CAPÍTULO XVII
La música instrumental tiene el mismo origen que la música vocal · La música instrumental en los animales más inferiores · Los insectos · La cigarra · Langostas · Oecanthus; el silencio, la luz de la luna y las lágrimas alcanzan a ser audibles · La Locusta Viridíssima y la música en los insectos y el hombre · Ejecución musical de una mosca ladrona · De la música de alas de los insectos en general · Mosca revoloteadora · Los pájaros como instrumentalistas · Cigüeñas y picamaderas · Las alas como instrumentos musicales · Aleteo y golpeteo de las alas · El balido de la becasina · Origen de la música de las alas.
La segunda parte del capítulo anterior no fue una divagación, aunque al considerar la relación entre la música y la poesía, dábamos la impresión de habernos separado por completo en nuestras propias relaciones con los animales más inferiores; pero nos volveremos a mezclar otra vez con ellos, en cuanto tratemos el tema de la música instrumental y ésta, para mí modo de pensar es, en nuestra especie, la mitad mejor de la música.
En los pájaros, gracias a su suave cubierta plúmea y a que las manos y brazos se pierden en sus alas, la música es principalmente producida por la garganta; igualmente ocurre con los batracios, que se inflan de aire como vejigas para obtener así una «cámara de resonancia» que les permita verter su alma en los sonidos vocales. Aquí en Inglaterra, con las dos modestas ranas y el par de sapos que existen, muy poco se puede conocer sobre el poder de la voz en esa clase de seres, así como sobre los puros sonidos musicales emitidos por algunas especies.
Por otra parte, la música de los insectos, es casi completamente instrumental y lo sería del todo si no fuera por el hecho de que en algunas especies no solamente se producen los sonidos por medio de tambores, arcos y aparatos de cuerda situados en el exterior de su envoltura segmentada en escamas, sino que una parte sale del interior de su cuerpo.
Las dos formas de la música —vocal e instrumental—, son una y la misma en su origen, nacidas simultáneamente del mismo impulso; por consiguiente. Herbert Spencer se equivoca al decir que toda la música es de origen vocal. En ambos, el sonido es producido voluntariamente para propio placer originariamente producidos con otro propósito (sonidos con funciones especiales), eventualmente producidos en una forma modificada, únicamente por placer.
De este modo, dentro de la música instrumental, se puede considerar un reclamo, como el del picamaderas al ejecutar sus redobles sobre un árbol; o el del Anobium, escarabajo llamado velador de muertos, cuando produce sus mesurados golpes sobre la madera; o los golpes sordos del conejo, sonidos que en este ser han conservado su propósito original y no se usan para otro. Pero en la vizcacha, el gran roedor minero de las planicies argentinas, ese ruido sordo se ha desarrollado hasta una realización practicada para su propio placer, una especie de danza excéntrica con acompañamiento de rápidos ruidos sordos o redobles efectuados sobre la dura tierra, con sus poderosas patas traseras.
Tales sonidos, producidos solamente para su propio gusto, por placer, son el principio de la música instrumental tanto en el hombre como en los animales más inferiores. En los mamíferos y pájaros tales sonidos se acompañan por lo general con sonidos vocales, pero no ocurre lo mismo en los insectos que tienen la tráquea a los costados. Por otra parte, estos tienen una envoltura córnea segmentada, con alas más o menos córneas que producen sonidos cundo vibra. Sacan el sonido de la superficie del cuerpo, por medio de la fricción de una parte contra otra, de modo que, con excepción de unos pocos casos, se trata de un sonido puramente instrumental. Y como éste se produce a voluntad y para su propio placer, es su música.
Vemos, además, que su práctica durante millones de generaciones ha conducido a un infinito número de modificaciones en la estructura de las alas, patas y segmentos de la dura corteza; que en muchos géneros ha llevado a cabo un complejo aparato chirriante; que las alas y las patas se han tachonado de protuberancias córneas que se usan de la misma manera que el violinista utiliza su arco para golpear y pasar a través de los salientes nervios que sirven al mismo propósito que las cuerdas. De esta manera se produce la música en los insectos ortópteros y en otros géneros. Hasta las minúsculas hormigas, cuya sabiduría conocemos, tienen su sentido estético y han desarrollado su instrumento chirriante, aunque los sonidos que sacan de él para su propio placer no sean audibles para nosotros.
