14. EL «PARÓN ENERGÉTICO» AL SERVICIO DE LA DESINDUSTRIALIZACIÓN
Debería ser elemento de reflexión para los movimientos ecologistas y «alternativos» constatar que el parón energético —con la consiguiente suspensión del proyecto de construcción de centrales nucleares—, no ha sido un triunfo de su lucha contra la energía nuclear, sino una decisión política detrás de la cual se esconde la estrategia de los centros del poder. El parón energético es una pieza clave del proceso de desindustrialización. En cierta manera, la situación de España ha sido inversa a la ocurrida en los Estados Unidos, donde los grupos ecologistas —partidarios de la desindustrialización y del veto de desarrollo tecnológico a los países del Tercer Mundo— lograron imponer al Gobierno sus planes antienergéticos.
Por otro lado, los movimientos alternativos en Europa, que han desplegado una gran actividad en contra de la energía nuclear, no han conseguido sus propósitos. Al contrario, la cantidad de energía eléctrica de origen nuclear sigue ganando terreno sobre la procedente del carbón y de derivados del petróleo. Paralelamente también, la tecnología nuclear europea ha conseguido avances notables respecto de la norteamericana, de forma que un posible embargo tecnológico sobre los productos norteamericanos colocaría a los europeos en posición de ventaja para negociar con terceros países. En la gran polémica sobre la utilización de la energía nuclear intervienen factores sumamente complejos e interrelacionados que poco tiene que ver con la caricaturización que de aquélla han hecho los movimientos «alternativos».
NO HAY CRISIS DE ENERGÍA SINO CRISIS ECONÓMICA
La lucha contra la energía nuclear —desde la justificación ideológica a la organización de movimientos y a la batalla legal por conseguir la paralización de los proyectos— es, también, un fenómeno típicamente norteamericano. Como se ha señalado en otras ocasiones, los movimientos ecologistas y alternativos europeos no han hecho otra cosa que supeditarse al «colonialismo cultural» de su mentores norteamericanos, pretendiendo poner una nota de progresismo en lo que es una manifestación estrictamente reaccionaria.
El mundo no se enfrenta a una crisis de energía, como se dice tantas veces, sino a una crisis económica que supone la barrera mayor para el desarrollo de los programas energéticos de la mayoría del los países. Por sus resultados, la crisis económica manejada por los círculos financieros que controlan grandes masas de capital y especulan con ella a través de las operaciones de préstamos internacionales y de los elevados tipos de interés, es el producto de una conspiración que, al estrangular las disponibilidades de energía, pretenden restablecer el «orden perdido». Estos círculos oligárquicos mundiales, cuya estrategia consiste en reproducir los sistemas de dominación sobre los países en vías de desarrollo, saben muy bien que las disponibilidades energéticas, sobre la base de aportaciones científico-técnicas modernas, son la pieza clave para el despegue de aquellos países.
Las intenciones de los lobbys neomalthusianos, expresadas, como hemos visto, a través de organizaciones como el «Club de Roma», el Fondo Monetario Internacional y el informe «Global 2000», se manifiestan en todos los foros internacionales. En la Conferencia Mundial de la Energía, celebrada en septiembre de 1983 en Nueva Delhi, estuvieron presentes en su intento de definir una vez más la necesidad del «crecimiento cero», en pronosticar el deseado futuro negro para los países en vías de desarrollo y en defender el uso de energías alternativas que no pueden satisfacer las inmensas necesidades de aquellos países. Un documento de los neomalthusianos no disimulaba el cinismo de dibujar este panorama para el año 2020: «Los países subsaharianos utilizarían la madera como principal fuente de energía, las naciones del sur de Asia usarían desechos animales y Latinoamérica seria totalmente dependiente de la energía hidroeléctrica».
Esta perspectiva levantó fuertes protestas de los representantes afectados, quienes denunciaron tanto los obstáculos que ponen los países industrializados en transferir tecnología a los subdesarrollados, como las dificultades que encuentran éstos en poseer tecnología propia para la generación de energía. De acuerdo con el discurso de moda, se discutió el tema de las energías alternativas —solar, eólica, geotérmica y de biomasa— en contra de la energía de fisión y de fusión nuclear. Según la opinión del secretario general de la Conferencia, Ruttley, las alternativas son transicionalmente importantes en algunas limitadas circunstancias, pero en conjunto son fuentes menores de energía, Muchos delegados concluyeron que las fuentes de energía alternativa no pueden cubrir las necesidades de las naciones en vías de desarrollo y que hasta que sea viable la fusión termonuclear, la generación de electricidad vía fisión, hidro y carbón tendrá que hacer frente a la mayor parte de demanda de energía. Se subrayó las limitaciones del desarrollo de la energía solar, desde el punto de vista físico y económico. El silicio usado para fabricar células fotovoltaicas no será nunca capaz de obtener más de un 15% de eficiencia, y el coste de la generación de electricidad por este método es cuatro veces el de la obtenida por la fisión nuclear.
Los representantes de los países en vías de desarrollo se mostraron unánimemente partidarios de la energía de fisión nuclear y confiaron en la construcción de plantas nucleares para llevar a cabo grandes proyectos de transformación. El ministro egipcio de Electricidad y Energía, Mohamed Meher Abaz, presentó el proyecto de desarrollo de la depresión de Qattara, cuyo planteamiento energético contribuirá grandemente a la expansión de la zona. Se pretende la canalización del agua del Mediterráneo hasta la gran depresión del desierto occidental de Egipto, generando electricidad y haciendo verde el desierto. Dentro del plan nuclear de Egipto figura la construcción de dos plantas de 1000 MWe previstas para 1990 que serán seguidas por seis más en la siguiente década. El ministro soviético de Energía y Electrificación definió la industria de energía eléctrica como un «pivote para el desarrollo de la industria, el transporte, la economía municipal» y predijo que un reactor de fusión nuclear comercial estará operando en la URSS el año 2000.
EL «PARÓN ENERGÉTICO» EN ESPAÑA: UN PASO HACIA LA DESINDUSTRIALIZACIÓN
Durante la época de extensión de las actividades industriales en España, en las décadas de los 60 y 70, las fábricas españolas —entre otras dificultades generadas por la práctica del contrabando de productos siderúrgicos—, tenían dos desventajas respecto de sus competidoras europeas: créditos más caros y electricidad más cara. Ambos factores siguen determinando una situación todavía más grave. La industria española no podrá remontarse si no se eliminan los aspectos más negativos de ambos factores, reduciéndolos, al menos, a los niveles europeos.
Parece de todo punto insostenible el criterio de la Administración española sobre el exceso de potencial eléctrico que ha hecho necesario el parón energético. Y es también insostenible el criterio por el que se ha paralizado la construcción de varias centrales nucleares y se ordena la construcción de térmicas para el consumo de carbón y de centrales hidráulicas. Además de las consecuencias negativas a largo plazo —España quedará fuera de la corriente de intercambio tecnológico y no logrará desarrollar una tecnología propia—, la decisión el Plan Energético aprobado por el gobierno socialista supone un derroche de centenares de miles de millones de pesetas y una objetiva pérdida de puestos de trabajo.
