19. UMBRAL DE FUTURO PARA PESIMISTAS
El discurso anticientífico de los modernos «ludditas», que tratan de impedir una supuesta amenaza de destrucción planetaria mediante el parón científico-técnico, tenderá a consumirse en sí mismo como cualquiera otra de las profecías catastrofistas. Además, éstas, en su versión moderna, desprecian o pretenden ignorar los cambios cualitativos introducidos en la relación hombre-Naturaleza por los países socialistas y, en especial, por la URSS. Desprecio e ignorancia que tendrán repercusiones estratégicas de primera magnitud. En un sentido estricto, la Humanidad se enfrenta hoy a un futuro marcado de manera determinante por la dicotomía de los dos sistemas sociales diferentes. Occidente, el capitalismo, se encuentra en una verdadera encrucijada. No puede establecer las relaciones hombre-Naturaleza sobre la base del ensanchamiento de las ventajas del desarrollo científico-técnico porque se lo impiden las condiciones del sistema económico —buscando el beneficio inmediato y la competitividad— y porque las fuerzas retardatarias en su seno han asumido la evidencia de que el desarrollo científico-técnico supone su completa negación.
Ya no se trata de la vieja y manida polémica sobre la eficiencia respectiva de cada una de las sociedades, pues lo determinante es que —con todos los costes sociales y políticos que pueda conllevar, merecedores de crítica a otros niveles, como los de las libertades colectivas e individuales—, el sistema socialista está en condiciones reales de encarar una nueva forma de relaciones hombre-Naturaleza: las planifica, puede hacerlas sin los inconvenientes del sistema capitalista y ha creado una condición absolutamente nueva, basada en el hecho de que el crecimiento intensivo de la producción no sólo es una alternativa a la conservación del medio natural, sino la condición sine qua non de la conservación de la biosfera.
JUSTIFICAR LA VUELTA AL PASADO
A lo largo de este trabajo se ha puesto el acento sobre la tendenciosidad de los grupos ecologistas cuyo discurso se orienta, de hecho, a justificar la «vuelta al pasado» que preconizan organizaciones internacionales y grupos oligárquicos. Estos grupos han visto en el «problema ecológico» la oportunidad para mistificar las causas y las consecuencias. En efecto, si el «problema ecológico» no tiene solución si no se paraliza el desarrollo, el resultado será la «vuelta al pasado», un pasado que les perteneció a aquellos grupos oligárquicos. Desde el punto de vista político, hemos visto que se trata de reconstruir un nuevo orden colonial, intentando una nueva supeditación de los países en vías de desarrollo, un nuevo orden internacional sobre la base del debilitamiento de los Estados Unidos y de la Unión Soviética y un nuevo orden nacional, con la destrucción de los modernos Estados-nación que serían sustituidos por «federaciones de naciones» dominadas por las viejas familias oligárquicas. Desde el punto de vista científico, se trata de volver a «meter en la botella» no sólo a la Ciencia, sino la relación del hombre con la Naturaleza, reintroduciendo el concepto dualista y sancionando, por tanto, el concepto de sujeto y objeto, sin admitir que la no contradicción entre ecología y desarrollo presupone la unidad del hombre y de la Naturaleza. Es evidente que la concepción dualista condena al hombre a destruirse, destruyendo la Naturaleza.
CUESTIÓN CRUCIAL DE NUESTRO TIEMPO
Como consecuencia del desarrollo de las fuerzas, ligado al avance científico-técnico, las relaciones del hombre con la Naturaleza han cambiado cuantitativamente y cualitativamente. De sentirse aquél amenazado constantemente por ésta —dependiendo de un medio generalmente hostil para su supervivencia—, el hombre ha pasado no sólo a «dominarla», sino a acelerar el proceso antropogénico de su acción sobre la Naturaleza que puede causar irreparables destrozos en el mecanismo debilitado del proceso natural. Esta acción, espectacularmente desarrollada durante el último siglo, es la que configura el problema ecológico que constituye la cuestión crucial de nuestro tiempo. Hemos puntualizado que la crítica de la tendenciosidad de los ecologistas pesimistas no debe enmascarar el problema de fondo en sus dos vertientes: la de las agresiones al medio natural y la no contradicción entre ecología y desarrollo. El «problema global» se refiere al desarrollo de la vida humana en nuestro planeta como un todo. Incluso el problema de la paz duradera, de las relaciones internacionales equitativas, el de asegurar las fuentes de recursos en el futuro, renovables (aire y agua) y no renovables (principalmente las materias primas energéticas) y el de dotar a cada habitante del planeta de la necesaria ración de comida, de su derecho a la salud, a la conservación del medio ambiente y a la reproducción de la población.