En algunos insectos la modificación de su estructura ha llegado más lejos, como ocurre con la cigarra, cuyo cuerpo entero se ha convertido en un primoroso instrumento del sonido. Ese insecto achatado y no mayor que la uña de nuestro pulgar, puede hacerse oír a un cuarto de milla y a menudo mucho más lejos ... ¡meditemos sobre esto! Con una voz semejante, proporcionada a su tamaño, un hombre que cantara en Kent, podría ser oído muy bien en Francia y miles de personas saldrían de sus casa para escucharlo.
Como el cuerpo entero de este insecto tanto interior como exteriormente, se ha convertido en un instrumento de sonido con sus tambores y cámaras de aire, podemos decir que su música es a la vez instrumental y vocal, aunque no posea un aparato vocal.
La sonoridad y penetración del sonido, semejante al de una campanilla eléctrica de formidable poder, o al ruido que se siente al serruchar una barra de hierro, resultaba angustioso para el que oía las especies que yo conocí en Sudamérica; como a muchos otros, me ha extrañado que los antiguos griegos pudieran deleitarse con la música de su tettix. Más tarde descubrí, aunque no en los libros, sino por mi propia observación, que hay cigarras y cigarras, pudiéndose encontrar especies capaces de emitir agradables sonidos; y este conocimiento, bastante singular por cierto, lo adquirí al escuchar a la Cigarra Anglica, única especie que existe en Inglaterra. El «canto de este insecto ha sido un asunto discutido durante los últimos cien años, o tal vez más, sosteniendo muchos entomólogos que la Cigarra Anglica, no produce absolutamente ningún sonido. En la actualidad parece que soy el único naturalista de Inglaterra que lo ha oído y que podría hacer su descripción, aunque no aquí, por la falta de espacio, pero quiero decir solamente, que se trata de un sonido suave y agradable que se parece más a la música de una langosta de los pastos que a la de una cigarra. Si la cigarra de la antigua Grecia cantaba tan deliciosamente como la especie británica, no era de extrañar la predilección que por ella tenían los helenos.
Volveremos a los insectos ortópteros y a su música puramente instrumental. Se ha dicho que ésta puede producirnos placer únicamente a causa de sus asociaciones. Esto lo podemos comprender en el caso del «grillo sobre la chimenea», así como también en el del grillo del campo cuando recordamos las palabras de Gilbert White: «De este modo el chillido del grillo del campo, aunque agudo y estridente, deleita sin embargo maravillosamente a algunos de los que lo escuchan, trayéndoles y les trae a la mente una sucesión de ideas veraniegas de todo lo que sea rural, verdoso y alegre».
No necesitamos introducirnos en este tema, pero soy un convencido de que existen muchos insectos de este género, que nos encantan con la intrínseca belleza de los sonidos que emiten. En Inglaterra hay pocos, por lo general no muy conocidos en razón de su distribución extremadamente local; el mejor de todos es seguramente la gran langosta verde, Locusta viridíssima, que puede no tener asociaciones para la mayoría de nosotros y, sin embargo, el argentino chillido de sus prolongadas notas resulta delicioso para cualquiera. La música de este insecto casero no se puede comparar con la de muchas otras especies exóticas. Mencionaré sólo una de las que conozco —una langosta de los pastos del género Oecanthus, que se encuentra en América del Norte y del Sur. Se trata de un insecto delicado, de conjunto aparentemente frágil, de color verde pálido suave, incluso sus alas, y cuyo cuerpo, como las alas, aparece casi semitransparente. Durante el día yace escondido entre el apiñado follaje de los árboles, y canta después de obscurecer, manifestándose más melodioso en las noches de luna. Tiene una nota prolongada, que repite varias veces, con intervalos de silencio de un segundo o menos; sigue luego un silencio más largo y nuevamente aparece la melodía. Es un sonido suave y argentino, que difiere también de la música de otras langostas y grillos por su lentitud. Porque el sonido de la langosta no es único, sino que son series de sonidos, siguiéndose tan rápidamente que se combinan en un acorde sostenido; mientras que en este insecto los puntos o golpeteos se oyen claramente como notas separadas. Algunos escritores americanos han tratado de definirlo; así Thoreau lo llama «respiración soñolienta» y Hauthorne, con más suerte, lo describe como «silencio audible» y añade: «Si la luz de la luna se pudiera oír, su sonido sería como ese».
