PRÓLOGO

«Mensaje Póstumo de Hudson» llamó E. Martínez Estrada a este libro. Y, en efecto, parece que esa denominación es acertada, pues sus páginas dan la impresión de ser un testamento, una mise au point de muchos de los conocimiento que Hudson había adquirido, ya por su propia experiencia o por la meditación, la crítica y el análisis. Hizo como los sacerdotes egipcios cuando dejaron impresas en las Pirámides la suma de su sabiduría, y con ello demostró no solamente cuán honda fue su preocupación por el Universo y especialmente por todo lo que vive, sino también por su generosidad y su deseo de divulgar todo lo que aprendiera y de hacer apreciar a sus semejantes cualesquiera de las cosas bellas que encontrara en la Naturaleza y que fueron muchas.

Como en sus otras obra, en ésta sus explicaciones y descripciones son de maestro. Siempre sencillo y claro, va poniendo en el papel, con el pretexto de los sentidos de la cierva, las ideas que se le presentan a la mente y las desarrolla con una desenvoltura y un espíritu crítico superior.

Fue éste el último libro del gran naturalista y escritor. En la noche del 17 de agosto de 1922, se acostó a descansar con la satisfacción que produce un deber concluido, luego de haber escrito «Fin» en la última carilla. Era tarde y después tomar una taza de té que le trajo su vieja ama de llaves, se quedó dormido. A la mañana del día 18 lo encontraban muerto.

Es bien sabido que son las emociones las que producen la muerte súbita en los cardíacos, y aquellos que como Hudson mueren mientras duermen, se supone que sea por emociones sufridas durante el sueño. Si es cierto que se sueña con lo que no se tiene y se desea, Hudson debió soñar esa noche con la Pampa Argentina, que fue su pasión y de los tantos incidentes que dejara relatados en el libro que acaba de firmar ...

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Por amor a la verdad debo decir que no fue nada fácil la traducción de UNA CIERVA EN EL PARQUE DE RICHMOND, que presumo haber realizado con toda prolijidad, ajustándome en absoluto al original inglés, sin añadir ni quitar una palabra y conservando en lo posible hasta la puntuación.

Si existen algunos conceptos que puedan parecer confusos y poco claros, así están en el original inglés. Hay que recordar que esta obra no fue, no pudo ser completamente revisada por su autor y que hasta quedaron unas pocas páginas sin corregir. El fiel Morley Roberts, viejo amigo y casi diría el enfermero de Hudson, ya que lo cuidó fraternalmente por casi cuarenta años, tuvo a su cargo la ordenación del último capítulo que había dejado el escritor, así como la difícil caligrafía hecha al correr de la pluma y con una puntuación incompleta.

Personalmente me ha producido este libro momentos y emociones extraordinariamente vivos. Durante los cuatro meses que he puesto en su traducción, aprovechando los momentos que me quedaban libres de mis ocupaciones profesionales, me he sentido tan cerca de Hudson que puedo asegurar que fue con cierta tristeza que veía cómo las páginas iban pasando y cómo llegaba al final ... Puedo verdaderamente decir que he realizado mi tarea con cariño y fidelidad.

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Considero UNA CIERVA EN EL PARQUE DE RICHMOND una obra de gran importancia, altamente interesante y demostrativa del espíritu investigador de Hudson, de su conocimiento de la naturaleza, de su exquisita sensibilidad y de su memoria privilegiada. Para los argentinos tiene el particular recuerdo de la vida pampeana del escritor y sus observaciones hechas en plena llanura en tiempos ya lejanos. Hay capítulos que bien podrían figurar en «Allá lejos y hace tiempo». Se percibe también la nostalgia por la Argentina, expresada muchas veces y muy especialmente al evocar el árbol del Paraíso, cuyo recuerdo le daba la sensación de encontrarse bajo su sombra y sentir la fragancia de sus flores. «Entonces, dice, me doy cuenta de que soy un desterrado en esta tierra extranjera».

Igualmente en este libro se patentiza la independencia espiritual de Hudson, que nunca se ligó a ningún sistema ni a ninguna teoría. Piensa por sí mismo y saca conclusiones basadas en su propia observación y cuando todos aceptan las verdades de los científicos, él solo se levanta para discutirlas.

