XXVII
MAGRA y Gregory se detuvieron en una ladera rocosa sobre Ashair. El ardiente sol los quemaba desde un cielo sin nubes, las amenazadoras paredes del Tuen-Baka se cernían sobre ellos, a sus pies se extendían las tranquilas aguas del sagrado Horus; y a lo lejos la entrada del túnel que conducía al mundo exterior les hacía señas y se burlaba de ambos.
—Bueno, aquí estamos —dijo Gregory—. Ésta debe de ser la entrada secreta del túnel.
—Sí —afirmó Magra—, aquí estamos; pero ¿qué hacemos ahora?
—Después de lo que aquellos pobres diablos nos dijeron —respondió Gregory—, creo que sería una locura perder nuestras vidas inútilmente cayendo en esa trampa.
—Estoy de acuerdo contigo —asintió Magra—. No conseguiríamos nada si lográramos llegar al templo. Sólo nos capturarían y desbarataríamos todos los planes de Tarzán si tiene éxito en lo que intenta hacer.
—Lo que no logro entender —comentó Gregory— es qué se ha hecho de Helen, Brian, d’Arnot y Lavac. ¿Supones que todos se fueron al templo a ayudar a Tarzán?
—Quizá sí, o quizá los hayan capturado de nuevo. Lo único que podemos hacer es esperar. Supongamos que bajamos a Ashair y buscamos un escondrijo. Si estamos entre Ashair y la entrada del túnel, tendrán que pasar por delante de nosotros para salir del valle, pues no hay ninguna otra salida, que yo sepa.
—Creo que tienes razón —coincidió Gregory—, pero me pregunto si no habrá peligro en intentar pasar por Ashair a plena luz del día.
—Tanto como quedarnos aquí en la boca de este pasadizo secreto de su templo. Algún ashariano puede tropezar con nosotros en este lugar en cualquier momento.
—De acuerdo —concluyó Gregory—, vamos a intentarlo. Más arriba, al pie del acantilado hay cantidad de enormes bloques de lava. Pueden ocultarnos por completo mientras atravesamos la ciudad.
—Vámonos —propuso Magra.
Iniciaron el penoso ascenso hasta el montón de bloques de lava que habían caído de arriba, y aunque el avance era duro, comprobaron que les ocultaban por completo a la ciudad, y al fin bajaron de nuevo cerca del lago, dejando atrás Ashair.
Entre ellos y el lago una colina baja de piedra caliza les impedía ver el agua. Se hallaba junto a la orilla y se extendía a lo largo de unos cuatrocientos metros, descendiendo de forma gradual hasta llegar al nivel de la tierra que lo rodeaba. En su cima crecían algunos arbustos dispersos y unos árboles retorcidos. Una elevación del terreno la ocultaba de Ashair.
—¡Mira! —exclamó Magra, señalando—. ¿No es aquello una cueva?
—Eso parece —contestó Gregory—. Echémosle un vistazo. Si es habitable tendremos suerte, pues podemos ocultarnos en ella y vigilar a los otros desde la cima del otero.
—¿Y la comida? —preguntó Magra.
—Imagino que encontraremos fruta y nueces en alguno de esos árboles más grandes que hay justo bajo la colina —respondió Gregory—, y con un poco de fortuna hasta es posible que podamos pescar algún pez de vez en cuando.
Mientras hablaban se acercaron a la entrada de la cueva, que, desde fuera, parecía satisfacer por completo sus necesidades, pero se adentraron con cautela. En un corto trecho sólo era visible el interior a la escasa luz que penetraba por la abertura, y más allá no se distinguía nada.
—Creo que iré a explorar un poco antes de instalarnos —opinó Gregory.
—Iré contigo.
La cueva se estrechaba y se convertía en un oscuro corredor que siguieron a tientas, casi en total oscuridad; pero al doblar un agudo recodo había más luz, y después entraron en una gran caverna en la que el sol se derramaba a través de una grieta en el techo. La caverna era grande y extrañamente hermosa. Había estalactitas de diversos tonos que colgaban del techo y paredes, mientras estalagmitas de extrañas formas cubrían gran parte del suelo. La erosión había forjado asombrosas figuras de piedra caliza que se elevaban como creaciones de algún loco escultor entre las estalagmitas de colores.
—¡Qué espectáculo tan magnífico! —exclamó Magra.
—¡Es maravilloso, y qué colores tan hermosos! —coincidió Gregory—. Pero creo que deberíamos explorar un poco más para asegurarnos de que es un lugar seguro donde escondernos.
—Sí —dijo Magra—, tienes razón. Veo una hendidura al fondo de la caverna que puede conducirnos a otro sitio. Echémosle un vistazo.
Descubrieron que la abertura conducía a otro corredor, oscuro y tortuoso; y mientras avanzaban a tientas Magra se estremeció.
—Hay algo extraño en este lugar —susurró ella.
—Tonterías —la tranquilizó Gregory—. Sólo es porque no hay luz. A las mujeres no os gusta la oscuridad.
—¿A ti sí?
—Bueno, no, pero el que un lugar esté oscuro no significa que sea peligroso.
