13
Nuestro hogar de tres miembros se adaptaba a un horario regular. Después de cenar, Rosie se iba a su despacho, mientras Gene y yo consumíamos ingredientes para cócteles.
—¿Qué pasa? —me preguntó Gene—. ¿Has pedido hora para que te asesoren?
—¿Has deducido eso de la conversación?
—Sólo gracias a mi conocimiento profesional de las sutilezas del discurso humano. Me sorprende que Rosie no te interrogara más a fondo al respecto.
—Creo que tiene la cabeza en otros asuntos.
—Y yo creo que tienes razón. ¿Y bien?
Se me presentaba un dilema. Las preguntas de la EEDP habían absuelto a Rosie del riesgo de depresión posparto, pero sus respuestas habían revelado cierto grado de estrés. ¿Tenía que aumentarlo contándole toda la historia, o bien incumplir la exigencia de Lydia, lo que a su vez derivaría en un informe desfavorable para la policía, mi posible arresto y encarcelación y, por tanto, más estrés para Rosie?
Gene era mi única esperanza. Sus habilidades sociales y su capacidad de manipulación eran más sofisticadas de lo que nunca serían las mías. Quizá se le ocurriese una solución que no me obligara ni a contárselo a Rosie ni a ir a la cárcel.
Le hablé del Incidente del Parque Infantil, recordándole que esa secuencia de acontecimientos se había iniciado debido a su sugerencia. Pareció, en su conjunto, que aquello lo divertía. No me consoló: según mi experiencia, la diversión ajena suele correlacionarse con la vergüenza o el dolor de la persona que la causa.
Gene se sirvió lo que quedaba de Curaçao azul.
—Joder, Don. Lo siento si en cierto modo he contribuido a esto, pero te aseguro que presentarte con un cuestionario completado no va a funcionar. No veo ninguna solución que no implique contárselo a Rosie o ir a la cárcel. —Vi que lo entristecía haber llegado a esa conclusión: como científico, los problemas sin resolver se le antojaban un insulto personal. Apuró su vaso y me lo enseñó—. ¿Tienes algo más?
Mientras yo visitaba la cámara refrigerada, Gene siguió pensando en el problema.
—Bien. Creo que tenemos que tomarnos en serio a esa mujer… Lydia. ¿Cuál es la diferencia entre una asistente social y un rottweiler?
No entendí la relevancia de la pregunta, pero la respondió él mismo.
—El rottweiler te devuelve al bebé. —Se trataba de un chiste, probablemente de mal gusto, pero comprendí que éramos dos colegas bebiendo y que ese era el contexto en que se contaban chistes como aquel—: Joder, Don, ¿qué demonios es esto?
—Granadina. No contiene alcohol. Necesito que mantengas la cabeza despejada. Y estás distrayéndote. Sigue.
—En esencia, debes ir a ver a esa asistente social y debes ir con Rosie. Puedes buscarte una excusa…
—Podría decir que se encuentra mal por el embarazo. Altamente creíble.
—Así sólo ganarías tiempo. Incluso podrías enojarla y provocar que enviase el informe, sin más. No querrás provocar a un rottweiler.
—Creí que habías dicho que las asistentes sociales y los rottweiler son distintos.
—La clave de la comparación es que sólo son «un poco» distintos.
«Un poco distintos…». El concepto me dio una idea.
—Podría contratar a una actriz. Que se hiciera pasar por Rosie.
—Sophia Loren.
—¿Sophia Loren? ¿No es algo mayor?
—Broma. Ahora en serio: el problema es que esa actriz no te conocería lo bastante bien. Imagino que la asistente social se centrará en eso: ¿puede lidiar esta mujer con Don Tillman? Porque tú no eres…
Acabé la frase por él.
—Muy estándar. Correcto. ¿Cuánto crees que tardaría alguien en conocerme bien?
—Yo diría que unos seis meses. Como mínimo. Lo siento, Don, pero creo que contárselo a Rosie es el menor de los males.
