21

El Curso para Buenos Padres tendría lugar el miércoles 9 de octubre en el Upper West Side. Al igual que con la Evaluación de Pedofilia, me sorprendió cuánto se tardaba en dar apoyo a una persona potencialmente peligrosa.

Le dije a Rosie que había organizado una Noche de los Chicos, y, con el objetivo de minimizar el engaño, llamé a Dave y lo invité a participar (Gene estaba cenando con Inge, una vez más).

—Voy muy atrasado con el trabajo —me respondió Dave—. Tengo una montaña de papeles así de alta.

Obviamente me era imposible ver el gesto con que Dave indicaba la altura de la montaña, pero contaba con un argumento convincente para contrarrestarlo.

—Recomiendo que tomes la iniciativa y hagas algo relacionado con la paternidad. Sonia está decepcionada por tu falta de interés. Lo considera el resultado de tu obsesión por el trabajo, que ahora mismo me estás demostrando.

—¿Te ha dicho eso? ¿Cuándo?

—No me acuerdo.

—Don. Tú haces muchas cosas, pero olvidar no es una de ellas.

—Tomamos café.

—No me lo ha dicho.

—Posiblemente porque no le preguntaste. O porque estabas demasiado ocupado trabajando. Nos vemos a las dieciocho y cuarenta y siete en el andén de la estación de la calle Cuarenta y dos, línea A dirección norte, y asistimos juntos. He calculado un trayecto de trece minutos hasta el punto de reunión.

—Muy propio de ti.

La clase se realizaba en una sala adyacente a una iglesia. Además de Dave y un servidor, había otros catorce hombres, el profesor incluido: edad aproximada cincuenta y cinco, IMC de 28, aspecto destacable por la combinación de calvicie frontal con cabello muy largo, además de barba. La noche era cálida, y el profesor vestía una camiseta que dejaba al descubierto una considerable inversión en tatuajes.

Se presentó a la clase como Jack y explicó que había sido miembro de un club de motoristas; también había estado una temporada en la cárcel, y en cierta ocasión había mostrado mala actitud hacia las mujeres. Fue un discurso muy largo, pero estaba claro que omitía información importante. Supuse que pecaba de modestia. Cuando preguntó si había preguntas, levanté la mano.

—¿Cuál es su formación académica?

Se echó a reír.

—La universidad de la vida. La escuela de los palos.

Me habría gustado recibir más información acerca de aquellas disciplinas, pero no quería acaparar el tiempo reservado a las preguntas. Sin embargo, resultó que nadie más preguntó nada, y llegó el turno de las presentaciones. Todos facilitaron únicamente sus nombres. Debido a que los asistentes apenas farfullaban, Jack tuvo que pedirles que repitieran su nombre antes de conseguir localizarlo en la lista. Cuando le tocó a Dave, Jack negó con la cabeza.

—No te han apuntado. Pero no te preocupes, la joden con la lista todo el tiempo. Deletrea tu nombre, despacio.

Dave le facilitó la información.

—Bechler. ¿Yugoslavo?

—Serbocroata, creo. Parientes muy lejanos.

—Tenemos bastantes serbios. Será algo genético. No es que quiera fomentar los estereotipos, pero… ¿Hay más serbios por aquí?

Nadie levantó la mano.

—¿Tu mujer está embarazada?

—Sí.

—¿Quién te ha dicho que vinieras?

Dave me señaló. Jack me miró un momento.

—¿Tú eres su colega?

—Correcto.

—¿Lo has traído porque crees que le conviene?

—Correcto.

—Buena jugada, Don. Si todos cuidásemos de nuestros colegas como Don, habría menos madres en Urgencias y menos bebés muertos a manos de hombres que nunca podrán volver a mirarse al espejo.

Dave pareció más aterrorizado que el hipotético bebé.

—Bien, todos estáis aquí por alguna razón, incluido Dave. Todos le habéis hecho algo a alguien de lo que os arrepentís. Quiero que lo contéis, y quiero saber qué sentís al respecto. ¿Quién será el primero?

Silencio. Jack se volvió hacia Dave:

—Dave, parece que…

Lo interrumpí. Debía evitar que desenmascarasen a Dave como impostor no violento.

—Deseo empezar.

—Bien, Don. Cuéntanos qué has hecho.

—¿Por qué incidente empiezo?

—Parece que en tu caso ha habido unos cuantos…

«Unos cuantos» era una expresión apropiada. Había experimentado tres en mi vida adulta, pero recientemente su frecuencia se había incrementado.

