CAPITULO 7
Madre
Como si fuera a cámara lenta, Perk giró muy despacio la cabeza, justo a tiempo de ver a su padre sacar la espada de su pecho llena de sangre. Luego cayó al suelo como un saco roto.
Eric no necesitó acercarse al cuerpo del joven bárbaro para saber la verdad, al verle allí desplomado con los ojos ya vidriosos y abiertos que miraban muy fijamente al vacío.
Estaba muerto.
Transcurrió un segundo en silencio, luego dos, tres y hasta cuatro, pero al quinto estalló el griterío.
- ¡¡¡Traición!!! -gritó uno de los Caballeros de Kirandia que había junto a Eric, desenvainando la espada.
- ¡Mi señor! -otro de sus hombres se volvió hacia él también con la mano sobre la empuñadura de la espada.
Eric estaba tan conmocionado por lo que acababa de pasar que tardó unos segundos en reaccionar. Como si estuviese en un sueño, vio a Celina lanzarse como una loca sobre el cuerpo tendido de su hijo, y abrazarle con fuerza mientras chillaba y maldecía, sin importarle que sus ropas se empaparan de sangre. Sintió que alguien le tiraba de la manga y vio a Karina que le gritaba algo que no entendía. Finalmente, llegó la comprensión y entonces…
- ¡Eric! ¡Tienes que detenerlos!
Se volvió hacia donde Karina señalaba y vio que muchos de los bárbaros de la Quinta tribu habían desenvainado sus espadas acercándose hacia donde se encontraba Trok. De igual forma, varios de los de las otras cuatro tribus se dirigían hacia ellos. Iba a estallar una confrontación, y debía pararla antes de que fuera demasiado tarde. ¡No más muertes esa noche!
- ¡Soldados, en formación! -gritó, espoleando a su caballo-
¡En línea de defensa!
Sus Caballeros se desplegaron con gran rapidez formando un compacto muro de separación entre los dos grupos con sus caballos. Eric rezó porque aquello les disuadiera de intentar nada más, y rezó a los dioses agradecidos cuando los bárbaros detuvieron su ataque. Pero aquello no había terminado todavía, y eso lo supo cuando vio las expresiones ansiosas de los jinetes de La Llanura.
- ¡Queremos justicia! -gritó uno de los de la Quinta tribu, y varios más le jalearon.
- ¡Venganza! -exclamó otro, que parecía fuera de sí.
Miró a los jefes de las tribus bárbaras observando que también intentaban poner calma entre los suyos con todas sus fuerzas, pero estaban desconcertados y confusos. Lo que acababan de ver, lo que habían presenciado todos ellos…, Eric no encontró ni siquiera un nombre para semejante infamia.
Se volvió hacia el causante de todo aquel tumulto.
Trok permanecía en la misma posición que antes, sosteniendo aún la espada enrojecida con la sangre de su hijo.
Su mirada no era muy distinta a la del muerto, y si no fuera porque se le veía respirar Eric habría pensado que había quedado congelado.
A dos metros de él Celina abrazaba el cuerpo sin vida de Perk y no dejaba de sollozar. Eric tuvo que dejar de mirar en esa dirección porque estaba convencido de que esta vez no detendría a los bárbaros para que se lanzaran sobre Trok.
¡Incluso muchos de sus Caballeros estaba ansiosos por darle muerte! Educado con un estricto sentido del honor, el joven no recordaba ningún acto más vil que el que acababa de ver.
¡Trok se había rendido! Lo había hecho ante todos ellos. Y
cuando Perk le dio la espalda… estuvo a punto de vomitar del asco.
De repente todos se callaron. Se dieron cuenta de que Trok había empezado a hablar.
- Desde chico le eduqué para ser el mejor -jadeaba, y a Eric le dio la impresión de que el bárbaro hablaba como para sí mismo. Contemplaba la espada con ojos incrédulos- ¡Era mi orgullo! Pero rompió la Ley de La Llanura. ¡Nuestro símbolo durante mil años! Algo se rompió en mí entonces, el niño que había visto crecer iba a ser un paria… -respiraba agitadamente ahora, quizá inmerso en sus recuerdos, pero de ninguna manera se percataba de lo que rodeaba- Y luego…, luego destrozó mi corazón por completo. Mancilló las leyes que nos son tan sagradas, reclamó algo que en modo alguno podía pedir. Entonces… entonces vi que aquel no era mi hijo. No -
susurró-, no, ese no era mi hijo. Mejor muerto que ver a esa criatura que se había apoderado del que una vez fue mi hijo.
