18. LA CONEXIÓN ESPAÑOLA ESTÁ AL CAER
La oleada de permisividad sobre la tenencia y el consumo privado de droga en España ha colocado al país, con diversas circunstancias, en uno de los puestos europeos principales para el tráfico de la droga hacia otros países, para el consumo interno y para la organización financiera del «lavado» de dinero.
Con una irresponsabilidad todavía no suficientemente criticada —ni menos, autocriticada—, grupos autocalificados de progresistas y jóvenes militando en los partidos de la izquierda se lanzaron a la campaña de legalizar el consumo de la «droga blanda». Pretendían así atraerse el electorado juvenil —que iba a hacer uso por primera vez de su derecho al voto—, suponiendo, contra todo criterio político honesto, que lo importante no era educar —terrible palabra— a la juventud, sino ganarse sus simpatías dando por buenos unos hábitos recién importados. Curiosamente, combatir la droga y los aspectos degenerados de la contracultura se convertía en actitudes reaccionarias. Por no adoptarlas, se llegó al grotesco espectáculo de que una personalidad, aparentemente tan seria —o comúnmente aceptada por tal— como el profesor Tierno Galván, se presentara, como alcalde de Madrid, ante miles de muchachos congregados en la Plaza Mayor, haciendo un doble juego de palabras, bien aplaudido por cierto, sobre la conveniencia de que aquéllos estuviera «bien colocados». No sólo el profesor Tierno Galván, sino la mayoría de la intelectualidad«de izquierdas» han contribuido a hacer del consumo de droga una práctica «desenfadada», «liberadora» y carente de connotaciones «cavernícolas» que la derecha construye sobre aquél. Es de notar, sin embargo, que muchos de los partidos y grupúsculos que florecieron en el campo de la izquierda durante los últimos años del franquismo, se autodisolvieron después —de manera tan sospechosa como lo fue su creación—, tras haber enrarecido el ambiente político con infinitas confusiones y mistificaciones, una delas cuales, y no la menos importante, fue la «apología del porro» entre la juventud. Asombra observar con cuánta ligereza han obrado autodenominados dirigentes políticos que han «santificado» pretendidas acciones «políticas» —como la extorsión y la matanza indiscriminada a la par que el consumo de la droga— y luego se han retirado a la vida privada, afortunadamente, o «han cambiado de camisa» para medrar y seguir intoxicando a la población con sus «genialidades». Y lo más chocante de toda esta danza es el extraño mecanismo por el que se produce la «legitimación» automática de cuanto prediquen o hagan una serie de «budas» cuyo mérito no se sabe exactamente en qué consiste. Pero es evidente que en el terreno de la izquierda se produce una «sacralización» inmediata de los detritos que arroja una serie de «ideólogos» bien conectados, por otra parte, con el stablishment.
Probablemente, esta legitimación automática es consecuencia de una «mala conciencia», reflejada socialmente, de una legión de oportunistas: «No estoy, íntimamente, de acuerdo con lo que hago y me va bien que otros me lo recuerden, aunque sea un disparate, a condición de que haya un consensus que no lo tenga por tal». Este razonamiento es válido para las cuestiones capitales de nuestro tiempo. Muchos intelectuales confiesan —y he tenido oportunidad de constatarlo durante el proceso de ejecución de este trabajo— que no están «completamente convencidos» de que la energía nuclear sea nociva, ni que el desarrollo científico-técnico sea tan perjudicial como dicen, ni que la apología del consumo de la droga sea socialmente útil, pero «no se atreven» a modificar públicamente su criterio. Piensan que quedarían desarmados, que tendrían que replantearse muchas cuestiones y que «no merece la pena», pues el mundo seguiría funcionando exactamente igual. Es una conclusión pesimista de la función del intelectual. Lo que equivale a una aceptación-acomodación de la esquizofrenia.
CONSEGUIR LA DROGADICCIÓN DE LA «ÉLITE MORAL»
El hecho de que los progresistas de los países industrializados de Occidente se hayan encargado de hacer la apología de la droga, empezando por su propio hábito de consumirla, es un regalo para los lobbys internacionales de la droga que ven en la conducta de aquéllos el cumplimiento de uno de sus principales objetivos. Para lograr la finalidad política de la expansión de la droga —como manera de desviar a la juventud de compromisos responsables—, el primer paso que debían dar, como hemos visto, consistía en que la «élite moral» —especialmente los intelectuales, por su prestigio y por su capacidad natural de acceso a los medios de comunicación— consumiera la droga y se entregara a lograr su difusión.