No pocos enemigos le provocó esta conducta entre los sabios de la época que decían que él no era un naturalista. Así fue cómo Hudson se apresuró a declarar que en efecto, sólo era un «Naturalista de Campo», es decir, «un hombre a quien le interesa todo el Universo, desde el Hombre hasta la Hormiga y la planta». Pero Hudson no agregó, ya sea por modestia o porque él mismo no lo creyera, que además y sobre todo, él era un hombre de genio. Y cuando se tiene genio se pasa a la posteridad, mientras el sinnúmero de mediocridades de gabinete, por más títulos académicos que ostenten, se quedan perdidos en la obscuridad del anonimato.

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Puede apreciarse claramente en UNA CIERVA EN EL PARQUE DE RICMOND, el amor que sentía Hudson por lo bello de la Naturaleza. Pero indudablemente hay que convenir que él sabía encontrar la belleza que a la generalidad de la gente escapa. Al mismo tiempo se advierte su preocupación por la desaparición de esas bellezas que, como él mismo expresara en diversas oportunidades al considerar lo que significa para el mundo la pérdida de pájaros y de otras de las perfectas obras de la Naturaleza, son eslabones de una cadena y ramas del árbol de la vida que tiene sus raíces en un pasado incalculablemente remoto. Y he aquí que Hudson se pregunta si la posteridad se conformará con nuestras monografías y con los huesos y las plumas de los museos, y si esa posteridad no sentirá un odio profundo por nosotros y por nuestra época, esta época iluminada, científica y humanitaria —cuyo lema parece ser: «Destruyamos todas las cosas nobles y hermosas, porque mañana moriremos».

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Por la unidad y lo espontáneo de sus páginas, este libro parecería haber sido escrito rápidamente y al correr de la pluma. No fue así, sin embargo. Como todos los libros de Hudson, éste fue meditado a fondo y en su preparación el escritor demoró más de tres años, habiendo producido durante ese mismo tiempo otros libros.

Se encuentra la primera noticia de UNA CIERVA EN EL PARQUE DE RICHMOND en el epistolario de Hudson a Morley Roberts, publicado por éste con el nombre de «Hombres, libros y pájaros».

Se ve que con fecha 24 de noviembre de 1918, escribe desde Worthing anunciando su viaje a Penzance: «...donde podré escribir este pequeño libro sobre los diecisiete o veinte sentidos de que estamos dotados; ya he hecho un capítulo sobre el sentido del olfato».

En septiembre 5 de 1919: «...Sólo he hecho tres capítulos más de la CIERVA EN EL PARQUE DE RICHMOND, pero tengo las pruebas de mi viejo «Birds in a Village» que rehice ampliándolo bastante. Creo que ambos libros se publicarán en octubre».

En enero 2 de 1920 desde Penzanse: «...Usted me preguntó cuándo sale mi libro. No tengo ninguno para publicar y no he insinuado tal cosa.

«Estaba escribiendo uno como ya sabía: Ud. vio los primeros siete capítulos y he llegado hasta doce. No he escrito más ni he tocado el libro desde que vine. Lo que he escrito alcanzarán a unas 50.000 palabras y formarán la mitad del volumen. No creo que alguna vez puede concluirlo».

En marzo 12 de 1920, desde Penzance escribe: «No puedo ocuparme todavía de mi CIERVA EN EL PARQUE DE RICHMOND debido a que estoy ahora escribiendo una novela corta pero más larga que la usual novela corta».

Se refiere a «Dead Man´s Plack», una hermosísima novela basada en una leyenda del Hampshire.

Desde Worthing, el 20 de julio de 1920: «...Me he sentido muy mal durante todo el tiempo desde que estoy aquí y me resulta perfectamente desesperante, pues me encontraba en una parte difícil de mis casuales especulaciones sobre el origen de la música en los animales y en el hombre. Tema largo para despachar en un capítulo. Pero otros temas de igual importancia, también me atraen y debo encontrarles ubicación. Tal vez usted se ha dado cuenta de que mi plan es aparentar no tener ninguno sino divagar y dejar que cada nuevo tópico aparezca como por casualidad del anterior y así serpentear a través de todos los sentidos y facultades».

