LAS CARTAS A WILMANS

Las últimas cartas coherentes que se conservan de Hölderlin van dirigidas al editor Friedrich Wilmans, de Frankfurt. Estas cartas tienen un valor excepcional, no sólo para entender esta etapa del «nuevo estilo» —el neue Sangart—, sino también para percibir la actitud que había tras los Cantos y los propósitos que tenía el poeta en sus traducciones de los clásicos griegos. Son cuatro cartas breves. En la de 8 de diciembre de 1803, el poeta le habla de la traducción que está haciendo de las tragedias de Sófocles y de unos «pequeños poemas» que tiene ya compuestos y que «tal vez le gusten». Wilmans le había pedido alguna colaboración para su Almanaque dedicado al amor y la amistad (Taschenbuch der Uebe und Freundschaft gemtmei), que se publicaba anualmente. En una carta posterior —también de diciembre de 1803, aunque Hölderlin no precisa el día en el encabezamiento—, da un nombre común a esos poemas que le envía: Cantos nocturnos (Nachtgesänge).

Hölderlin había empleado la expresión «canto nocturno» en un verso de «El archipiélago»: «Su canto nocturno resuena de nuevo en el pecho amoroso» (Ihr Nachtgesang [tönt] im liebenden Busen dir wieder). «Canto nocturno» es también el subtítulo de un poema de Goethe, «Ghasel», y un título muy semejante tenía un conjunto de poemas de Novalis que se había publicado muy poco tiempo atrás —en 1800—: Himnos a la Noche. La obra de Novalis y la de Hölderlin no tienen absolutamente nada en común. Los Himnos de Novalis hablan de la noche en el sentido en que lo hacen los místicos, como un paso necesario para llegar a la Luz. La noche de Hölderlin no tiene dimensión trascendente, no tiene madrugada a la vista: es la tiniebla de una vida torturada.

¿Por qué puso Hölderlin al frente de esos nueve poemas el título común de Cantos nocturnos, cuando la noche sólo aparece nombrada en dos de ellos? En «Quirón» dice el poeta que «insensible / me arrastra siempre la noche poderosa» (herzlos / gieht die gewaltige Nacht mich immer), y en «Vulcano» dice que «la noche cubre los campos con la helada» (über Nacht mit dem Brost das Band / befällt). El yo de los Cantos es un ser que se mueve fantasmalmente entre sombras. No es un ambiente luminoso el de estos nueve poemas, sino un ambiente de penumbra, de noche. Como ha escrito Hölderlin por estos mismos días en el poema «Recuerdo», «dulce / sería dormir bajo las sombras» (süß / War unter Schatten der Schlummer). No aspira a más. Los Cantos nocturnos son poemas de sombría resignación. No es aventurado pensar que la «noche» es ese «tiempo tan mezquino» que le mueve a hacer la famosa pregunta: «¿para qué poetas…?» —wozu Dichter…?— en la que es, probablemente, su obra cumbre, el largo poema «Pan y vino» (Brot un Wein), de 1801.

En uno de los párrafos siguientes al anuncio del envío de los Cantos nocturnos —en la misma carta al editor Wilmans— Hölderlin hace una clasificación de los poemas —refiriéndose a los que tenía entre manos esos días— entre «canciones amorosas» (Liebeslieder) y «cantos patrios» (vaterländische Gesänge). ¿Quiere eso decir que los Cantos nocturnos son «canciones amorosas»?

A simple vista, el tono de los Cantos nocturnos no es, desde luego, amoroso. Pero la caracterización que hace Hölderlin de uno y otro tipo de poemas puede llevar a una respuesta afirmativa. Dice el poeta que lo propio de los «cantos patrios» es «el júbilo alto y puro» (das hohe und reine Frohlocken), mientras que lo que caracteriza las «canciones amorosas» es su «siempre cansado vuelo» (immer mude Flug). Desde la perspectiva biográfica, se entiende que Hölderlin considerara los Cantos nocturnos como «canciones amorosas»: el poeta, a esta altura de su vida, no podía escribir una poesía amorosa con otros rasgos. No podía esperarse de él una poesía amorosa cargada de ilusión. Su vida ha sido un completo fracaso, Susette ha muerto, y él es consciente de su desvarío. Sólo le quedan jirones de lo que amó en otro tiempo: el recuerdo de una mujer que no pudo ser suya, las islas y los dioses griegos, algunos ríos y ciudades, la poesía. Y esos sí son los temas de los Cantos nocturnos.