Esta sería una buena descripción si no fuera porque omite una cualidad del sonido que constituye su principal encanto: su expresión, es decir, su ternura, una cualidad que se encuentra a veces en la música de los pájaros —el reyezuelo de los sauces es un ejemplo—, pero que no se descubre en ningún otro insecto musical. Es el más melancólico de todos los delicados sonidos de la naturaleza; y por su lenta tristeza y musicalidad se podría imaginar como un sonido humano, aunque no vocal. Digámoslo, de algún antiguo y solitario trovero morador del bosque, hoy desaparecido y reducido a un ente casi insubstancial, que ya no anda más por la tierra pero que habita en los árboles, de los que ha tomado su color y la semitransparencia de las hojas que conviven con él; que las noches, cuando la luna derrama una bruma plateada sobre el obscuro follaje, resucita otra vez para recordar los sentimientos de seres humanos que murieron mucho tiempo ha, repasando con sutiles dedos las cuerdas, a las que arranca aquellos sonidos suaves, bajos, pero claros y penetrantes que hacen que el silencio sea más profundo, que bajan flotando hasta nuestros oídos como si fueran el sonido de las lágrimas.
Hasta aquí hemos considerado solamente la más elevada música de los insectos, en la cual el sonido no es únicamente producido para su solo placer, sino que es realmente proporcionado por primorosos instrumentos musicales, hechos para este único propósito; hechos o desarrollados, de cualquier modo muestran una modificación de los órganos productores del sonido en el organismo para responder a la necesidad o al deseo en la vida del ser. Esto es a lo que en el hombre llamamos un deseo para expresarse a sí mismo, para expresar algo propio que no está únicamente, o no del todo, relacionado con necesidades puramente materiales; y como resultado de este deseo, tenemos el canto y la ejecución de los instrumentos musicales; también la danza, la pintura y el modelado o cincelado de formas que imitan objetos naturales en arcilla, cera o piedra, así como otras artes variadas.
El deseo, el impuso, el instinto, son uno y el mismo en el hombre y el insecto. En general, a la mentalidad musical y artística ha de parecer ingrata esta idea, como si fuera una degeneración del arte hacia algo bajo y pequeño. Para el naturalista no hay en este sentido nada que sea bajo ni pequeño. Pero sabemos que el hecho de la evolución en el mundo orgánico nos resultara antipática por la misma razón ... porque no nos gustaba creer que hubiéramos sido formados mental y físicamente del mismo barro que los animales más inferiores.
Cuando nuestra gran langosta verde. Locusta viridíssima, como he dicho en otro libro, canta para complacerse a sí misma e incidentalmente produce agrado a la hembra que escucha, se absorbe tanto lo siga y se le ponga en el camino. Su pasión musical predomina sobre todas las demás y sólo se muestra atenta si otra langosta en la lejanía le devuelve insolentemente canto por canto. Se pone inmediatamente en camino para buscarla, oculta en algún lugar de aquella espinosa soledad; después de mucho trabajo la encuentra y las dos cantan una contra la otra y alternativamente, se cantan y escuchan y se escuchan y cantan; luego se acometen, y luchan, cada una para conseguir que el instrumento sonoro de su contrincante enmudezca para siempre, o , si fuera posible, para matarla abiertamente.
Vemos, pues, que este insecto se siente conmovido por una pasión artística similar a la del hombre, pero más poderosa, y como los sonidos tienen un valor diferente para él debido a la diferencia de los sentidos, podemos creer que en su penetrante música le produce mayor deleite que el que nosotros recibimos de nuestras mejores ejecuciones.
