Duelo en el fuego

Pasara lo que pasase, habían hecho todo lo posible para salir con bien de aquella situación. Ése era el consuelo de Jack, y se autoconvencía a sí mismo de que estaba haciendo lo único que podía hacer.

A pesar de ello, se arrepintió de haber elegido ese camino cuando levantó a Venganza para detener el primer golpe del hacha de Toro. La fuerza del impacto fue brutal, y por unos instantes sintió un hormigueo en su brazo derecho.

Casi perdió el control pensando que tenía insensible el brazo con el que sujetaba la espada, pero afortunadamente fue una sensación fugaz, y rápidamente recuperó el control.

Aquello no había hecho más que empezar. Nada más salir de la cabaña donde habían estado encerrados, escoltados por varios de los hombres de Toro, pudo ver que se encontraban en una especie de pueblo abandonado. La distribución y la forma de las casas le recordó mucho a las de la propia Vadoverde, pero pronto supo que aquel era un sitio mucho más hostil que su antiguo hogar.

Se encontraban rodeados de nueve tipos de mala catadura, contando con su descomunal jefe. Al menos había estado acertado en sus cálculos sobre el número de personas que formaban la banda, un pequeño consuelo ante lo que le esperaba.

Cuando llegó al lugar -una pequeña hondonada en la afueras del pueblo- comprobó que estaba siendo preparado con gran rapidez. Los hombres de Toro dispusieron una serie de antorchas que formaban un círculo en torno al lugar donde combatirían y allí, en el centro mismo de aquel círculo de fuego, se encontraba ya el propio Toro, esperándole y balanceando su gigantesca hacha con impaciencia.

Le pusieron a Venganza en las manos, y le hicieron meterse dentro del círculo de antorchas de un empellón.

- Espero que no te moleste el pequeño complemento que he añadido para hacer más emocionante nuestro combate -dijo Toro nada más llegar.

Jack había esperado que lloviese, y de esa forma los fuegos se apagasen, pero para colmo la tormenta se daba un respiro, como si también ella quisiera contemplar el duelo. Vio que Coral estaba fuera del círculo de fuego -de unos diez metros de diámetro-, custodiada por uno de los hombres de la banda. Ella le dirigió una extraña mirada, que Jack no supo muy bien cómo interpretar. Al menos por esta vez estaría deseando que fuera él quien saliera victorioso del combate.

Por el bien de ambos, se entiende.

Al menos le habían devuelto a Venganza. Los muy idiotas a buen seguro no tenían ni idea de qué espada era ésa.

Si Toro hubiera sabido lo que representaba la espada jamás se la habría cedido para el combate con tanta ligereza.

Jack recordaba lo poderoso que se había sentido cuando la empuñó contra Dagmar en Vaer Morag. Ahora iba a necesitar de nuevo esa fuerza adicional, pues su contrincante era más grande y fuerte que él. Además, Jack no tenía experiencia en duelos con gente de esas características. En La Academia tan solo Ajax se le parecía, pero él no había luchado nunca contra él, y no sabía muy bien cómo debía contrarrestar el tamaño y la fuerza bruta de aquel tipo.

Pronto descubrió que no sería plantándole cara abiertamente. El primer golpe de Toro le dejó momentáneamente aturdido, y sólo su rapidez le salvó de morir seccionado por la gigantesca hacha de su rival poco después. Se tiró al suelo rodando varios metros por el barro, hasta que se quemó.

Un grito se le escapó de la garganta cuando sintió su hombro arder. Se levantó con rapidez, y vio que en su loca huída había rodado demasiado cerca del círculo de fuego que habían dispuesto en torno al lugar del combate.

- ¿Te has quemado, niño?

Oyó el grito de aviso de Coral, y eso le salvó del ataque de Toro. Su hacha pasó a escasas pulgadas de su 210

cabeza. Los hombres rieron al ver que Jack retrocedía a trompicones hasta el centro del círculo de fuego, lo más lejos que pudo de las llamas.

- Esquivas bien, niño. En otro momento te hubiera pedido que te unieras a mi banda -dijo Toro acercándose a él-. Lástima que tengas que morir.

Jack se esforzó por recordar todo lo aprendido en La Academia. Había recibido un entrenamiento muy duro, era de los mejores entre la élite de guerreros de Mitgard. Ya iba siendo hora de que aquel tipo se enterase.

Su espada se movió como un torbellino. Toro logró detener los primeros golpes, pero Jack se lanzó con habilidad hacia el lado derecho, y desde allí consiguió lanzar una estocada casi a ciegas. Sintió un gran placer cuando notó que ésta tocaba carne.

Oyó un griterío entre los hombres de Toro, y cuando se giró vio una fina línea de sangre en su muslo derecho. El hombretón observaba con sorpresa su herida.

