8. EL MITO DE LA NEGACIÓN DE LA CIENCIA
Mistificación número dos: La Ciencia y la Técnica se han convertido en un monstruo escapado del dominio del hombre y llevan a la destrucción de la Humanidad. La industrialización ha degradado la vida, destruyendo el medio ambiente y creando las crisis de superproducción. En consecuencia, hay que volver a meter «el genio en la botella», hay que frenar el desarrollo científico-técnico, hay que mantener «el crecimiento cero» y acomodarse al sistema de vida de la sociedad postindustrial.
La culminación del proceso de industrialización fue el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas mediante la aportación de un vasto dispositivo científico-técnico que sólo pudo cumplirse por la universalización de la Ciencia. Como dice L. Kniazhinskaia, al representar un salto cualitativo nuevo en el desarrollo de las fuerzas productivas, la revolución científico-técnica no es sólo una revolución en la Ciencia y en la Técnica, sino asimismo como un sistema científico-técnico de fuerzas productivas nuevo y revolucionario en su base misma.
La mistificación da a entender que es rechazable la industrialización y en este punto es donde se desenmascaran las tendencias reaccionarias de los llamados progresistas. Unas veces la condenan abiertamente y otras exigen ponerle un final. ¿Pero cuándo? Al cantar las excelencias de la sociedad postindustrial —sin mencionar los enormes costes sociales que supone— condenan indirectamente a los países en vías de desarrollo a «proseguir» el ejemplo de las sociedades postindustriales y, por otra parte, no se sabe cómo éstas habrían llegado a la situación actual sin haber pasado antes por el período necesario del desarrollo industrial. Tampoco se explica cómo una sociedad postindustrial podrá mantenerse como tal sin un desarrollo de las actividades industriales. En el discurso reaccionario —aparentemente progresista— subyace de hecho la misma teoría con la que se pretende eliminar el desarrollo de la población. No se sabe muy bien cómo una sociedad supermoderna podría mantener su estándar de tal sin una población numerosa y capaz de producir y de consumir.
La fiebre anticonsumista que anima a los ecologistas se basa en un contrasentido. La aspiración al consumo es una constante de todas las sociedades en su esfuerzo por mejorar las condiciones de vida. Las sociedades que menos consumen se cierran en sí mismas y tienden a desaparecer. La necesidad de lograr excedentes, sobre la que se basa la organización social, debe desembocar en la correlativa necesidad de consumirlos y cuanto más sofisticada sea la necesidad y el consumo mayor será la dinámica de una sociedad en expansión. Salvo que se quiera poner en cuestión el fenómeno de la industrialización —y en consecuencia toda la dinámica de desarrollo social— no hay argumento válido para intentar ponerle freno. Evidentemente, consumo no quiere decir despilfarro, pero los ataques de los ecologistas pretenden confundir ambos conceptos. Más aún, para muchos de ellos despilfarro es consumir artículos de necesidad, sobre todo por parte de las amplias capas populares. El parón, el freno, viene dado por las leyes internas que rigen las relaciones entre las clases y entre los países y por las leyes económicas del mercado.
Por otro lado, resulta grotesco hablar de excesos consumistas en una sociedad como la española que apenas se ha despegado de una penuria secular, con un mercado empobrecido y con una infinita ansia, bien humana por cierto, de poseer objetos que hagan la vida un poco más agradable y cómoda. Digámoslo claramente, las denuncias del «consumismo» proceden de sectores que no están dispuestos a renunciar a sus propias predilecciones de consumo. Por cierto, muchos profetas del anticonsumismo no renuncian a su ración de estupefacientes, ni a su música de importación, ni a sus viajes al extranjero. Y por cierto, también, no consumen lo que para ellos debería ser una necesidad: libros, periódicos y revistas.
El reclamo de la sociedad postindustrial no es una aspiración progresista, sino una estrategia de los círculos más reaccionarios defendida en el informe «Global 2000» del presidente Carter. Y, curiosamente, de él proceden los ataques al desarrollo científico-técnico. No es extraño que estos círculos clamen contra el proceso de industrialización. Sólo mediante él, como hemos visto, podrán los países del Tercer Mundo salir de su dependencia económica y de su servidumbre política. Y naturalmente no se podría llegar a un parón industrial sin una campaña contra la Ciencia y la Técnica, acusándola de portar los gérmenes de la destrucción universal.