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De la música de los insectos de clase más elevada, descendamos ahora a la más inferior —los zumbidos—, Se supone comúnmente, que estos sonidos son producidos únicamente por la vibración de las alas en vuelo y por lo tanto completamente involuntarios. Yo estaba vivamente persuadido de que esto no era exacto desde mis primeros años. Época en que acostumbraba a llegarme a los colmenares para arrancar algún pedazo, que luego sacaba los panales que tomábamos en nuestro desayuno. Invariablemente sabía cuál de las doce o veinte abejas que volaban alrededor de la colmena me había de pica, por su estridente zumbido, tan distinto del suave, apenas audible susurro de las otras; y no bien me apercibía ya estaba la abeja sobre mí clavándome el aguijón en la mejilla. También observé que cuando una araña doméstica de largas patas capturaba una mosca y la envolvía en la tela como en una mortaja, el penetrante chillido de la mosca era diez veces más fuete que el sonido que hacía al volar. Igualmente advertí que cada vez que un abejorro se introducía en la campana de una flor para hacer un dulce acopio de su néctar, mientras lo chupaba emitía un penetrante sonido sostenido, sin hacer ningún movimiento con las alas. El sonido expresaba el placer y sin duda éste se acrecentaba por efecto del sonido mismo.
Se ha escrito mucho sobre la anatomía de la mosca, con respecto a su mecanismo de producción del sonido, y se sabe que éste es ocasionado en parte por las vibraciones de las alas y en parte por otros medios, así como también que puede variar a voluntad. Los autores disienten con referencia al proceso exacto, pero a nosotros no nos interesa esos detalles.
Se ha descrito a la langosta de los pastos, Oecanthus, como ejemplo del mejor género de música dentro del orden de los insectos más musicales. Permítaseme explicar la elevada ejecución que conozco dentro del género íntimo de la música que son capaces de realizar la mosca y otros insectos zumbadores.
Una de las familias más notables entre los dípteros u orden de las moscas, es el Asilidae, la común mosca ladrona; se trata de moscas sumamente rapaces, que tienen una amplia distribución mundial y que varían mucho en su forma, tamaño y colorido. En el género típico son del color gris de la Tipula, con largas patas peludas, igual que las partes inferiores. La mosca que voy a describir es de este género, pero tengo dudas respecto a la especie, si se trata del Asilus rufiventris u otra especie estrechamente relacionada con ella. Es una de las moscas ladronas más comunes en la Argentina y sus costumbres son similares a las del orden en general. Así, se coloca cabeza arriba, en posición vertical, sobre un tallo o brizna de pasto, en un lugar abierto, donde pueda observar los insectos que pasen sobre su cabeza. Cuando llega volando un insecto, siempre que no sea una abeja o una avispa, aunque a veces se equivoca, se lanza rápidamente hacia arriba como enviada por un tubo, y asegurando a su víctima con sus largas patas espinosas la tira al suelo, donde se traba en lucha con ella, aguijoneándola con su probocidio en las partes más blandas, hasta matarla. Su vuelo ordinario es silencioso y el zumbido tan bajo que apenas se puede oír. Cuando el macho percibe una hembra asentada sobre un tallo, dirige su vuelo hacia ella y se balancea inmóvil en el aire, a unas tres pulgadas de distancia y al mismo nivel. Entonces emite un zumbido claro y sostenido, cambiando después de pocos segundos el tono para dar una nota más elevada y penetrante; y luego ésta se hace más alta todavía y tan aguda y fina que más se asemeja al silbido de una gran especie de mosquito. En seguida a estas tres notas altas y vivas sucede un zumbido como el de la avispa, pero no prolongado, que llega como golpes rítmicos —buzz, buzz, buzz—, y en cada repetición la mosca cae unas dos pulgadas, y al mismo tiempo estira y rema con las patas; entonces se levanta a la primitiva altura. Luego de haber repetido esta nota una docena o más veces, vuelve a proferir el profundo zumbido sostenido y todo lo demás.