—Correcto. Dos el mes pasado. Provocados por el embarazo.

—Mejor no, Don. Tal vez son demasiado recientes para tratarlos ahora. Retrocede un poco. Cuéntanos algo del incidente sobre el que has tenido más tiempo para reflexionar. ¿Comprendes lo que te digo?

—Por supuesto. Sugieres que el análisis de acontecimientos recientes puede adolecer de la ausencia de un contexto más amplio y verse enturbiado por las emociones.

—Sí. Exacto. Mejor retrocede más.

—Yo estaba en un restaurante. Criticaron mi atuendo. Se produjo un altercado que fue subiendo de tono, y dos miembros del personal de seguridad intentaron inmovilizarme. Respondí con la fuerza necesaria mínima para neutralizarlos.

Uno de los hombres me interrumpió.

—¿Cascaste a dos gorilas?

—Eres australiano, ¿no? —Eso lo dijo otro alumno—. ¿Cascaste a dos gorilas australianos?

—Correcto y correcto. Los neutralicé en defensa propia.

—Dos tipos se meten con tus trapos y ¡pam! ¡Pam, pam, pam!

El estudiante acompañó los «pam» con la ejecución de varios puñetazos.

—Los «pam» fueron innecesarios. Usé un derribo de bajo impacto seguido de una inmovilización simple.

—¿Judo?

—Aikido. También soy experto en kárate, pero el aikido es más seguro en estas situaciones. También utilicé aikido para defenderme del vecino que me estropeó la ropa…

—¡No os metáis con los trapos de este tipo! —El estudiante rio.

—… y con el agente de policía que intentó esposarme.

—¿Curraste a la pasma? ¿Aquí? ¿En Nueva York? ¿Y dónde estaba el otro poli?

Jack nos interrumpió.

—Supongo que eso tuvo consecuencias para Don. Ganase quien ganase, a ti te arrestaron, ¿verdad?

—Correcto.

—¿Y después?

—Desastre total. Amenaza de acciones penales, deportación, prohibición de ver a mi hijo, restricciones para trabajar con niños, asistencia terapéutica obligatoria… Y la necesidad de engañar a mi esposa, que está estresadísima, lo que tiene consecuencias impredecibles.

—Te daba vergüenza contarle a tu mujer lo que habías hecho, ¿verdad? Y te metiste en más líos.

Asentí. Aunque mi justificación para no contárselo a Rosie era protegerla del estrés, había algo de verdad en la observación de Jack.

Jack se dirigió al grupo.

—Ahora no parece tan listo, ¿no creéis? Nos cabreamos y la jodemos. ¿Por qué? ¿Qué es lo que nos cabrea?

Una vez más, nadie levantó la mano. Sentí empatía hacia Jack. Era la primera clase del semestre con nuevos alumnos. Como profesor que también era, consideré que debía ayudarlo.

—Para entender la ira —empecé—, en primer lugar, es necesario entender la agresividad y su valor evolutivo. —Continué aproximadamente durante un minuto. No había llegado siquiera a explicar la evolución posterior y la interiorización de la ira como emoción, cuando Jack me detuvo.

—Es suficiente por ahora, profesor. —El uso del título formal me pareció alentador. Sin duda, yo era el alumno más destacado y no veía competencia—. Vamos a tomarnos un descanso, y después pediré la participación de los demás. Don, ya te has ganado la medalla y puedes cerrar el pico, joder.

Todos rieron. Yo volvía a ser el payaso de la clase.

La mayoría de los alumnos salieron del aula, y la necesidad de la pausa se hizo evidente: varios de ellos, incluido Jack, eran adictos a la nicotina. Me quedé en el patio, tomándome un café soluble con Dave.

Uno de los alumnos, un hombre de unos veintitrés años e IMC aproximado de 27, más debido al músculo que a la grasa, se nos acercó, tiró el cigarrillo y lo pisoteó con la bota.

—¿Me enseñas unos movimientos? —preguntó.

—Volveremos a entrar en breve —respondí—. El ejercicio nos acalorará, y las consecuencias serán incómodas y desagradables para los demás.

El joven ejecutó algunos movimientos de boxeo.

—Vamos, quiero ver qué puedes hacer. Además de hablar.