LA CIENCIA YA ESTUVO METIDA «EN LA BOTELLA»
Es un hecho innegable —y por tal se tuvo durante varios siglos por los partidarios del desarrollo humano— que la Ciencia y la Técnica son los factores liberadores por esencia. Durante el proceso de industrialización, que significó el hito más importante en la historia de la Humanidad, los científicos tuvieron todas sus oportunidades, hasta el punto de que jamás en la Historia se había producido una identificación tan simultánea de la investigación y de su inmediata aplicación práctica. Frente a los modernos progresistas que pretenden «meter el genio en la botella», habría que decir que su reivindicación no es una novedad revolucionaria: es exactamente lo que les ocurrió a los científicos durante milenios, en que la Ciencia permaneció «en la botella». Se sabe que en Egipto y en Grecia se realizaron grandes descubrimientos científico-técnicos que habrían podido provocar una aceleración histórica de alcance insospechado. El concepto de las máquinas y de su utilidad social fue metido en la botella durante, al menos, dos milenios y medio. Los científicos egipcios, y especialmente los griegos, habían logrado descubrir el modo de dominar la Naturaleza y muchos de los descubrimientos modernos fueron intuidos —y a veces descritos— por ellos, pero las fuerzas retardatarias, partidarias de la «estabilidad social», se ocuparon con eficacia de que sus teorías sobre la utilización de máquinas no tuvieran aplicación inmediata. La revolución científico-técnica que hubiera podido desarrollarse en Egipto y en Grecia habría roto el sistema de producción y de relaciones sociales basado en una gran masa de esclavos dominada por una minoría de castas y de ciudadanos. El aumento de la población no fue un objetivo que se plantearan las clases dirigentes. Al contrario, sabían que un aumento de la población con un correlativo desarrollo de la Ciencia y de la Técnica habrían puesto final al sistema que defendía sus intereses corporativos.
MANTENER NIVELES INDUSTRIALES EN CONSTANTE DESARROLLO
Dos son los argumentos más destacados que figuran en el discurso de moda para combatir el desarrollo de la Ciencia y de la Técnica: conduce a la degradación del medio ambiente y acelera el riesgo de destrucción universal por la aplicación de la Ciencia y de la Técnica al armamento. Al hablar de la no contradicción entre ecología y desarrollo se ha destacado el carácter de exageración interesada que presenta el discurso de moda. Se podría añadir algo más. La contaminación, salvo en casos excepcionales, es siempre relativa y se ha producido desde la aparición del hombre sobre la Tierra. La primera contaminante seria es la propia Naturaleza que a través de sus propias «exigencias naturales» no ha cesado de provocar catástrofes a veces irreparables. No ha sido culpa de la industrialización que desparecieran del planeta especies de fauna y flora y que se destruyera el paisaje. El ecosistema, como se puede observar en regiones no pisadas por el hombre, tiene tendencia a autodegradarse. Por su parte, el hombre es incompatible con el «estado natural». Éste es una entelequia, no existe sin la presencia del hombre cuya evolución y desarrollo están ligados a la propia evolución de la Naturaleza. No se puede establecer dos niveles ideales: el hombre y la Naturaleza, sino un mismo destino, la evolución, la transformación.
