CAPÍTULO X
La migración no está relacionada con un sentido de la orientación · Observaciones personales · La antigua y simple explicación del fenómeno · La migración todavía es un misterio · Newton y Addison: teoría sobrenatural · El Dr. Henry More · Erasmo Darwin y su teoría de la tradición · Wallace y otros · La teoría del canónigo Tristam sobre el origen de la vida en las regiones árticas · Las épocas glaciales y Seebohm en busca de la evidencia · Benjamín Kidd y la simple teoría del sol · Aspectos de las migraciones en Inglaterra · Todavía estamos divagando · Fútiles métodos recientes de ataque al problema · Sugestión de un nuevo método.
Es inevitable al considerar el estudio del sentido de la orientación, que se piense con insistencia en la migración —la migración estacional de los pájaros, digámoslo—. Inevitable, porque, vistos superficialmente, estos dos sentidos (eso es lo que son) parecen uno solo. Existe de todos modos un estrecho parecido en su acción, igual que existe en otros actos instintivos que son diferentes —pelea y juego, por ejemplo—. Probablemente si interrogamos a nueve de diez personas que nunca hubieran meditado acerca de este problema, contestarían en seguida que esencialmente se trataba de un solo sentido. Y las nueve personas de la calle tendrían a Romanes para defenderlos.
Sin embargo, no es así. Son distintos en su origen y funciones: son sentidos, con centros en el cerebro que hacen de órganos y que responden claramente a estímulos diferentes. Podemos únicamente describir tal sentido como ese de la orientación, por metáfora o ilustración, comparándolo con alguna otra cosa. O podríamos, á la Frankestein, construir un monstruo mecánico lleno de una infinidad de ruedas, resortes y botones numerados —uno, dos, tres, etc.—, para que al apretarlos en cada vuelta el monstruo pueda realizar sus peregrinaciones. Un aparato menos complicado podría hacerse ilustrando la migración, una máquina de volar con el movimiento de reloj necesario en su interior y con suficiente cuerda como para recorrer de norte a sur una cierta distancia —quinientos o mil millas, digamos—, para luego descender tranquilamente en un conveniente y determinado lugar de aterrizaje.
El sentido de orientación se parece al sentido inconsciente del olfato, o más bien a los nervios olfativos especializados, que, a mi modo de ver, nos traen conocimientos del exterior sin que nos demos cuenta de ello. Es una fuerza o facultad inconsciente en nosotros —en ese centro particular del cerebro—. Sin embargo, aunque el funcione independientemente, como la respiración, tenemos conciencia de que lo poseemos —y por nosotros quiero significar al hombre en estado natural—, que podemos contar con él como podemos hacerlo con las piernas para que nos lleven adonde quiera que se nos ocurra ir, y que finalmente nos guiará con seguridad hasta nuestro destino.
Pero en la migración —para proyectarnos en la mente del pájaro—, nosotros no tenemos seguridad de nada, no tenemos principio consciente que nos guíe: se trata simplemente de una acometida de la que no sabemos dónde iremos a dar. Una pasión, un pánico como el que a veces se presenta en una tropa de caballos salvajes y los hace huir ante un peligro real o imaginario.
La migración no se presenta bajo este aspecto al observador casual. El emigrante no le ha dicho lo que siente y quizás aquél esté acostumbrado a presenciar la reunión de los pájaros antes de la partida; y aunque no pueda concebir que ellos convoquen a un consejo, fijen el día seguro, ordenen la falange y, así sucesivamente, sin embargo, parécele que todo el asunto ha sido muy bien preparado, es decir, que hay en realidad conocimiento y plan.
La respuesta a esta objeción anticipada se dará más adelante. Mis palabras no fueron disparatadas ni extravagantes; expresan ellas una creencia deliberada que se funda, no en las observaciones y escritos de otros, sino únicamente en la observación personal. Mis ideas fueron concebidas mucho antes de que yo viera un libro sobre este problema o supiera que tal libro se hubiera escrito. Las obras elementales y generales de Historia Natural que leí en mi adolescencia y juventud, contenían solamente los vulgares enunciados de que los pájaros emigraban principalmente con el fin de escapar de los rigores del invierno, buscando clima más caliente; que cuando el invierno pasaba volvían nuevamente a su lugar natal, y que la disminución y escasez de alimento era otro motivo para su partida.