Sólo una voz se alzó para contestar. Una voz tan rota por el dolor que daba grima escucharla.
- ¡Vete! ¡Vete lejos!
Todos se volvieron hacia Celina, que era la que había hablado, que lo había hecho sin dejar de mirar el rostro de su hijo, que había sido hermoso en vida, pero que ahora yacía ante todos con la mirada fija en el vacío.
- Fue lo mejor, ¡fue lo mejor! -Trok se volvió hacia ella-.
Alguien tenía que hacerlo. ¡Mejor su padre que cualquier otro!
Por favor, amor mío, fue lo mejor…
Había mucho amor en las palabras de Trok, y Eric se dio cuenta de que no había matado a su hijo en un arrebato de ira, sino porque toda su vida se había guiado por unos códigos, y su hijo se rebeló contra ellos. Y aquello era más de lo que el bárbaro podía soportar.
Celina ni siquiera le miró.
- Vete –susurró apenas-. No quiero volver a verte.
El silencio más absoluto se extendió entre los presentes. Nadie abrió la boca, y Trok bajó los brazos.
- Era lo mejor para él -se limitó a repetir volviéndose hacia Eric- ¿Qué forma habéis elegido para que muera?
Por un momento Eric no supo qué decir. Jamás había mandado matar a un hombre, pese a que sabía que lo que acababa de hacer el bárbaro violaba las leyes más sagradas no sólo de los jinetes de La Llanura, si no de todos los que se consideraban hombres de bien en Mitgard. ¿Qué habría hecho su padre en un caso así? ¿O qué haría su hermano en su lugar?
¿Tendría el valor para ajusticiar a ese hombre?
Entonces a su mente acudió una imagen fugaz, una escena ocurrida hacía muchos años. Apenas era un niño pero recordaba a Perk enseñándole a cabalgar en aquel verano en que Cedric y él estuvieron viviendo con la tribu del Viento.
Recordaba que Perk le había hecho reír, recordaba que aquel día había sido muy feliz.
Su vista se clavó en el rostro del joven bárbaro. Ojos vidriosos, tez pálida. Ya no sonreía. Eric sintió que una enorme cólera se apoderaba de él y apretó los puños sobre la empuñadura de la espada hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
¡Lo haría! Aquel hombre merecía morir, ¡y por todos los dioses que lo haría!
Una mano le cogió por el hombro. Cuando miró a Karina parte de su ira se diluyó. Tapada con una capucha para ocultar su deformidad. Al otro lado Celina, llorando sobre el cuerpo de su hijo muerto. Cerca de ellos Trok, esperando otra clase de muerte. ¡Basta! ¡No más muertes! ¡Ni una más mientras estuviera en su mano!
Se volvió. Todos esperaban su decisión pendientes de él, esperando que dictase la sentencia de muerte para Trok.
Pues bien, había decidido decepcionarles.
- Fuera de mi vista -dijo en voz alta-. Mataste a tu hijo por ser un paria, y en paria te convertirás. Quedas exiliado de La Llanura, y de cualquier otro lugar donde imperen los hombres de bien. Tu acción no tiene cabida entre nosotros. ¡Vete, Trok!
Celina lo ha dicho, lo digo yo. Vete lejos de aquí y busca un lugar donde algún día puedas darte cuenta del horrendo crimen que has cometido.
Hubo algún amago de protesta entre los de la Quinta tribu, pero también vio que Mandelein y Jarkin asentían aliviados, hasta la mayoría de sus Caballeros de Kirandia parecían de acuerdo con la decisión tomada. Realmente, todos estaban hastiados de tanta muerte.
Trok asintió lentamente y dejó caer la espada aún manchada de sangre como si le quemara. Luego giró la cabeza hacia donde Celina lloraba sobre el cuerpo de su hijo.
- Espero que algún día entiendas lo que he hecho -dijo-.
Adiós, amor mío, vive en paz el resto de tus días.
Ella no contestó, nadie dijo nada más. Trok subió sobre su caballo y salió al galope. Todos le abrieron paso, y cuando Eric se volvió vio que la figura del bárbaro se iba haciendo cada vez más pequeña, hasta que al cabo de un rato desapareció.