En el punto de la electrificación, España no ha recorrido más que una pequeña parte del largo camino que tiene por delante, si quiere convertirse en un país moderno, socialmente próspero y humanamente desarrollado. El consumo de la energía eléctrica en España —que seguirá siendo cada vez más cara y escasa— es la mitad de la media del consumo europeo, por lo que carecen de sentido las constantes alusiones —en especial de los grupos ecologistas— al exceso de producción eléctrica. Por el contrario, una de las consecuencias del PEN aprobado por el gobierno socialista será la escasez (restricciones) en un futuro no muy lejano y, como resultado, la necesidad perentoria de comprar electricidad a Francia. Con las medidas del PEN no se logrará la reducción del precio de la electricidad, sino que los españoles seguirán pagando por ella precios más elevados que los consumidores europeos.
Para justificar la medida del parón energético, el Gobierno ha manipulado sus propios datos, al falsear a la baja las previsiones de la demanda eléctrica durante todo el periodo del PEN. Según fuentes competentes, es inexacto el punto de partida de la demanda de 1982, estimada en 98 000 GWh, cuando según estadísticas del propio Ministerio de Industria fue de 103 000 GWh. Al margen de que las compañías eléctricas estén en su derecho de defender sus intereses —como el de los consumidores está en exigir energía más barata y abundante—, la denuncia que aquéllas hacen del Plan energético aprobado por el Gobierno, no es sólo en beneficio del sector, sino de toda la industria. Por esta razón parece de buen sentido escuchar las críticas de SERCOBE cuando explican que «si el origen de la curva de crecimiento al 3,3% está ya un 5% por debajo de la realidad, los resultados se amplifican extraordinariamente en los años siguientes. La inexactitud de este dato esencial de partida produce un falseamiento a la baja de la demanda eléctrica en un volumen de energía anual equivalente a la producción de una central nuclear, cuya no necesidad puede quedar así artificiosamente justificada. En 1992 la demanda no cubierta de energía por este error de partida, es casi equivalente a la producción de dos centrales nucleares.
»Es inexacto el montante de inversión que se menciona en el PEN para construcción del nuevo parque de centrales hidráulicas. Se menciona la cifra de 459 000 millones de pesetas, pero esto corresponde solamente al valor de los equipos electromecánicos, al que debe sumarse el coste de las obras civiles y expropiaciones de los embalses correspondientes, con lo que la inversión total podría superar la cifra de 1,4 billones de pesetas, es decir, el triple de la mencionada en el PEN.
»Ahora bien, la inversión de 1,5 billones de pesetas fue considerada excesiva y ha servido de base al Ministerio para justificar la detención del programa de centrales nucleares de la tercera generación. Se propone ahora invertir una cantidad similar a lo que costarían seis grupos nucleares, pero que va a producir en el mejor de los casos la energía equivalente a uno de ellos, es decir, un coeficiente de inversión a producción de la sexta parte.
»Es inexacta e induce a confusión, la información que el nuevo PEN va a generar 97 000 puestos de trabajo en función de las inversiones que menciona para el trienio 84-86. La realidad es bien distinta, puesto que con los mismos baremos se demuestra que las inversiones del PEN en el trienio 81-83 han dado trabajo a 130 600 personas, lo qué significa que si a partir del año 84 va a emplear 97 000, se va a producir un desempleo real de 35 500 personas, cifra que coincide con lo estimado por SERCOBE para la paralización de los dos grupos nucleares que pretende el PEN. Se trata de destrucción de puestos de trabajo de alta cualificación profesional, a la que hay que añadir la pérdida de encargos de exportación que la industria nuclear española estaba empezando a obtener y que quedarán cancelados con la desaparición del programa nuclear.
»Es inexacto afirmar que el gas natural tiene el mismo precio que el fuel-oil, cuando en realidad su precio se iguala con el del crudo, es decir, un 15% superior. Esto significa que las cuantiosas subvenciones que requiere la promoción en el uso del gas que propone el PEN, del orden de 50 000 millones de pesetas, podrían ser aumentadas al doble, lo que haría difícilmente justificable el empeño gasista del documento y mucho menos el propósito implícito en el mismo de quemar el gas natural en centrales térmicas convencionales transformadas.
»Es incoherente paralizar las inversiones de dos grupos nucleares con el 40% de adelanto, y acometer nuevas inversiones en centrales hidráulicas por una cifra cinco veces superior, para producir la misma energía que un solo grupo.
»Es incoherente con la utilización de recursos nacionales, la conversión de fuel a carbón importado de tres centrales convencionales explicitados en el PEN y otras tres más previstas in pectore.
»Es incoherente desde el punto de vista técnico, el basar el suministro de energía del país a largo plazo en una conversión técnicamente muy discutible de unas centrales que han traspasado ya el período medio de su vida útil. Esta solución permite justificar artificiosamente la no necesidad de un segundo grupo nuclear.
»Es incoherente con la propugnada política de precios realistas de la energía, el confesar que la introducción del gas natural, producto de importación de abastecimiento difícil y problemático, va a requerir una subvención del 8% en el precio de coste que en la práctica será de más del 20%, ya que dicho precio de coste, como antes se ha visto, está estimado un 15% por debajo de la realidad…
»Es inseguro para el sector carbonífero nacional la excesiva dependencia del carbón importado que el PEN preconiza, ya que los contratos internacionales de suministro a largo plazo, con tonelajes comprometidos de carbón, obligará a que estas centrales no puedan reducir su potencia, con lo que las fluctuaciones de la demanda o la hidraulicidad muy favorable tendrán que ser compensadas a costa de las centrales de carbón nacional, es decir, afectando al empleo de nuestros mineros. No se comprende muy bien la obsesión del PEN en crear puestos de trabajo en las minas de Australia o Sudáfrica, destruyendo empleos en la industria española.
»No existe ningún peligro para la minería española del carbón por la terminación de dos centrales nucleares más sobre las previstas por el PEN, por cuanto incluso con el incremento de la demanda del 3,3% queda una apelación al fuel oil y carbón de importación equivalente a la producción de unos 2000 MW que serían el margen para jugar con las oscilaciones de la demanda.
»Se llega así a la conclusión de que la alternativa energética prevista en el PEN con toda seguridad no es la óptima, y con muchas probabilidades es la pésima».
GASIFICACIÓN CONTRA NUCLEARIZACIÓN
Lo más sospechoso de la elaboración del Plan Energético fue que no se recabara el criterio de personas muy especializadas en la materia, ni que se sometiera a un amplio debate en el que debería haber pesado prioritariamente el criterio de desarrollo industrial y técnico. El Plan Energético debería ser precisamente un plan nacional, basado en consideraciones nacionales y no en las sutiles maniobras de fuertes grupos oligárquicos que manejan los contratos de la compara del gas, del petróleo y del carbón en el extranjero. Porque si la alternativa energética del Plan tiene muchas probabilidades de ser pésima, no lo será para estos grupos oligárquicos, que consiguiendo la «desnuclearización» de España, van a someter al país a un extenso proceso de «gasificación». Detrás de la utilización del gas natural, a los precios altos mencionados, en las centrales de producción de electricidad, está el más ambicioso proyecto de «gasificar» centenares de núcleos de población, lo que puede ser considerado en verdad «el negocio del siglo».