Delegué el problema a mi subconsciente una semana más: la Semana 9 de la gestación de Bud. La marca del azulejo que representaba su tamaño medía ahora dos centímetros y medio de largo, y mi dibujo de su contorno algo modificado había mejorado con la práctica.
La idea de la actriz era atractiva y me costaba abandonarla. Estaba bloqueado, incapaz de ver alternativas. Pero Gene tenía razón: no había tiempo para que una desconocida llegase a conocerme lo suficiente para responder a las preguntas complejas de una profesional. Al final, comprendí que sólo podía ayudarme una persona.
Le conté el Incidente del Parque Infantil y que me exigían una evaluación. Intenté dejarle claro que mi prioridad era evitar cualquier factor estresante en la vida de Rosie, y que el cuestionario de la EEDP había indicado que los temores de Lydia eran infundados. No obstante, quise subrayar los riesgos de que no cooperase antes de explicarle qué le pedía exactamente.
—Rosie y yo tenemos que presentarnos para que nos evalúen como padres y seguir sus consejos, o me procesarán, deportarán y prohibirán el contacto con Bud.
Puede que exagerase un poco, pero la imagen del rottweiler evocada por Gene se me había quedado grabada. En las clases de artes marciales no trabajamos el ataque canino.
—Menuda cabrona. Se está pasando mucho de la raya —constató mi interlocutora.
—Es una profesional que ha detectado factores de riesgo. Lo que exige parece razonable.
—Creo que estás siendo muy amable con ella. Lo que, por otro lado, es típico de ti. Bueno, haré cuanto pueda por ayudarte.
Era una respuesta increíblemente generosa. Había estado dudando de si proseguir con mi estrategia, pero el ofrecimiento era claro.
—Necesito que te hagas pasar por Rosie.
Interpreté la expresión de Sonia como de asombro y conmoción. No había discutido el plan con Gene, pero sabía que opinaba que los contables tenían un gran talento para el engaño. Confiaba en que fuese una opinión rigurosa.
—Dios mío, Don. —Sonia sonrió, pero detecté cierto grado de nerviosismo—. Me tomas el pelo. Aunque… sé que no. Oh, Dios. No creo que pueda ser Rosie.
—¿Moralmente o en términos de competencia?
—Ya me conoces. Totalmente inmoral. —No era esa mi impresión de Sonia, pero encajaba con la opinión que Gene tenía de su profesión—. Rosie y yo somos muy distintas.
—Correcto. Pero Lydia no conoce a Rosie. Ni siquiera sabe que es australiana. Lo único que sabe es que estudia Medicina y que no tiene amigos ni familia en Nueva York.
—¿Que no tiene amigos? ¿Y qué me dices de Dave y de mí?
—Sólo te ve por mí. Casi toda su interacción se centra en su grupo de estudios. A veces ve también a Judy Esler. Le interesa sobre todo la conversación intelectual.
—Entonces tendré que retomar mis lecturas. ¿Te apetece un café?
Estábamos en el piso de Sonia y Dave. Aunque era domingo, Rosie había ido a la universidad, contraviniendo la norma del «ocio en fin de semana», y Dave también trabajaba. Sonia afirmaba que su ascendencia italiana la obligaba a tomar café regularmente, y tenía una máquina que elaboraba expresos de mucha calidad. Lo del café me pareció una idea excelente, pero no era la prioridad principal.
—En cuanto resolvamos lo de la suplantación de identidad.
—En cuanto me tome el café.
Cuando volvió con mi expreso doble y su capuchino descafeinado apto para el embarazo, pareció tener un discurso preparado.
—Bien, Don. ¿Es sólo una sesión, nada más?
Asentí.
—¿Y no hay que rellenar formularios ni firmar nada?
—No creo.
No había nada seguro, pero, como Lydia me evaluaba oficialmente a mí como pedófilo, era improbable que informase acerca de Rosie o de nuestra paternidad. Seguramente Sonia tenía razón cuando decía que con aquella conducta Lydia se había «pasado de la raya».
