33
Cuando Rosie volvió de la ducha vestida con una muda limpia, Lydia y yo estábamos en el sofá.
—¿Quién eres? —preguntó Rosie a Lydia. Detecté un nivel leve de agresividad.
—Soy asistente social. Lydia Mercer. He venido a ver a Don y Rosie, y entonces ha ocurrido todo esto…
—Don no me había comentado nada. ¿Qué pasa?
—No creo que sea de recibo hablarlo con… ¿Acabas de darte una ducha? Creía que habías venido con los de la ambulancia. El primer equipo. Con el catedrático alto.
Aquella era una forma extraña de describir a Gene, que es cinco centímetros más bajo que yo y, por tanto, aproximadamente tan alto como Lydia. Mi terapeuta parecía confundida. ¿Por qué iban a incluir a un catedrático en un equipo de urgencias sanitarias?
—Gene se ha ido con el grupo de música, pero volverá. Vive aquí —aclaré.
—Me llamo Rosie —dijo Rosie—. Yo también vivo aquí. Por lo que espero que no te moleste que use la ducha.
—¿Te llamas Rosie?
—¿Eso supone un problema? Acabas de decir que has venido…
—No… Es sólo una coincidencia… La mujer de Don… Don-Dave… también se llama Rosie.
—No hay ninguna Rosie II —expliqué—. Sólo los George están numerados.
—Soy la esposa de Don. ¿Te parece bien?
—¿Tú eres su esposa? —Lydia se volvió hacia mí—. Tengo que hablar contigo en privado, Don-Dave.
Supuse que Lydia había llegado a la conclusión de que yo tenía dos esposas, ambas llamadas Rosie, ambas embarazadas y ambas alojadas en la misma casa, apodadas Rosie I y Rosie II para evitar confusiones. Eso era improbable, pero también lo era que la verdadera situación se diese por azar. ¡Claro que no! Tardé unos instantes en darme cuenta de la causa de su confusión. Yo, Don Tillman, había tejido una red de engaños. Increíble. Afortunadamente, ya no tenía sentido seguir mintiendo. Y ahora Lydia podía asesorarme basándose en su evaluación de la auténtica Rosie.
—La privacidad no será necesaria —indiqué.
Empecé a contar la historia a las dos. En detalle. Rellené el vaso de Lydia, luego el mío y también le serví uno a Rosie, lo que justifiqué basándome en tres hechos:
1. Estaba en el tercer trimestre de embarazo, y el riesgo de que pequeñas cantidades de alcohol dañaran al feto era mínimo, como demostraban las investigaciones a las que Rosie había aludido en el pasado reciente.
2. El contenido de alcohol de la ale inglesa es menor que el de la lager estadounidense o australiana.
3. Rosie había dicho «Necesito beber algo» con una expresión que indicaba que le sucedería algo malo si no satisfacía dicha necesidad.
Gene volvió cuando yo llevaba aproximadamente veinte minutos de historia, en la que Rosie intercalaba sus peticiones habituales de «resumen» y «ve al grano» con expresiones blasfemas de asombro.
—Puedes unirte a la conversación —dijo Lydia—. ¿De qué eres catedrático?
—Soy director del departamento de Psicología de la universidad más prestigiosa de Australia y actualmente ejerzo de investigador en Columbia.
La declaración de Gene era correcta, pero no respondía a la pregunta, cuya respuesta concreta y precisa habría sido «de genética». ¡Y era a mí a quien se acusaba de dar detalles innecesarios!
—Bueno, está bien contar con algo de apoyo profesional. Permite que resuma lo que Don ha dicho hasta ahora. No es ninguna novedad para mí, pero, al parecer, sí lo es para Rosie.
—No es necesario —informé—. Gene está al corriente del Incidente del Parque Infantil y de la necesidad de una evaluación psicológica.
Rosie miró a Gene. No parecía feliz.
—Juré guardar el secreto —se excusó él—. Don no quería preocuparte.
Seguí con la historia.
—Entonces le pedí a Sonia que se hiciera pasar por Rosie.