Los que se oponen a la energía nuclear por consideraciones técnicas y económicas que les parecen convincentes, deberían hacer un esfuerzo para sopesarlas con más detenimiento, no fuera a ocurrir que sus argumentos resultaran altamente rentables para los que van a realizar «los negocios del siglo» con el carbón y con el gas natural.
MORATORIA NUCLEAR Y ENERGÉTICA CONTRA LOS INTERESES DE LA POBLACIÓN
La llamada «moratoria nuclear y energética» no es más que un eufemismo de alta destilación política que pretende justificar decisiones de consecuencia gravísima para la población. Desde que los poderosos grupos de presión norteamericano lograron imponer en su propio territorio la «moratoria nuclear y energética», mediada la década de los 70, se han podido cuantificar las negativas consecuencias que acarreó. La moratoria y la consiguiente disminución de las disponibilidades energéticas de origen nuclear tuvieron un inmediato impacto en vastas regiones del país, con una reducción de un 17,9% del sistema energético. Las predicciones de Milton R. Copulos, analista de política energética habitualmente citado por el Wall Street Journal, habrían de cumplirse casi al pie de la letra cuando afirmaba que el efecto de la moratoria, evaluado en términos humanos, habría de ser enorme. Se perderían inmediatamente casi un millón y medio de puestos de trabajo, con un coste para la economía que superaría los 17 mil millones de dólares en salarios perdidos. Las áreas más inmediatamente afectadas serían las de la industria pesada, las de ingeniería y la secundaria.
Debería resultar sospechosa, para cualquier observador desapasionado, la circunstancia de que los Estados más afectados por la «moratoria energética» son los de la Costa Este, donde se concentra la mayor cantidad de población obrera trabajando en la zona industrial más desarrollada —y en consecuencia más avanzada socialmente— del país. Con alguna reminiscencia histórica —aunque parezca una exageración, que luego no será tomada por tal— se podría insinuar que en la «moratoria energética» se revela el viejo enfrentamiento civil entre las «dos Américas»: la Costa Este representando la tendencia de la modernidad, el espíritu de los «padres fundadores», y la Oeste, resistente a los cambios y conspiradora contra todo intento de desarrollo de la población. Los Estados manufactureros del Nordeste, con sus extensas poblaciones de grupos de minorías, son los más afectados por las restricciones de las posibilidades energéticas. Generalmente poseen rentas más bajas que el resto de la población y estaban precisamente empezando a alcanzar cotas de mayor bienestar. Milton R. Copulos subraya que los densos núcleos urbanos del Nordeste plantean otros problemas. Las ciudades dependen de los alimentos traídos de fuera que deben ser almacenados. Sin una adecuada capacidad energética no pueden funcionar los sistemas esenciales de refrigeración que permite conservar los alimentos. La reducción de las disponibilidades energéticas, tan «asépticamente» dictada por la Administración, produce una reacción en cadena de agresiones sociales de todo tipo. Dejan de funcionar una serie de servicios imprescindibles para la población.
REPERCUSIONES SOCIALES EN CADENA DEL PARÓN ENERGÉTICO
Curiosamente, la cuestión energética es reducida a un asunto casi exclusivamente técnico, discutido en comités especiales de la política y las decisiones más importantes sobre ella permanecen alejadas del interés inmediato de la población. Sin embargo, no se tiene en cuenta que sin una disponibilidad adecuada de energía no sólo no sería posible el mantenimiento de los modos de vida básicos de la sociedad, sino la propia vida de los ciudadanos. Reducir las posibilidades energéticas de un país es, simplemente, practicar una política genocida. Y no es una exageración tremendista. El tremendismo lo practican quienes con sus decisiones aceleran, realmente, la muerte de millares de personas.
Durante los gélidos vendavales de invierno que azotan la costa nordeste de los Estados Unidos se producen numerosas muertes por frío de personas que, en su casa, sufrieron las habituales «caídas del suministro». En Indiana, la Guardia Nacional tiene que habilitar frecuentemente sus dependencias para acoger a las gentes cuyos hogares no son habitables por la carencia de energía producida por las huelgas de los mineros del carbón o porque se han helado los parques de almacenamiento del mineral. En un país de condiciones climáticas extremas en invierno, la carencia de energía eléctrica suficiente plantea problemas sociales inconmensurables. Los neomalthusianos siguen insistiendo en la «necesidad» de reducir las posibilidades energéticas y es asombroso observar que sus tesis puedan seguir ganando adeptos. Mientras tanto, los propietarios de 8 789 965 casas dotadas de calefacción deben hacer frente a prolongados períodos sin ella.
Milton R. Copulos señala que se puede asociar un significativo índice de mortalidad con las restricciones eléctricas. En el caso de España esta última expresión tiene resonancias peculiares. Los españoles que vivieron las restricciones eléctricas del largo período de la posguerra pueden recordar que aquellos años no eran precisamente una delicia. El desarrollo está ligado a las disponibilidades energéticas que hace posible una vida más humana. El auténtico ecologismo es la mejora del medio ambiente, la inserción del ser humano en unas condiciones ambientales que hacen la vida más cómoda. La carencia de disponibilidades energéticas, por la vía de la escasez o por los precios elevados de la electricidad, es una verdadera agresión ecológica sobre la que no ponen el acento los ecologistas de salón.
Propugnar el parón energético en España, cuando millones de hogares carecen de energía eléctrica suficiente para llevar una vida medianamente cómoda, es estar en contra de los intereses populares. En las grandes aglomeraciones urbanas de clima frío el invierno es un largo período infernal que facilita el exterminio silencioso y anónimo de los ancianos y de las familias pobres. La mayoría de los hogares obreros, por no decir la casi totalidad, y de la clase estadísticamente considerada «media baja» carecen de calefacción y deben soportar los rigores del invierno con la pobre ayuda de una estufa de butano. (Entre paréntesis es preciso subrayar que los periódicos aumentos del precio de la bombona de butano son un factor genocida importante. Como investigador social he reunido datos de la relación existente entre la subida del precio de las bombonas de butano y la mortalidad de los ancianos. Posiblemente es un dato que no interesa a nuestros ecologistas de salón, pero deberían saber un dato vulgar y mezquino: los viejos se ven obligados a levantarse varias veces durante la noche para aliviar su vejiga. Cuando el precio de la bombona de butano era más o menos asequible, la mantenían encendida durante toda la noche para que estuvieran caldeados la habitación —con la puerta abierta— y el pasillo. La subida del precio les obligó a apagarla durante la noche y un viejo levantándose varias veces a lo largo de ella es un candidato seguro a la pulmonía. El certificado de defunción no refleja la causa anterior a la que produjo la muerte, pero si el hogar hubiera estado en condiciones climáticas adecuadas no se habría producido la agresión que llevó a aquélla).