Esto era demasiado simple; aún siendo niño, en Sudamérica, vi que la partida otoñal de los pájaros principiaba y continuaba durante la más perfecta estación del año, en casi todas las especies desde mediados de febrero hasta fin de mayo. La estación más conveniente para los pájaros llegaba cuando la apasionada época de celo y de combate que es la primavera hacía mucho que había pasado y estaba ya olvidada; cuando el trabajo y la inquietud de la reproducción se habían cumplido, y los pichones a salvo y crecidos, eran capaces de defenderse por sí mismos ; cuando las nubes y chaparrones mitigaban los excesivos calores, la sequía de mitad de verano, y el tiempo se hacía más agradable y todos los pájaros encontraban más abundante alimento-frutas, semillas e insectos--y, finalmente, cuando ellos habían llegado a la época más serena y dulce de su vida, sin otro quehacer que regocijarse al calor del sol, retozar, engordar y amansarse día a día, y como es de suponer, cuando estarían menos inclinados a emprender un penoso y peligroso viaje de cientos y miles de millas.
No es sólo en Sudamérica que los pájaros dejan su casa precisamente cuando las condiciones de vida son más favorables para ellos; es regla en todos los países templados, aunque puede no parecer lo mismo en estas brumosas islas del Norte.
Sin embargo, la fácil explicación de que los pájaros se marchan porque se habrían de encontrar mejor en cualquier otra parte, aunque todavía lo enuncia el Diccionario de los pájaros de Newton y la Enciclopedia Británica, nunca se consideró como un suficiente motivo. ¿Cómo sabe el pájaro, el pichón, por ejemplo, que emigra solo, de que en cualquier otra parte estará mejor? Después de todo, entonces, la migración era un misterio; y tanto que el más grande hombre de ciencia que Inglaterra ha producido, el que descubrió las leyes que dirigen los movimientos de los cuerpos celestes, decía, refiriéndose a la migración de los pájaros, que era directamente inspirada por el Creador, desde que no había otra explicación posible.
Si recuerdo bien lo que leí en mi adolescencia, esta idea fue adoptada por Addison y hermosamente comentada en uno de sus Spectators.
¡Qué raro parece que precisamente sea este el único de los innumerables problemas que piden solución en el mundo orgánico que se haya escogido para tratar con preferencia! Creo que el en otrora famoso Dr. Enrique More de aquel tiempo era más lógico cuando definía el «Espíritu de la Naturaleza» como «una sustancia incorpórea, pero sin sentimiento y animadversión, que llena toda la materia del Universo, ejerciendo una fuerza plástica dentro de ella, conforme a las diversas propensiones y necesidades de las partes, en que actúa, animando tales fenómenos en el mundo, para dirigir esas partes de la materia y sus movimientos, que no puede ser determinado dentro de las meras fuerzas mecánicas, que atraviesa y asisten todos los seres corpóreos, y en la substitución de la persona de Dios sobre la materia universal del globo. Esto sugiere a la araña la fantasía de hilar o tejer su tela, a la abeja de construir su penal, y especialmente al gusano de seda de reunir en su envoltura la muerte y la vida, y a los pájaros el construir sus nidos y empollar diligentemente sus huevos».
No menciona el doctor More la migración, probablemente porque siempre escribió apurado; de otro modo no pudo haber producido una carrada de libros. Pero no he citado este pasaje como chiste, ni como una muestra de excentricidad y de su adormecedora prosa de libre estilo, ni como ejemplo de lo que era la mentalidad del siglo XVII con sus metafísicos prejuicios, su religiosidad y fantasías cuando especulaba sobre problemas de biología. Lo cito solamente porque concuerda con la inclinación o tendencia de muchas inteligencias modernas que se sublevan contra los mecanicistas, que no quieren conceder alma al hombre ni espíritu o propósito, o director o hacedor del mundo. Hemos visto como este temperamento es causa de una perpetua vuelta a las cosas del pasado, a los tiempos en que el hombre pensaba como niño, encontrando o tratando de encontrar alguna satisfacción con esos pensamientos —alguna justificación a su actitud mental—. Si a alguno de nuestros físicos se le ocurriera pensar que un electrón puede ser tanto espíritu como sustancia, podría resultarle provechoso y reconfortante volver al Dr. Enrique More.