- Maldita sea -Jack tragó saliva. Era una herida muy superficial, no le serviría salvo para enfurecer aún más a esa mala bestia.

Así fue, Toro se lanzó sobre él con energías renovadas.

El hacha se movía con lentitud, pero cada vez que descargaba un golpe Jack necesitaba varios segundos para reponerse antes de detener o esquivar el que vendría después. No sabía por qué pero esta vez Venganza no respondía como la vez en que la usó contra Dagmar. Entonces se había sentido poderoso, casi invencible, lo contrario que ahora. Venganza era un pedazo de hierro en sus manos y nada más.

“Maldita sea, ¿por qué me has abandonado precisamente ahora?”, jadeó él, mirando su espada con incredulidad. No podía creer en la diferencia existente entre lo que había sentido en ambas ocasiones. ¡¿Qué demonios estaba ocurriendo?! Y entonces lo supo.

Venganza le estaba castigando.

Y le estaba castigando porque durante casi cuatro meses no la había empuñado. Durante todo ese tiempo Jack 211

había usado a Colmillo, y eso la espada que una vez fuera de Dagnatarus lo sabía. Por eso, en ese crucial momento, cuando Jack más necesitaba de sus poderes, la espada lo había abandonado y no actuaba sino como una espada normal.

- ¡Maldita seas! -gritó furioso, sintiéndose abandonado.

Por mucho que gritase no solucionaría nada. Tendría que confiar en sus habilidades, como había venido haciendo hasta ahora. Solo en sus capacidades como espadachín.

Tuvo que recordar que no eran pocas. Valian le había dicho una vez que con el tiempo sería la mejor espada de La Academia, y aquello debía demostrarlo.

Se giró furioso hacia Toro, que de nuevo avanzaba hacia él hacha en mano. ¡Allí estaba el maldito bastardo!

Lanzó un golpe contra sus piernas, que el gigantón detuvo con habilidad, y seguidamente hizo un escorzo y giró la espada, en un golpe destinado a desarmarle. ¡Era su momento! Habían sido movimientos demasiado rápidos para la enorme masa de Toro, y no pudo volverse con la misma velocidad que él. ¡Ya le tenía!

De nuevo Venganza decidió por él.

En el último instante su espada pareció cobrar vida, como lo había hecho durante el duelo que mantuvo con el padre de Coral, y el golpe que estaba destinado a desarmar a Toro, se dirigió hacia su pecho desnudo. Por segunda vez Venganza probó el sabor de la sangre.

La espada atravesó por completo el torso del gigantón, y la sangre brotó a borbotones de su herida. Una vez más, y ya iban tres, Jack pudo sentir la sangre de su enemigo, aún caliente, corriendo por sus manos como un reguero incontrolado.

- Maldito crío… -susurró Toro, soltando el hacha y cayendo de rodillas ante él.

- Lo siento –murmuró inútilmente Jack retirándose asustado.

¡Dioses, de nuevo había matado!-. No quería…no…

El tremendo cuerpo de Toro cayó como un saco roto sobre el barro para no levantarse más. Jack sentía todos los músculos de su cuerpo tensos, y tenía una sensación de 212

irrealidad, como si aquello le estuviese sucediendo a otro y no a él. El silencio era absoluto.

Pronto el primero de los gritos rompió la quietud, y varios más le sucedieron. Los hombres de Toro chillaban y gritaban enloquecidos, señalando el cuerpo de su jefe caído como si no pudieran dar crédito a lo que veían.

- ¡Huyamos del monstruo!

- ¡Dioses, nos matará a todos!

Jack se giró lentamente, con la sangre propia y la de su enemigo cubriéndole el cuerpo, y vio que muchos de ellos se echaban a correr presas del pánico. Alguno le señalaba totalmente aterrorizado, y entre el grupo de gente vio que hasta Coral le miraba con los ojos muy abiertos.

Y entonces no pudo más y él mismo cayó inconsciente, sobre el cuerpo muerto del que hasta hacía unos segundos había sido su rival.

Despertó poco después, cuando sintió unas manos suaves sobre su rostro.

- Jack, ¿estás bien?

Abrió los ojos y vio el rostro de Coral muy cerca del suyo. Si no hubiese sabido que era imposible, hasta habría dicho que estaba preocupada por él.

- ¿Qué…? -El combate. Lo había olvidado. Apartó las manos de ella de su cara y se levantó con presteza.

Todo estaba tal y como lo había dejado. A pocos metros de donde se encontraban el cuerpo de Toro seguía inmóvil en la misma posición donde había caído. A su alrededor se había formado un charco de sangre que se entremezclaba con el agua y el barro que cubría el suelo.

- ¿Dónde están todos? -logró preguntar, sintiéndose extrañamente mareado.

