MNEMOSINE
Maduros están, sumidos en el fuego, ardientes,
los frutos que fueron en la tierra probados, y es ley
que todo en él se adentre, como las serpientes,
proféticamente, soñando
en las cimas del cielo.
Y hay que retener
mucho, igual que se sostiene
en la espalda la carga de leña.
Pero son tortuosos los caminos. Y forzados
como rocines avanzan, cautivos,
los elementos y las viejas leyes
de la Tierra. Pero un anhelo siempre
tiende a la libertad. Y es mucho
lo que hay que retener. La lealtad
es necesaria. Pero no queremos mirar
ni delante ni atrás. Queremos dejar que nos acunen,
como una barca que oscila sobre el mar.
Pero, ¿y lo que amamos? Vemos
sobre el suelo un rayo de sol y polvo seco
y sombríos los bosques de la patria. En los tejados
florece, mansamente, el humo, y sube
hacia las viejas coronas de las torres. Herida
está el alma por un rayo celeste, y sin embargo,
son buenas las señales del día:
pues la nieve, como lirios del valle,
noblemente, brilla
en las verdes praderas
de los Alpes, allí,
por una carretera de lo alto,
un caminante habla,
acaloradamente, con otro,
de una cruz que antaño
al borde del camino
pusieron para honrar a los muertos. ¿Qué es lo que significa?
Bajo la higuera se me ha muerto
Aquiles, y Ayax
yace al lado de las grutas marinas,
junto a los arroyos
cercanos de Scamandros.
En el rumor del sueño
el gran Ayax murió,
según la firme y constante tradición de Salamina,
en tierra extraña.
Patroclo estaba revestido con la coraza real. Murieron
otros muchos. En Citerea está
Eleutera, ciudad de Mnemosine. Dios
quitó el manto a la musa, y alguien luego, de noche,
desató sus rizos. Pues los Seres Celestes
se enfurecen cuando alguno no puede
retener su alma, como debe; si así sucede
no merece duelo.