos minutos.
- Ya está bien -le había reprochado Valian enfadado, arrebatándoles las espadas de entrenamiento-. No se qué demonios te pasa, Jack, pero a partir de ahora será conmigo con quien practiques.
Era lo mejor que podían hacer, dado de que ni de casualidad Jack acertaría a golpear a Valian, por muy arrebatado que estuviera.
Jack llegó a pensar que se volvería loco, pero afortunadamente recibieron una noticia que le hizo olvidarse de sus problemas por un tiempo, y es que Karina se estaba reponiendo.
Cuando vio cómo había quedado, sin embargo, no estuvo seguro de si eso era lo mejor que le podía haber pasado.
Fuera como fuese los seis que partieron de Kirandia estaban vivos, y tenían la espada con ellos. Dos meses y medio después de su partida, se encontraban en disposición de regresar a casa, y así lo hicieron. Podía haber sido un regreso triunfal, pero más parecía el séquito de un funeral que otra cosa.
Por si fuera poco la vuelta fue un auténtico martirio.
Las tormentas hacían de cualquier viaje al aire libre un peligro constante, y pronto lo notaron los compañeros. Les costó, pero finalmente llegaron, y hasta Jack se permitió una sonrisa cuando vio los torreones de la Frontera que custodiaban la parte norte de Mitgard.
Luego les habían puesto al corriente de todo y Eric se había derrumbado.
La muerte del rey Alric, la masacre de la Torre del Crepúsculo, el comienzo de las tormentas sobre Mitgard. Pese a que los compañeros se imaginaban ya que algo malo había ocurrido en la Torre, la confirmación de sus suposiciones fue un duro golpe para todos, especialmente Eric, quien se resintió de tal manera que hasta Jack llegó a temer por él. Pero era lo que había, ahora el rey Cedric reinaba en Kirandia, y los guardias se aferraban a la esperanza de que él haría que volviesen los buenos tiempos a Kirandia como si fuera a lo único a lo que pudieran agarrarse.
Extrañamente para Jack una de las noticias que más le impresionó fue la de que la princesa elfa había sido raptada por uno de los Señores de la Guerra en el transcurso de la batalla.
En aquel momento pasaron por la cabeza de Jack imágenes de Coral muerta o sufriendo todo tipo de torturas, abandonada en alguna oscura mazmorra esperando su muerte.
Inconscientemente su mano se había ido al colgante que ella le regalara hacía lo que parecía una eternidad, sintiendo una honda pena, mucho mayor de la que creía que hubiera sentido jamás por el destino de la joven elfa con la que tan mal se llevaba. Pese a todo, no creía que mereciera esa suerte.
Llegaron a Gálador entre el entusiasmo por reencontrarse con hermanos, amigos y viejos compañeros y la cruda realidad de todo lo que les había ocurrido. Y Jack, cuando se enteró de que la pequeña partida de elfos todavía seguía ahí, con el príncipe Gerald a la cabeza, había tomado una decisión.
Le contaría la verdad.
- No se lo digas a Coral -habían sido las últimas palabras del rey elfo.
Y bien, no se lo diría a ella, no se enfrentaría a ese dilema hasta que no supieran algo más de la suerte corrida por la elfa, pero su hermano sí estaba a su alcance, y Ja3k le haría saber lo sucedido. Lo haría porque de ese modo se quitaría un peso de encima.
Así había llegado la noche anterior, en la que Jack acudió al cuarto de Gerald para contarle la verdad al príncipe de los elfos.
Había llegado dispuesto incluso a defenderse de un posible ataque por su parte, pero éste no había llegado. No, cuando Gerald supo el destino que había corrido su padre, y quién había sido su verdugo, se dejó caer sobre un sillón blanco como la leche, como el cabello de Jack, y le había dicho:
- No te juzgaré porque los dioses saben que mi padre hacía ya mucho tiempo que se había buscado su propia ruina, y puede que morir sea lo mejor que le haya podido pasar -le había mirado a los ojos-. Pero ruega porque nunca recuperemos a mi hermana, pues ella amaba a nuestro padre mucho más que yo.
A ella le dará igual que hayas hecho lo que has hecho por un motivo justo. Cuando sepa la verdad, si algún día lo sabe, te matará.
No había añadido nada más. Luego le había pedido que le dejara solo y Jack abandonó la estancia.