El conjunto representa una ejecución musical, y el único motivo que se puede ver o adivinar es simplemente el placer que produce al ejecutante; porque después del largo tiempo de duración, él se va o ella se separa y lo deja. Pero aunque concluye en nada y la hembra se mantiene inmóvil durante la mayor parte de la ejecución, es evidente que al oírlo también ella siente algún placer, puesto que por intervalos, especialmente durante las más altas y claras notas, responde, llevando el tiempo, por decirlo así, con un rítmico buzz, buzz, buzz, y cada vez que el sonido se repite estira sus alas para formar ángulos rectos con su cuerpo enhiesto. He contemplado y escuchado estas ejecuciones, cientos de veces desde mi niñez, sin perder jamás el interés. Es la única ejecución de zumbido y baile que conozco en los insectos que pueda ser descripta como regular y estética, y comparable con las ejecuciones de los pájaros de carácter similar. Pero creo que todos los dípteros, aun cuando no hayan desarrollado regularmente tales ejecuciones, encuentran sin embargo, en su más libre modo de ser, el principal placer de sus breves vidas, haciendo sus ejercicios aéreos con acompañamiento de música. Según las autoridades en a materia, el zumbido que hacen las moscas al volar tiene tres tonos diferentes. Creo que si tuviéramos un sentido del oído capaz de percibir los tonos más finos, podríamos decir que tienen mucho más de tres; y si por medio de algún invento se pudieran transmitir completamente a nuestro sentido los sonidos de una nube de moscas de agua, jejenes, o de moscas domésticas que giran perpetuamente dentro de un cuarto, mientras realizan sus danzas aéreas, se produciría un embrollo de infinito número de sonidos individuales, tan variado como el concierto de cantos de una multitud de jilgueros o estorninos. En cualquier día caluroso del verano, en campo abierto, se oye un fuerte y continuado susurro que viene de lo alto; son los miles de sonidos individuales de insectos que vuelan a cierta altura en el aire, y que fusionados se parecen al ruido de una trilladora que se oye a la distancia. Así pasan estos seres la vida entretenidos en estos ejercicios que proporcionan su felicidad —la música y el movimiento combinados—, y que incidentalmente los conducen a formar parejas, tal como ocurre con los ejercicios de nuestros salones de baile que a menudo llevan al matrimonio.
Una de las moscas más comunes del mundo, esparcida sobre todo el orbe, es la mosca revoloteadora; las especies de esta familia, sólo en Inglaterra, llegan a centenares, consecuentemente debería ser familiar a todos y admirada sobre la generalidad de las moscas. Con la forma de la abeja, pero de color más brillante, con frecuencia la torpe visión miópica de aquellos que no son naturalistas, la confunden con la abeja o con la avispa con aguijón. Viene a ser, con relación a la abeja, en su lento trabajo de recolectar polen, lo que un hada a un sudoroso cosechador. Es tan activa y ligera que no hay ser que se le pueda comparar —ni el mismo vencejo, ni el picaflor que son los más rápidos de todos los pájaros—. Se parece a un meteoro más que a una cosa orgánica, o a un electrón magnificado y vitalizado. De todas las miríadas de figuras orgánicas, arrojadas como un polvo resplandeciente desde la eterna rueda giratoria de la vida, esta mosca es la más aérea, la más espiritual, de modo que al quedar suspendida e inmóvil en el medio del aire, ante nuestros ojos parece formada por el mismo aire, y tenemos la impresión de que a través de ella pasan los rayos del sol.
Es, en suma, la más elevada realización de la naturaleza en este orden, en la formación de algo viviente tan leve y volátil que el plumón del «diente de león» o los hilos de la flotante «barba del diablo» parecen pesados comparados con ella.
La vida entera de esta mosca, como una mosca, se pasa en un perpetuo y jubiloso juego, o, mejor dicho, danza, con pequeños intervalos de descanso y renovación; una danza milagrosa en la cual se suspende, quieta como un pérlido suspendido en el aire, para desaparecer bruscamente y delinear en su vuelo cien figuras fantásticas, como lo hace un patinador que se desliza sobre el hielo, y con tal velocidad como para hacerse visible o invisible en forma de una ligera línea sombreada.