Esta parte no se la había contado a Gene. Él creía que se habían desestimado las acusaciones después de mi primera sesión con Lydia. Otro componente de la red de engaños.
Las reacciones de Rosie, Gene y Lydia variaron en intensidad y detalle, pero todas fueron una variante de «¿Que hiciste qué?».
—Espera, espera, espera —interrumpió Lydia, e inmediatamente señaló a Rosie—. ¿Estás diciendo que ella es tu esposa? ¿Rosie es Rosie?
Esta pregunta podía responderse con cero contexto. Era la más simple de las tautologías, y que lo preguntara era un indicador de la confusión de Lydia. Rosie también había afirmado explícitamente que era mi esposa.
Gene aprovechó para hacerse el ingenioso.
—Una Rosie es una Rosie es una Rosie —soltó.
Intenté ayudar.
—Sólo hay una Rosie relevante para esta historia. Es pelirroja. Es mi esposa. Tengo exactamente una esposa. Es esta.
—¿Quién es Sonia, entonces? —preguntó Lydia.
Eso era fácil.
—Has conocido a Sonia. En estos momentos está de parto.
—No, ¿quién es de verdad? ¿Contrataste a una aldeana italiana…?
—Es la esposa de Dave.
—¿Dave?
—Oh, Dios. Tenemos que llamar a Dave. Estaba tan concentrada en no pifiarla que me he olvidado de Dave —dijo Rosie.
—Pero ¿Dave? —preguntó Lydia—. ¿Hay otro Dave? ¿Tu padre? Yo creía que también se llamaba Don.
—Ya lo he llamado —informé.
—Esto se pone surrealista —dijo Gene—. Ahora nos fiamos de Don para que se encargue de los asuntos personales.
Nos estábamos desviando del tema. Había distracciones por todas partes. Mensajes de texto, Lydia, que miraba el reloj, Gene, que preguntaba a Lydia por qué miraba el reloj.
—¿Tienes que ir a alguna parte?
—La verdad es que no, pero necesito comer algo. Intuyo que esto va para largo.
—Pediré unas pizzas —contestó Gene.
Mientras él hablaba por teléfono, llamaron a la puerta. Eran la joven periodista y el fotógrafo que habían entrevistado a los Dead Kings: Sally y Enzo.
—Sentimos interrumpir —dijo Sally—. Queríamos saber cómo está la señora que se han llevado al hospital. Y… parece que hay una buena historia si os apetece contarla.
—No, si eso implica que Don tenga que volver a empezar —dijo Gene, ya de vuelta. Guardó silencio un instante y luego añadió—: Pero como de todos modos voy a pasar aquí la noche… pediré también pizza para vosotros.
—No nos quedaremos mucho tiempo —dijo Sally.
—Eso es lo que creéis —respondió Gene—. ¿Pizzas Margarita y Pepperoni para compartir, tamaño familiar?
Aunque Sally la periodista estaba obsesionada con los detalles de la Emergencia Sonia, yo recordé la inquietud de Rosie y B1 por la tergiversación del Proyecto de las Madres Lesbianas. Me parecía mucho más importante que informase a sus lectores de una investigación importante que de un ejemplo aislado de complicaciones obstétricas. Sin embargo, a pesar de que hice cuanto pude por narrar ambas historias con precisión, adaptándome a las frecuentes peticiones de Sally de que omitiese los detalles, sospeché que la periodista no acababa de entender el alcance de los acontecimientos. Rosie se pasó la mayor parte del tiempo al teléfono.
En cuanto Sally y Enzo se fueron, reanudé la conversación con Lydia, Rosie y Gene. La había clasificado de muy importante, pero no de una urgencia tal que me obligara a rechazar la entrevista de prensa. Tendría que realizar un ajuste horario a tiempo real para mantener la cordura.
—He intentado ponerme en contacto con Dave —explicó Rosie.
—¿Por qué?
—Para saber qué les ha pasado a Sonia y al bebé, por eso.
—Cesárea de emergencia, tal como se había pronosticado. Ningún daño permanente para ninguna de las partes implicadas.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Mensaje de texto de Dave, hace ciento treinta y ocho minutos.
—¿Y por qué no lo has dicho?