—Bien; lo haré, y por dos motivos. El primero es que has sido maravilloso con Dave. Sé que sería insolvente sin el dinero que recibe de George el Batería. Lo sé.
Dave no sabía que Sonia lo sabía. Se esforzaba mucho para que Sonia no se enterase de los problemas de su negocio. Un esfuerzo ridículo, al fin y al cabo, considerando la profesión de su mujer.
Sonia se terminó el café.
—Pero no quiero que se lo cuentes a Dave —añadió.
—¿Por qué no?
—Porque ya tiene bastantes preocupaciones. Ya conoces a Dave, se preocupa por todo.
Eso era verdad. El motivo del engaño era evitarle estrés a Rosie. Que la solución causara estrés a Dave sería un resultado terrible que podía derivar en un infarto o en un derrame cerebral, a los que ya era propenso debido a su sobrepeso. Pero los secretos se me acumulaban. Y soy pésimo con los engaños. Le prometí a Sonia que lo intentaría, pero que el intento estaría muy por debajo de la capacidad estándar humana para mentir. Estaba claro que necesitaba las aptitudes de Gene, pero sus aptitudes derivaban de su personalidad, que yo no necesitaba para nada.
—¿Cuál es el segundo motivo? —pregunté.
—Poner a esa cabrona en su sitio —dijo Sonia. Rio.
Cuando llegué a casa, Rosie arreglaba flores en nuestros dos jarrones y en el decantador de vino. Llevaba un pantalón corto y una camiseta sin mangas. Su figura no era visiblemente distinta a su perfección habitual.
—Necesitaba descansar de los estudios —me dijo—. Tenías razón, a veces perdemos la perspectiva.
—Excelente idea. Tienes que minimizar el estrés.
—¿Cómo está Sonia? —me preguntó.
—Sonia está muy bien. A Dave se lo ve un poco nervioso con lo de ser padre. Es normal, en los hombres.
Rosie se echó a reír.
—Oye, he estado pensando. Sobre lo que dijiste la semana pasada del asesoramiento. Creo que estuve un poco a la defensiva. Puede que sea una buena idea si crees que lo necesitas.
—No, no. Yo sólo pensaba en ti. Estoy muy confiado. Animado.
—Vale. Bueno, yo también me encuentro bien. Si cambias de opinión, dímelo.
Ocho días antes habría aceptado la oferta de Rosie sin dudarlo. Pero ahora la Solución Sonia parecía mejor. Suponía menos estrés para Rosie, menos riesgos de que se complicara el proceso si ella adoptaba una actitud desafiante, y menos peligro de exponerla a una evaluación negativa de mis aptitudes como padre.
Quedé con Sonia en su lugar de trabajo del Upper East Side. Esperaba combinar la reunión previa a la entrevista con información sobre los avances en tecnología reproductiva. Pero «lugar de trabajo» se tradujo en «cafetería de la esquina».
—No trabajo en los laboratorios. Conocí a Dave porque creía que su empresa nos había cobrado de más.
—¿Y fue así?
—No, Dave se había equivocado con el papeleo. Pero me pareció tan sincero que lo invité a un café. Aquí.
—Lo que llevó al sexo después de tan sólo dos citas.
—¿Dave te ha contado eso?
—¿Es incorrecto?
—Del todo falso. No nos acostamos hasta después de la boda.
—¿Dave me mintió?
Increíble. Dave parecía escrupulosamente sincero.
Sonia se echó a reír.
—No, yo acabo de hacerlo. ¿No lo has notado?
Negué con la cabeza.
—Soy extremadamente crédulo.
Engañar a Lydia, que sin duda estaba acostumbrada a tratar con pícaros que pedían subvenciones, padres que no pagaban la pensión alimenticia o los propios contables de su trabajo, sería más difícil.
—¿Seguro que no le dijiste que Rosie es australiana?
—Le dije que no tenía familia aquí. Ella… tú… puedes ser de cualquier sitio, menos de Nueva York.
—Vale. Pásame ese test para la depresión.