El creciente ritmo de desarrollo tecnológico en los años recientes ha conducido a un serio deterioro de los procesos en la biosfera. Son observables ahora las consecuencias no deseables de la contaminación del suelo, de la atmósfera y, en particular, de la hidrosfera del planeta. Como Ilya Novik advierte, incluso con una introducción más rigurosa de los sistemas de purificación de las aguas residuales de la industria, la calidad del agua depende grandemente de su capacidad de autopurificación. Numerosos científicos, entre ellos el hidrólogo soviético Andrei Frantsev, han señalado que en muchos lugares nos es reservada el agua sólo a través de la autodepuración, pero que el índice de incremento de la presión tecnogénica sobre los recursos del agua está llegando a ser tan alto que no alcanza la simple autodepuración. Por su parte, el progreso científico-técnico, capaz de crear nuevas sustancias, no ha liberado a la industria de su conexión con los recursos naturales. Se requiere una inversión mucho más grande de recursos naturales para fabricar materiales nacidos del progreso técnico en las décadas recientes que la requerida por el sistema tradicional. Por ejemplo, se necesitan de seis a treinta metros cúbicos de agua para fabricar una tonelada de tejido de algodón, mientras que se precisan cinco mil metros cúbicos para lograr una tonelada de capron. Son aspectos nuevos del problema que requieren soluciones también nuevas en un sentido progresivo: una Naturaleza racionalmente humanizada no perjudica la biosfera armonizada en relación con el hombre.
Por problema ecológico se entiende la cuestión de cómo combinar el necesario progreso de la Humanidad —necesario en cuanto tiende a él, no como imposición metafísica, que paradójicamente podría ser solventada por la tesis de los ecologistas pesimistas, sino como consecuencia dialéctica de la potencialidad humana actuante al ser eliminados los frenos políticos, sociales y económicos que la habían amordazado durante siglos—, basado en la Ciencia y en la Técnica, con las posibilidades del medio ambiente, sin los que el hombre no puede vivir.
Es evidente que no han sido resueltos todavía los problemas más graves del ecologismo y que es necesario, al mismo tiempo, como condición sine qua non, un mayor desarrollo de la Ciencia y de la Técnica en el plano teórico y en el práctico. La unidad de las funciones transformadoras y previsoras de la Ciencia es una condición importante para lograr la optimización dela biosfera. La solución del problema ecológico pasa por un estrechamiento de la unidad de las funciones de la Ciencia. Ésta, que ha acumulado extenso material para dominar procesos naturales, se ha demostrado menos adaptada a predecir las consecuencias de las acciones transformadoras de la Naturaleza. Pero, en la medida en que la Ciencia se libera de servidumbres a corto plazo y de imposiciones económico-burocráticas y en la medida en que aquella unidad se refiere también a la intervención política, está en condiciones de hacer operativos sus pronósticos. Éste es el camino que habrá de recorrer en el futuro.
SIMPLEMENTE, NO SE PUEDE VOLVER ATRÁS
El «punto de no retorno» —situación tantas veces vaticinada por los pesimistas— sería exactamente lo contrario de lo que los modernos «ludditas» establecen por tal. Según ellos, el desarrollo científico-técnico se escapa cada vez más de la capacidad del hombre para dirigirlo y dominarlo. El «punto de no retorno» se alcanzaría cuando las máquinas estuvieran, en un plazo próximo fuera del control humano. Sin embargo, una contemplación dialéctica de la relación del hombre con la Naturaleza sitúa el «punto de no retorno» al revés. Simplemente no se puede volver atrás. El cataclismo sería en todo caso el resultado de un acto político. Una confrontación con armas nucleares o químicas podría producir, en efecto, la destrucción de la vida sobre el planeta, pero la responsabilidad no recaería en el dispositivo militar científico-técnico, sino en las decisiones políticas que lo hubieran puesto en marcha. Hasta que se resuelva la contradicción fundamental que hace de la carrera armamentística un componente histórico natural —y, por lo tanto, no se puede superar con sólo «razonamientos», ni discursos más o menos pacifistas— proseguirá forzosamente el desarrollo de la aplicación científico-técnica a nuevos tipos de armas. Eso no quiere decir que sean inútiles y contraproducentes los movimientos a favor de la paz. Simplemente, como se ha dicho en otra parte, no son suficientes si son únicos, si se circunscriben a la retórica de manejar los datos de lo que es evidente: cuántos hospitales se construirían con el precio de un misil intercontinental. La paz estable y duradera sólo llegará a serlo mediante el desarrollo científico-técnico, sentando las bases del progreso de la Humanidad, no con alarmismos ni con llamamientos a la vuelta «atrás».