Erasmo Darwin había nacido en la Epoca de la Razón, cuando los milagros habían terminado y, por consiguiente, buscó una explicación natural de este fenómeno atribuyéndolo a la tradición. Es verdad que la mayoría de los actos de los animales sociales y gregarios son debidos a la tradición, pero desgraciadamente para esta teoría sabemos que muchísimos de los emigrantes son solitarios y que sus pichones viajan solos a su destino. Finalmente esta idea no da luz alguna sobre el origen del instinto. A pesar de todo, ha persistido en forma modificada o variada, y puede considerarse como el principio de la idea de la memoria tradicional, racial e inconsciente recuerdo como la causa de la migración. Romanes adoptó este punto de vista y también estableció que la migración estaba fundada en el sentido de la orientación. Alfredo Rusell Wallace también la sostuvo, pero como no creyó satisfactoria la explicación, reunió las viejas simplezas y se las agregó: Dice:
Las causas reales que determinan la verdadera época, año tras año, en que ciertas especies emigran , serán por supuesto difíciles de determinar. Diré, sin embargo, que dependen de los cambios climatéricos que más afectan las especies en particular. Los cambios de color o la caída de ciertas hojas, el cambio al estado de crisálida de ciertos insectos, los prevalecientes vientos o lluvias, y hasta el descenso de la temperatura de la tierra o del agua , pueden tener su influencia. (La Nature», 1874).
Luego viene el Canónigo H. B. Tristram, que se dedicó al estudio de los pájaros y sus problemas durante su larga vida que llegó hasta los ochenta y seis años, quien, al finalizar el siglo anterior, hizo conocer su teoría de que toda la vida animal se originaba en las regiones árticas; que cuando esa parte del globo se hacía demasiado fría, los pájaros se dirigían al Sur. Y hasta era la génesis del instinto de la migración. Luego tenemos el aditamento de la idea de la época glacial, expuesta por otros; cómo, cuando esta época terminaba , los pájaros recordando su antigua morada natal, volvían a ella o hasta donde les fuera posible según se lo permitieran las necesidades de su alimentación; luego, cuando terminaba el corto verano ártico, tenían que volar de nuevo hacia el Sur.
El ornitólogo Seebohm se adhirió a esta idea con entusiasmo, y habiéndola ampliado inventando una sucesión de épocas glaciales, viajó a África, donde pensaba encontrar muchas cosas maravillosas que le sirvieran de pruebas. Se dijo que como él había zarpado con cuatro épocas glaciales y volvía sólo con tres, debía haber dejado caer accidentalmente una al mar en su viaje de vuelta a Inglaterra.
Pero mientras algunos la tomaban a la risa, otros piensan que hay algo en esta teoría, y hasta hay quienes creen que encierra la verdad absoluta.
Esto es inaceptable, sin embargo, si consideramos que la memoria heredada de los pájaros en sus viviendas del sur, debe haber continuado como una fuerza viva o facultad, siempre pronta a ponerse de manifiesto en la acción , por miles y miles de generaciones, antes de que un cambio de las condiciones climatéricas les hiciera posible el retorno.
Tal vez la lista de adivinanzas no sería completa si no mencionáramos lo que podría llamarse pura y simplemente la teoría del sol. Nunca había sido claramente expuesta, según entiendo, hasta que lo hizo Benjamín Kidd en un último y póstumo libro, Un filósofo con la Naturaleza. El la consideraba como original, pero la idea existe, por cierto, implícita en todas las teorías de la migración. Estas se fundan en aquélla. Dice:
Es uno de los hechos en la migración de los pájaros, sobre el cual los naturalistas han tropezado siempre con dificultades, que los emigrantes, tanto en los hemisferios, oriental como occidental, en su viaje al sur, frecuentemente empezaron a dejar sus guaridas antes de que les faltara el alimento, y antes de tener cualquier necesidad física conocida para nosotros que indicara un futuro cambio en las condiciones de vida. Pero es posible que los estudiosos no hayan considerado completamente el profundo efecto emocional que sobre toda la naturaleza salvaje tiene la disminución de la luz a medida que avanza el año, y sobre el irrefrenable instinto de seguir el sol que mengua, producido en aquellos a quienes, afecta sus hábitos de vida.
