XLVII

Algo de lo que había dicho el segundo esposo de la mujer fallecida, cuando me llamó, no se me iba de la cabeza. Según él, su esposa no había dejado de tomar los medicamentos. Era lo contrario que afirmaba Oosting y hasta ahora le había concedido más valor al juicio de un experto médico que lo sabía todo sobre el comportamiento de los consumidores de antidepresivos, pero supongamos que había estado escuchando al que no tenía razón. Solo había una manera de averiguarlo.

Mientras estaba buscando qué era lo que sabía Vandersloot y por qué le cubría las espaldas Spitzer, me había hecho pasar por el esposo de una mujer que también se sometió al tratamiento, que también tomaba antidepresivos y que también había terminado con problemas psíquicos. Ahora comprendí que debía intentar encontrar, en efecto, a la mujer que hasta ahora solo había existido en mi imaginación.

Cuando reflexioné sobre las implicaciones de lo que ahora consideraba una posibilidad, comprendí que sería necesario todo el poder de persuasión para conseguir la colaboración deseada. Kalman Teller volvió a sorprenderme de nuevo al aceptar de inmediato mi propuesta, pero no ocurrió lo mismo con el redactor de Psy. Kalman Teller necesitó todo su poder de convicción, e incluso entonces la decisión de colaborar se debió más a la zanahoria que se le ponía delante. Si yo tenía razón, podría escribir un artículo que casi con toda seguridad llegaría a las noticias nacionales, por no hablar del alboroto que causaría tanto entre pacientes como entre especialistas.

En el pasado se solían colocar anuncios en los que se llamaba a colaborar a consumidores de antidepresivos en investigaciones. Por numerosas razones, podía resultar útil, y aquellos que estaban dispuestos a colaborar recibían a menudo por su participación una compensación económica. Casi siempre se indicaba qué tipo de consumidores se buscaba, en razón de edad, lo elevado de las dosis, el tiempo que se llevaba consumiendo el medicamento y la combinación con el consumo de otros medicamentos.

En ese sentido, el anuncio que se colocó en la página web de Psy y en algunas otras páginas que consultaban personas con trastornos depresivos u otro tipo de dolencias psíquicas no era tan especial, pero sí lo suficientemente extraño como para provocar reacciones inmediatas.

Una de las más interesantes, y una a la que ya nos habíamos anticipado, era la de un bufete de abogados que indicaba actuar en nombre del fabricante de Radison. En un tono muy imperioso, querían informar acerca del trasfondo de este anuncio. Obtuvieron la respuesta huera de que se trataba de un experimento para averiguar cuáles eran las consecuencias psíquicas de esta clase de intervenciones cosméticas para las personas que estaban tomando antidepresivos. Aunque querían más información, se quedó en eso. No había ninguna razón legal para poder arrancarnos más.

Ahora que todo se había puesto en marcha, solo nos quedaba esperar. Un mes, dos meses, el tiempo necesario para tener a las personas suficientes que estábamos buscando. Normalmente, me habría sentido incómodo en una posición tan expectante, pero esta vez me venía muy bien. Cuantas menos cosas tuviera entre manos las semanas siguientes, tanto mejor.