—Puede que Lydia nos aplique otro. He investigado varios. El factor común es que el riesgo de depresión se detecta cuando el encuestado se siente infeliz y ansioso.
—¿No es increíble la psicología? A veces me pregunto para qué les pagan.
—¿Crees que podremos engañarla?
—No te preocupes, Don. El truco consiste en mentir sólo en lo imprescindible. Tú serás tú, yo seré yo, salvo por el nombre. Soy feliz. Y completamente normal.
Estuve a punto de no reconocer a Sonia en el enorme vestíbulo del hospital Bellevue. Sólo la había visto con ropa de trabajo y, en ocasiones sociales, con vaqueros. Llevaba una falda larga estampada y una camisa blanca de volantes, lo que en conjunto le daba un aspecto de bailarina folclórica. Me saludó efusivamente.
—Ciao, Don. Un día precioso, ¿verdad?
—Suenas rara. Como una humorista que se hace pasar por italiana.
—¡Soy italiana! Sólo llevo un año en la ciudad. No tengo familia aquí, como le dijiste a la dama. Pero ¡soy muy feliz! ¡Por el bambino! —Dio una vuelta sobre sí misma, y la fuerza centrífuga hizo que la falda se desplegara. Rio.
Los abuelos paternos de Sonia eran italianos, pero ella no hablaba el idioma. Si Lydia traía un intérprete, tendríamos problemas. Le recomendé a Sonia que sutilizara el acento. Pero era una idea brillante crear una Rosie extranjera sin imitar el acento australiano, que no hubiese resultado creíble comparado con el mío.
—Siento apartarte de los estudios —dijo Lydia, después de indicar que nos sentáramos—. Debes de estar muy ocupada.
—Siempre estoy ocupada —dijo Sonia. Miró su reloj.
Me impresionó su actuación.
—¿Cuánto tiempo llevas en Estados Unidos?
—Desde que empecé Medicina. Vine aquí a estudiar.
—Y antes, ¿qué hacías?
—Trabajaba en una clínica de reproducción asistida en Milán. Fue entonces cuando me interesé por la Medicina.
—¿Cómo os conocisteis Don y tú?
¡Desastre! Sonia me miró. Yo miré a Sonia. Si uno tenía que inventar una historia, mejor que fuese ella.
—En Columbia. Don es mi profesor. Todo pasó prontissimo.
—¿Para cuándo lo esperas?
—Diciembre. —Esa era la respuesta correcta para Sonia.
—¿Habías planeado lo de quedarte embarazada tan rápido?
—Cuando trabajas en la reproducción asistida, comprendes lo maravilloso que es tener hijos. Creo que soy muy afortunada.
Sonia se había olvidado del acento. Pero sonaba muy creíble.
—¿Piensas aplazar los estudios cuando nazca la criatura?
Era una pregunta peligrosa. Sonia —la auténtica Sonia— iba a dejar el trabajo durante un año; eso estresaba a Dave, por el impacto que supondría en sus ingresos. Si Sonia respondía como ella y no como Rosie, yo me vería obligado a actuar como Dave por una cuestión de coherencia, y sin duda no quedaría muy convincente. Era mejor que Sonia diese la respuesta que daría Rosie, y, como ella no la conocía, decidí responder yo.
—Rosie no piensa interrumpir sus estudios.
—¿Nada?
—Una semana como mínimo. Puede que más.
Lydia miró a Sonia.
—¿Una semana? ¿Sólo estarás una semana de baja por maternidad?
La evidente sorpresa y desaprobación de Lydia encajaba con el consejo de Borenstein. La sorpresa de Sonia encajaba con el hecho de que ella no era Rosie y había planeado hacer toda la baja. Todos estábamos de acuerdo en ese aspecto… salvo Rosie, ausente en la sala. Intenté exponer su postura.
—El nacimiento de un bebé supone el mismo trastorno que una infección respiratoria leve.
—¿Crees que tener un hijo es como tener un resfriado?
—Sin el aspecto nocivo. —La analogía de Rosie había fallado en ese punto—. Se parece más a tomarse una semana libre para asistir a las finales de béisbol.