Superadas las primeras etapas del primitivo impulso industrial —con varios sectores interdependientes creciendo a la vez— en que hubo agresiones sin cuento contra el medio ambiente, se impusieron progresivamente medidas correctoras para impedir la degradación. Aquella época de grandes realizaciones industriales y de grandes proyectos —la construcción de ferrocarriles y de carreteras, con su correlativa instalación de altos hornos y de fábricas de cemento; el tendido de puentes, el desvío de ríos, la construcción de presas y el crecimiento asombroso de las ciudades, con la necesaria y simultánea extensión de las redes de alta tensión para distribuir la enorme demanda de energía, la fabricación de nuevos motores eléctricos y el hallazgo de nuevos materiales a partir del inmenso desarrollo de la química— coincide con la consolidación de los Estados modernos, basada en la ocupación industrial de una población en constante crecimiento. Algunas visiones de aquella época resultan en verdad dantescas al contemplar los entornos industriales de las nuevas ciudades sometidas a un crecimiento caótico. Los nuevos núcleos de poblaciones obreras se alzaban pegados a las fábricas, en medio del barro y de los desechos industriales y aplastados por los densos humos de las fábricas. El sufrimiento de aquellas mesnadas de proletarios recién arrancados del medio rural forma parte de la trágica marcha de los trabajadores a lo largo de la Historia. Peor para quien conozca los detalles históricos de esa marcha no le resultará difícil la elección entre la continuidad de la situación anterior a la industrialización y el cambio que ésta iba a suponer. En esta época de grandes realización industriales desaparecen las tendencias «ludditas», se acaban los rompedores de máquinas y en su lugar crecen los nuevos partidos políticos obreros y las organizaciones sindicales de clase que asumen su condición industrial como un factor de progreso y como el elemento social cualitativo para lograr en el futuro un cambio del sistema. Precisamente para retardar ese cambio y para responder a la fuerza política y social que va adquiriendo el proletariado industrial, las empresas industriales mejoran las condiciones de trabajo, establecen negociaciones con los obreros y se ocupan de construir alojamientos más cómodos, alejados de la vecindad de las industrias. La reivindicación de la calidad de vida y sus logros constantes son simultáneos al desarrollo industrial. Más aún, la calidad de vida en su sentido más amplio y en sus detalles más nimios —que van desde la seguridad social, la medicina, la higiene, la disponibilidad de instrumentos para el ocio, la facilidad de desplazamiento, la calidad y la abundancia de la alimentación y los procesos industriales que la aseguran, hasta la vivienda con todas sus comodidades de calefacción, aparatos de limpieza, teléfono, televisión y productos de todo tipo— depende del mantenimiento de unos niveles industriales en constante desarrollo. Para preservar su actual estándar de vida, los países que lo han logrado necesitan sostener el proceso de industrialización y extenderlo. En una entelequia pretender instalarse en una sociedad postindustrial tecnológicamente «limpia» y con la una población reducida. A menos que no se intente lograrla mediante la explotación y el dominio de otras naciones, pretensión inconfesada que mueve a los teóricos de la sociedad «postindustrial».
ALGUNAS VENTAJAS DE LA CARRERA DE ARMAMENTOS
El segundo argumento que figura en el discurso de moda, al que también nos hemos referido antes, consiste en afirmar que el desarrollo de la Ciencia y de la Técnica aplicadas al armamento acelera el riesgo de destrucción universal.
A lo largo de la Historia de la Humanidad, la carrera armamentística es una constante que expresa el tipo de relaciones entre las clases y entre los pueblos. Los períodos de paz han sido efímeras treguas entre las guerras. Han acabado tan pronto como una de las partes ha entendido que contaba con nueva tecnología suficiente para aplastar a la otra. En un sentido último se podría decir que la guerra es un fracaso de la tecnología y que la paz definitiva, el equilibrio duradero, tendrá que ser una consecuencia del desarrollo superior de la Ciencia y de la Técnica. Frente al argumento catastrofista de moda, consistente en afirmar que la Humanidad está en vísperas de autodestruirse, se puede aportar un nuevo planteamiento. En efecto, las armas nucleares, bacteriológicas y químicas almacenadas hoy, rebasan con creces la posibilidad no sólo de hacer desaparecer por completo todo rastro de vida, sino de hacer saltar literalmente el planeta.
El esfuerzo técnico por contrarrestar y superar la capacidad técnica el adversario marcó las relaciones entre los pueblos, pero así como durante siglos los nuevos ingenios militares se llevaron estrictamente al campo de la guerra, sin apenas aplicación civil, durante el siglo XX se experimentó una constante aplicación de la Ciencia y de la Técnica de los armamentos a las necesidades civiles sin solución de continuidad, hasta el punto de que en nuestros días las investigaciones más ambiciosas con objetivos estratégicos militares no han tenido oportunidad de ser aprobadas en la guerra y, en cambio, tienen un efecto civil beneficioso.
Lyndon H. Larouche propone tres casos bien conocidos de conjunción entre un elemento técnico concebido inicialmente con propósitos militares y la garantía de la paz mundial. El primero es la aeronáutica y el transporte por el aire. La transportación aérea era al principio un adelanto esencialmente militar. Fue gracias al impulso que recibió en la Segunda Guerra Mundial, como se hicieron posibles el transporte de carga y los viajes aéreos comerciales, lo suficientemente baratos para generalizarse. Tal fue el resultado de las inversiones y de la investigación en la ingeniería aerodinámica, que se concebía al principio como un proyecto casi totalmente militar. Hoy es inconmensurable el efecto que ha tenido en el ámbito civil.