—Pero tengo la sensación —insistió ella— de que nos están observando ojos que no vemos.
—Bah, eso no es más que tu imaginación, mi niña —se rió Gregory—. Tienes los nervios de punta, y no me extraña, después de todo lo que has pasado. Lo sorprendente es que no hayamos sufrido una crisis nerviosa.
—No creo que sea mi imaginación —insistió Magra—. Te digo que percibo que no estamos solos. Hay algo cerca de nosotros. Algo nos está observando. Volvamos atrás y salgamos de este horrible lugar. Es malo, lo sé.
—Trata de calmarte, querida —quiso tranquilizarla Gregory—; no hay nadie cerca, y de todos modos, si este lugar es malo, hemos de saberlo.
—Supongo que tienes razón —reconoció Magra—, pero sigo aterrada, y, como sabes, no es fácil asustarme. Ahí hay otro hueco en la pared. Puede que sea otro corredor. ¿Cuál será mejor que tomemos?
—Creo que será mejor que sigamos éste —respondió Gregory—. Parece ser el corredor principal. Si empezamos a dar vueltas, podemos perdernos. He oído hablar de gente que se ha perdido en cuevas en Kentucky o Virginia, o algún otro lugar, y jamás los han encontrado.
En aquel preciso instante una mano agarró a Magra por detrás y la hizo pasar por la abertura por delante de la cual acababan de cruzar. Gregory oyó un chillido penetrante detrás de él y se giró en redondo. Para su horror, descubrió que se hallaba solo. Magra había desaparecido. La llamó a gritos, pero no obtuvo respuesta; entonces se volvió para retroceder e ir en su busca. Cuando lo hizo, otra mano salió de una oquedad del otro lado del corredor y le agarró. Él forcejeó, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles y fue arrastrado a la oscuridad de un corredor lateral.
También Magra había peleado para liberarse, y también había sido inútil. La poderosa criatura que la había agarrado la arrastró por el oscuro pasillo en silencio. Ella no sabía si se encontraba en las garras de un hombre o de una bestia. Tras su experiencia con Ungo, era natural que tuviera dudas.
El corredor no era largo y desembocaba en una segunda gran caverna. Entonces comprobó que su capturador era una figura con túnica blanca y la cara cubierta con una capucha. Vio las manos desnudas, y supo que no era ningún simio lo que la había apresado sino un hombre. Había otros varios como él en la caverna, en cuyo centro manaba una charca.
En el otro extremo de la caverna se alzaba un trono sobre una tarima, y ante el trono, un altar, mientras que directamente detrás se abría un hueco, toscamente arqueado, que daba al lago, que se hallaba casi al mismo nivel que el suelo de la caverna. Ésta era hermosa, pero la escena en conjunto tenía un aspecto extraño debido a la presencia de aquellas siniestras y silenciosas figuras con túnica blanca que permanecían en pie, mirándola fijamente con unos ojos entrevistos a través de unas rendijas de sus capuchas.
Magra apenas había captado la escena cuando vio que Gregory era arrastrado dentro igual que ella hacía unos instantes. Se miraron con resignación y Gregory meneó la cabeza.
—Me parece que esto es el fin —observé—. Parece el Ku Klux Klan. Tenías razón. Alguien nos estaba observando.
—Me pregunto quiénes son —añadió ella— y qué quieren de nosotros. ¡Dios mío! ¿No nos han pasado suficientes cosas ya?
—No me extraña que el Tuen-Baka sea tabú y Ashair esté prohibido. Si alguna vez salgo de aquí, desde luego que para mí será tabú.
—Si alguna vez salimos —repitió ella con aire triste.
—Salimos de Thobos —le recordó él.
—Sí, lo sé, pero no tenemos a Tarzán ni a Thetan. Ahora estamos solos e indefensos.
—Quizá no pretendan hacernos daño —insinuó él—. Si al menos conociera su lenguaje les preguntaría. Tienen un lenguaje. No han parado de susurrar entre ellos desde que nos han hecho entrar aquí.
—Prueba con el suajili —sugirió Magra—. Todos los que hemos encontrado en este maldito país lo hablan.
—Mi suajili es un poco pobre —avisó él—, pero si entienden suajili tal vez capten algo. —Se volvió hacia la figura con túnica blanca que tenía más cerca y carraspeó—. ¿Por qué nos habéis traído aquí? —preguntó—. ¿Qué vais a hacer con nosotros? No os hemos hecho nada.
—Habéis osado entrar en el templo del verdadero dios —respondió el hombre—. ¿Quiénes sois para atreveros a entrar en el sagrado templo de Chon?
—Son secuaces de Atka —opinó otro.
—O espías del falso Brulor —sugirió un tercero.
—No somos nada de eso —replicó Magra—. Sólo somos extranjeros que nos hemos perdido. Lo único que queremos es encontrar la forma de salir del Tuen-Baka.
—Entonces, ¿por qué habéis venido aquí?
—Buscábamos un lugar donde escondernos hasta que pudiéramos salir —respondió la muchacha.
—Probablemente mientes. Os retendremos aquí hasta que el verdadero dios regrese; entonces conoceréis vuestro destino y la forma en que moriréis.