37
Se me había brindado una última oportunidad para encontrar una solución. Mi plan era sencillo, pero lo dificultaba el limitado tiempo disponible. Volvimos al piso a las 16.07 horas. Gene estaba allí, y dio por hecho que Rosie había regresado de forma permanente. El resultado fue una conversación embarazosa.
Al final, Gene dijo:
—Para ser sincero, esperaba que Don volviese solo. Le había preparado una velada emocionante.
Yo también había preparado mi propia velada emocionante.
—Tendremos que reprogramarla. Rosie y yo salimos y no volveremos hasta tarde.
—No es reprogramable —contestó Gene—. Fiesta de despedida de la facultad de Medicina. Empieza a las cinco y media, habrá terminado a las siete. Podéis cenar después.
—No es sólo cenar. Son una serie de actividades.
—Estoy muy cansada, no me apetece hacer nada —repuso Rosie—. ¿Por qué no te vas con Gene y pillas algo para cenar a la vuelta?
—Las actividades son fundamentales. Puedes beber un poco de café si lo consideras necesario.
—Si el avión no hubiese dado media vuelta, no haríamos nada. Tú estarías regresando en un vuelo de Los Ángeles. Así que tan fundamentales no pueden ser. ¿Por qué no me dices qué has planeado?
—Tiene que ser una sorpresa.
—Don, vuelvo a Australia. Supongo que pretendes hacer algo para que cambie de idea o has programado alguna cosa nostálgica que me ponga triste, como ir a la coctelería y preparar cócteles juntos, o comer en Arturo’s o… Te advierto que el Museo de Historia Natural está cerrado.
Su expresión era «sonriente pero triste». Gene se había ido a su habitación.
—Lo siento —añadió—. Dime qué habías planeado.
—Lo que tú has dicho. Sólo te has dejado un elemento. Has acertado el setenta y cinco por ciento, incluido el museo, que descarté por el mismo motivo.
—Supongo que eso demuestra todo lo que hemos conseguido juntos. Finalmente he logrado meterme un poco en tu cabeza.
—Incorrecto. Un poco no. Tú eres la única persona que ha conseguido entenderme. Todo se inició cuando modificaste la hora del reloj para que pudiese preparar la cena según el horario previsto.
—La noche que nos conocimos.
—La noche del Incidente Chaqueta y de la Cena en el Balcón —recordé.
—¿Qué es lo que no he adivinado? —preguntó Rosie—. Has dicho que había acertado el setenta y cinco por ciento. Supongo que el helado.
—Error. El baile.
La fiesta de la facultad de Ciencias de Melbourne, donde Rosie había resuelto el problema técnico de mis aptitudes para el baile, había sido un momento decisivo. Bailar con Rosie había sido una de las experiencias más memorables de mi vida y, sin embargo, nunca la habíamos repetido.
—Ni hablar. ¡Así como estoy! —Me rodeó brevemente con los brazos, para demostrar que su forma modificada habría interferido en los movimientos—. Si hubiésemos salido esta noche, algo se habría torcido. Alguna locura. Estoy segura de que habría sido distinto a lo que habías planeado, pero mejor, y eso es lo que adoro de ti. Aun así, ahora la locura no va a funcionar. No es lo que necesito. No es lo que necesita Bud.
Era extraño, paradójico —¡una locura!—, que lo que Rosie más parecía valorar de mí, una persona sumamente organizada que evitaba las incertidumbres y lo planeaba todo al detalle, fuese que mi conducta generaba consecuencias impredecibles. Pero, si eso era lo que le gustaba, no iba a discutírselo. Lo que iba a discutirle era que abandonase algo que valoraba.
—Incorrecto. Necesitas menos locura, no cero locura. Necesitas una cantidad óptima de locura programada. —Había llegado el momento de explicarle mi análisis y la solución—. Al principio había sólo una relación. Tú y yo.
—Eso es algo simplista. ¿Qué me dices de Phil y…?
—El ámbito sujeto a consideración es nuestra unidad familiar. La suma de una tercera persona, Bud, incrementa el número de relaciones a tres. Una persona adicional triplica el número de relaciones binarias: tú y yo; tú y Bud; Bud y yo.
—Gracias por la explicación. Menos mal que no hemos tenido ocho hijos. ¿Cuántas relaciones habría entonces?
—Cuarenta y cinco, de las cuales las nuestras habrían sumado sólo el cuarenta y cinco por ciento del total.
Rosie se echó a reír. Durante aproximadamente cuatro segundos, pareció como si nuestra relación se hubiese reiniciado. Pero Rosie la había reiniciado en modo seguro.
—Sigue.
—Inicialmente, la multiplicación de relaciones derivó en confusión.
—¿Qué clase de confusión?