Además, los Cantos nocturnos —salvo «Rincón del Hardt»— son poemas marcadamente subjetivos, y por ello líricos. El yo poético no es exultante, sino apagado, mate: el poeta pide ayuda a la poderosa corriente del río para seguir luchando, evoca «encinas bellamente ordenadas» (Wohleingerichteten Fichen), los «bosques de columnas en llanuras desiertas» (Säulenwälder in der Eb’ne der Wüsté) que fueron en otro tiempo las calles de Palmira, se queja del «aguijón del dios» (der Stachel des Gottes) que le hiere día tras día, o llora el hundimiento de las antiguas islas griegas en el poema «Lágrimas» (Tränen).

Los Cantos nocturnos, que aparecieron en el Taschenbuch de 1805, no fueron apreciados al tiempo de publicarse. Görres, que había alabado con entusiasmo el Hyperion en la prestigiosa revista Aurora, dedicó una reseña breve y compasiva a los Cantos en la misma revista: «En los poemas del Almanaque, un águila bate compulsivamente sus alas rotas; los gamberros la maltratan en la calle, pero quien conoce sus circunstancias y tiene un corazón en el pecho sigue al ave con ojos de tristeza, cuando la ve pasar, tratando de elevarse hasta el sol». Más dura fue la crítica —implícita— de Schwab, que al publicar las obras de Hölderlin en 1846, situó los Cantos nocturnos —con la sola excepción de «A la esperanza» y «Vulcano»— bajo el epígrafe Poemas de los años de locura (Gedichte aus der Zeit des Irrsinns). Y ese mismo criterio se mantiene varias décadas después: en la edición de las obras de Hölderlin que hizo Marie Joachimi-Dege en 1909, los Cantos nocturnos aparecen bajo el epígrafe Del tiempo de demencia (Aus der Zeit der Umnachtungj).

Cuando dice el poeta —en una de las cartas al editor Wilmans— que lo propio de los «cantos patrios» es «el júbilo alto y puro» (das hohe und reine Frohlocken), está expresando un ideal poético, quizá incluso un propósito. Pero no la realidad de los poemas que está componiendo por esas fechas.

Al verdadero tono de los Cantos patrios se ajusta más la breve nota que Hölderlin puso al frente de uno de los primeros poemas, el que lleva por título Fiesta de la paz. «Sólo pido que esta hoja se lea con benevolencia […]. Si alguno encuentra que este lenguaje es poco convencional, tengo que darle la razón: no puedo hacerlo de otra manera.». Ich kann nicht anders, —resignación, de nuevo, como en los Cantos nocturnos. Es difícil escribir a la vez dos tipos de poemas de tono radicalmente distinto. El tono de unos y otros Cantos es igualmente sombrío. Por ninguna parte se advierte ese «júbilo alto y puro» del que habla Hölderlin al editor Wilmans.

El arranque de «Mnemosyne», en una de las versiones desechadas, es desolador:

Somos un signo sólo, y sin sentido.

Estamos sin dolor y casi

hemos perdido el habla en tierra extraña.

Cuando hay discusiones en el cielo

sobre el hombre, las lunas trazan

su curso poderoso, el mar

susurra, y las corrientes siguen

recorriendo sus cauces. Solo Uno

es inmutable. Él puede

cambiarlo todo. No necesita

leyes. Y entonces las hojas rumorean y las encinas tiemblan

junto a los ventisqueros. Porque los Celestes

no lo pueden todo. Sí, los mortales llegan antes

al borde del abismo.

En otro de los Cantos patrios inacabados —«El águila» (Der Adler)— vuelve a aparecer la palabra «signo» (Zeichen), referida ahora a algo externo que marque el rumbo del hombre desorientado:

Un signo es necesario,

nada más, un signo simple y claro.

Uno de los más bellos Cantos fragmentarios es «Los titanes» (Die Titanen), donde la angustia del poeta queda de manifiesto desde las primeras líneas:

Pero no ha llegado aún

el tiempo. Y sin embargo

están libres de cadenas.

Lo divino no alcanza a los herméticos.

Podrán contar más tarde

con Delfos. Entre tanto

dame horas de descanso en que pueda

con calma pensar sobre los muertos.

Porque han caído tantos

capitanes de otro tiempo,

damas bellas, poetas,

e incluso en nuestros días

tantos hombres.

Y yo estoy tan solo.