VI
Mientras seguían al ejército, Calvin Harper había llegado a pensar que su compañero de viaje era un loco interesante. Se permitió esta reflexión porque el equilibrio de sus intereses —su necesidad mutua— les permitía avanzar a un ritmo razonablemente estable por la carretera. Él había sacado tantas fotografías como había querido, y creía que podía seguir sacando fotografías hasta que surgiera la oportunidad de zafarse. Hasta entonces se trataba de conservar la dignidad y de ejercer su voluntad sin ponerse en peligro. De momento parecía haberlo conseguido. El día a día no siempre era fácil, pero hasta el momento nunca había tenido la sensación de encontrarse en inminente peligro.
Lo interesante era el uso que daba aquel hombre a los disfraces. Se ponía algo y fingía ser esa persona. Era como un actor en el teatro donde el traje que uno lleva es la persona que es. En Barnwell se había presentado como un soldado de la Unión a pesar de ser un rebelde sureño blanco y pobre. Los dos lo eran, también el amigo muerto, al que tuvieron que vestir como el rebelde que en realidad era antes de que el señor Culp lo retratara. Y después de revelar la foto, y ya muerto el señor Josiah Culp, decidió ser él, el señor Culp, con su traje y su abrigo y su sombrero. Calvin, a su pesar, le había seguido la corriente con cierta fascinación. A veces, en público, este falso señor Culp que no sabía nada de fotografía parecía un fotógrafo más auténtico que el verdadero señor Culp. Y eso se debía a que ese hombre parecía creerse realmente el señor Culp. Todo eso era sin duda interesante y también era sin duda una locura. Porque sólo un loco conversaría con una foto de su bolsillo, pues en eso se había convertido su amigo muerto en su cabeza, no en un cadáver en una tumba sino en una foto en su bolsillo. Y le hablaba a la foto casi tanto como le hablaba a Calvin. De modo que nada era lo que parecía, era todo una locura. Y eso dio a Calvin cierta seguridad de que podría controlar las cosas. Había un espíritu errante en ese hombre que lo convertía en una amenaza tal vez menos firme de lo que parecía en un principio.
Ahora, mientras viajaban por la carretera de Goldsboro, se detuvieron a hacer noche en una granja abandonada. Aunque se había puesto el sol, todavía se oía el fragor de la batalla en el crepúsculo: los cañonazos arrastrados por el viento del este a través de los campos y los ríos.
¿Lo ves, Calvin, por qué elegí esta carretera? Estaríamos metidos hasta el cuello en el fuego del infierno si hubiésemos ido tras la otra columna. Menuda batalla la que están librando allí, parece que por fin se han topado con un ejército de su mismo tamaño.
Hay un poco de forraje mohoso para Bert en el granero, dijo Calvin. Pero para nosotros no hay nada en la despensa. Sean quienes sean los dueños, se fueron hace tiempo. No queda ni una miga.
Conozco bien al general Sherman, dijo Arly. Eso que se oye ahora es su amago a Raleigh. Imagino que es más de lo que se esperaba. Pero, de todos modos, no está allí. Está más adelante disfrutando y pensando en Goldsboro, donde pretende posarse como un águila en el asta de la bandera.
Ya hemos abierto el último saco de harina de maíz y nos queda una cucharada de manteca de cerdo, eso si consigo encender el fogón, dijo Calvin. ¿Y usted cómo sabe dónde está?
El general Sherman y yo tenemos una mente parecida, contestó Arly. Me basta con pensar como si fuera él y sé ya lo que hará.
Y eso que usted es de bajo rango, observó Calvin. No parece justo, no sé por qué.
Arly bebió otro trago de la última jarra de whisky de Tenessee. Calvin, dijo, si yo no estuviera contento con nuestros progresos, podría ofenderme por esa manera tuya de hablar, de hombre libre, pero más te vale no ponerme a prueba.
¿Qué piensa hacer con su fotografía del general? ¿Qué pasará entonces?
Pues será una manera de que yo lo reconozca a él, y de que él me reconozca a mí. Será un encuentro de nuestras mentes. No será una foto normal y corriente como las tuyas. Ésta señalará una ocasión que hará historia. Será una fotografía como las que el otro Josiah Culp jamás habría soñado. Soy un alma inspirada, lo que significa que no seré simplemente yo quien saque la foto, sino Dios que me dará instrucciones.
