XXVIII
TRAS descansar un poco, Herkuf, Helen y Tarzán fueron a buscar el bote que Herkuf había escondido y con el que pretendían regresar al templo de Brulor para tratar de rescatar a d’Arnot, Brian y Lavac. La cala en la que estaba hundido no se hallaba a gran distancia de la cueva que habían elegido, y como casi toda la distancia discurría a través de terreno boscoso, no tenían miedo de ser descubiertos por los ocupantes de ninguna de las galeras asharianas que de vez en cuando pasaban al alcance de su vista desde la orilla, patrullando el extremo inferior del Horus en una búsqueda eterna de sus legendarios enemigos de Thobos.
Cuando llegaron a la cala, Herkuf separó los arbustos y buscó en el agua poco profunda.
—Es este sitio —masculló para sí—. Sé que es este sitio. No puedo estar equivocado.
—¿Qué ocurre? —preguntó Tarzán—. ¿No lo encuentras?
—Es este sitio —repitió Herkuf—, pero el bote no está aquí. Aunque lo escondí bien, alguien lo encontró. Ahora nuestros planes se han desbaratado. ¿Qué vamos a hacer?
—¿No podemos rodear a pie el extremo del lago y entrar en el agua cerca del templo desde la orilla ashariana? —preguntó Helen.
—El acantilado en el extremo inferior del lago es imposible de escalar —respondió Herkuf—. Si fuéramos por Thobos, sin duda nos capturarían, y aunque en otro tiempo fui sacerdote de Chon en Thobos, nadie me conoce ya y nos encarcelarían.
—Quizá podríamos construir una balsa —sugirió la muchacha.
Herkuf meneó la cabeza.
—No tenemos herramientas —objetó—, y aunque las tuviéramos, jamás nos atreveríamos a intentarlo, ya que los asharianos seguro que nos descubrirían.
—Entonces, ¿hemos de darnos por vencidos? —protestó Helen—. Oh, no podemos hacer eso y dejar morir a Paul, a Brian y a Lavac.
—Hay un modo —intervino Tarzán.
—¿Cuál es? —preguntó Herkuf.
—Cuando sea de noche, nadaré hasta Ashair y robaré un bote del muelle.
—Es imposible —replicó Herkuf—. Ya viste con qué tuvimos que pelear cuando cruzamos anoche. No llegarías ni a la mitad nadando por la superficie. Será mejor que demos media vuelta.
—Anoche sólo cruzamos porque tuvimos muchísima suerte —le recordó Tarzán—. Puede que en otra ocasión no tengamos tanta, y si tuviéramos éxito, seguiríamos sin tener un bote para regresar a Thobos o escapar por el túnel. Esta noche cruzaré el lago a nado.
—No lo hagas, Tarzán, por favor —rogó Helen—. Perderás tu vida inútilmente.
—No tengo intención de perder mi vida para nada —replicó él—. Tengo mi cuchillo.
Regresaron a la cueva para esperar a que anocheciera, y como les resultó imposible disuadir a Tarzán de su plan, Herkuf y Helen por fin cedieron, desesperados; cuando cayó la noche, se quedaron en la orilla y le observaron penetrar en las oscuras aguas de Horus. Aguzando la vista le vieron avanzar hasta que desapareció en la oscuridad, y aun entonces permanecieron donde estaban, mirando fijamente el negro vacío de las negras aguas.
Tarzán había recorrido aproximadamente la mitad de la distancia que le separaba de la costa ashariana sin tropezar con ningún peligro, cuando vio que de pronto se encendía una antorcha en la proa de una galera a poca distancia. La observó, y cuando alteró su curso y se dirigió hacia él, se dio cuenta de que le habían descubierto. Ser capturado ahora por una galera ashariana significaría sin duda la muerte no sólo para él sino para los hombres por los que estaba arriesgando su vida, y por tanto enseguida comprendió la única oportunidad que tenía de eludirlos. Se zambulló y se alejó nadando, tratando de escapar del círculo de luz de su antorcha, y, al mirar atrás, tuvo la sensación de que podría lograrlo, pues la luz parecía retroceder, pero cuando emergió a la superficie para tomar aire antes de volver a zambullirse, distinguió una forma en sombras que se acercaba a él y supo que por fin había ocurrido lo que Helen y Herkuf tanto habían temido. Recordó las palabras con que los había tranquilizado: «Tengo mi cuchillo», y esbozó una semisonrisa cuando lo sacó.
