XXII
Mira y Frederik Roes probablemente no habrían dormido mucho tras la llamada de Kalman Teller, y a mí tampoco es que me hubiera ido mucho mejor. Mientras estaba en la cama despierto, no solo se me pasó por delante lo que había ocurrido, sino que estuve reflexionando también sobre qué podía significar este asesinato y qué camino debía seguir ahora. El testigo más importante había sido asesinado diez años después del estropicio en el hospital. ¿Qué era tan importante y había adquirido tanta actualidad como para que, después de tanto tiempo, hubieran ejecutado a alguien a sangre fría y qué papel desempeñaba Vandersloot en todo esto? La policía judicial no tardaría mucho en ir a visitarle para preguntarle dónde había estado esa noche. Por tanto, no hacía falta que lo averiguara yo.
La noche anterior, la primera reacción de Redig había sido la de querer olvidarse de este asunto, pero ahora que lo había dejado reposar, conseguí convencerle para que me averiguara algo, algo que no le llevaría a exponerse en la primera línea de fuego. La relación entre Sarah Fichtre, hasta hacía poco la abogada de Mira y Frederik Roes, y Louise Verhees, la abogada de la parte contraria que había redactado el escrito falso. Dos señoras que, según Frederik Roes, habían terminado el mismo año la carrera en Leiden. Kalman Teller ya me había enseñado que en un caso concreto estaba demostrado que el juez interino no era imparcial, porque trabajaba de abogado en el mismo bufete donde trabajaba el abogado de la parte contraria. Eso y el contenido del informe sobre la integridad del poder judicial me habían llevado a pensar que Redig tendría que averiguar también si existía algún vínculo entre el hospital y los jueces que hasta ahora habían intervenido en el caso.
Yo mismo me ocuparía de Vandersloot, lo que ya era bastante difícil sabiendo que la policía judicial estaría también controlándole.
Todo se complicó aún más cuando fui a visitar a Jaap por la tarde. Le habían radiado por primera vez, combinándolo con la quimioterapia también. Una combinación explosiva, porque esta vez no propuso salir a fumar. Estaba tumbado en la cama y tenía mala cara, con un aspecto muy frágil. Mientras arrimaba una silla a la cama, me pregunté si debía pedirle que me contara los detalles del tratamiento o era mejor que habláramos de algo distinto. Jaap se me adelantó y me contó que durante mes y medio tenían que radiarle cinco veces por semana. Esta primera vez no había tenido problemas, pero la quimioterapia era muy distinta. Por suerte, no le habían metido por vena basura química, sino que solo tuvo que tomar pastillas: Temodal. Aunque esa medicina iba emparejada con mucha menos toxicidad, sí que seguía teniendo todo tipo de efectos secundarios. Poco antes de mi llegada, había estado vomitando y, por lo demás, se encontraba continuamente mareado. Mientras le miraba, me di cuenta de que habría hecho mejor no viniendo, pues estaba demasiado mal como para necesitar distracción.
La conversación tomó incluso un sesgo incómodo cuando me comentó que había oído el nombre de Roes a unos colegas. Si sabía ya que habían asesinado a Sunardi ayer por la noche. Aunque estaba demasiado enfermo como para mirarme, no me lo hacía más fácil. Le respondí que sí lo había oído y por suerte no siguió preguntando cómo había conseguido la información.
—¿Sigues con el caso?
—Sí.
—¿Por qué?
—Ya que he empezado…
—¿Acabarán mis colegas topándose contigo?
—No, creo que no. Ya he quedado con Mira Roes y su marido en que no mencionarán mi nombre.
—Entonces, yo también tendré que hacer como si no supiera nada. —Como no respondí, continuó—: Se va a poner interesante. ¿Quién será el primero en resolver este asunto: tú o nosotros? Tú juegas con ventaja, porque hay pocos hombres disponibles. Han asignado treinta y cinco policías al caso de esos dos criminales asesinados que se encontraron en la crepería que hay cerca de la A4, en Leiderdorp.
Su tono de voz sonaba apático y recriminatorio a la vez, de nuevo algo insólito en el Jaap que conocía, y al mismo tiempo pensé: ¿y tú llegarás a enterarte de la resolución del caso?
—Es extraño, Jager. Si te digo la verdad, no sé si habría querido ayudarte de no estar aquí postrado. Ahora no importa, pero bueno.
En circunstancias normales se lo habría reprochado. Quizá debía ir haciéndome a la idea de que a partir de ahora todo sería distinto. ¿Qué hacía falta en este momento para que siguiéramos siendo buenos amigos? Yo haría todo lo que estuviera en mi mano, hasta el final.
Esa noche busqué en internet información sobre el Temodal. Aunque era menos tóxico que el veneno alternativo, esta era también una medicina muy fuerte con todo tipo de posibles efectos secundarios: sofocos, vómitos, diarreas, mareos, disminución del apetito, alteración de la percepción sensorial, rigidez, debilidad. Ya se había visto, por tanto, enfrentado a unos cuantos de esos efectos secundarios. ¿Y cuánto tiempo ganaba con ello? En algún lugar leí que la pauta más importante para la efectividad era la llamada «mediana de supervivencia libre de progresión»: la duración hasta que la enfermedad en el cincuenta por ciento de los pacientes se había agravado o llevado a la muerte. Comparado con el empleo de otros medicamentos, podría ganar un par de meses. A lo sumo.