—Por mi parte. Con relación a mi función. La Relación Número Dos era la tuya con Bud. Debido a que era nueva, me propuse contribuir mediante recomendaciones para el mantenimiento dietético y personal, algo que tú consideraste, razonablemente, una interferencia. Yo era molesto.
—Intentabas ayudar. Pero yo necesitaba encontrar mi propio camino. Incluso diría que, por una vez, Gene tiene razón: es algo biológico. Las madres son más importantes que los padres, al menos al principio.
—Por supuesto. Pero tu atención concentrada en el bebé ha reducido tu interés en nuestra relación, debido a una simple dilución de tiempo y energía. Nuestro matrimonio se ha deteriorado.
—Ha sido algo gradual.
—Iba bien antes del embarazo.
—Supongo. Pero ahora me he dado cuenta de que tampoco era suficiente. Creo que, de algún modo, ya lo intuía entonces.
—Correcto. Requieres la relación adicional por razones emocionales. Pero no deberías descartar otra relación de calidad sin investigar todas las formas razonables de conservarla.
—Don, cuidar de un bebé no es compatible con la que era nuestra forma de vida. Dormir hasta tarde, salir de copas, hacer que los aviones den media vuelta… Es una vida totalmente distinta.
—Desde luego. Tendremos que modificar el programa. Pero deberemos incorporar actividades conjuntas. Predigo que, sin el estímulo intelectual ni la locura a los que te has habituado, perderás la razón. Y posiblemente adquirirás alguna enfermedad depresiva, como pronosticó Lydia.
—¿Demente y deprimida? Encontraré algo que hacer. Pero no tendré tiempo para…
—Esa es la cuestión. Ahora que vas a estar ocupada con Bud, yo debo hacerme responsable, en su totalidad, de nuestra relación. Organizar actividades, obviamente subordinadas a las necesidades del bebé.
—Las relaciones no pueden ser responsabilidad de una sola persona. Hacen falta dos…
—Incorrecto. Sin duda, tiene que haber el compromiso de todos los participantes, pero una persona puede actuar como impulsor.
—¿De dónde has sacado eso?
—De Sonia. Y de George.
—¿George el de arriba?
Asentí.
—Así que los expertos lo apoyan.
—Es más una cuestión de experiencia que de teoría. Los matrimonios de todos los psicólogos que conocemos han fracasado. O, en tu caso, están en situación de riesgo.
Ese también era un punto débil del consejo de George, pero juzgué que no era útil informar a Rosie de su larga historia conyugal.
—Creo que casi todas las parejas, y sobre todo las que siguen juntas, aceptan que la relación tiene que encajar algunos golpes.
—De los que los participantes nunca se recuperan. —Volvía a basarme en la experiencia de George. Y posiblemente en la de Gene. Y potencialmente en la de Dave—. Mi propuesta es que intentemos retener todo cuanto podamos de nuestra relación interpersonal previa, subordinándola a las necesidades del bebé. Me ofrezco a encargarme de todo el trabajo requerido; sólo tendrás que aceptar el objetivo y ofrecer una cooperación razonable.
Rosie se levantó para prepararse una infusión frutal. Identifiqué el gesto como un código para «Cállate un momento, Don. Tengo que pensar».
Fui a la bodega y me serví una cerveza para gestionar mi propio estado emocional.
Cuando Rosie volvió a sentarse, había llegado a algunas conclusiones perspicaces. Por desgracia.
—Creo que es más importante para ti, Don, porque no has conectado con el bebé. No has hablado de la tercera relación. Sigues centrado en ti y en mí. La mayoría de los hombres transfieren parte de su amor a sus hijos.
—Sospecho que la transferencia llevará un tiempo. Pero, si no te acompaño, tendré cero participación. ¿Me consideras, como padre, peor que cero?
—Don, creo que estás configurado de forma distinta. Funcionó con nosotros dos, pero no creo que estés diseñado para ser padre. Siento expresarlo así, pero creía que, de algún modo, tú llegarías a la misma conclusión.
—Tampoco creías que estuviese configurado para el amor. Te equivocaste. Puede que te equivoques otra vez…
Gene salió de su habitación.
—Siento interrumpiros, pero tengo que ir a esa fiesta de la facultad. ¿No salís?
—No —respondió Rosie.
—Acompañadme, entonces. Los dos.
—Yo me quedo. No me han invitado —dijo Rosie.
—Las parejas están invitadas. Tienes que venir, es tu última noche en Nueva York. Y Don no lo reconocerá, pero también le conviene venir.
—¿De verdad quieres que vaya? —me preguntó Rosie.
—Si no nos acompañas, me quedo en casa —dije—. Quiero aprovechar al máximo el tiempo que le queda a nuestro matrimonio.
Cuando nos preparábamos para irnos, sonó el móvil. No reconocí el número.