Es un hecho histórico que la droga no tuvo aceptación masiva en los países industrializados de Occidente hasta que los intelectuales se decidieron a consumirla. Se habían dado fenómenos aislados de poetas y de pintores «malditos» —por cierto, de una gran capacidad creadora que no tiene nada que ver con las mediocres producciones de artistas actuales, a los que, por los resultados parece que el consumo de droga sirve de poco estímulo a su imaginación—, pero el ejemplo de aquéllos no produjo el contagio social. La razón habrá que buscarla, pues, en la mencionada planificación política de la droga por parte de los departamentos de guerra psicológica reseñados.
Durante muchos años, la droga —como negocio político y económico— se circunscribió a dominar una serie de países colonizados, especialmente por Gran Bretaña, cuyas guerras del opio iban, como hemos visto, en aquella doble dirección. Y durante mucho tiempo aún la droga fue un fenómeno marginal en las grandes ciudades de Occidente que reclutaba a sus víctimas entre desadaptados sociales y entre algunos grupos sociales cuya adicción era tenida como una lacra de la que había que avergonzarse. No era admitida socialmente. Lograrlo era dar el primer paso para la legalización, en la perspectiva de que ambos logros —admisión social y legalización— resultaban un objetivo del lobby. Contrariamente a lo que se dice, la legalización de la droga tiende a aumentar su consumo y por lo tanto la producción y la distribución de la misma, que dejará de verse obstaculizada por los inconvenientes de la represión oficial.
SIN CONTEMPLACIONES
La apología del consumo de la droga es un típico fenómeno occidental, pues carecería de sentido que los progresistas de los países en vías de desarrollo —entregados, por otra parte, a preocupaciones más importantes como la denuncia de las situaciones de explotación y de opresión— se dedicaran a impulsar el consumo de la droga, cuando es un hábito reconocido históricamente como una de las causas principales de la esclavización de sus habitantes por el sistema colonial.
Las fuerzas progresistas de los países en vías de desarrollo trabajan precisamente en el sentido de erradicar el consumo de la droga, y no se les ocurriría pensar que su uso es «liberador». Sólo grupos marginales del terrorismo la usan y la distribuyen, como un medio —que luego se convertirá en un fin— de acomodarse a las condiciones de la clandestinidad, sobre todo para abastecerse de armas. Debería resultar sospechoso, también, que países como el Irán de Jomeini o la Libia de Gaddafi castiguen severamente, incluso con la muerte, el tráfico y el consumo interno de estupefacientes, mientras que sus redes se dedican a inundar de drogas los países europeos y los Estados Unidos. Habría que recordar, en este sentido, la conversación de Chuenlai con Nasser. Por su parte, los países socialistas, empezando por la URSS, no son nada complacientes con el tráfico ni con el uso interno de la droga. Los sucesivos intentos de las mafias leningradenses y moscovitas —especializadas en el contrabando de mercancías y en el mercado negro de divisas— de dedicarse a introducir la droga han constituido siempre un fracaso total.
MISTIFICACIONES
En España, siguiendo el ejemplo de los «Budas» de California y de Nueva York, los progresistas pusieron de moda una serie de consideraciones sobre la droga, tendentes a justificar su uso y a demostrar que no era nocivo. La «ética progresista» partía del hecho de que la droga blanda —y se ha demostrado fehacientemente que es el paso para la droga dura— era liberadora por dos razones. Era una forma de protesta contra los hábitos rutinarios y alienados de la burguesía, estimulaba la capacidad de pensar y agudizaba la imaginación. Además, el uso de la droga era algo nuevo, un instrumento orientado a desarrollar las sensaciones, el intelecto y en general las facultades perceptivas y de intuición, aspectos todos muy ligados a la función del intelectual, mientras que el tabaco y el alcohol son drogas para el consumo de las «masas», elementos de la producción capitalista y productos que no estimulan la inteligencia sino que la degrada y favorecen, en el caso del alcohol, la bestialidad. Simplemente, para los progresistas no era de «buen tono» consumir alcohol y tabaco como hacía la plebe degenerada. En consecuencia se estableció la siguiente mistificación por partida doble: el tabaco y el alcohol son altamente perjudiciales y crean hábitos, mientras las drogas blandas no.
Los resultados sociales, políticos y económicos de la expansión masiva de la droga son, a estas alturas, demasiado evidentes para insistir en ellos. Por otra parte, investigaciones científicas solventes, al alcance de cualquiera, demuestran con todo lujo de datos los efectos negativos del consumo de droga para la salud física y mental. Rebatirlos no es una cuestión científica, sino una elección política.