Al margen de otras carencias asistenciales que hacen de nuestros ancianos un amplísimo grupo marginado e indefenso, la escasez de energía eléctrica es un factor determinante en su penosa situación. Resulta patética la escena de ancianos que no pueden resistir la gelidez de sus hogares y buscan el tibio alivio del sol en las plazas públicas. Hablar en España hoy de «exceso de producción eléctrica» y de la consiguiente necesidad de imponer una moratoria energética es practicar una política genocida que debe ser desenmascarada como tal.
En las poblaciones agrarias la situación es todavía peor. Existen núcleos a los que aún no ha llegado la electrificación y si se pretendiera dotar a la población del estándar de vida moderno, con una cobertura mínima de las necesidades, se vería que el programa de actuación política urgente no sería otro que el de impulsar la creación de centros de producción de energía eléctrica. Nuestros modernos ecologistas demuestran en la práctica un desprecio arrogante contra los intereses populares. El uso y el crecimiento de la electricidad están directamente relacionados con la expansión de las oportunidades de empleo y la complejidad y la diversidad de nuestra economía no permite el parón ni la vuelta atrás.
Milton R. Copulos, un autor tan poco sospechoso de izquierdismo —sino, al contrario, tan relacionado con los planteamientos conservadores, no reaccionarios, de la sociedad—, afirma gráficamente: «En su mayoría aquellos que abogan por la restricción de la capacidad de generación de energía, son personas que han cosechado los beneficios de la revolución industrial. Tienden a disfrutar de los beneficios de una confortable posición en la sociedad y tienen la sensación de que pueden mantenerlos. Sin embargo, muchos otros individuos no han conseguido tener tan envidiable situación». Y añade: «Las razones para atacar cualquier método de generar electricidad son realmente la manifestación de un conflicto profundamente asentado dentro de nuestra sociedad. Los elementos más activos que se oponen a todas las formas de generar energía eléctrica actúan tanto en contra del cambio social, como en paralizar las plantas específicas. Creen que nuestro estilo de vida es derrochador y que nuestro sistema económico, con su complejidad y urbanización, es deshumanizador. En su lugar querrían imponer lo que consideran una economía estable. Pero esta “economía estable significa el no crecimiento y la no necesidad de la generación de energía eléctrica».
LOS MODERNOS «ROBIN HOOD» DESENCADENAN EL PÁNICO
En el tema de la energía nuclear, más que en cualquier otro, vieron lo movimientos ecologistas lo oportunidad de estimular el miedo de una población desinformada para luchar contra la tecnología y el desarrollo de la ciencia. Curiosamente, sus críticas contra la una y el otro, ejemplarizados en el tema de la energía nuclear, estaban lanzadas desde una perspectiva científica. Se puede decir que con ellos empezó la confusión que se extendería después por los círculos intelectuales de los países industrializados.
El esquema era bien simple. Estos círculos intelectuales, formados por profesionales la mayoría de los cuales son funcionarios del Estado, estaban buscando un programa de actuación que les permitiera enfrentarse cómodamente al Estado y hacerlo al mismo tiempo fuera de los canales de los partidos políticos. Cumplido su ciclo de «militancia» —en el que habrían conseguido hacerse con un cierto renombre— muchos de ellos volverían a integrarse en los «partidos con futuro» —y, mejor, con «presente»— para realizar su propia carrera política.
Antes tendrían que convertirse en una especie de modernos Robin Hood que roban a los ricos para entregarlo a los pobres. La teoría del bandido generoso —tan introducida en la ideología pseudoanarquista— presupone de un lado el acto romántico y del otro la perversión de que los pobres no han de hacer nada por salir de la miseria. Por el contrario, deben mantenerse en la pobreza para que Robin Hood siga existiendo. La bondad de los pobres es su estado natural. En la versión moderna, la bondad de las masas es su desinformación, su situación de víctimas permanentes de la rapacidad del poder. Por ello necesitan, sin abandonar su estado, de alguien que las libere momentáneamente con su soplo divino. Los modernos Robin Hood, encuadrados en los movimientos ecologistas y alternativos, roban la sabiduría del poder —la combaten— para despertar a las gentes. Lo curioso es que la combaten con argumentos «sabios» y pretenden que sean más creíbles que aquélla. ¿En razón de qué autoridad han de ser escuchados? La mayoría de los portavoces de los movimientos alternativos que tratan de temas de especialización tan técnica carece de formación adecuada para elaborar una crítica a la altura de la cuestión a debatir. Parece al menos superficial que un tema como el de la energía en su conjunto —que es la clave de la sociedad moderna— y de la energía nuclear en particular, sea despachado con una serie de razonamientos dirigidos principalmente a estimular reacciones primarias de una población desinformada. Una vez que se ha producido la reacción, con una elevada dosis de componente histérico, es tomada como la última razón, la del «instinto popular» que nunca se equivoca a la hora de juzgar los temas que afectan a su supervivencia.
CONSUMIENDO TERROR
El mito del terror es estimulado por constantes referencias a ciertos avales científicos que, por esta vez, no van en contra de los intereses populares, con lo que termina por no saberse muy bien cuándo hay que tomarse en serio un argumento científico y otro no. La mayoría de los argumentos científicos manejados por los grupos ecologistas en todos los países contra el uso de la energía nuclear procede de una organización de científicos norteamericanos preocupados por el desarrollo maléfico de la Ciencia y de la Técnica.
Esta organización, la «Union of Concerned Scientists» (Unión de científicos preocupados) no ha dejado de pronunciarse año tras año en contra de la energía nuclear, denunciando la catástrofe universal que se avecina con ella, en contra de la ingeniería genética y en contra del desarrollo de cierta tecnología de armamento capaz de aniquilar en vuelo cualquier proyectil intercontinental.
La prensa en su conjunto y especialmente las revistas dedicadas a la divulgación de temas científicos y las publicaciones ecologistas han estimulado el miedo de la población hacia la Ciencia y la Técnica y, al mismo tiempo, se han hecho eco de la histeria desencadenada. En los temas «catastrofistas» la mayoría de la prensa ha anunciado el fin del mundo por cualquiera de las hecatombes que se avecinaban. La Tercera Guerra Mundial debería haber estallado ya varias veces y el planeta, sin contar con una catástrofe universal, debería haberse desintegrado ya por cualquiera de las agresiones industriales que se perpetran cada día. El público consume terror e hipocondría, alimentado por decenas de historias que narran su próximo aniquilamiento, vaticinado no por brujos misteriosos, sino por «científicos altruistas».