No era la primera vez que alguien me desafiaba a que demostrase mi destreza en el campo de las artes marciales. Tampoco necesitaba el consejo de Jack para saber que era imprudente usar como sparring a un oponente desconocido, en un entorno mal iluminado y sin protección. Afortunadamente, contaba con una solución estándar. Retrocedí unos pasos para ganar algo de espacio, me quité los zapatos y la camiseta para minimizar el problema de la transpiración, y ejecuté un kata que había preparado para el examen de tercer dan de kárate. Dura cuatro minutos y diecinueve segundos. Mis compañeros de curso formaron un círculo a mi alrededor, aplaudieron y emitieron distintos sonidos de apreciación.

Jack se me acercó y se dirigió al grupo.

—Esto es muy bonito, pero nadie es invencible.

Me inmovilizó sin previo aviso con una llave de estrangulamiento. La ejecución mostraba competencia, y sospeché que la había utilizado a menudo con éxito. Supuse que era la primera vez que la aplicaba a un cuarto dan de aikido.

La defensa más segura es la prevención, y me desplacé automáticamente para neutralizar la llave. Sin embargo, cuando ya había iniciado la maniobra, que habría terminado con Jack inmovilizado en el suelo, decidí dejarlo completar su actuación. Él intentaba demostrar algo, y mi maniobra estropearía su lección y lo pondría en evidencia. Imaginaba que Jack seguiría inmovilizándome unos segundos para demostrar la eficacia de la técnica y que luego me soltaría.

Antes de que pudiera seguir, una voz extraña dijo:

—Basta. Suéltalo. Ya.

La voz era extraña porque se trataba de Dave haciendo su combinación de Marlon Brando-Woody Allen. Jack me soltó, miró a Dave y asintió.

Dave temblaba.

Volvimos a la clase y seguí las instrucciones de Jack acerca de cerrar el pico. Los otros apenas hablaron. El consejo del profesor para controlarse consistía en dos principios, que repitió muchas veces:

1. No emborracharse (ni consumir metanfetaminas).

2. Alejarse.

Aquellos principios no tenían la menor relevancia respecto a mi interacción con la policía, pero sí estaban en clara conexión con el problema de mis crisis, aunque la última vez que había sufrido un episodio, más que alejarme, había huido. ¿Y si alejarse era inviable? ¿Y si estaba en un bote salvavidas después de un naufragio? ¿O en una estación espacial? Necesitaba el consejo de Jack, pero me había dado instrucciones de que guardara silencio. Así que le susurré a Dave:

—Pregunta qué hay que hacer si no puedes alejarte.

—No.

—Es un ejercicio para mejorar tu confianza.

Dave levantó la mano.

—¿Qué hacemos si no podemos alejarnos?

—¿Y por qué no ibas a poder? —preguntó Jack.

Dave se quedó callado. Estaba a punto de ofrecerle mi ayuda cuando dijo:

—A lo mejor tengo un ataque de ira mientras cuido del bebé. No puedo alejarme porque debo atenderlo.

—Dave, si puedes alejarte, aléjate. Es mejor que te apartes del bebé un rato. Pero debes calmarte deprisa. Así que respira, intenta visualizar una escena relajante, habla contigo mismo, repite una palabra o una frase tranquilizadora una y otra vez.

Jack hizo que todos eligiéramos una frase tranquilizadora y que practicásemos lo de repetirla numerosas veces. Dave empezó a susurrar «tranquilo, tranquilo». Me sorprendió que la palabra pudiese tener un efecto paradójico: fue como si alguien intentara bloquearme. El hombre que tenía al otro lado se puso a canturrear algo en un idioma que no logré identificar, pero una de las palabras me despertó una asociación debido a su parecido con «Ramanujan», el nombre del eminente matemático indio. El número Hardy-Ramanujan es el número natural más bajo que puede expresarse como la suma de dos cubos positivos de dos formas distintas. Matemáticas. El inexpugnable mundo de la racionalidad. Cuando Jack pasó a nuestro lado, yo canturreaba el nombre del número en el mismo tono de mi vecino. La técnica tuvo el efecto requerido; me sentí claramente relajado. La archivé mentalmente para su futuro uso.

Al final de la clase, Jack me pidió que me quedara.

—Quiero saber algo. ¿Podrías haberte librado de la llave?

—Sí.

—Enséñamelo.

Me aplicó la llave, y yo le demostré, sin impacto, tres técnicas para anularla. También le enseñé cómo evitar la aplicación de tales técnicas, y un detalle que la hacía más segura.

—Gracias. Es bueno saberlo. No tendría que haber hecho eso, ya sabes… ahí fuera. Mal ejemplo. Resolver un problema con violencia.

—¿Qué problema?