En la distante muralla de Ashair, un centinela vio el resplandor de la antorcha en el lago y llamó a un oficial.
—Una galera de Thobos —le informó—, pues esta noche no han salido galeras asharianas.
El oficial hizo gestos de asentimiento.
—Me pregunto por qué se han arriesgado a encender una luz —se extrañó—. Siempre van a hurtadillas por la noche, sin antorchas. Bien, estamos de suerte, esta noche tendremos un premio y alguna víctima más para Atka y Brulor.
Cuando el gran tiburón se giró para capturar a Tarzán, éste hundió su cuchillo en el vientre del animal y lo abrió varios centímetros. Mortalmente herido, el gran animal se sacudió, agonizante, tiñendo el agua de rojo con su sangre y creando una gran conmoción en la superficie del lago, una conmoción que llamó la atención de los que iban en la galera.
El hombre mono, esquivando la cola que se sacudía como un látigo y las furiosas fauces del tiburón, vio ahora otras grandes formas que convergían hacia ellos, silenciosas, siniestros tigres de las profundidades atraídos al principio, como su compañero, por la luz de la antorcha de la proa de la galera, pero ahora por la sangre del tiburón herido. Criaturas terribles que se acercaban para matar.
Tarzán, con los pulmones a punto de reventar, nadó hacia la superficie para coger aire, convencido de que el tiburón herido ocuparía la atención de los otros. Sabía, por la claridad del agua, que se asomaría cerca de la galera, pero tenía que elegir entre eso o morir ahogado; no había alternativa.
Cuando afloró a la superficie del agua se hallaba cerca del costado de la nave, y los guerreros le cogieron y le subieron por la borda. Aquí finalizaban todos los planes que él y Herkuf habían trazado, pues caer en manos de los asharianos era el equivalente a firmar una sentencia de muerte, pero cuando miró a sus captores reconoció las negras plumas de Thobos y oyó una voz familiar que le llamaba por sus nombre. Era Thetan.
—Pasábamos con sigilo por delante de Ashair sin luces —explicó— para capturar algunos esclavos; pero ¿qué diablos hacías ahí en medio de Horus?
—Nadaba hacia Ashair para robar un bote —respondió el hombre mono.
—¿Estás loco? —preguntó Thetan—. Ningún hombre puede esperar sobrevivir a esas aguas. Están llenas de comedores de carne.
—Ya lo he visto, pero creo que habría conseguido llegar. Debía de encontrarme a medio camino. No era mi vida la que corría peligro. Thetan, sino la de mis amigos que están prisioneros en Ashair. Debo llegar a Ashair y conseguir un bote.
Thetan se quedó pensativo unos instantes; luego dijo:
—Yo te llevaré. Puedo dejarte en la orilla bajo la ciudad, pero te aconsejo que te olvides de todo ello. No puedes entrar en Ashair sin que te descubran, y será tu fin.
—No quiero ir a la orilla —replicó Tarzán—. Tengo dos compañeros al otro lado del lago. Si nos llevas a los tres a un punto cualquiera sobre el templo de Brulor, no tendremos que ir a la costa y robar un barco.
—¿De qué te servirá eso? —preguntó Thetan.
—Tenemos trajes y cascos acuáticos. Vamos a entrar en el templo para sacar de allí a nuestros amigos, y tengo que llevar a Brulor y al Padre de los Diamantes a Herat para que libere a Magra ya Gregory.