Sin embargo, la «Union of Concerned Scientists», a pesar de su nombre y del prestigio con que es aclamada por la prensa, no es más que un hábil montaje publicitario. Samuel McCracken, en su libro La guerra contra el átomo, ha demostrado que cualquiera puede ser miembro de la afamada «Unión de científicos preocupados», solicitándolo por correo mediante envío de 15 dólares. Durante los últimos años, sus directores y ejecutivos no han sido científicos. Una muestra al azar de Lichter y Rothman sobre 7741 científicos encontró solamente a uno que era miembro de la Unión. Sobre esta base, Lichter y Rothman estimaron que solamente 200 entre los 130 000 hombres y mujeres de ciencia de los Estados Unidos pertenecían a la organización.
¿Cómo es posible, pues, que tan escasos miembros, por muy activos que sean, hayan logrado extender tanto sus ideas en contra de la energía nuclear y en contra del desarrollo científico en general?
CONCEPTO ERRÓNEO EN EL PÚBLICO
Un estudio del Battelle Center analizó el contenido de cuatro periódicos nacionales, incluyendo el New York Times, desde 1972 a 1976 y halló que mientras en 1972 había más opiniones positivas que negativas sobre la energía nuclear, en 1976 las negativas sobrepasaban a las positivas en una proporción de dos a uno. (Hay que recordar que aún no había ocurrido el accidente de «Three Mile Island»). Un estudio del «Media Institute» se centró en diez años de noticias nocturnas, desde el 4 de agosto de 1968 al 27 de marzo de 1979 (un poco antes del accidente). De diez fuentes importantes de noticias, siete se oponían a la energía nuclear. La fuente más frecuentemente usada era la «Union of Concerned Scientists» y la segunda era Ralph Nader. El psiquiatra Robert du Pont examinó trece horas de videos sobre noticias cubriendo el tema de la energía nuclear y encontró que el miedo era el leitmotiv de la historia, mientras que no se hacían mención de los riesgos de otras fuentes de energía.
En 1982, dicen Rael Jean y Erich Isaac, el patrón de la cobertura de los medios de comunicación había producido un concepto erróneo en el público norteamericano respecto del balance de opinión de los científicos sobre la energía nuclear. Una encuesta Roper descubrió que casi uno de cada cuatro norteamericanos creía que la mayoría de los científicos «expertos en energía» se oponían a un mayor desarrollo de la energía nuclear, y uno de cada tres miembros del público creía que la energía solar podría aportar una gran contribución a resolver las necesidades de energía en los próximos veinte años. Sin embargo, un informe actual de expertos señaló que sólo un 5% quería detener un mayor desarrollo de la energía nuclear. No más del 2% de expertos en energía vieron que alguna forma de energía solar pudiera proponer alguna contribución sustancial a las necesidades de energía en los próximos veinte años. El hecho de que dos o tres ingenieros expertos en energía nuclear se declararan públicamente en contra de ella, fue presentado con un gran alarde sensacionalista y desde entonces sus opiniones son recogidas antes —o exclusivamente— que las del resto de sus colegas que siguen trabajando en las centrales nucleares.
ARRIMANDO EL ASCUA
A pesar de que la mayoría más cualificada de los expertos en energía sostenían la necesidad del desarrollo de la energía nuclear y de que no veían riesgos que aconsejaran su rechazo, la opinión pública, alimentada por incesantes historias de terror, fue demostrándose enemiga de la energía nuclear. No dejaba de ser chocante que durante los veinte años anteriores, de pleno desarrollo de la energía nuclear, no se hubiera alzado ninguna voz en contra de ella. Ahora se alzaban y comenzaba, al mismo tiempo, un particular recrudecimiento de un aspecto de la «guerra fría» al ser desalojadas de la prensa occidental las noticias sobre los éxitos científicos soviéticos.
Lentamente una serie de organizaciones se habían apropiado del tema antinuclear, considerándolo un buen cebo para llamar la atención de la opinión pública. Una vez desatada la histeria, incluso organizaciones que nada tenían que ver con los movimientos ecologistas se unieron al festival. El Centro Interconfesional para la responsabilidad corporativa, utilizando su control sobre algunas inversiones para asuntos religiosos, dedicó una parte de sus fondos para hacer campaña en contra de la construcción de centrales nucleares. El Partido de los Ciudadanos (Citizens Party) incluyó en su programa para las elecciones presidenciales de 1980, a través de su candidato, el ecologista Barry Commoner, el mismo objetivo, al unísono con las organizaciones «New Class» y el «New Left». Ralph Nader, el mítico líder de los consumidores que había llegado a la fama con su celebrada denuncia dela falta de seguridad en un coche de la «General Motors» —aunque luego se demostraría que había sido manipulada y tendenciosa, cuando ya tenía toda la fama que necesitaba para hacerse líder indiscutible—, aprovechó también la oportunidad de tomar una onda nueva en la lucha contra la energía nuclear. Ralph Nader es un típico producto norteamericano envidiado en Europa por su capacidad de desafiar a las corporaciones multinacionales, sin que se añada a continuación que la mayoría de sus campañas son auténticos shows hábilmente montados por centenares de colaboradores que trabajan a tiempo completo… con los fondos del propio gobierno.
En 1975, después de que fallaran sus primitivos esfuerzos para detener la energía nuclear en el ámbito de un Estado, Nader propuso un referéndum. Consiguió que su proposición fuera aceptada en un número de Estados, pero cuando no logró que pasara en ninguno de ellos, volvió a la carga denunciando los riesgos de la energía nuclear.
AL SERVICIO DE LOS LOBBYS REACCIONARIOS
La amplia campaña sostenida por los movimientos ecologistas norteamericanos —que se proclaman progresistas y de la «nueva izquierda» contra la energía nuclear, y su repercusión en Europa, ha sido un regalo para los sectores más reaccionarios de la Administración norteamericana. No deja de ser chocante que mientras arrecia en los países industrializados la campaña contra las centrales nucleares, sesenta y tres países que ven en ellas el medio más rápido y eficiente para acelerar su proceso de industrialización y desarrollar la tecnología moderna, han solicitado la aprobación del gobierno norteamericano para la compra de tecnología nuclear.
Coincidiendo con las irritadas campañas de Ralph Nader y de un extenso número de organizaciones ecologistas, sectores de la Administración Norteamericana se oponen furiosamente a la venta de tecnología nuclear. El sector neomalthusiano del Congreso dirigido por el senador de California, Alan Cranston, y los representantes de Richard Ottinger (Nueva York), Edgard Markey (Massachussets) y Jonathan Bringham (Nueva York) se pusieron en marcha para asegurarse de que no se reemprendiera la exportación de tecnología nuclear a los países en vías de desarrollo. Este lobby neomalthusiano, protegido por el secretario de Estado George Schultz y auspiciado en la sombra por Henry Kissinger, sostiene una dura batalla para frenar los intentos desesperados que hacen los países del Tercer Mundo para salir de su subdesarrollo. Si estos países consiguieran estabilizarse mediante la realización de proyectos industriales sólidos, con una adecuada utilización de la tecnología moderna, estarían en condiciones de desarrollar una política nacional autónoma. Podrían utilizar sus recursos, desarrollar la población por la alimentación y la educación y resolver sus problemas internos, lo que, al parecer, no conviene en modo alguno a los neomalthusianos, cuyos intereses están salvaguardados por la supeditación de aquellos países a las condiciones que les imponen el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
En 1982 Bingham introdujo en el House Foreign Affairs Commitee una enmienda al Atomic Energy Act que destruiría completamente el Acta e impediría las exportaciones de tecnología nuclear. La enmienda consistía en: requerir excepciones especiales para la exportación «a cualquier parte», incluidos Japón y Europa, de tecnologías de reprocesamiento y enriquecimiento; impedir la exportación de uranio enriquecido norteamericano, excepto, en pequeñas cantidades, para reactores de investigación; prohibición de que los países recibieran para la reexportación a terceros tecnologías nucleares de reproceso, incluso «no críticas»; hacer de todas las exportaciones de tecnología nuclear asunto de seguridad nacional que deberían ser aprobadas, caso por caso, por la Secretaría de Estado y Defensa.