Y allí estaban por fin, a la mañana siguiente después de aquello, todos reunidos de nuevo, por fin había llegado la hora de tomar decisiones. Estaban los que tenían que estar, pues aquel era un tema que a todos atañía. Por fin Jack había conocido al Supremo Rey, y junto a él estaba el Dorado, que tanto mal les había hecho, y Justarius, quien por lo visto era el padre de Karina, aun cuando no había visto que ni siquiera se saludaran al entrar.
Pero frente a ellos estaba la espada.
Fría e inmóvil, yacía en el centro de la enorme mesa rectangular que siempre había sido el lugar donde se reunieran los Caballeros de Kirandia. De nuevo sentía que le estaba llamando, y lo hacía con mayor intensidad que nunca. Muchas veces en el transcurso de aquella larga mañana tuvo que resistir Jack el impulso de alargar la mano y empuñarla de nuevo, y no fue el único, por lo que creyó ver, pues a más de uno le brillaban los ojos de codicia al mirar la negra espada.
Y es que estaban ante Venganza, la espada del mismísimo Dagnatarus.
Cedric asintió con la cabeza y entonó con voz suave una canción que muchos de los presentes ya habían escuchado:
Dos hermanos para devolverle a la gloria, dos espadas para enterrarle de nuevo, ambos distintos, ambos opuestos,
uno por la luz, otro por la sombra, ambos unidos en los más hondo de su memoria.
- La profecía -se mostró de acuerdo Kelson-. Como ya os dije, rey Cedric, jamás volveré a dudar de vos en este tema, tras lo ocurrido en la Torre del Crepúsculo, y a partir de ahora estaremos juntos en esto -Lorac asintió satisfecho, y a su lado Tarken hizo otro tanto. Junto a ellos, Valian permanecía impasible, pero aquello tampoco era una novedad-. Y este es el muchacho que empuñará la espada frente a Dagnatarus.
Todos los ojos se volvieron hacia Jack, quien apartó los ojos lo más rápido que pudo de Venganza al saber que estaban pendientes de él, como si le hubieran pillado en falta.
- Francamente, debo admitir que… esperaba un guerrero más experimentado para enfrentarse a Dagnatarus –comentó Kelson sacudiendo la cabeza con incredulidad.
- Jack lo hará bien, Alteza -intervino Tarken en su defensa-.
Fue el único capaz de empuñar a Venganza allí donde muchos otros fracasaron.
- Cierto es, según lo que habéis dicho, el hombre de Dagnatarus no pudo liberarla de la mano del rey muerto, ¿no es así? -varias cabeza asintieron, y el Supremo Rey continuó hablando-. Podríamos entonces decir que la espada te estaba esperando.
Jack se estremeció al oír hablar al Supremo Rey de Venganza casi como si fuera un ser vivo. Si él supiera hasta que punto eso era cierto...
- De todas formas he de decir que me extraña –continuó-. En el pasado fue el Supremo Rey Girión el que se enfrentó a Dagnatarus, ¿no debería pues yo empuñar la espada y hacer lo mismo, como sucesor suyo que soy?
- No, Alteza, la profecía habla de Jack y su hermano, no hay dudas respecto a eso -respondió Tarken, con cortesía pero con firmeza-. El hermano de Jack está perdido para nosotros, en la misma medida en que hemos perdido a la princesa Coral, así pues sugiero que concentremos nuestro esfuerzos en Jack.
- Entonces ¿me sugerís que encabece un ejército hasta Darkun y lleve a Jack conmigo?
- Hubo un tiempo en que hasta el Gran Maestre Derek pensó que sería algo así de simple, pero hay otros poderes en conflicto -habló Lorac por primera vez-. Las tormentas desencadenadas sobre Mitgard nos demuestran que necesitaremos algo más que un ejército convencional para derrotar a Dagnatarus, así que sugiero que nos centremos en nuestra más urgente necesidad, y es la de erradicar las tormentas que cubren nuestros cielos.
- Estoy de acuerdo con ello -contestó Kelson- ¿Rey Cedric?
- También yo lo creo -dijo éste-. Dagnatarus ha descubierto un modo de destruirnos sin necesidad de presentar batalla, antes de nada debemos hacer algo frente a esto. Una vez estemos libres de esta maldición que ha caído sobre nuestras cabezas, podremos reunir a nuestros ejércitos y combatir a la Oscuridad en el campo de batalla.
- Más que nunca los pueblos libres de Mitgard necesitan estar unidos -añadió Lorac-. Veo aquí a los reyes de Angirad y de Kirandia, ¿dónde están los demás?
