A LA ESPERANZA

¡Oh esperanza, propicia y complaciente!

Tú que no desdeñas las casas de los tristes

y, aun siendo noble, actúas con gusto

de mediadora entre mortales y celestes,

¿dónde estás? Poco he vivido; pero alienta

ya la noche fría. Y silencioso, como una sombra,

estoy aquí. Y ya sin cantos

se adormece en mi pecho el corazón temblando.

El verde valle, allí, donde la fresca fuente

mana día tras día en la montaña, y el amable

azafrán florece para mí en los días de otoño,

allí, en la calma, ¡oh propicia!, quiero

buscarte, o cuando en la medianoche

la vida invisible bulle en el bosque

y sobre mí esas siempre alegres

flores, las estrellas floridas, brillan,

¡oh, tú, Hija del Eter!, sal entonces

del jardín de tu padre, y si no debes

hacerte espíritu terrestre, de otro modo

haz que mi corazón llegue a estremecerse.