Le recordé el tema de las prioridades. Ahora podía reanudar mi narración del Engaño Psicoterapéutico.
—¿Niño o niña? —preguntó Rosie.
—Sexo masculino, creo. —Comprobé el mensaje—. No, femenino.
Era un detalle que podía haber esperado hasta más tarde. La diferencia no importaría hasta pasados varios años.
—Un momento, ¿por qué Sonia hizo todo esto por ti? Podría haberse metido en un buen lío. Y aún puede —dijo Lydia.
Evidentemente, la última afirmación era una amenaza, pero incluso yo veía que a Lydia le faltaba convicción.
—Para compensar la ayuda que yo había prestado a Dave, su marido. Lo que hice fue necesario para evitar la quiebra de su negocio. Fue necesario, pero no suficiente. Los sistemas administrativos e informáticos de Dave también se demostraron inadecuados. Su procedimiento para la generación de facturas…
Rosie me interrumpió.
—¿Dave tiene problemas con el negocio?
—Tenía. He conseguido solucionar todos los problemas. Salvo la falta de tiempo; Dave no tiene tiempo para ocuparse de los temas administrativos. He adquirido una Hewlett Packard multifunción y he reconfigurado…
Ahora le tocaba interrumpir a Gene.
—El sistema administrativo de Dave es muy interesante, pero deberíamos centrarnos en la prioridad Número Uno: a Don se le ha metido en la cabeza que no conseguirá ser un buen padre. Y que Rosie está mejor sin él. Y Rosie ha tomado nota y cree que Don no quiere ser padre. Eso es una chorrada. Don puede hacer cualquier cosa que se proponga. ¿Verdad, Lydia?
—Técnicamente, sin duda —contestó Lydia—. Lo que me preocupaba era que entendiese las necesidades ajenas y que fuera capaz de dar apoyo.
—¿Como entender que el negocio de su amigo estaba a punto de quebrar y que en tal caso todo se desmoronaría, matrimonio incluido? ¿Y luego solucionarlo?
—Estoy hablando en el plano emocional…
—Sólo facilito consejo práctico —intervine—. Evito los temas emocionales.
—Yo evito dar consejo alguno —dijo Lydia—. Eso es algo que tendréis que solucionar vosotros.
—No tan rápido, Lydia —objetó Gene—. Don dejó a Rosie porque tú le dijiste que no era bueno para ella. Tomó una decisión que le ha cambiado la vida basándose en tu consejo.
—En respuesta a una situación ficticia. Una contable que se hacía pasar por aldeana italiana, que a su vez se hacía pasar por una estudiante australiana de Medicina.
Corregí la simplificación de esa situación ficticia.
—Me diagnosticaste como inadecuado antes de conocer a Sonia.
Lydia se dirigió a Gene.
—Estaba preocupada. Lo conocía de antes. De una comida.
Rosie se levantó. Identifiqué enfado.
—¿Comiste con Don? ¿Y luego lo trataste como paciente? ¿Cuándo comiste con él?
—Con mi amiga Judy Esler.
—«Mi» amiga Judy Esler, querrás decir. ¿En el restaurante japonés de fusión, en Tribeca? ¿Así que tú eres la cabrona que diagnostica autismo a la mínima? ¡Joder!
—¿Judy me ha llamado eso?
Lydia se levantó, y entonces Gene se levantó y puso una mano en el hombro de Rosie y la otra en el de Lydia.
—Escuchemos a Lydia primero. Está visto que no es la única que se ha pasado de la raya.
Lydia se sentó.
—Veréis, sé que mi conducta en el restaurante estuvo fuera de lugar. Don me irritó. Me involucré porque lamentaba que Rosie… Sonia… lamentaba que cualquier mujer tuviese un hijo con un hombre que no se implicaba.
Rosie también se sentó.
—Después de todo esto —siguió Lydia— no me preocupa que Rosie sufra psicosis o depresión y que nadie se entere. Si me hubieses dicho que había un eminente catedrático de Psicología, un observador formado, viviendo en la casa —sonrió a Gene, y este le devolvió la sonrisa—, no me habría involucrado.