Sonia me dirigió una sonrisa extraña; sin duda, la referencia al béisbol se debía a que mi subconsciente pensaba en Dave.
Lydia cambió de tema.
—Si Rosie estudia a tiempo completo, Don es el único que mantiene a la familia.
Rosie odiaría que respondiese «sí». Esa respuesta había sido verdad hasta hacía poco.
—Incorrecto. Trabaja en un bar, por la noche.
—Supongo que lo dejará, en algún momento.
—Ni hablar. Le parece fundamental contribuir a la economía doméstica.
Como Sonia había señalado, era posible decir la verdad casi todo el tiempo.
—¿Y cuál consideras que es tu papel?
—¿Respecto a qué?
—Según veo, si Rosie estudia a tiempo completo y trabaja a tiempo parcial, quizá tendrás que ayudarla con el bebé.
—Lo hemos hablado. Rosie no necesita ninguna ayuda.
Lydia se dirigió a Sonia.
—¿Estás de acuerdo con eso? ¿Es lo que tú opinas?
Me había olvidado temporalmente de que Sonia era una Rosie virtual y había hablado de Rosie como de alguien ajeno a nuestra conversación. Esperaba que Lydia no lo hubiese notado. Pero la respuesta que debía dar Sonia era un simple «sí». Lydia tendría una historia coherente; coherente con la mía, coherente con lo que Rosie deseaba para ser feliz, coherente con la realidad.
—Bueno…
—Antes de responder, háblame un poco de tu familia. ¿A tu madre se le permitía opinar?
—La verdad es que no. Mi padre decidía lo que ella decía y hacía.
—¿Eran muy tradicionales, entonces?
—Si te refieres a que mi padre iba a trabajar, volvía a casa, nunca cocinaba y esperaba la comida en la mesa mientras mi madre, que tenía diabetes, cuidaba de cinco hijos, sí, eran muy tradicionales. La tradición era la excusa.
El acento italiano había desaparecido. A Sonia se la veía enfadada.
—Pues parece que estás a punto de seguir sus pasos.
—Lo parece, ¿verdad? Todo giraba en torno al trabajo de mi padre. Oh, qué trabajo tan duro. Durísimo. Bueno, ¿pues sabes qué? No me he casado con mi padre. Espero algo más de Dave.
—¿Dave?
—Don.
Siguió un silencio. Probablemente Lydia estuviera replanteándoselo todo debido al error de Sonia, para llegar a la conclusión inevitable de que era una impostora. Necesitaba una explicación para el desliz del nombre. Pensé a toda velocidad. La solución que se me ocurrió era tan elegante que superó mi aversión natural a mentir.
—David es mi segundo nombre. Como mi padre también se llama Donald, a veces me llaman Dave. Para evitar confusiones.
La idea me había venido porque mi primo se llama Barry, igual que su padre, por lo que en la familia todos lo llamamos por su segundo nombre, Victor.
—Bueno, Don-Dave, ¿qué opinas de lo que Rosie acaba de decir?
—¿Rosie?
Ahora sí que estaba confundido. Sonia, Rosie, Don, Dave, Barry, Victor, que era también el nombre de mi abuelo. El padre de mi padre. Y yo también estaba a punto de ser padre. De una criatura con un nombre provisional.
—Sí, Donald-David. Rosie. Tu esposa.
Con algo de tiempo, podría haberlo solucionado. Pero, con Lydia mirándome, di la única respuesta factible.
—Tengo que procesar esta nueva información.
—Pues cuando la hayas procesado, pide otra hora de visita.
Lydia agitó el informe de la policía. Nos despidió. El problema no se había resuelto.
Como Sonia debía volver al trabajo, recapacitamos sobre lo sucedido en el metro.
—Tengo que contárselo a Rosie.
—¿Y qué le dirás a Lydia? ¿«Hola, esta es la auténtica Rosie. Soy un farsante, además de un pedófilo y un vago insensible»?
—No se ha mencionado la holgazanería ni la insensibilidad.