Es, como vemos, de una bella sencillez; el sol es la fuente de luz y calor, lo que significa vida; cuando el frío y la obscuridad amenazan con la muerte, como consecuencia de su alejamiento, ¡qué habría de más natural para todos los seres capaces de movimientos rápidos y fáciles que seguirlo, para mantenerse vivos permaneciendo cerca suyo! Al mismísimo comienzo nos enfrentamos con el desconcertante hecho de muchas especies que van más allá del norte —para anidar en latitudes de 80° a 85°— y que vuelan al sur cuando el verano ártico ha pasado, pero que no se detienen al entrar en las regiones cálidas, sino que siguen y atraviesan la zona de mayor calor y siguen todavía hasta pasar los 30° a 40 ° ó 45° del Ecuador, y que probablemente irían más lejos hacia el antártico si las condiciones se lo permitieran.
Creo que fue Aristóteles quien hizo notar que es siempre mejor obtener los hechos y luego considerar las causas. Sin duda que quiso decir todos los hechos.
Para concluir el examen, voy a citar una carta que sobre estos asuntos me escribió mi amigo Morley Roberts, cuya reciente obra Lucha en el cuerpo humano lo habilita para que se le escuche respetuosamente.
Comienza él lleno de esperanza: «El problema de la migración de los pájaros, aunque uno de los más difíciles dentro de las investigaciones zoológicas, no me parece completamente imposible de solucionar». Su idea es lo que he llamado la teoría del sol, a la que él se ha sentido inclinado por un estudio de los movimientos o reacciones de la diminuta planta animal marina, Convoluta roscoffensis. Los movimientos de los pájaros hacia el norte y el sur, «sugieren una teoría de tropismos negativos y positivos, una teoría del funcionamiento, vigorizada por la luz y el calor, que ha llegado a formar parte del mecanismo nervioso y muscular aviario. Esto significaría la adquisición de un sentido del norte y del sur (o una serie de reacciones) que protegerían los que fueran hacia el sol o vinieran desde él». Luego trata sobre las épocas glaciales y la memoria heredada, concluyendo con las siguientes sugestiones:
Si concluímos que estamos tratando con más o menos tropismos explicables, el observador, más diligente y hábil entre los naturalistas, reconocería que los que saben biología, fisiología y fisiografía, podrían ser de utilidad para resolver el problema. Podría aún ir más lejos y, considerando que los primeros movimientos en masa de los pájaros habrían tenido su origen poco tiempo después de haberse diferenciado de los reptiles y adquirido poderes de vuelo, confesaría que el geólogo, el paleontólogo y el astrónomo, todos los cuales son expertos en las variaciones de la tierra durante grandes períodos de tiempo, pueden servir de ayuda. Además, como los movimientos tropísticos deben al fín ser considerados como problemas de energética, no sería absurdo pedir al físico que se sentara alrededor de la mesa de investigaciones.
Estas sugerencias pueden ser valiosas, y yo añadiré solamente que, como todos los que se sientan en la mesa redonda no tienen por lo general igual amplitud de miras ni son tolerantes para con las opiniones de los demás, convendría suprimir cualquier prejuicio particular que pudiera existir en el ánimo de los concurrentes a la sala de conferencias antes de la reunión de sus miembros.
El hecho es que todas estas teorías son igualmente satisfactorias, mientras que las dificultades y todos los hechos no son tomados en cuenta.
Cuando considero la migración como se me representa a mí en esta Isla norteña, pienso que si hubiera yo nacido y hubiera criado aquí, no viéndola bajo otro aspecto, el problema habríame parecido insoluble como a tantos otros. Año tras año la he contemplado hasta donde he podido. En marzo, abril o mayo, uno se da cuenta de la llegada de los emigrantes visitantes de verano; ellos están aquí, todos alrededor nuestro después de muchos meses de ausencia, pero no los hemos visto llegar. Solamente desde alguna punta rocosa, allá en la extremidad suroeste del país, podemos ver algunas pocas especies oceánicas que retornan del Atlántico y del Mediterráneo a sus antiguos criaderos sobre nuestra costa. Las bubias planeando en amplias curvas , un pájaro tras otro, en una profesión sin fin; las alcas y fratérculas de perfiles blanco y negro volando estrechamente sobre la superficie, así como las picotijeras que se precipitan en un salvaje vuelo errático.