En 1921, en carta sin fecha se refiere al libro de Napier Bell «Tangweera» y a otros temas sobre el olfato. Agrega que ha hecho una serie de alteraciones y adicionales al capítulo que trata del olfato, «tanto que ha de copiarlo de nuevo». También, siguiendo una sugestión de Morley Roberts, que le insinuara la conveniencia de desarrollar el enunciado de la «objeción insuperable» a la ley de Darwin: «... Yo no creía —dice—, que fuera necesario decir que era el efecto abrumador de toda la especie sobre una variación individual. Sin embargo, he agregado un párrafo para explicarlo».

Desde Penzance, el 28 de diciembre de 1921, envía a Morley Roberts dos cartas que éste le había escrito, pidiéndole las refundiera en una.

En ellas se trataba de la migración: «... me gustaría repetir y recalcar su sugestión referente a la imposibilidad de la mente para encontrar las verdaderas causas de la migración, y que los astrónomos, fisiólogos y hombres de todas las ramas de la biología física debieran ser llamados para considerar la cuestión desde todos los puntos de vista. Pero esta sugestión seguiría, por supuesto, después de considerar su propia teoría».

En febrero 26 de 1922, desde Penzance: «... he estado repasando y rehaciendo algunos capítulos de UNA CIERVA EN RICHMOND PARK, pero aún no está terminada. Lo grave es que no hay un fin real ni natural o propio para una obra de esta clase y pienso interrumpirla cuando llegue a 80.000 ó 90.000 palabras».

El 16 de abril de 1922 escribe: «El «Century Magazine» creo que publicará los primeros ocho capítulos de mi «Cierva» como folletín. Quieren otros, pero yo no deseo darles más de ocho, pues lo más interesante empieza después y prefiero publicarlos en forma de libro. Actualmente estoy luchando con el origen de la música».

Del mismo lugar, el 18 de mayo de 1922: «... No sé cuándo volveré, pues estoy sumamente ansioso por terminar el libro sin ninguna interrupción. Ahora es bastante largo pero no llega a un fin, siendo el tópico que estoy actualmente tratando la música instrumental en el animal y en el hombre —tema para dos capítulos y están casi hechos. Siguen a la música vocal. Y nada más queda para escribir, es decir, nada que surja con naturalidad del tema en cuestión, a menos que me aventure a exponer mis ideas sobre el arte en general, lo que los espíritus artísticos llamarían probablemente locura o impertinencia de ignorante filisteo. Bien; algunos dicen cosas semejantes de Ruskin y de sus ideas sobre el arte y otros hablan igualmente mal del viejo Tolstoi. Sería una buena compañía».

En otra carta expresa:

«40 St. Luke´s Road, W 11, agosto 2-1922: Recibí dos o tres palabras suyas en una postal y no contesté enseguida, pues estaba medio loco con el deseo de terminar lo que estaba escribiendo antes de salir de la ciudad. No quisiera añadir nada al libro, pero parece que debo hacerlo, tanto para la Satisfacción de Dent como para la mía propia, de modo que tengo que meterme en la infernal cuestión del significado del arte en general —su origen y significado. A los artistas y a los aficionados al arte les parecerá una locura pero no me importa un «camino», como diría Marjoríe Fleming, lo que cualquiera piense mientras yo pueda en breve espacio explayar mi simple pensamiento.

Y tan pronto lo consiga le enviaré una copia del capítulo para que la lea; no para que me diga que modifique algo, sino para ver si me hago entender. Será un simple capítulo, un esbozo de un larguísimo tema.»

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Dos palabras para terminar: Don Antonio Zamora, el inteligente y activo Director de la Editorial Claridad, ha tomado a su cargo la tarea de entregar al público de habla castellana, especialmente al argentino, la presente obra. Consecuente con la responsabilidad que asume se ha preocupado por que este ejemplar trabajo de Hudson cumpla satisfactoriamente la misión para lo cual fuera concebido. su divulgación en esta parte de América, estas verdes pampas que hicieron enfermar de nostalgia al hombre y que inspiraron notablemente al escritor.

Gracias a su valiosa ayuda, será posible que los estudiosos y los amantes de la obra del insigne naturalista posean un ejemplar valiosísimo de uno de sus mejores trabajos, que de ningún modo desmerecerá al original inglés. Personalmente le doy mis más expresivas gracias por su generosa preocupación y por el interés que demostrara para que esta obra vertida al castellano no adoleciera de ninguna imperfección.

FERNANDO POZZO. Buenos Aires, abril de 1944.