—Si fueras un poco más sensible, lo habrías captado.
Llegamos a la parada de Sonia, pero yo también me apeé. Evidentemente se trataba de una conversación crítica, en ambos sentidos del término.
—Lo siento, estoy enfadada conmigo. La he pifiado. No me gusta pifiarla.
—El uso accidental del nombre de Dave es totalmente comprensible. Yo he tenido que concentrarme mucho para no llamarte Sonia.
—No es sólo eso. Las cosas entre Dave y yo no van como esperaba. Lo hemos intentado tanto tiempo… Y ahora él… bueno, no muestra mucho interés, precisamente.
Yo sabía por qué. Dave estaba estresado por el trabajo y la posible quiebra de su negocio, y eso obligaría a Sonia a trabajar pese a sus planes, a rechazar a Dave como pareja adecuada, a divorciarse, a distanciar a Dave de su hijo, y provocaría en él que toda su vida careciera de sentido. Habíamos revisado esa secuencia de posibles acontecimientos en múltiples ocasiones.
Por desgracia, no podía contárselo a Sonia, pues eso tal vez aceleraría el proceso más aún. Ahora ella identificaba otro camino que quizá llevaba a la misma conclusión.
—He estado leyendo de todo, intento hacer todo lo que toca, y Dave actúa como si mi embarazo no tuviese nada que ver con él. ¿Sabes qué hizo anoche?
—¿Cenó y se acostó? —Me parecía la alternativa más probable.
—No podrías haberlo expresado mejor. Preparé una receta con siete de los diez alimentos esenciales de la dieta prenatal. La tenía en la mesa cuando llegó, y ¿sabes qué había hecho? Se había comprado una hamburguesa. Una hamburguesa doble con queso, beicon y guacamole. Se supone que está a régimen.
—¿Tenía tomate y hojas verdes?
—¿Qué?
—Estoy enumerando los alimentos esenciales de la dieta prenatal.
—Se sentó y se la zampó delante de mí. Después se acostó. ¡Fue tan desconsiderado!
Pensé que era mejor no responder. Dave intentaba salvar su matrimonio, y eso lo llevaba a trabajar más, a padecer más estrés, a consumir hamburguesas y a estar agotado, y eso lo llevaba a sufrir problemas matrimoniales y de salud. Más material que procesar.
No hablamos durante el trayecto a pie desde el metro hasta el centro de reproducción asistida. Inexplicablemente, Sonia hizo ademán de abrazarme, pero se acordó a tiempo de mi aversión al contacto físico.
—No le digas nada a Dave. Lo superaremos.
—¿Puedo contarle esa parte, la de que lo superaréis? Tal vez él también esté preocupado por vuestro matrimonio.
—¿Te lo ha dicho?
—Correcto.
—Oh, Dios. Todo es tan difícil…
—Coincido. La conducta humana es sumamente desconcertante. Le contaré a Rosie lo de Lydia esta noche.
—No se lo cuentes. Ha sido todo culpa mía, y no quiero ser responsable de disgustar a Rosie. Parece como si ya llevara el peso del mundo a sus espaldas. La próxima vez nos saldrá bien.
—No estoy seguro de lo que tenemos que hacer.
—Lydia y yo pensamos lo mismo. Tienes que replantearte lo de ayudar a Rosie. Por muy independiente que sea, necesita tu ayuda.
—¿Por qué iba Rosie a mentir?
—No miente, al menos no deliberadamente. Pero se cree Superwoman. O quizá crea que no quieres ayudarla… O que no puedes.
—¿Así que debo demostrar que contribuyo al proceso del embarazo?
—Apoyo. Interés. Estar presente. Eso es todo lo que Lydia y yo buscamos. Y… ¿Don?
—¿Quieres preguntarme algo?
—¿Cuántos alimentos esenciales tenía la hamburguesa? Había lechuga y tomate en las dos.
—Ocho. Pero…
—Nada de peros.
Esta vez sí que me abrazó. Me quedé muy quieto, y el contacto duró poco.