Resultó extraño, al menos, que los movimientos ecologistas no se precipitaran a saludar esta enmienda como un gran triunfo de sus tesis. Al fin tenían algo por lo que habían suspirado. Su silencio resulta sospechoso, pues los identifica con sectores políticos de la Administración claramente reaccionarios. La enmienda supone un atentado contra los países en vías de desarrollo y también contra Europa y Japón, que ven vetados sus intentos de acceder a una tecnología que los sectores reaccionarios norteamericanos requieren tan sólo para sí mismos. La enmienda tiene tanta envergadura como el veto de transferir tecnología industrial para la construcción del gaseoducto soviético que tanto revuelo levantó en la prensa. El Instituto para el Control Nuclear, un lobby recién creado, actúa, por su parte, para que el movimiento pacifista nuclear freeze haga una completa identificación de la energía atómica con las bombas nucleares. El primer objetivo de esta campaña es crear un movimiento de masas en apoyo del completo y permanente cese de todas las exportaciones norteamericanas de tecnología nuclear a los países en vías de desarrollo.
PERSPECTIVAS CONTRARIAS AL DISCURSO DE MODA
Jon Gilberston, ingeniero nuclear, realizó un estudio sobre las soluciones del déficit de energía y llegó a una serie de importantes conclusiones que difieren en el fondo y en la forma, del discurso de moda. Parten de la preocupación por las dificultades que estrangulan a los países en vías de desarrollo y de la necesidad política de situar en su contexto la estrategia conspirativa de los lobbys neomalthusianos.
En primer lugar, Jon Gilberston, de acuerdo con otros análisis del consumo de energía, destaca que la importancia de la energía eléctrica se basa en que es cualitativamente diferente de la energía térmica. Actúa como único conductor del crecimiento industrial a causa de su capacidad de proveer de formas de energía de alta intensidad. Con una densidad de flujo energético (kW/m2) de magnitud mucho más grande que la combustión del combustible fósil, la electricidad es más barata y más eficiente. Mientras que la tasa de crecimiento industrial no está estrechamente relacionada con el uso total de la energía, lo está con la tasa de crecimiento de energía eléctrica. Históricamente la tasa de crecimiento de la energía eléctrica debe ser una vez y media la tasa del crecimiento económico deseado.
En segundo lugar, el impacto mayor de las tecnologías avanzadas en la producción de energía no está en la creación directa de producciones tangibles, sino, más aún, en la productividad que se logra por la introducción de aquellas tecnologías. Es decir, no todas las tecnologías de energía eléctrica son económicamente equivalentes. La energía nuclear, por ejemplo, no sólo produce electricidad más barata que el carbón o el fuel-oil, sino que, de manera más importante, actúa como cadena de transmisión de nueva tecnología, de mano de obra más especializada y de técnicas de producción más eficientes en economía.
Esta característica de la energía nuclear se asemeja mucho al impacto total de la inversión en infraestructura. Su significancia económica principal es el incremento de la productividad que resulta de un transporte y de unas comunicaciones más rápidas y fiables.
En tercer lugar, obtener provecho de estas propiedades de la energía eléctrica, y en especial de la energía eléctrica nuclear, requerirá una expansión masiva de la capacidad mundial de construcción nuclear.
En cuarto lugar, Gilberston propone el uso de técnicas de construcción de escala completa, que han demostrado su capacidad de lanzar una masiva expansión de la construcción nuclear, pero que todavía no han sido terminadas. Esta estandarización, como la que propone Gilberston sobre las tecnologías nucleares flotantes, ofrecen un camino realista para resolver el creciente déficit de energía.
UNA SOLUCIÓN JUSTA PARA EL TERCER MUNDO
Mediante la utilización de los métodos estándar, las cinco naciones (USA, URSS, Francia, Alemania y Japón) que encabezan la producción de energía nuclear, conseguirían para el final del siglo (a excepción de Francia) el equivalente a 1300 gigavatios (GWe) de potencia eléctrica. Un gigavatio es aproximadamente el tamaño de una planta moderna de mil megavatios de escala completa. Este logro supondría cubrir como mínimo el 50% de las necesidades industriales y agrarias del Tercer Mundo, como tarea básica de la descolonización. Pero si, además, la India y Suecia y otros productores nucleares cuyos programas han sido concebidos para cubrir tan sólo sus necesidades, se decidieran a exportar su tecnología, para el año 2010 se habría resuelto completamente el déficit total. Así, diez años después, las naciones del siglo XXI habrían alcanzado el nivel imaginado hacia mediados de la década de los 60, cuando la energía nuclear era considerada como la alternativa más válida para lograr unos estándares adecuados. Estos estándares fueron definidos por el Premio Nobel de Física Glenn T. Seaborg, descubridor de algunos elementos transuránicos y antiguo comisario de Energía Atómica. Seaborg fijó la meta del uso mundial de electricidad en 6000 kWh per cápita para el año 2000. Por comparación, el estándar norteamericano actual se sitúa en 10 000 kWh per cápita al año. El promedio europeo, a excepción de las zonas más desindustrializadas, como la Península Ibérica, está en 5000 kWh per cápita al año. En fuerte contraste, el uso de electricidad en los países del Tercer Mundo se tipifica en el caso de Egipto, con 335 kWh per cápita al año. El profundo gap energético, que habría de ser llenado con la energía nuclear, no sólo no ha disminuido sino que se ha agravado desde 1979, como consecuencia del parón energético y nuclear impuesto a aquellos países. Estudios competentes demuestran repetidamente que el crecimiento de la electricidad ha de impulsar, como mínimo, el 50% del crecimiento económico. La construcción nuclear mundial ha alcanzado menos de un tercio de la meta propuesta por Seaborg.