EVIDENCIAS CORROSIVAS PARA ESPAÑA
Los recientes escándalos europeos particularmente en Italia —como plataforma de grandes conspiraciones industriales, financieras políticas—, centrados en torno a la actividad de la logia masónica Propaganda-2, están conduciendo a una evidencia: la íntima relación existente entre la corrupción política al más alto nivel y los negocios concatenados de las suspensiones de pago pervirtiendo el aparato industrial productivo, del tráfico de drogas y de armas y del contrabando de oro.
Los escándalos italianos —en los que aparecen implicadas altas personalidades, hasta ahora fuera de toda sospecha, de la política, de la industria, de la banca y el Vaticano, están llevando, también, cada vez más a otra evidencia más corrosiva para España: aparecen claras conexiones directas de aquellos negocios delictivos con personalidades españolas. Están produciéndose ya algunas sorpresas y se prevé que «pronto» se destapará la «conexión española». Se han formado varias comisiones oficiales, dirigidas por personas insobornables —amparada por los Servicios de Inteligencia militar— que trabajan de forma metódica e imparable para derribar la pared de la «honorabilidad» que protege el negocio de la droga —y de los movimientos de capital relacionados con él— en España. Se dispone ya de informes fidedignos confidenciales —cuyo contenido no es conveniente divulgar— que prueban la complicidad y conducen a la cabeza del lobby español del negocio.
ITALIANOS EN BARCELONA
Todo empezó con un traspié dado en Italia. Hacia los años sesenta, se inició en Cataluña la introducción lenta, pero sistemática, de algunas industrias italianas muy poderosas. El hecho no fue casual, sino que obedeció a un planteamiento estratégico de saquear las industrias españolas mediante el contrabando de mercancías industriales amparado, como hemos visto, por decreto. En aquellos años España estaba en pleno desarrollo de su economía y era un mercado de bastante capacidad adquisitiva. Desde el punto de vista político, había otras ventajas y otras expectativas. La posibilidad de «tapar» grandes negocios y de traficar con las influencias en la Administración ofrecía los más variados caminos y, además, se contaba con las inmensas posibilidades que se derivarían de la forma en que fuera conducido el proceso de la transición política, a la muerte de Franco.
Empieza a haber constancia de cómo se programó la compra del poder político, de cómo se buscaron nombres y hombres con futuro y de cómo se asentaron las primeras bases sólidas, los fuertes puntos de apoyo para los años venideros. Se puede probar documentalmente cómo se instalaron en Barcelona —punto estratégico de «despiste» para la salida y entrada de mercancías de contrabando por vía marítima— varias familias de Turín. El auge máximo lo detentaban las industrias del automóvil y las subsidiarias del ramo. Industrias siderometalúrgicas con buena técnica y mejores «contactos», lo que facilita su entrada en el país, se asociaron con industriales catalanes, exigiendo siempre tener la mayoría del capital social, y lo lograron con o sin conocimiento de la oficina de Transacciones Exteriores. Por otra parte, la inversión de capital que realizaron era mínima, sin riesgo alguno, pues inicialmente creaban empresas de muy poco capital social. Luego, harían las ampliaciones de capital a costa de beneficios, contra la cuenta de regularización. Al cabo de los años se convirtieron en accionistas mayoritarios de empresas importantes, en las que habían desembolsado muy poco capital. A partir del momento en que triunfaron las empresas y se aseguraron el mercado, se desbancó al socio catalán para mantenerlo fuera del destino que se daba a los cuantiosos beneficios obtenidos, y fuera del conocimiento de algunas otras «peculiaridades» de la empresa.
Concretamente se sabe de tres grupos, relacionados entre sí con numerosos puntos de contacto: 1) El Grupo Pianelli, de Turín. 2) El Grupo Ruffini, también de Turín, donde está la «Ruffini, S. A.», que fue vendida a Orfeo L. Pianelli. Y en Barcelona está la «Ruffini, S. A.», fundada por la misma familia y en relación siempre, más o menos encubierta, con Pianelli. 3) El Grupo Magnoni, padre y tres hijos, de Turín, donde hay una copañía, «Icma, S.A.» y otra de nombre «Industria Construttora de modelli e atrezzi, S.A.». En Barcelona existen, asimismo, una «Icma, S. A.» y otra «Industria Constructora de moldes y afines, S.A.». Las de Turín son propiedad de Pianelli, las de Barcelona lo son de Magnoni.