- Se marcharon -contestó ella-. Cuando vieron caer a su jefe salieron corriendo.

- Bien -asintió él, presa todavía de aquella extraña sensación de irrealidad-. Entonces estamos libres. Debemos…, debemos irnos cuanto antes de aquí.

- Jack, ¿seguro que estás bien? -preguntó ella.

Miró hacia abajo y vio a Venganza, tirada en el barro y con la punta aún llena de sangre. La negra espada estaba ahí como si le estuviese esperando.

- No…yo… -se tambaleó otra vez y Coral se acercó a él sujetándole por los hombros para que no cayera de nuevo-. Es la espada…esa maldita espada. Te doy mi palabra de que yo no quería matar a ese hombre, ni…ni tampoco a los otros, ni…

pero a veces es como si ella fuera la que tuviese el control y yo...

- Cálmate, Jack, yo te ayudaré -dijo ella, abrazándole con fuerza.

Así permanecieron un largo rato. Comenzó a llover y la princesa elfa fue la primera en apartarse. A Jack le costó más de lo que habría creído separarse de ella.

- Vamos, debemos llamar a tu caballo cuanto antes. Aún nos queda un largo viaje -dijo ella.

Jack asintió y sacó de su bolsillo la Flauta de Lorelai.

Se la llevó a los labios y comenzó a hacer sonar una suave melodía. Era extraño que fuese así porque realmente Jack no sabía nada de música, pero no daba la impresión de que se necesitase mayores conocimientos para hacer sonar bien aquella Flauta.

No había transcurrido ni un minuto cuando de entre las negras nubes apareció Perserión. El kentor se acercó a la pareja posándose en el embarrado suelo con suavidad.

- Ya veo que no eres muy leal a la hora de la verdad -dijo Jack acariciando su lomo. No lo decía en serio, pues de haberse quedado con ellos el caballo sería ahora posesión de Toro, y seguramente les habría matado sin hacer preguntas.

La lluvia seguía cayendo cada vez con más fuerza.

Coral señaló hacia donde había varias cabañas y casas de pequeño tamaño muy parecidas a donde habían estado capturados por lo secuaces de Toro.

- Refugiémonos de momento, y luego ya hablaremos -

propuso-. Espero que Perserión esté con fuerzas, pues Var Alon queda aún muy lejos.

Jack se detuvo en seco.

- ¿Var Alon? ¿No vamos a Kirandia con los demás?

- No, Jack, quiero que vayamos con los míos -se apartó un rizo rebelde de la cara y le miró-. Desde siempre mi pueblo ha sido experto en espadas mágicas como ésta -señaló a Venganza, todavía tirada en el suelo-. Es posible que los míos puedan ayudarte.

- ¿A qué te refieres? -él se puso a la defensiva enseguida.

- ¿No te das cuenta? -puso su rostro muy cerca del suyo, para que pudiera oírle por encima de la lluvia que cada vez caía más desatadamente-. La espada te está afectando de alguna manera. Puede que dentro de un tiempo, si esto sigue así, Venganza controle absolutamente todos y cada uno de tus movimientos. Debemos hacer algo antes de que sea demasiado tarde.

- ¿Y los Elfos podrán ayudarme?

Ella se quedó en silencio unos segundos.

- No lo sé, pero espero que sí, debemos ir allí para intentarlo.

Jack asintió débilmente encaminándose con rapidez hacia una de las casas que estaban en la periferia del pueblo. Ir con los Elfos. Jack no sabía si sería buena idea pero Coral tenía razón en una cosa, algo le estaba ocurriendo: el cabello blanco, su dependencia de Venganza…, eran muchas cosas y no podía seguir así más tiempo.

- Lo haremos -se dijo a sí mismo. Vio que inconscientemente había recogido la espada del suelo y la empuñaba con su mano derecha. Después de maldecir en voz baja la envainó y siguió andando tras Coral. Con la mano izquierda puesta sobre el lomo de Perserión, le conducía para que les siguiese, aunque era un gesto vano, seguramente el caballo alado sabría adonde iban mucho mejor que el propio Jack.

Avanzaron hasta lo que parecía ser la entrada de aquel pequeño pueblo. Para entones la lluvia se había convertido en un auténtico aguacero, y Jack maldecía en su interior no haber 215

traído ropas de recambio para el viaje. Vio que Coral se detenía sobre una especie de cartel de madera vieja y enmohecida que se hallaba tirado junto a una cabaña. Para su sorpresa descubrió que había grabadas unas cuantas letras en él.

- ¿Qué pone? -preguntó él, echándole un ojo a las casas más cercanas y preguntándose cuál sería mejor para pasar la noche.

Ella no tardó en responderle.

- “Viajero, sé bienvenido al valle de Asu”.

Justicia
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