John Gilberston analiza la capacidad de producción de plantas nucleares en los cinco países que la encabezan y sostiene que, aun en el caso de que fuera suprimido el «parón energético y nuclear», aquélla no sería suficiente para cubrir las ingentes necesidades del Tercer Mundo. Tras observar que las áreas impulsoras de desarrollo se sitúan en las costas del mar y en las orillas de ríos caudalosos, la solución consistiría en construir unidades de producción flotantes que aportarían el necesario suministro eléctrico. La experiencia ha funcionado bien en plantas desalinizadoras y en plataformas marinas para la extracción de petróleo. De hecho las plantas nucleares flotantes, aunque de pequeño tamaño, han demostrado su eficacia desde que en 1955 se lanzó el primer submarino nuclear, el Nautilus. La combinación de estas plantas flotantes con las instaladas en tierra permitiría en la primera década del siglo XXI satisfacer las necesidades energéticas del mundo sobre la base de una profunda transformación de los países en vías de desarrollo. Tal perspectiva —naciones dotadas de una población numerosa, ocupada en proyectos propios de desarrollo— es la que suscita el «síndrome del miedo» de los lobbys neomalthusianos, como el «Club de Roma», y de los círculos financieros internacionales que no soportan la descolonización completa del Tercer Mundo.
CONSPIRACIONES POLÍTICAS CONTRA LOS PAÍSES QUE OPTAN POR LA ENERGÍA NUCLEAR
Sólo un puñado de países del Tercer Mundo —entre ellos, la India, Irán, Irak, Argentina, Brasil, Méjico y de manera incipiente Pakistán— poseen recursos económicos o cuadros científicos para desarrollar un programa de energía nuclear de gran escala.
Curiosamente, cada uno de estos países, que hacia la mitad de la década de los 70 iniciaba un poderoso despegue económico basado en la producción masiva de energía eléctrica —en buena parte de origen nuclear— sufrió grandes descalabros económicos, enormes convulsiones políticas y una crisis devastadora. ¿Casualidad? ¿Tantas y tan grandes?
De aquellos países, sólo la India ha conseguido mantener una estabilidad que le permite ir cumpliendo los planes de crecimiento económico. Sin embargo, los recientes problemas creados en su frontera con Pakistán, con uno de sus Estados en abierta rebeldía, demuestran la obstinación de las fuerzas que desearían ver desmembrada la India en Estados independientes. La revuelta de los Sikh recuerda sospechosamente la política británica de fomentar las guerras secesionistas, religiosas y tribales para minar la autoridad del Estado central. Tal experiencia tuvo éxito en la planificada destrucción de Alí Bhutto, el presidente pakistaní ahorcado según la vieja fórmula de la vendetta colonialista. La muerte de Alí Bhutto y la consiguiente política de Zia-ul-Hak sonaban a clara advertencia al gobierno de Indira Gandhi, cuyo programa energético es de una firmeza de hierro.
Cuando inauguró en Nueva Delhi la Conferencia Mundial de la Energía, en septiembre de 1983, Indira Gandhi describió el rápido progreso enla producción de energía, su éxito en el desarrollo de la energía nuclear y expresó su compromiso de continuar esta política, «a pesar de la oposición externa». «Hace tres décadas —dijo— un dinámico científico de primera línea, el doctor Homi Bhabha, señaló que para cubrir nuestras crecientes necesidades de energía, no deberíamos depender de la expansión de nuestros recursos hidráulicos y térmicos. Inició nuestro programa nuclear, lo que levantó fuerte oposición en muchos países que nos acusaron de imprudencia y de impracticabilidad. La oposición continúa y encontramos obstáculos a cada paso. Pero la tecnología india ha adquirido capacidad para diseñar, fabricar y construir plantas de energía nuclear». Y añadió Indira Gandhi: «Dos de las muchas razones que explican el ascenso y la caída de las naciones son el descubrimiento de nuevos recursos y el nacimiento de nuevas tecnologías. El poder económico es empleado para sostener los avances existentes, raramente para ocuparse de otros. Los países desarrollados controlan enormes sistemas de producción industrial. Basados en su actual afluencia y control de la tecnología, regulan el comercio mundial y la dirección de las inversiones que fortalecen su propia autoridad, pero que hacen más dependientes a los otros. El mundo necesita una visión a largo plazo, no a corto».
LA ERA NEGRA DE JOMEINI EMPIEZA DESMANTELANDO LA ENERGÍA NUCLEAR
Pocos ejemplos más gráficos que el de Irán pueden aportarse sobre la correlación existente entre el desmantelamiento energético de un país y la «vuelta a la Edad Negra». El fundamentalismo islámico lanzado como un vendaval arrasador por el ayatolá Jomeini sobre su país y la onda expansiva sobre otros países musulmanes, está aniquilando las bases modernas que podían haberlo sacado de su miseria y de su atraso secular.
Frente a las actuales corrientes «progresistas» de ciertos intelectuales europeos que con frivolidad pasmosa alardean de su conversión al islamismo, se alza la sangrienta realidad de los hechos. Al igual que bajo el régimen de Pol Pot, aunque con presupuestos políticos diferentes, el fundamentalismo islámico está destruyendo la juventud cualificada de Irán y desmontando piedra a piedra el complejo dispositivo científico-técnico penosamente conseguido durante los últimos años del Régimen del Sha. Desde el punto de vista político, la caída de éste sólo puede ser interpretada como una pieza importante del «Gran Juego» en Oriente Medio, con la finalidad de reconstruir el viejo esquema colonial. La pérdida de hegemonía por parte de los Estados Unidos, labrada con la caída de su aliado principal, el Sha, no camina en el sentido de la Historia, sino que la hace retroceder. La barbarie más espantosa, con el aniquilamiento físico y el lavado de cerebro de la población, sitúa a Irán otra vez en las puertas de la Edad Media. Necesitará muchos años para alzarse sobre sus propias ruinas, en el caso hipotético de que pueda reunir fuerzas para intentarlo.
El doctor Akbar Etemad, antiguo director del programa de desarrollo nuclear en Irán, explicó a Cecilia Soto de Estévez, directora de la «Asociación Mexicana de la Energía Nuclear», las claves del hundimiento de Irán: «Lo que asustó a todo el mundo no fue que nosotros estuviéramos construyendo plantas nucleares. Esto ya se sabía. Lo que asustó al mundo fue que estuviéramos preparando a la gente para trabajar en investigación y en desarrollo». Y añadió: «Si una sociedad decide no tener actividades progresivas, no hacer frente a las necesidades crecientes de la población y no emprender un proceso de desarrollo y modernización, ciertamente no tendrá necesidad de mucha energía, y en este caso se podría decir que Irán no necesita un programa nuclear. Pero éste no era el caso de Irán antes de la revolución de Jomeini. Nosotros nos esforzábamos duramente en desarrollar nuestra industria, nuestros servicios sociales y nuestra capacidad de hacer frente a futuras necesidades en el campo de la energía y en el de la industria. Teníamos una de las economías más sanas del mundo. Habíamos alcanzado una elevada tasa de crecimiento, nuestra industria interna tenía una producción de bienes por valor de 20 000 millones de dólares. No creo que éste sea el caso del 95% de los países en desarrollo. Teníamos un relativamente elevado estándar de vida en Irán, todo como continuación dela energía necesitada. Ahora alguna gente arguye que Irán es un país rico en fuentes de energía y que por tanto no se justifica un programa nuclear.