En «Ruffini, S.A.», de Barcelona, la situación es peculiar. En primer lugar todo el capital social es extranjero. Se fundó con un millón de pesetas. En la inscripción aparece una ampliación de capital de ochenta y cuatro millones de pesetas. Casi el total de la ampliación lo suscribe una sociedad de Liechtenstein, que por otra parte no realiza inversión alguna, pues la ampliación se hace a costa de la cuenta de regularización. Curiosamente, esta empresa española que pasa totalmente a manos extranjeras gratuitamente registra ante notario la ampliación.
En cuanto a Magnoni, parecen haberse esfumado desde que un barco, el Benil, embarrancado enfrente de la costa catalana, destapa importantes conexiones. Es la primera vez que la famosa «trama búlgara-turca», comprometida en un voluminoso negocio de contrabando de armas y de droga, en el que aparecen importantes personalidades de diversos gobiernos, asoma la cabeza en España. Uno de los hijos Magnoni, Pier Sandro, está casado con la hija de Michele Sindona, financiero vaticanista, actualmente extraditado de los Estados Unidos, envuelto en el asunto del «Banco Ambrosiano» que le costó la vida a Calvi. Desde su residencia en Barcelona, Pier Sandro colaboraba estrechamente con su suegro. Para estas fechas, empiezan a dejar «plumas» en Barcelona que cada vez aparece como la «gran sospecha». Masonería espuria —Propaganda 2— y Mafia se dan cita en Barcelona, plaza mediterránea donde cada vez son más frecuentes gigantescas suspensiones de pago de poderosas industrias y de Bancos.
UNA PARTE DEL ENTRAMADO
El grupo Pianelli estaba compuesto en sus comienzos por Orfeo Luciano Pianelli y por Giovanni Battista Traversa, dos obreros sicilianos llegados a Turín aparentemente sin medios económicos de ninguna clase. En muy pocos años, y sin que se sepa cómo, aparecen convertidos en grandes industriales, no sólo en Turín sino a escala nacional. Poco después instalan grandes industrias en el extranjero. Hacia 1979 las empresas Pianelli eran numerosas y constituían un holdingde sociedades y fábricas en Italia, España, Yugoslavia, Hungría, suiza y Persia. En 1980 muere Giovanni B. Traversa en Suiza, tras larga enfermedad. Está acompañado por su amante, Piera Giordanino, mujer inteligente que dirige la contabilidad de alguna empresa del Grupo, con quien mantuvo una relación larga y seria. La primera mujer de Traversa está separada de él desde casi veinte años. De su matrimonio tuvo un hijo, Doménico y de la unión con Piera hay también un hijo que lleva los apellidos de ella, no los de Traversa. Al día siguiente de la muerte de Traversa en Suiza, Piera regresó a Turín donde fue interceptada por el doctor Claudio Luchino, comercialista de Orfeo Pianelli y por Doménico Traversa. Ambos le piden a Piera el testamento del difunto y a pesar de que ella sabe que Traversa le había dejado las acciones de «Pianelli Traversa Española, S. A.» —la única empresa del holding que marchaba bien—, temiendo por su vida y por la de su hijo, le dice que no sabe nada del testamento, ni desea conocer nada más de la empresa. Aliviados, Doménico Traversa y Luchino se retiran. Curiosamente, al día siguiente «aparece» un testamento ológrafo de Giovanni Traversa en el que nombra heredero universal a su hijo Doménico, pero en el que se mencionan precisamente las acciones de «Pianelli Traversa Española, S. A.». Se trata de no perder el rígido control que sobre la sociedad española tiene el grupo italiano, ya que Orfeo L. Pianelli tiene bien sometido a Doménico Traversa. Sumadas todas las acciones dejaban al socio español en inferioridad siempre de condiciones, a quien terminaría por desposeer de todos sus derechos.
La querella entre socios, que no ha acabado aún, sirvió para destapar las actividades mafiosas —droga, armas, evasión de capitales— del grupo de empresas italianas, realizadas, esta vez, sin conocimiento del socio español que es ahora el principal interesado en que las investigaciones lleguen hasta el final.
Como en los recientes escándalos italianos, el caso de «Pianelli Traversa» ha tenido la virtud de descubrir una parte del entramado mafioso-industrial que ampara las operaciones de tráfico de drogas y de evasiones de capital. Con otras sorpresas todavía más graves, pues detrás de aquel entramado los investigadores están llegando al «corazón» que lo mueve y a los objetivos que persigue: la desestabilización política.