Hubo un breve silencio, donde Kelson fue el primero en hablar:
- Debido a estas tormentas permanezco aquí con mi ejército desde hace tres meses, pese a que todos saben lo que ansío volver a mi reino para estar cerca de los míos. Hemos mandado mensajeros por todo Mitgard para poner en alerta a los reinos, algunos llegaron y otros no, pero quizás sea el momento de que los reyes se reúnan.
- Pues no contéis con los elfos de momento.
Aquella simple y tajante frase dejó a todos estupefactos. Jack vio que Cedric se agitaba como si le hubieran propinado un golpe, y hasta el Supremo Rey Kelson miraba al elfo con los ojos muy abiertos.
- ¿Por qué, si puede saberse? -había una nota apremiante en el tono de Cedric cuando habló-. Dagnatarus es el enemigo de todos, e incluso vuestra propia hermana fue raptada cuando nos atacaron.
- Precisamente por eso -se limitó a decir el elfo-. Desde los tiempos de Lorelai siempre ha sido un reina la que gobernaba Var Alon, la tierra de los Elfos. Para nuestro pueblo la vida de nuestra reina es sagrada, nada haremos que pueda poner su vida en peligro. Mientras siga presa de la Oscuridad, los elfos no intervendrán en este conflicto.
- ¡Pero eso es una locura! -estalló Eric, mirando a Gerald como si le viera por primera vez- ¡Poner la vida de una persona por encima del bienestar de todo un pueblo! ¡¿Harías algo así?!
El elfo no lo dudó ni un instante.
- Por mi hermana, sí -dijo-. Dagnatarus no nos atacó en el pasado, y no tenemos por qué pensar que lo va a hacer ahora.
Creedme, os apoyaría sin reservas en cualquier otro caso, pero la vida de mi hermana…- se puso repentinamente blanco- no, no puedo, lo siento.
- De acuerdo, príncipe Gerald -Cedric le hizo un ademán a su hermano menor para que guardara silencio, pues Eric estaba a punto de saltar de nuevo- ¿Y las tormentas? Arrasan cosechas, destruyen nuestro modo de vida, nos están matando lentamente. ¿Qué ocurrirá si esta situación se prolonga un año más? ¿O diez años más? No sabemos cuánto durará esto,
¿podréis hacerle frente?
Gerald sacudió la cabeza casi con tristeza.
- Lo siento, rey Cedric, pero no hay tormentas sobre los cielos de Var Alon -aclaró-. El tiempo siempre ha sido distinto en la tierra de los Elfos. Fuimos los primeros en hollar esta tierra, y seremos los últimos en abandonarla.
Cedric enmudeció, al igual que muchos de los presentes. Jack apretó los puños impotente al ver que esta vez el rey de Kirandia se había quedado sin palabras, y hasta Eric, que estaba a su lado, retrocedió un par de pasos sin saber qué hacer.
Ahí estaban los magníficos y legendarios elfos. Ahora entendían por qué pocos los habían visto desde las Guerras de Hierro. Seguramente nadie querría verlos después de esta postura.
- Sea pues, príncipe Gerald -habló Kelson, con toda la autoridad que le otorgaba el ser el Supremo Rey de todo Mitgard-. No os obligaré a tomar parte, pues no es esa mi forma de hacer las cosas, pero a partir de ahora quedáis excluido de este consejo. Os pido que abandonéis la sala.
Gerald asintió con la cabeza, e hizo una ligera reverencia en dirección al Supremo Rey. Tras esto se marchó de la estancia, seguido de su compañero Vanyar, quien ni siquiera se inclinó ante el soberano monarca. La puerta se cerró tras ellos, y la habitación pareció quedar más fría que antes.
- ¡Estúpidos prepotentes! -maldijo Eric una vez se hubieron marchado-. No seré yo quien les ayude a recuperar a su maldita princesa.
- No, Eric, pondremos el mismo empeño que antes en recuperar a la princesa Coral -le dijo su hermano-. Es más, puede que si lo hacemos nos ganemos a los elfos, pero aunque no fuese así, el sentido del deber es lo primero, y una de nuestras prioridades será recuperar a Coral.
Varias cabezas más asintieron mostrando su acuerdo, pero Jack pudo distinguir que había un número igual de personas que maldecían por lo bajo y no parecían apoyar el comentario de Cedric. Kelson tuvo que alzar las manos para pedir silencio.
- El asunto de los elfos queda más allá de nuestras posibilidades en estos momentos. Sugiero, pues, que nos centremos en los que más comúnmente han sido nuestros aliados tradicionales.