Lo mismo sucede con la exploración y los viajes espaciales. El impulso inicial vino de los proyectos de investigación militar de la Segunda Guerra Mundial, primero en Alemania y luego en la Unión Soviética y los Estados Unidos. Al inicio, las miras de la investigación eran puramente militares: perfeccionar los proyectiles balísticos intercontinentales. Todavía no acabamos de cosechar los frutos de dichos esfuerzos, pero no se necesita mucha imaginación para ver que en los próximos cincuenta años los efectos de la exploración espacial y de la colonización del sistema solar, con todas sus consecuencias económicas y tecnológicas, dejarán pequeñitos a los proyectiles balísticos intercontinentales, artefactos que de cualquier forma están a punto de volverse obsoletos.
La tercera analogía con la situación actual —y quizá la más apropiada— es la de la energía nuclear. La bomba atómica sigue siendo esencialmente militar, pero los medios empleados para generar electrificad a partir de la energía nuclear —la aplicación civil más importante de la fisión nuclear hoy— también procedieron del campo militar. Lo que se buscaba era un sistema de propulsión para submarinos. La idea era producir un aparato compacto, que no requiriese de combustible por largo tiempo y capaz de mover un submarino.
No hay duda de que los frutos que el perfeccionamiento de esta técnica ha tenido en la vida civil es mucho mayor que la que tuvo en lo militar la propulsión nuclear. La posibilidad de producir energía limpia, barata y relativamente independiente de los recursos naturales a partir del átomo deja muy atrás cualquier fruto que en lo militar haya dado ese adelanto. Ello se debe principalmente a la visión de los propios inventores.
CONTRA LA GUERRA, SÍ
Las armas convencionales, coexistentes con las nucleares y las químicas, son utilizadas en todas las guerras que están destruyendo varios países a la vez. Sin embargo, como vimos más arriba, estas guerras, reales, pavorosas, que suponen la aniquilación de la juventud de aquellos países —apartándola del progreso mediante el trabajo industrial y la capacitación técnica— no son consideradas como un peligro por los movimientos pacifistas que alimentan el discurso de moda. Estos movimientos pacifistas, europeos y norteamericanos, tiene un sospechoso olor anticientífico. Difícilmente se manifestarán contra las guerras reales y en cambio sí lo hacen contra un hipotético desastre universal.
LO NEGATIVO NO ES LA CIENCIA SINO EL RÉGIMEN SOCIAL
El premio Nobel de Química, Nicolai Semionov, con quien tuve el privilegio de charlar largamente en Moscú, explicó el objetivo de la Ciencia y de la Técnica en un discurso que no tienen nada que ver con las predicciones catastrofistas tan al uso hoy: liberar a todos los hombres del penoso trabajo físico, de un trabajo automático que no exige esfuerzo intelectual, dar a todos por igual una cantidad suficiente de vestidos, de víveres y de alojamiento, eliminar el hambre y el frío, o dicho de otra manera, hacer a los hombres realmente libres para que disfruten, a la medida de su capacidad, de las alegrías de la creación, beneficiándose de los valores culturales y espirituales, ¿no es una idea humanista superior, querida por todas las gentes honestas, cualesquiera que sean sus opciones sociales y su religión?
No son las posibilidades de la Ciencia y la Técnica, ni los recursos o los medios del trabajo, lo que limita aquel proceso, sino el régimen social. Para que la Ciencia avance hacia aquel objetivo humano, cualesquiera que sean las vías elegidas, los pueblos deben edificar un sistema social de justicia, administrado sobre los principios de la razón, en el cual los trabajadores serán los amos de la situación para utilizar ese sistema en nombre de objetivos sociales basados en la conciencia para acabar con el estado de cosas en que las condiciones de vida que la sociedad no puede controlar dominen al hombre, como si fueran impuestos desde lo alto, por la Naturaleza y la Historia. Se debe repartir los bienes de manera que aseguren un máximo de felicidad a todos los que trabajan. Así, el régimen social debe prevenir toda eventualidad de crisis y sobreproducción, cuando la mayoría de la gente tiene necesidad de mercancías y no puede conseguirlas. Es necesario excluir todo peligro de paro engendrado por la automatización y la mecanización del trabajo. Pero estoy convencido —sigue diciendo Semionov— de que es imposible garantizar el bienestar de todos sin haber eliminado la explotación del hombre por el hombre. El régimen social que persigue aquellos generosos objetivos debe ofrecer ideales nuevos que entusiasmen a la gente, desarrollen su espíritu creador, aseguren el avance de la personalidad, reforzando la interacción colectiva, y extienda el respeto mutuo y la solidaridad. Los pueblos que vayan por su propia vía en busca de estos grandes objetivos de prosperidad universal deben organizar una amplia cooperación internacional, fundada en el respeto mutuo y en los intereses comunes.