ABRIR NUEVAS PUERTAS
Una exigencia de la imposibilidad social del «punto de no retorno» es el desarrollo de nuevas fuentes y métodos científico-técnicos de energía. Es conveniente recalcar las peculiaridades dialécticas del proceso científico-técnico, en su conjunción teórico-práctica y en sus funciones transformadoras y previsoras. Para lograr la solución de un problema es necesario que primero se plantee como tal. El nacimiento de un problema —y el entramado de la vida en su concepto total supone la eclosión de una infinita variedad de ellos— es fruto de la solución acertada de otros anteriores. El camino que conduce a la solución está necesariamente lleno de supuestas soluciones que no conducen a otra parte que al replanteamiento de nuevas salidas. El error es una exigencia dialéctica del acierto.
La energía obtenida por la fisión nuclear es todo lo problemática que se quiera y más aún el método de lograrla, pero su negación no consiste en la propuesta del «parón», sino en la superación del método por otro que habrá sido posible gracias al «error» de la infinita gama de esfuerzos empleados en el desarrollo de la energía de fisión nuclear. El inmenso dispositivo de trabajo científico-técnico montado en unas cuantas décadas de exploración del universo del átomo, ha abierto las puertas a un campo que vuelve a superar el concepto de finitud para mostrarlo infinito.
Frente al discurso pesimista, catastrofista, tan de moda hoy, surge un nuevo discurso plenamente ecológico que no tiene nada que ver con aquél. Rehúye los aspectos más burdos de la ciencia ficción para presentar un escenario en el que las propuestas más racionales —producto de un conocimiento cada vez más amplio de las leyes de la Naturaleza— tienden necesariamente a ser reales. Steven Bardwell, científico, director de la revista Fusión, hace, en este sentido, una exposición de lo racional tendiendo a ser real:
»En los próximos años, el desarrollo de la energía de fusión nuclear creará una coyuntura extraordinaria. Coexistirán, casi juntos, estados de la materia que nunca hubo antes en el Universo. En el interior de un reactor de fusión, el combustible de hidrógeno pesado alcanzará temperaturas superiores a las de las estrellas más calientes, y a pocos centímetros de este combustible, a una temperatura cercana al cero absoluto (-260º, más o menos) una bobina magnética superenfriada conducirá electricidad prácticamente sin resistencia alguna. A una temperatura media entre esos fantásticos extremos, el hombre vigilará todo el proceso de su propia creación.
»Ninguno de estos tres extraordinarios estados de la materia existió en lo que conocemos del Universo antes de que apareciera el hombre. Para extender cada uno de ellos, sin embargo, se requiere un mismo enfoque científico. El plasma de fusión, el metal superconductor y, sobre todo, el hombre, evolucionan de una manera autoorganizada, avanzando naturalmente de estados caóticos iniciales a estados de orden y estructura continuamente superiores.
»Parece extraño que la necesidad de adquirir conocimiento práctico de la superconductividad y de la física de plasmas se presten justamente cuando al continuación del progreso autoordenado y el desarrollo de la Humanidad dependen, para no extinguirse, de que el hombre domine al energía de fusión. Por este motivo, la física de plasmas no sólo abre las puertas a una revolución en la base técnica de la sociedad humana, sino que crea el ámbito experimental más accesible donde conquistar la nueva frontera de la Ciencia que es necesario rebasar para que sea posible ese salto tecnológico.
Desde el final de la década de los 60 los círculos oligárquicos internacionales lanzaron su ofensiva en varios frentes a la vez, han conseguido algunos éxitos notables, que hemos enumerado a lo largo de este trabajo. Frente a la plenitud de las perspectivas humanas que abre el desarrollo científico-técnico para resolver los grandes problemas planteados, se alza la mediocre mezquindad de aquellos círculos y de sus servidores que pretenden reintroducir la «Edad Negra» en las relaciones sociales. Una parte importante de su éxito ha sido alcanzado por la desinformación de los ciudadanos y su consiguiente despreocupación por los problemas que afectan a la colectividad.
Este libro ha sido terminado en 1984, comúnmente señalado por sus resonancias orwellianas y, a partir de ahora, por el fracaso de las previsiones catastrofistas, logrado sobre todo porque una parte muy considerable de la Humanidad está construyendo las bases para desarrollar la unidad dialéctica del hombre con la Naturaleza y unas relaciones sociales basadas en la equidad.
El optimismo, torciendo la cita, no es un esfuerzo de la voluntad, como ocurre con el pesimismo, sino una lúcida constatación del carácter progresivo de la organización humana, cuando ésta sabe liberarse de los factores que la esclavizan. Lo determinante hoy no son estos factores, sino la dialéctica que ha acelerado su desintegración, a pesar de los esfuerzos de los «innombrables» por mantenerlos vigentes.
Washington,
Nueva York,
Moscú,
Barcelona, 1983-1984