- Pero, mi señor -de nuevo era Eric el que hablaba-. Aunque llamemos a los bárbaros de La Llanura para que Eregión y Ergoth se unan a nuestra causa ¿qué haremos frente a las tormentas?
- La señora Dezra me dio a entender que puede que los suyos tengan una solución a eso, ¿no es así?
Dezra, que no había intervenido, se levantó de su asiento para que todos pudieran verla.
- No estoy en disposición de prometer nada, pero en estos momentos sí hay algo que puedo afirmar con toda seguridad -
sacudió su gran melena rubia como con rabia-. El Consejo de Magos tiene un plan. Es más, en estos mismos momentos se dirigen hacia aquí para darnos a conocer sus intenciones. Os pido que confiéis en el Archimago -miró a Kelson fijamente-.
Mi señor, si hay alguien que pueda tener respuestas, ése es mi maestro.
Hubo murmullos entre los que aún no sabían la noticia e incluso algunas sonrisas esperanzadas. Kelson mostró su alivio y por un momento cerró los ojos respirando con calma.
A su lado, el Dorado seguía sin abrir la boca, ajeno según le parecía a Jack a todo lo que pasaba allí.
“Míralo, su mundo se está derrumbando -pensó Jack al verle-, todo en lo que creía ha resultado ser mentira”.
No sabía si eso lo alegraba, pero entendía que todo lo que fuese malo para los Hijos del Sol, era beneficioso para ellos.
- Una esperanza, al menos -Kelson incluso se permitió esbozar una ligera sonrisa-. Centraremos todos nuestro esfuerzo en salvar a Mitgard de las tormentas por el momento.
Y, poco a poco, podremos ir reuniendo a nuestros aliados.
- ¡Yo puedo ponerme en contacto con los bárbaros! -se ofreció Eric con entusiasmo-. Son los que más cerca están y conozco a una de las jefas de sus tribus.
Kelson afirmó con complacencia.
- Sé lo ansioso que estáis por ser de alguna ayuda, príncipe Eric, pero no será un trabajo fácil.
- Si os referís a las tormentas, hemos conseguido llegar desde Vaer Morag hasta aquí sin que nos ocurra nada malo, y creo que…
- El Supremo Rey no habla exactamente de eso -atajó Cedric antes de que continuara hablando- pero luego te lo explicaré, hermano -se volvió de nuevo hacia el monarca de Angirad-
¿Esperaremos a los magos, pues?
- Eso haremos -Kelson volvió su vista hacia la espada que reposaba en la mesa-. Por ahora mantendremos guardada a Venganza e iremos reuniendo aliados. Con la llegada del Consejo de Magos es posible que sepamos cuál es el siguiente paso que debemos dar. En cuanto a ti, chico -sus ojos se clavaron en Jack-, te mantendremos a salvo aquí hasta que llegue tu momento.
Jack sintió que su mundo se tambaleaba. ¿Permanecer ahí? ¿Iban a tenerlo encerrado hasta que llegara su hora y lo enviaran a enfrentarse a Dagnatarus?
- Pero…
- No, muchacho, el Supremo Rey ha hablado, y su palabra es la ley. Eres nuestra única esperanza frente a Dagnatarus, y no podemos perderte. Ese tal Lord Variol te está buscando. Por nada del mundo dejaremos que caigas en sus manos. Aquí estarás a salvo. No temas, yo mismo te asignaré una escolta privada, y nadie se acercará a ti sin mi consentimiento.
Notó que las fuerzas le abandonaban. No, no era eso lo que quería. No podían hacerle eso.
- Alteza, entiendo vuestra postura, y sé que es lo más lógico -
intervino en ese momento Tarken, quitándole las palabras de la boca a Lorac-, pero no era eso lo que el Gran Maestre Derek tenía pensado para Jack. Él deseaba que Jack aprendiese a elegir su camino, que inevitablemente le llevaría a enfrentarse a su destino algún día, pero sólo cuando él eligiese.
Kelson se mostró imperturbable:
- Pero el Supremo Rey soy yo, Tarken, no el Gran Maestre Derek.
Durante unos segundos a Jack le dio la impresión de que Tarken iba a responder, pero pensándolo mejor no añadió nada más. Tampoco Lorac dijo nada. Jack jadeó angustiado.
¿Y ya está? ¿Nadie más iba a decir nada en su favor? ¿No era más que un simple objeto en manos de los demás? Lo utilizarían cuando fuese conveniente, y nada más.