—Don, soy Briony.
Tardé unos instantes en recordar quién era Briony. ¡B1! Y B1 nunca contactaba conmigo directamente. Me preparé para un conflicto.
—Me parece increíble lo que has hecho —añadió.
—¿Qué?
—¿No has visto lo del New York Post?
—No lo leo.
—Puedes verlo on-line. No sé qué decir. Ninguna de nosotras se lo habría imaginado.
Abrí la puerta de mi baño-despacho para buscar la página web del New York Post. Rosie estaba sentada en el borde de la bañera, delante de los azulejos de Bud.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté. No estaba siendo agresivo; la pregunta tenía un sentido absolutamente literal.
—He entrado a robarte una pastilla para dormir. Para el vuelo de mañana.
—Los somníferos…
—Stilnox. Principio activo, zolpidem. Tercer trimestre, una pastilla. Sin efectos adversos. Wang, Lin, Chen, Lin y Lin, 2010. Hay más probabilidades de que me haga desnudarme y bailar en el avión que de que dañe al bebé.
Volvió a mirar los azulejos de Bud.
—Don, son increíbles.
—Ya los habías visto.
—¿Cuándo? Nunca entro aquí.
—La noche del parto del ternero Dave. Cuando Gene se cayó en la bañera.
—Vi a mi director de tesis revolcándose desnudo. No tuve tiempo de comprobar el diseño de los azulejos. —Sonrió—. Este es nuestro bebé, Bud, en todas sus semanas de vida, ¿verdad?
—Incorrecto. Es un embrión, feto… bebé en desarrollo genérico. Con la excepción de los azulejos trece y veintidós, que copié de las ecografías.
—¿Por qué no me lo dijiste? Yo mirando imágenes del libro y tú aquí, dibujando las mismas imágenes…
—Me dijiste que no querías comentarios técnicos.
—¿Cuándo dije eso?
—El veintidós de junio. El día posterior al Incidente del Zumo de Naranja.
Rosie me cogió la mano y la estrechó. Todavía llevaba los dos anillos. Debió de notar que los miraba.
—El anillo de mi madre se ha quedado atascado. Es algo pequeño, y supongo que los dedos se me han hinchado un poco. Si quieres el tuyo de vuelta, tendrás que esperar.
Siguió mirando los azulejos, mientras yo localizaba el artículo del New York Post.
«Padre del año: celebra con una cerveza la salvación de su hijo concebido por madres lesbianas».
Era consciente de que con frecuencia los periodistas adolecen de falta de precisión, pero el artículo de Sally Goldsworthy excedía todas las posibilidades de desinformación imaginables.
Don Tillman, catedrático de Medicina australiano invitado por Columbia y principal investigador del vínculo entre el autismo y el cáncer hepático, donó su esperma a dos lesbianas y luego salvó la vida de uno de sus hijos. Con auténtico estilo australiano, el profesor Tillman se tomó una pinta de cerveza para brindar por la cesárea de emergencia que acababa de practicar en su casa de Chelsea, y dijo tener la más absoluta confianza en la capacidad de las dos madres para criar a sus hijos sin él.
Demostró que también había aprendido algo de Estados Unidos:
«Las madres lesbianas no son lo estándar, desde luego. Por consiguiente, no debemos esperar resultados estándar. Además, la búsqueda de la estandarización sería totalmente antiamericana».
Yo aparecía en una foto, posando con mi cuchillo de cocina Santoku, como me había pedido el fotógrafo.
Le enseñé el artículo a Rosie.
—¿Tú has dicho eso?
—Por supuesto que no. El artículo está lleno de errores ridículos. Típicos de la exposición de temas científicos por parte del periodismo popular.
—Me refiero a lo de los resultados no estándar. Suena a ti, pero es tan…
Esperé a que acabase la frase, pero fue incapaz de encontrar un adjetivo que describiera mi afirmación.
—La cita es correcta. ¿Estás en desacuerdo?
—Para nada. Yo tampoco quiero que Bud sea estándar.
Envié el enlace a mi madre por correo electrónico. Insistió en que le remitiese todas mis menciones en la prensa para enseñárselas a nuestros parientes, independientemente de su precisión. Incluí una nota en que afirmaba no haber fecundado a ninguna lesbiana.
—Eso explica por qué mañana volamos en clase business en lugar de estar sentados en Guantánamo —dijo Rosie—. No querían el titular: «La TSA acosa a un cirujano heroico por ser excepcional».
—No soy cirujano.
—No, pero sí eres excepcional. Tenías razón sobre mi fobia a la sangre y las heridas. Debía hacerlo una vez. Formamos un buen equipo, ¿verdad?
Rosie estaba en lo cierto. Habíamos sido un equipo excelente. Un equipo de dos.