Y así aquel hombre de La Llanura, que había antepuesto sus leyes a la vida de los que amaba dejó su hogar, y nunca regresó a él en vida.
- Amó mucho a nuestro hijo -dijo entonces Celina, cogiéndoles por sorpresa a todos.
Nadie le replicó, nadie se atrevía a romper aquel solemne momento. Un trueno resonó en la distancia cuando la mujer cerró con sumo cuidado los ojos de su hijo y se levantó.
Sus ropas estaban empapadas en sangre y su semblante parecía ya más allá del dolor. Cuando Eric la miró tuvo la impresión de estar mirando a una anciana.
- Hay que ocuparse ahora de los vivos -añadió. Las lágrimas se iban secando poco a poco en su mejillas, pero para todos estaba claro que allí había una nueva mujer, alguien totalmente distinto a la de pocos minutos antes. Una mujer nacida del dolor-. Mi hijo rompió muchas leyes, es cierto, pero se acercan tiempos oscuros, y estos tiempos traen cambios consigo.
Hablaba ahora para todos.
- Puede ser… -dudó y su vista se desvió inconcientemente al cadáver-. Puede que haya llegado el momento de tener un líder común para todas las tribus, al igual que en tiempos de Arkonis.
Nadie dijo nada, tampoco Eric, pues estaba decidiéndose el futuro de los grandes jinetes de La Llanura, y un príncipe de Kirandia nada tenía que añadir en ese momento.
Una figura se abrió paso entre los de la Quinta tribu.
Los hombres le miraban con respeto. Poco después el anciano que cojeaba de una pierna se plantó ante Celina.
- Habla, Cular -dijo Celina- ¿Qué tiene que decir el más sabio de todos los Desterrados?
- No estuve de acuerdo con vuestro hijo cuando eligió su camino, porque sabía que era una senda de sangre -respondió el anciano con voz pausada-, pero puede que su muerte haya unido a los bárbaros más que ninguna otra cosa. Por eso os digo -miró a los ojos a la mujer- que Perk ganó el derecho a ser rey de los bárbaros gracias a su espada, y vos os lo habéis ganado gracias a vuestro sufrimiento. ¿Querréis hacerlo, señora? ¿Querréis ser vos la reina de La Llanura?
Celina no dijo nada. Se volvió hacia los jefes de las otras tribus.
- Puede que estéis en lo cierto, y sea época de cambios -
intervino Mandelein, de la tribu del Agua-. Hacedlo, mi señora, guiadnos hacia la luz en estos tiempos oscuros.
Jarkin, de la tribu del Fuego, dio un paso al frente.
- Combatimos contra vuestro hijo por querer imponernos algo que sólo nosotros teníamos derecho a elegir. Sin embargo con su muerte ha logrado que aceptemos lo que él deseaba. ¿Quién mejor que su madre para terminar la tarea que él nunca pudo llegar a comenzar?
Por último Kerrin, de la tribu de la Tierra, quedó por hablar. Se encogió de hombros y hasta esbozó una débil sonrisa.
- ¿Acaso hay algún otro? -dijo sin más.
Y fue entonces cuando Celina les miró uno por uno. A Eric, quien la miraba con cierta angustia dibujada en su rostro, al anciano Cular, que la contemplaba con respeto, a los jefes de las tribus, quienes esperaban su decisión ansiosos. Y dijo entonces:
- Lo haré, pero no uniré a los bárbaros como su reina. He perdido a mi hijo, pero siendo ahora la señora de todos los bárbaros me siento la madre de todos y cada uno de los jinetes que hay en La Llanura, así que seré una Madre para todos ellos.
Un largo silencio siguió a estas palabras, mientras un trueno retumbaba en la lejanía, signo inequívoco de que se acercaba una nueva tormenta. Eric vio que Cular se acercaba a ella y hacía ante Celina una profunda reverencia.
- Entonces, mi señora, ¿Qué haremos ahora?
Comenzó a llover. Durante unos segundos la mujer no respondió. Miró el cuerpo de su hijo y entonces habló:
- Mañana -dijo simplemente-. Mañana decidiremos qué hacer
-se agachó-. Hoy tenemos que enterrar a nuestros muertos.
Tomó a Perk y cargó con el cuerpo sin vida de su hijo.