¿Usted y Dios saben qué lentes hay que usar? ¿El tiempo de exposición? ¿Cómo cubrir las placas y dónde poner la cámara?
Para esas nimiedades ya te tenemos a ti, hijo. Ésa es la clase de trabajo de baja categoría para la que sirve tu raza.
Esa noche Arly decidió hacerse la cama en el suelo del piso de arriba vacío. Los listones mostraban dónde se habían derrumbado trozos de pared, y tuvo que buscar un lugar para extender las mantas donde las tablas no estuvieran rotas. Apestaba a madera vieja, y hacía más frío que abajo junto al fogón, donde estaba Calvin, pero un hombre debía atenerse al orden natural de las cosas.
Se acostó con el brazo alrededor de la caja de lentes de Calvin. Era una medida cautelar de más, porque Calvin sabía que si Arly no viajaba con él en el papel de señor Culp, como hombre de negocios negro independiente no sobreviviría ni cinco minutos ni siquiera en territorio del mismísimo Dios. La guerrilla seguía merodeando y ocupándose de lo que tenía que ocuparse. Calvin podía enganchar a Bert y escapar, pero si no podía sacar más fotos, ¿cómo podía dárselas de chico elegido por el señor Culp? Puede que eso fuera la esclavitud del futuro, atar a un negro libre a sus anhelos de blanco. Y me la he inventado yo.
Arly, enfrascado en sus pensamientos, no fue consciente de que se había dormido. Pero cuando despertó, era obvio que había transcurrido cierto tiempo. No sólo porque la luz era distinta, pues la luna proyectaba un brillo lechoso sobre toda la habitación, incluido él. No por eso sino por el ruido. Un peculiar sonido formado de susurros y callados resoplidos, y un tintineo, pero sobre todo el ruido de presencia humana que se percibe aunque no emita ruido alguno. Se acercó a la ventana y apenas pudo dar crédito a lo que vio: un ejército entero avanzaba por la carretera a paso rápido, parecía un ejército fantasma, aunque muy real, con sus compañías en bloque y sus estandartes y algún que otro oficial al galope. Todo hijo de vecino inclinado bajo el peso de las mochilas, con la mirada fija en la carretera. Y nadie hablaba por el esfuerzo de marchar de noche, y si se abría un hueco, las compañías de detrás apretaban el paso para no rezagarse. Pero esto qué es, pensó Arly, ¡estos yanquis se han equivocado de camino! Se calzó las botas y bajó corriendo. Por una ventana trasera vio que también atravesaban los campos, pasando por delante y detrás de la casa como un río desbordado. Lamentó lo que vio, a yanquis que pisoteaban esas tierras con la arrogancia de su superioridad numérica. Pero entonces cayó en la cuenta: claro, eso es que el general Sherman vuelve a la refriega después de dar nuestros muchachos un susto de muerte a la otra columna. ¡Maldita sea! Sí, es eso. Bien, general, parece que ha cometido un error, para verse obligado a volver de esta manera, cuando ya prácticamente estaba bebiendo vino y cenando en Goldsboro. Will, Will, no sabes lo mal que me sabe que no puedas ver esto, nuestro ejército sigue dando guerra en Bentonville, estamos poniendo a prueba al gran Sherman, y antes de que esto acabe, habrán muerto un montón de chicos de la Unión.
Luego Arly creyó ver al propio general en un contingente de la caballería que pasó por el campo: unos cincuenta hombres a caballo, y alguien en cabeza agitando las riendas a derecha e izquierda a quien tomó por Sherman; sí, seguro que era él, como un jinete loco bajo la luna camino de la batalla. Arly sólo había visto aquella foto del general Sherman, nunca lo había visto en persona, pero después de desaparecer los jinetes detrás de un promontorio estaba seguro de que aquél era Sherman. No te preocupes, Will, dijo, sonriendo en la oscuridad, no pasa nada, no pasa nada de nada. Tú y yo iremos a Goldsboro igualmente, mientras él aquí arregla el estropicio, y lo esperaremos para hacerle su retrato; eso suponiendo, claro está, que nadie lo haya matado antes.