Parecía que el problema estaba resuelto. Pero Lydia no había acabado.
—Yo no soy la terapeuta de Don. Pero vosotros, los dos, vais a enfrentaros a algunos retos. Por supuesto, no creo que Don sea peligroso y no pongo en duda que haya hecho muchas cosas buenas por sus amigos, pero es…
Le ahorré a Lydia el problema de encontrar palabras diplomáticas.
—No exactamente estándar.
Lydia rio.
—Espero que tengáis suerte si lo intentáis. Sois inteligentes, pero criar un hijo no es fácil para nadie. Y olvídate de toda esa mierda de psicología evolutiva que te ha soltado ese idiota amigo tuyo.
La mierda de psicología evolutiva probablemente era la información sobre compatibilidad sexual que les había proporcionado el día del Incidente del Atún Rojo.
—¿Cómo vas a casa? —preguntó la persona a quien Lydia acababa de llamar mi «amigo idiota».
—En metro.
—Te acompaño. Parece que tenemos un problema común con estos genetistas que creen saberlo todo de la conducta humana.
Rosie y yo nos quedamos solos en el piso. Había sobrado algo de pizza. Saqué el plástico de envolver, y Rosie hizo ademán de cogerlo. No se lo di, y con un movimiento estudiado —estudiado muy a fondo— arranqué de un solo trazo una lámina del tamaño perfecto y envolví la pizza.
Rosie miraba. No había dicho ni una palabra desde que había identificado a Lydia como el objeto de las críticas de Judy Esler.
—No hace falta que vuelvas a casa de Dave esta noche; pero sabes que tengo un billete para volar mañana a Australia, ¿verdad?
—¿La evaluación de Lydia no te ha hecho cambiar de opinión?
—¿Y a ti?
—Mi razón para irme fue que me consideraba un negativo neto en tu vida. Lo que se basaba principalmente en que Lydia me había evaluado como padre inadecuado.
—Don, está visto que Lydia se equivocó. Es todo lo contrario. Seguramente eres el mejor padre del mundo… para la compañera adecuada. Lo sabes todo. De dieta y de ejercicio, qué cochecito comprar. Sabes cosas del prolapso del cordón umbilical que yo, estudiante de Medicina, ni conocía siquiera. Discutiríamos constantemente, y tú tendrías razón constantemente. Como siempre.
—Incorrecto. Yo…
—No me des tu contraejemplo. Estoy segura de que alguna vez te habrás equivocado. Hablo en general. Quiero estudiar, y querer y criar a mi hijo sin que tú me digas qué debo hacer. No quiero ser sólo un par de manos, como esta noche. —Rosie se levantó y se puso a andar por la habitación—. Ni tampoco una parte más de tu Proyecto Bebé. Quiero tener una relación con mi hijo que sea mía, propia.
—¿Crees que mi aportación se opondría a la tuya?
Claudia estaba en lo cierto. Rosie quería una nueva relación perfecta, sin interferencias.
Fue a la cocina y puso agua a hervir. Se iniciaba el ciclo nocturno del chocolate caliente. Aproveché esos instantes para intentar elaborar un argumento que convenciese a Rosie de quedarse en Nueva York. Pasaron aproximadamente seis minutos antes de que volviera a la zona de la sala.
—A lo mejor no discreparíamos en nada, pero eso también sería un problema. Ahora no tengo más función que la de ser madre. Y tú no pararías de intervenir y hacerlo mejor. Incluso a media jornada. Intentar no cagarla como madre ya es bastante difícil sin tener una pareja que te recuerda constantemente que te equivocas.
—Quizá pueda transferirte mis conocimientos, en lugar de aplicarlos directamente.
—¡No! A lo mejor estoy siendo demasiado amable y te estoy haciendo quedar como un Superpapá, pero la paternidad es más que teoría. Los bebés necesitan algo más que un pañal bien colocado.
—¿Te vas a Australia definitivamente? ¿Sin mí?
—Don, no quería volver a mencionarlo, pero ya te lo dije: hay alguien más. Es la decisión más difícil que he tomado en la vida. Hasta he creado una hoja de cálculo.