Pero es sobre todo en el otoño cuando puedo observar los emigrantes; las golondrinas que se congregan con frecuencia muchos días antes de partir, volando al sur en bandadas y asentándose al ponerse el sol en un lecho de juncos o en un denso monte para reposar. Luego, durante días y semanas recorren de arriba abajo la costa sudoeste desde Kent a Cornwall, como si estuvieran buscando un lugar conveniente para cruzar.
Asimismo, se observa que, desde el fin de agosto en adelante, las aves paserinas van misteriosamente disminuyendo en número, y que especie tras especie desaparecen por completo. Las vemos concentrándose en inmensas cantidades sobre la costa sur. Los trigueros abundan en las «South Downs», llegando a ese punto de todas partes de la tierra; mientras que en las praderas y los distritos marítimos situados entre aquéllas y el mar, se encuentran bandadas de motacilas, de toda las especies; alondras de los prados en pequeños grupos, collalbas en medias docenas, cientos y miles de pardillos y muchas otras especies; todas descansando de su viaje o acobardadas ante el aspecto de la fría agua gris que se expande delante de su vista. Luego, poco a poco se van, efectuándose la partida por la mañana temprano. Pero no todas se alejan; una gran cantidad de individuos de las especies que cruzan el Canal y viajan sobre el Mediterráneo y hasta el África, se quedan para invernar en el sur de Inglaterra.
Luego he observado en octubre y noviembre , que los visitantes de invierno llegan desde Mar del Norte, por lo general temprano por la mañana, en tiempo sereno. Los corvus cornix viajan laboriosamente como si se cansaran, uno tras otros, o en pequeñas bandadas separadas por cortas distancias; y en los intervalos los malvis y los zorzales, en bandadas que suceden, viajeros también cansados, guardando todos la misma línea o recta.
Esta es, pues, la migración que vemos en Inglaterra, que nos deja todavía con el deseo de saber qué impulso puede existir en su origen y naturaleza, la fuerza compelente que empuja al pájaro, arrancándolo, podríamos decir, de su morada familiar, su hogar y lugar en el cual sabe dónde puede obtener su alimento, dónde buscar su amparo del viento y la tormenta, así como el refugio seguro ante el peligro inesperado y el sitio donde sin riesgo puede descansar por la noche. Fuera de este lugar familiar, todas son regiones extrañas y hostiles. Sólo los que han hecho un estudio íntimo de los hábitos de los pájaros silvestres saben cuan intenso es su afecto local, especialmente notable en los pájaros pequeños, especies que pasan seis meses al año desparramados sobre el continente Áfricano y que reaparecen en abril en Inglaterra, ocupando cada pájaro su anterior residencia, heredad, matorral, seto, sembrado o los pastos en que vivían en comunidad, para cantar y construir de nuevo sus nidos en el mismo árbol, el mismo arbusto, como en años. Maravillados todavía preguntamos con el poeta:
¿Qué es este hálito, decís vosotros sabios, que en un poderoso lenguaje, sentido pero no oído ,instruye el ave del cielo?
Y no hay respuesta, ya que después de considerar debidamente todas las contestaciones recibidas hasta ahora, llegamos a la conclusión de que hubiera sido lo mismo que no las dieran.
En vista, pues, de que hasta el momento actual no se ha obtenido ningún progreso y que los nuevos métodos ideados en los últimos años para enfocar el problema de los movimientos migratorios por las estadísticas registradas en los faros y otros puntos de observación —especies elegidas, fechas de su aparición y de las grandes precipitaciones, el estado del barómetro, y así sucesivamente—; también la captura y la marca individual de emigrantes sobre todo el país-han demostrado ser inútiles, sugeriría el ensayo de otro sistema. Este consistiría en observar a los pájaros más cuidadosamente, no sólo en Inglaterra y en Europa en general, sino también en Asia, Australasia, África y América, y donde quiera que emigren los pájaros; observar su manera de proceder, no sólo con referencia a la migración, sino también antes de la partida, porque creo que éste sería un medio más prometedor. Y la mejor manera de explicar mi intención creo que será haciendo un relato de mis primeras observaciones en el país de mi nacimiento: las llanuras argentinas o pampas al sur de Buenos Aires, y en la Patagonia.