»La justificación es muy fácil. Lo primero de todo, si se desea ir hacia una masiva producción de energía y conseguir un desarrollo de nuevas tecnologías, cualquiera estará de acuerdo en que estas tecnologías tienen un principal papel inductor. Se necesita al menos unas cuantas décadas para alcanzar una contribución notable a las necesidades del país. El programa nuclear de Irán no estaba pensado para un futuro inmediato, aunque formara parte de él. La intención principal era preparar el país para que tuviera acceso a la tecnología nuclear con un extenso programa de energía nuclear. La intención era que para el final del siglo, cuando las reservas de petróleo se hubieran agotado o disminuido hasta el nivel del consumo interno (la predicción era que la producción petrolera de Irán caería después de 1990, para alcanzar sólo el nivel de consumo interno), la energía nuclear entraría en el marco el programa del desarrollo de la energía en Irán. Este hecho no excluye el gas, que existe en Irán, sino que pensamos que después del petróleo tendríamos que recurrir al gas y a la energía nuclear y que ambos serían necesarios para el modelo de desarrollo iraní.
»El otro aspecto racional que estaba detrás del programa de energía nuclear era que éste es, desde el principio, una cuestión de tiempo y de capital. Uno de los problemas al que se enfrenta la mayoría de los países en desarrollo es que carecen de capital para inversión. De hecho el costo de la energía eléctrica de las actuales plantas nucleares es muy bajo, pero el capital de inversión es muy alto. Ahora pensamos que cuando Irán estaba en condiciones de proveerse de formación de capital para el sector energético, la elección nuclear fue la mejor. Más tarde no habríamos tenido condiciones para hacerlo o hubiera sido muy difícil. Puedo citar el ejemplo de Pakistán, de Turquía o de otros países que desean la opción nuclear, pero que están atascados porque no pueden conseguir capital para inversión.
»El otro punto es que el desarrollo de las actividades industriales en Irán logró hasta tal nivel la sofisticación de la tecnología en el país, que pensamos que podríamos tener tecnología nuclear, sin demasiado miedo a no ser capaces de hacer frente a los problemas de la energía nuclear. Los cuatro o cinco años en que fuimos activos en este campo, tuvimos la evidencia de que Irán podía manejar este tipo de problemas.
»Teníamos un país muy extenso y no desarrollado en todas las partes. Hay regiones en Irán que no están desarrolladas por falta de energía y de agua, lo que muchas veces va junto. La mayoría de las regiones alrededor del golfo Pérsico carece de agua y la población es muy escasa. No ha habido desarrollo en los últimos veinte años. Uno de estos lugares es Bushir, donde empezamos a construir la primera de dos plantas nucleares, con una capacidad de 2400 megavatios. Él proyecto fue diseñado para que toda la región recibiera electricidad de aquellas plantas. Entonces nos dimos cuenta de que la electricidad por sí sola no es bastante para desarrollar una región.
»Empezamos un programa más extenso para crear una organización compleja. La población en aquel tiempo era de 100 000 personas y nos propusimos aumentarla a 600 000, las que se necesitaban para actividades agrícolas e industriales y también para el normal desarrollo social de una ciudad. Todo eso necesitaba energía nuclear, agua y mucha imaginación.
»Decidimos a continuación abastecernos de agua. Como íbamos a disponer de una gran cantidad de energía, decidimos ensamblar una gran planta nuclear desalinizadora que funcionara con el vapor procedente de la planta nuclear. La planta desalinizadora estaba en construcción cuando cayó el Sha. Su capacidad era de 200 000 metros cúbicos diarios de agua potable, un auténtico río a bajo coste porque utilizábamos la energía degradada en forma de vapor.
»Con abundante energía eléctrica y agua intentamos montar otras industrias, por ejemplo, pesquerías para explotar las grandes posibilidades de nuestro mar.
»Naturalmente, las actividades agrícolas basadas en agua desalinizada no son una forma normal de agricultura. Tenía que organizarse una agricultura intensiva y se prepararon planes para establecer una actividad integral de agricultura-industria».
INTERDEPENDENCIA NECESARIA
El doctor Akbar Etemad abordó el tema de la dependencia tecnológica del exterior a que deben someterse los países en vías de desarrollo. Es una vieja cuestión polémica que aparece casi siempre como pretexto para mantener otro tipo de dependencia más rudimentaria y brutal. Se desempolva el argumento de la supeditación a las potencias que conllevaría la adquisición de tecnología moderna, con ribetes de exaltado nacionalismo, y no se habla de la supeditación de la miseria, ni, lo que es más grave, del estancamiento del país en cuestión. Argumentos muy de moda también en España, utilizados por grupos que demuestran tan gran pobreza ideológica, como debilidad política.
«Creo —decía el doctor Akbar Etemad— que cada país que persigue el desarrollo tecnológico sufre un cierto grado de dependencia. Puedo citar los ejemplos de Alemania y Japón, que han sido muy dependientes en tecnología desde la guerra. Japón ha importado toda su tecnología y, como todo el mundo sabe, se dedicó a copiar productos que existían en otros países. Pero poco a poco aprendieron a hacer grandes cosas y ahora dominan el mercado. Alemania, un país altamente industrializado, no fue activo en el campo de la energía nuclear hasta el final de la década de 1950 y cuando empezaron estaban detrás de otros países. Pero comenzaron a transferir tecnología, llegaron a acuerdos con otros países y poco a poco consiguieron ser más o menos independientes en este campo. Aun así, ni Alemania, ni Japón son independientes. Tienen que importar combustible para sus plantas nucleares y reciben los servicios de enriquecimiento de otros países. No les preocupa este grado de dependencia porque en realidad todos estamos entrando en una época de interdependencia. A medida que la economía de un país se hace más y más compleja, la idea de autosuficiencia y completa independencia se hace más irrelevante.
»La dependencia real de los países pobres reside en la falta de conocimiento de investigaciones básicas, de las materias primas necesarias para desarrollarse. Así, haciendo planes de acuerdo con este proyecto de energía, en el terreno de investigación sobre energía atómica, en la física del plasma, el campo de la ciencia es la clave para la dependencia de aquellos países, y también la preparación y los aspectos de la educación en los planes de investigación. Esto es lo que asustó de Irán, su capacidad para educar en la Ciencia a la juventud. Teníamos más de 2500 personas trabajando desde los más altos niveles de la investigación científica, hasta los especialistas de plantas nucleares. Estábamos formando operadores, técnicos y científicos».
Todo aquello acabó. El fanatismo religioso de Jomeini demostró tener un proyecto distinto, una ambición aniquiladora bien manipulada por los grupos oligárquicos que lo llevaron al poder. El desmantelamiento científico-técnico ha sido una baza ganada por los sectores reaccionarios que utilizan Irán como laboratorio para exportar la desintegración de la sociedad moderna a otros lugares.