Cayó el silencio en la sala. Cuando el Supremo Rey iba a dar por concluido aquel encuentro, una persona que no había dicho nada hasta el momento y que estaba sentada a la izquierda del monarca, se levantó.
Era el Dorado.
- Alteza, ha llegado el momento de que hablemos.
- ¿Sobre qué, Galior? -pese a las palabras del Supremo Rey, a Jack le pareció que sabía perfectamente qué quería tratar allí.
El Dorado dio un paso y señaló con semblante lívido la espada que había sobre la mesa.
- ¡De eso! -señaló seguidamente a Lorac, Tarken y Valian-
¡De ellos! ¡¿Es que todos los que estáis aquí habéis olvidado la Prohibición?!
Jack posó su mano sobre la empuñadura de Colmillo, que llevaba no a la espalda y cubierta por su capa, ¡si no envainada a la cadera y a la vista de todos! Era cierto, con todo lo que había pasado en los últimos meses, con lo que había sucedido ¿quién recordaba la Prohibición sino el Dorado?
¿Cómo era que habían olvidado que el hierro estaba prohibido en Mitgard?
Los demás también parecían cogidos por sorpresa, incluso Cedric se mostraba confuso, pues aunque él no llevaba arma alguna en ese momento, había pertenecido a la Hermandad del Hierro y acogía en su mesa a miembros activos de la misma.
Fue Kelson el que levantó las manos para imponer la calma.
- No lo he olvidado, Galior, no lo he olvidado -se volvió hacia los demás-. Hace tres meses fuimos atacados por un ejército armado con hierro, y los Hijos del Sol se vieron impotentes para detenerles. Hoy recurro al hierro como única manera de frenar al enemigo.
- ¡Impotentes para detenerles! ¡Sí! ¡¿Y por qué fue así, mi señor?! -el Dorado había perdido los estribos finalmente. Jack supo entonces que se había estado conteniendo todo ese rato, desde que fueron atacados incluso, pero por fin había estallado- ¡¿Por qué fueron los de la Hermandad los que rescataron el Cuerno de Telmos, que llevaba tanto tiempo en el olvido?! ¡Sin él, los ejércitos de Dagnatarus habrían sucumbido al poder que el dios Tror nos proporciona!
- Recordad que fue un aliado vuestro, Lord Variol, el que nos robó el cuerno -dijo en esos momentos Valian con frialdad, sorprendiéndoles a todos.
El Dorado se quedó mudo unos segundos cogido por sorpresa, pero se recuperó enseguida y volvió a la carga.
- Fui engañado -repuso simplemente-. Lord Variol nos prestó un gran servicio hace unos treinta años y… -de repente pareció acordarse de algo, como si se diera cuenta de con quién estaba hablando, y cerró la boca bruscamente.
Jack parpadeó confuso. Algo había pasado entre el Dorado y Valian, algo que le había dejado más que pensativo.
¡Ahí había un suceso que se le estaba escapando! ¡Sí, estaba seguro de ello! ¡¿Pero qué?!
- Comprendo vuestra irritación, Galior, y hablaré de la Prohibición más adelante, pero quiero hacerlo cuando tenga delante a todos nuestros aliados -dijo Kelson con voz tranquila-. De momento, los miembros de la Hermandad del Hierro están bajo mi protección-. El Dorado apretó los puños y se giró como movido por un resorte hacia Kelson, pero éste le atajó con un súbito gesto-. Me equivoqué una vez, no se volverá a repetir. Doy por concluida la reunión.
Comenzaron a salir de la habitación. Primero el Dorado, después Justarius. Por lo que Jack se había enterado, ése era el padre de Karina, pero no vio que entre los dos se intercambiaran ni siquiera un saludo. Luego salieron Cedric y Eric, junto con el Supremo Rey, con quien seguían intercambiando pareceres, y más tarde Tarken.
- ¿Vienes, Jack? -le ofreció.
- Ahora -respondió.
Necesitaba unos momentos para estar a solas e intentar comprender. Seguía aturdido por la orden expresa del Supremo Rey Kelson de que debía quedar vigilado y a buen resguardo. Pese a que sabía lo que le afectaría aquella decisión, en esos momentos había algo que pugnaba por salir, algo que se había dicho al final de la reunión, algo que…
Vio que alguien más salía de la reunión, y al levantar la cabeza se encontró con la mirada de Valian.
Y entonces, al final, supo qué era.