—Ya han escapado —le informó Thetan— y Herat está furioso. —Nos comentó que él los había ayudado, ya que había otros guerreros thobotianos escuchando.
—No importa mucho —aclaró Tarzán—. No podemos escapar del Tuen-Baka sin la ayuda de Herat. Necesitaremos una galera y provisiones. Si le llevo a Brulor y el Padre de los Diamantes, nos dará lo que necesitamos. Estoy seguro.
—Sí —coincidió Thetan—, pero nunca llevarás a Brulor y el Padre de los Diamantes a Herat. ¿Qué posibilidades tienes, prácticamente sin ayuda, de hacer lo que hemos estado intentando durante años?
Tarzán se encogió de hombros.
—Aun así, debo intentarlo —dijo—. ¿Me ayudarás? —Si no puedo disuadirte, te ayudaré. ¿Dónde están tus amigos?
Tarzán señaló en dirección a la cueva donde había dejado a Helen y a Herkuf, la antorcha se estaba extinguiendo y la proa de la galera giró hacia la orilla.
Desde el muelle de Ashair seis galeras zarparon sin luces en la oscuridad de la noche a la caza de su presa, la cual ya no divisaban pues la antorcha se había apagado, y mientras remaban se abrieron en abanico, unas río arriba, otras río abajo, para cubrir la máxima cantidad de terreno en su búsqueda.
La línea de la costa que se extendía al frente de la galera que llevaba a Tarzán era una silueta larga y negra sobre el oscuro firmamento. No se veían señales de tierra, y el litoral era apenas una línea recta y sombría sin protuberancias ni entradas. Sólo tenían una mínima posibilidad de llegar al lugar donde aguardaban Helen y Herkuf. Cuando estuvieron bastante cerca de la costa, Tarzán llamó a Herkuf en voz baja, y de inmediato le llegó una respuesta desde la derecha. Unos minutos después la quilla de la galera tocó grava a pocos metros de la orilla, y Tarzán bajó de un salto y caminó hasta donde se encontraban Helen y Herkuf. Quedaron atónitos al verle llegar tan pronto; en realidad, atónitos porque había llegado simplemente, pues habían observado la galera con la antorcha encendida y creían que le habían capturado los asharianos.
Explicó con brevedad lo ocurrido y, tras decirle a Herkuf que le siguiera con los trajes y cascos acuáticos y las armas, se echó a Helen al hombro y regresó a la galera, que volvió la proa hacia Ashair en cuanto Herkuf también se halló a bordo. Tarzán, Helen y Herkuf de inmediato se pusieron sus trajes acuáticos, pero no los cascos, de momento, para poder hablar.
La galera se deslizó en silencio para penetrar en el lago, hundiendo sin apenas hacer ruido los remos treinta esclavos bien entrenados, que habían aprendido por experiencia la necesidad del sigilo al pasar por las aguas inferiores del lago Horus, donde acaso navegaran galeras asharianas aguardándoles; galeras asharianas y guerreros asharianos que podrían enviarles al fondo encadenados a sus bancadas.
Hacia la mitad del lago de pronto se encendió una antorcha a su derecha; luego otra a la izquierda, yen rápida sucesión otras cuatro, formando un semicírculo hacia el centro del cual se dirigían ellos. Con la luz de las antorchas, un fuerte grito de guerra ashariano quebró la mortal quietud de la noche, y las galeras asharianas avanzaron para rodear la de Thetan.
Nada excepto la huida inmediata podía salvar a los thobotianos, y cuando la proa de la galera giró con rapidez hacia el extremo inferior del lago en un esfuerzo por eludir las fauces del círculo de galeras enemigas que se cerraba, Tarzán llamó a Helen y a Herkuf para que se pusieran el casco mientras él se ajustaba el suyo; luego, tomó a Helen de la mano, hizo señas a Herkuf de que le siguiera y saltó por la borda con la muchacha, mientras Thetan instaba a sus esclavos para que fueran a mayor velocidad.