—Olvídalo. Ningún problema. ¿Alguna vez has pegado a una mujer o un crío?

—No.

—Lo suponía. Dejaste a un poli en ridículo, y te han metido un puro. Ya me han hecho perder el tiempo otra vez, joder. ¿Alguna vez has dado el primer puñetazo en una pelea?

—Sólo en el colegio. He experimentado tres confrontaciones externas, ninguna de las cuales requirió el uso de golpes; salvo en la que me enfrenté a mi suegro, que tuvo lugar en un gimnasio con el material apropiado.

—¡Tu suegro! Joder. ¿Quién ganó?

—No había juez ni árbitro, pero él acabó con la nariz rota.

—Mírame a los ojos y dime que nunca pegarás a una mujer ni a un niño. Nunca.

Dave estaba escuchando.

—Será mejor que no te mire a los ojos —sugirió.

—Vamos —insistió Jack.

Miré a Jack directamente a los ojos mientras repetía la promesa.

—Joder, ya sé por qué lo decías, Dave —comentó, pero estaba riendo—. Si apruebo a alguien a la primera y reincide, me meteré en un marrón, pero creo que contigo no corro peligro. Será lo mejor tanto para ti como para mí.

—¿No es necesario que vuelva?

—Te prohíbo que vuelvas. Le diré a la asistente social que estás aprobado.

Se dirigió a Dave:

—A ti no puedo obligarte a que vuelvas, pero creo que deberías planteártelo. Ciertas ideas peligrosas te rondan la cabeza.

Dave y yo nos desviamos a un bar antes de volver a nuestros respectivos hogares, pues regresar de una Noche de los Chicos sin oler a alcohol hubiese despertado sospechas. Dave tampoco le había dicho nada a Sonia del Curso para Buenos Padres.

—No hay ningún motivo para que se lo ocultes.

—Mejor que no lo sepa. Son cosas de hombres.

Sonia sabía lo del Curso para Buenos Padres, pero no podía decírselo a Dave sin revelar su usurpación de la identidad de Rosie.

Cuando llegué a casa, Rosie estaba acostada, pero no dormía.

—¿Qué tal la noche? —me preguntó.

Había solucionado parte del problema derivado del Incidente del Parque Infantil y había adquirido nuevos conocimientos. Dave había mejorado su nivel de confianza al enfrentarse a un conflicto, aunque había necesitado dos hamburguesas para recuperarse del trauma.

Me habría gustado contárselo a Rosie, pero todo remitía a Lydia y al Incidente del Parque Infantil. El potencial estresante de la revelación había disminuido, ciertamente, pero ahora me preocupaba que una explicación completa delatase lo que Lydia opinaba de mi competencia como padre y que eso aumentara las dudas de Rosie.

—Excelente —dije yo—. Sin novedades.

—Lo suponía —dijo Rosie.

La exhibición de artes marciales me había recordado a Carl y sus ataques sorpresa. Una rutina obligada en mis visitas a casa de Gene y Claudia, que inevitablemente terminaba siempre con Carl inmovilizado y daños menores en los objetos decorativos. Ahora existía el riesgo de que la habilidad pugilística de Carl tuviese como objetivo a su padre.

—¿Has hablado ya con Carl? —pregunté a Gene la noche siguiente.

Gene había adquirido oporto, lo que tenía tres ventajas respecto a los ingredientes para cócteles.

1. Había existencias. Ya no quedaban reservas alcohólicas, con excepción de la cerveza de George.

2. Mejora del sabor. Algunos ingredientes para cócteles tienen, sin combinarse, un sabor desagradable.

3. Menor graduación alcohólica que los licores. Había identificado el alcohol como causa probable de mis jaquecas matutinas recurrentes.

—Carl no quiere hablar conmigo. Lo he intentado, créeme. No me perdona que le fuera infiel a su madre.

—Siempre hay un modo.

—Quizá con el tiempo. Pero es mi problema, no el tuyo.

—Incorrecto. Rosie quiere que te vayas, por tanto, tengo que pedirte que te vayas. La mejor solución sería que volvieses con Claudia, pero no puedes hasta que resuelvas el problema de Carl.

—Discúlpame ante Rosie. Estoy buscando un lugar donde vivir. Daría cualquier cosa por solucionar la situación con Carl, pero no puedo cambiar el pasado.

—Somos científicos —le recordé—. No deberíamos dejarnos vencer por los problemas. Creo que, si nos lo planteamos seriamente, llegará la solución.