Como el picaflor, tiene la costumbre de precipitarse hasta muy cerca de nuestra cara, y quedar inmóvil en el aire por un rato, y cuando está así suspendida en la vecindad del rostro podemos oír y apreciar los sonidos que emite —la clara nota musical y sus variaciones—. En estas ocasiones no puedo menos de cer que su música de alas representa para el mismo insecto tanto como sus brillantes movimientos fantásticos; que si se pudiera aumentar el tamaño de la mosca al del picaflor, por ejemplo, y si el sonido que produce aumentara en la misma proporción haciéndose audible para nosotros, nos daríamos cuenta que la música constituye una parte apropiada y esencial de la ejecución.
No creo yo que esta felicidad esté limitada solamente a los dípteros; diría que todos los insectos voladores sienten placer con los sonidos que emiten, como ocurre a los no voladores que ejecutan su música sobre los árboles o sobre la tierra y hasta debajo de ésta, como el topogrillo; incluiría de hecho todos los sonidos producidos por las alas, desde el inaudible silbido de la danzarina mosca de agua, hasta el amodorrado susurro de las abejas y el estampido de los abejorrones y de las grandes abejas carpinteras, y el susurro de hoja seca de la avispa; el crujido agudo y sedoso del aguacil y el zumbido del escarabajo, así como los del ciervo volante que se balancea a la caída de la tarde con un sonido semejante al que hace un aeroplano entre las nubes.
Hemos visto que los pájaros no brillan como instrumentalistas; el enigma se explica, por la conformación que tienen los pájaros, ya que no pueden producir otra música que la vocal, y por música entiendo la realización del sonido para su propio placer.
Podemos suponer que su inhabilidad para producir el sonido de otra manera ha servido únicamente para hacerlos más vocalistas, de modo que sus voces exceden a las de todos los demás seres humanos o animales, en fuerza, brillo, pureza y otras hermosas cualidades, si exceptuamos aquellos sonidos que nos resultan más agradables por su expresión, o, en otras palabras, porque son humanos, y nuestros.
Sin embargo, algunas especies han conseguido producir sonidos instrumentales y algunas pocas lo realizan únicamente con el pico. Por ejemplo, las cigüeñas matraquean sus largos y poderosos picos córneos para expresar una buena variedad de emociones —la alarma y la cólera, o el desafío y la amenaza al enemigo—; también realizan de ese modo los saludos a sus amigos y hasta lo hacen para manifestar su alegría y la satisfacción de su estado de ánimo. El matraqueo llega entonces a ser una especie de música inculta, menos elaborada pero similar en su carácter a las ejecuciones musicales que, haciendo rechinar los dientes, ejecutaba mi amibo el vasco, lo que describí en un capítulo anterior.
Muchos otros pájaros —los buhos por ejemplo—, producen un chasquido con el pico, pero este sonido, según lo que yo sé, lo emplean sólo como expresión de cólera.
El picamaderas usa el pico como un palillo para golpear la madera, y este tamborileo resulta una ejecución maravillosa. He observado muchísimas veces las tres especies de picamaderas que existen en Inglaterra cuando hacían sus golpeteos, e incluso encontrándome cerca y con binocular sobre el pájaro, resultaba difícil de ver el movimiento de la cabeza, pues la movía con gran celeridad, haciéndola oscilar de un lado al otro, asestando aparentemente los golpes con los costados del pico. Si yo golpeara con un lápiz de vulcanita o de metal sobre una rama, y los hiciera tan fuerte y rápido como me fuera posible, el sonido no se transmitiría a veinte yardas, mientras que puedo oír al picamaderas verde que golpetea con un lápiz mucho más pequeño y con el escaso poder de sus músculos del cuello, de modificar el sonido y emplearlo para expresar diferentes disposiciones del ánimo y emociones. Su reclamo sirve para informar a su compañero en qué lugar está; posee otro de amor; igualmente uno de desafío para el rival o intruso que pretenda penetrar en su dominio, y en ocasiones da rienda suelta a su golpeteo únicamente para su propio placer —por el placer que le proporciona el sonido—, originándose entonces una especie de música instrumental.
