A LA MADRE TIERRA
Canto de los hermanos
Ottmar, Hom y Tello
Ottmar
En nombre de la comunidad soy yo quien canta.
Tocadas las cuerdas por manos jubilosas,
como en tímido ensayo,
desde el comienzo, vibran. Pero el maestro
inclina con seriedad su rostro, sobre el arpa
y las notas, sumisas a él, se revisten de alas,
y juntas resuenan bajo el toque
de la mano que sabe despertarlas;
como del mar en plenitud se elevan,
y sin límite alzan los vientos las nubes armoniosas.
Pero lo que vendrá será distinto
del sonido del arpa:
será un canto, el coro de los pueblos.
Pues inefable y solitario,
y vanamente oscuro sería el canto,
y el sagrado Padre que en su poder dispone
de signos, de mareas, de llamas, de tormentas,
no encontraría nada veraz entre los hombres
si el canto no se alzara de un solo corazón que los agrupe.
Pues así como la roca fue engendrada,
y en talleres sombríos se forjaron los férreos cimientos de la tierra,
antes de que arroyos susurrantes bajaran de los montes,
y bosques y ciudades florecieran junto a las corrientes,
así Él, tronando,
creó en el principio una ley pura
y fundó el sonido puro.
Hom
Entre tanto, oh Poderoso, cuida
del cantor solitario, y danos cantos suficientes
para expresar como queremos
el secreto de nuestra alma.
Pues a menudo oía
los cantos de antiguos sacerdotes
y así
se prepara mi alma también a darte gracias.
Pero en las salas de armas pasan,
con las manos vendadas, sus ratos de ocio,
los hombres, contemplan los arneses,
gravemente, y alguno de ellos cuenta
cómo los padres tensaban los arcos, en lejanos tiempos,
seguros ante las dianas distantes,
y todos le creen,
pero nadie se atreve a intentarlo de nuevo.
Como un dios se hunden
los brazos de los hombres,
porque un traje de fiesta no conviene usarlo cada día.
Las columnas del templo están en pie,
abandonadas en los días de angustia.
El eco de tormentas del norte
resuena hondamente en las naves,
y la lluvia las limpia
y crece el musgo y vuelven golondrinas
en días de primavera, pero dentro
está el dios sin nombre, y la copa de gratitud
y los vasos de ofrendas, los objetos sagrados,
están bajo la tierra muda, al enemigo ocultas.
Tello
¿Quién daría las gracias antes de recibir?
¿Quién daría la respuesta antes de haber oído?
Nunca mientras habla El Más Alto
debe interrumpir su armonioso discurso.
Tiene mucho que decir y otros derechos,
y hay Uno que en horas no termina,
y el tiempo que crea es como
una montaña, que se alza
de mar a mar
y se extiende a lo ancho de la tierra.
Son muchos los viajeros que hablan de ello,
bestias salvajes vagan por los abismos
y rebaños se esparcen por los montes,
pero en la sombra santa
de la verde ladera vive
el pastor y contempla las cumbres.
Así