LA VERDADERA SOLIDARIDAD CON LAS GENERACIONES VENIDERAS
El discurso de moda se plantea unos objetivos bien distintos a los propuestos por Semionov, cuyo concepto de «dominar» la Naturaleza y de ensanchar el proceso de industrialización mediante nuevas técnicas que crean nuevas maquinarias y nuevos materiales, es totalmente rechazado.
La idea más atractiva del movimiento ecologista se basa en la «responsabilidad diacrónica» de las generaciones actuales con las venideras. Según esta idea, la excesiva utilización de los recursos naturales dejaría a los futuros habitantes del planeta en una especie de «tierra calcinada» con los recursos naturales agotados. En efecto, las estadísticas sobre el balance de reservas naturales ponen un plazo, aunque sea larguísimo, medido en centenares de años y aun de milenios, para el agotamiento de los yacimientos mineros y, en general, de materias primas. La situación heredada por algunos países, entre ellos España, en que las generaciones anteriores despilfarraron las reservas naturales llevándolos a la desertización de buena parte de su territorio, es un argumento a tener en cuenta. Y cobra más fuerza cuando se observa que el ritmo de aprovechamiento de las reservas se acelera en la actualidad y se duplica cada «equis» años, como hemos visto.
Mas este argumento no invalida el discurso de Semionov porque no tiene en cuenta algunos factores nuevos muy importantes. Como hemos visto, la Unión Soviética está desarrollando formas de ahorro de trabajo y de recursos que abren perspectivas inéditas en el camino de la interrelación de la ecología con el progreso. Su acción sobre Siberia, como antes sobre el Asia Central y otros lugares del inmenso territorio, parte de rigurosos estudios sobre las posibilidades de aprovechar los recursos naturales con la simultánea reposición de muchos de ellos y el hallazgo de nuevas materias primas que no existían antes en el medio natural. Se obtienen producciones mayores de alimentos que contradicen por completo las leyes malthusianas y neomalthusianas y se dispone de grandes cantidades de energía que no proceden de un saqueo de los yacimientos fósiles, sino de las ventajas derivadas del desarrollo de nuevas tecnologías para obtención de energía. La creación de nuevos materiales, a partir de sustancias fósiles que antes se quemaban de manera despilfarradora, plantea infinitas posibilidades de abastecer a una población creciente hasta los niveles previstos sin agotar las fuentes naturales.
La «solidaridad diacrónica» con las generaciones vendieras no consiste en dejarles «intacta» la Naturaleza, sino en iniciar un proceso dialéctico de desarrollo de los conocimientos y de la prácticas científico-técnicos. Exactamente, lo contrario de lo que ha ocurrido en la Historia hasta ahora. Las generaciones actuales, desde hace un siglo y medio, han tenido que «reparar» los desastres de las consecuencias de haber arrasado el pensamiento durante milenios. Al contrario también de lo que sugieren las predicciones pesimistas, las generaciones venideras tendrán que agradecer a las presentes haber «roto la botella» donde permaneció recluido durante siglos el pensamiento científico.
El otro argumento ecologista se basa en que en la actualidad no es correcto hablar de desarrollo industrial y de producciones, pues buena parte del uno y de las otras se basa en actividades despilfarradoras y antisociales, como son la industria del armamento y la fiebre consumista, aspectos que hemos tocado ya. En la perspectiva de la nueva sociedad trazada por Semionov, tales actividades dejarían de ser principales y secundarias, pero no es posible eliminarlas si no se camina al mismo tiempo en el sentido de la construcción de la nueva sociedad. Utilizando el clásico ejemplo, no es buen método arrojar el agua sucia de la bañera con el niño dentro, resultado al que se llega con buena parte de los argumentos ecologistas.