Calvin, envuelto en una manta detrás del fogón, había oído toda la conversación. Arly volvió al piso de arriba, y poco después roncaba. Y al cabo de otros veinte o treinta minutos, ya habían pasado los últimos miembros integrantes de la marcha y volvió a reinar el silencio, pero Calvin no pudo volver a dormirse.
Si yo fuera un soldado rebelde aficionado a los disfraces, ¿qué haría? Intentaría salir de detrás de las líneas de la Unión, volver con los míos para seguir luchando o abandonar la guerra por completo y regresar a casa. Pero él no piensa así. No pudo planear que suplantaría al señor Culp. Cuando aparecimos, actuó así al presentarse la oportunidad: fue una idea que se le ocurrió de pronto en esa cabeza loca. Pero ¿cuál fue la idea? Según repite día tras día en su parloteo, sólo quiere alcanzar al general Sherman en la marcha y sacarle una foto. ¿Por qué? ¿Para dejar su impronta en el mundo de la fotografía? Eso no parece probable en vista de lo poco que le preocupa su lado artístico. Empezó sin saber nada y ahora no sabe más que entonces.
En esta guerra todo hombre está en un bando o en el otro. Incluso un loco. Si yo estoy loco, sigo con la Unión. Si él está loco, sigue siendo un rebelde blanco y pobre.
Calvin se estremeció al acordarse de que cuando estaban en Georgia, en un campamento en un pinar, donde el general Sherman tenía su cuartel general, el señor Culp no necesitó ni un minuto para convencer al general de que posara para una foto, incluso llamó a todo su Estado Mayor para que posara con él. El señor Culp había dicho a Calvin: Como fotógrafo llegas a conocer la naturaleza humana, y algo propio de la naturaleza humana es que son los famosos quienes consideran que no reciben suficiente atención del mundo. Así que quieren que les saquen una foto y la exhiban, o que les pinten un retrato o que escriban un libro sobre ellos, y por mucho que lo hagan, para algunas de estas personas nunca será suficiente, salvo tal vez para el presidente Abraham Lincoln, que es una excepción en esto como en casi todo lo demás. Porque el señor Culp lo había fotografiado también a él, antes de irse de Washington, pero le había costado conseguir que el Presidente se sentara para posar, y no lo habría hecho si la señora Lincoln no hubiese insistido.
Para entonces Calvin caminaba de un lado al otro envuelto en la manta. Sus pensamientos lo habían alterado. Había tenido demasiada paciencia. Ese loco había mandado al señor Culp a la tumba. Había cogido la pistola, les había apuntado y robado la ropa y el nombre del señor Culp. Y ahora se había convertido en un loco en una contienda en su cabeza contra el general de los ejércitos de la Unión, William T. Sherman, al que había que sacar una foto.
Pero la oportunidad de Arly, si llega, también será la mía. Les hablaré de esa carte de visite que lleva en el bolsillo que demuestra que es un rebelde antes de que haga lo que pretende, o lo que pretende diciendo que cumple las intenciones de Dios. Sea lo que sea, Calvin no debe permitirlo. Aunque sólo sea lo que dice que es. Aunque quiera sacar una foto al general Sherman porque es sencillamente otra de sus locuras, no debe permitírselo. El fotógrafo soy yo, no él. Sacar fotos es un trabajo sagrado. Es fijar el tiempo en sus momentos y crear una memoria para el futuro, como me dijo el señor Culp. Nadie ha podido hacerlo en la historia, antes de ahora. No hay vocación más elevada que sacar fotos que muestran el mundo real.
El señor Culp lo había incluido en su testamento, y cuando volviera a Baltimore, en el escaparate del estudio pondría: Culp y Harper, fotógrafos. A Calvin le indignaba que su cámara se empleara para satisfacer los propósitos de una persona que no tenía ni idea, de una persona como ese rebelde loco, blanco y pobre que se las daba de listo. Calvin se dijo a sí mismo: Si el señor Josiah Culp y yo hubiésemos pasado por Barnwell un día antes o un día después, no nos habríamos topado con este loco. Y el señor Culp estaría vivo e iríamos a lo nuestro como siempre. Ay, Señor, y ahora mira dónde estoy, y no hay escapatoria posible.
Calvin oyó el principio de un gimoteo que surgía de su interior, pero se aclaró la garganta y se cuadró. Yo también tengo mi bando, pensó.