Pero casi todos los sonidos de los pájaros que no son vocales se realizan con las alas, principalmente con la recia y rígida pluma o plumas remeras. Es así como algunas especies de gallináceas arrastran sus duras plumas y producen un sonido de raspadura cuando ejecutan sus danzas. En otras especies existen golpes y aleteos. La ejecución del golpeteo de las alas es notable en una especie que me es familiar: la «mareca» de Sudamérica. Como sus parientes europeos, es un pájaro locuaz que tiene una voz fina —silbidos y trinos—. Tiene el hábito de levantarse en pequeñas bandadas, de cinco o seis, hasta una docena de pájaros, a una inmensa altura, y no ejecuta círculos hacia arriba, sino que se remonta en el aire como una alondra; se eleva tan alto que se columbra en el cielo como un lunar. A esa enorme altitud permanece revoloteando durante una hora, articulando sus variados sonidos vocales. Mantienen una separación de un metro más o menos entre uno y otro; pero por intervalos se juntan en un montón y con sus alas pegan resonantes golpes sobre las alas de los que están más próximos y, aun cuando ya no están visibles, todavía resuena en el espacio el sonido en forma de palmadas.
El mejor ejemplo de ese golpeteo de las alas se puede observar en el chotacabras común, que resulta más interesante en las localidades en que el pájaro abunda, pudiéndose contemplar entonces como media o una docena de individuos se reúnen por la tarde para dar vueltas igual que una bandada de juguetonas golondrinas, en una especie de salvaje danza aérea con acompañamiento de variados y extraños gritos y aleteos. Indudablemente la larga práctica ha modificado notablemente la estructura de las articulaciones de las alas, de modo que el pájaro es capaz de castigarse el lomo con sus alas juntas, y con tal violencia que puede producir un sonido tan fuerte como el de un aplauso.
Es ésta una especie de música muy ruda y primitiva, pero en la becasina —la «cabra del cielo»— las plumas se han modificado para producir una música más primorosa, un sonido de lima o de raedura en algunas especies y un balido trémulo en otra. Estos se parecen tanto a los sonidos vocales que no ha de llamar la atención para aclarar si se trataba de verdaderos sonidos vocales o instrumentales.
No estamos seguros de cómo se produce el curioso gruñido seguido por un agudo ruido de vidrios rotos, que emite el lechuzón del bosque en su galanteo, como se llama a su aérea ejecución amorosa. Para mi oído, parecería una combinación de las dos clases de sonido.
Sonidos semejantes los producen las alas durante el vuelo en la mayoría de los pájaros, con la excepción notable de los buhos, que tienen plumas blandas; y es de los sonidos involuntarios —chirridos, zumbidos y silbidos-que toda la música de alas que existe se ha desarrollado. Hay una razón para creer que los pájaros disfrutan tanto de ella como con sus ejercicios vocales. Vemos esto en la becasina, que realiza la mayor parte de sus habilidades en la producción de sonidos con las plumas cuando se precipita en el vacío con las plumas colocadas en ángulo recto. Esto mismo se observa en los pájaros que producen sonidos de trompetas con sus alas. Los he oído en pájaros de clases completamente diferentes: halcones, pájaros costeros y otros. Es también probable que en todos aquellos cantores, como la cachirla, que tienen el hábito de elevarse muy alto en el aire, para dejarse caer como un paracaídas, con las alas apretadas sobre los costados y las plumas remeras sacadas en ángulo agudo, sea la música de alas, mientras hacen su descenso cantando, una parte esencial de la ejecución.
Las palomas cuando planean hacen con las alas una claro sonido musical y uno no puede menos de pensar que hacen eso por el placer que les produce el sonido. Existen también numerosas especies que producen al volar un zumbido más o menos musical, continuo o intermitente en aquellas que suben y bajan volando. Creo asimismo que esto sea un placer para el pájaro, y que si emplea mucho tiempo en sus vuelos es por el agrado que siente.
En el capítulo me he ocupado brevemente sobre un extenso tema, pero no es necesario un gran despliegue de referencias, que pueden encontrarse en cientos de libros, para que el lector pueda darse cuenta de lo que quiero decir: yo cito pocos hechos y en su mayoría son recogidos por mí sobre el campo. La parte más importante en este tema, o, por lo menos, la que nos parece más interesante a los seres humanos —la música instrumental en el hombre—, será tratada en el capítulo siguiente.