9. EL MITO DE LA RENUNCIA A LA ENERGÍA ELÉCTRICA

Mistificación número tres: No es necesaria una disponibilidad de energía eléctrica, como la pretendida en el desarrollo de los programas energéticos que se han sucedido a lo largo del siglo. Estos programas energéticos han militarizado la economía, destruido el medio ambiente y degradado la Naturaleza. Conducen a la extinción de los recursos naturales y abocan a la Humanidad a un peligro serio de autodestrucción. En consecuencia, hay que reducir la disponibilidad de energía eléctrica y descentralizarla, paralizando los proyectos y «aparcándolos hasta que una nueva necesidad real haga conveniente su relanzamiento».

Las amplias disponibilidades de combustible y de energía, particularmente eléctrica, descubiertas y alentadas a lo largo del siglo, hicieron posible la transformación de los países industrializados, resolviendo las principales necesidades de una población creciente. Las nuevas formas de energía, inherentes al desarrollo de las fuerzas productivas, fueron un factor inexcusable para lograr el bienestar de la gente. Sólo causas sociales y políticas han impedido que el bienestar alcance a la totalidad de la población.

Los dos ejemplos más notables son el de los Estados Unidos y el de la URSS, aunque no son precisamente un modelo satisfactorio para los ecologistas. Sin embargo, a pesar de las críticas de éstos, la mayoría de las veces infundadas o extrapoladas, la Unión Soviética acomete una serie de transformaciones profundas que hacen compatible la ecología con el desarrollo. El creador del Estado soviético, Lenin, supo formular genialmente la solución del problema cuando a la pregunta de qué entendía él por la construcción del comunismo, respondió tajantemente: poder soviético más la electrificación de todo el país. La construcción del Estado soviético fue simultánea al desarrollo de las fuentes de energía eléctrica. Es obvio que no habría sido posible extender el proceso de industrialización sin disponer al mismo tiempo de la energía eléctrica necesaria. Es importante señalar que los programas energéticos van por delante de los programas de industrialización, de forma que éstos disponen siempre de la energía requerida. Bajo esta experiencia resulta al menos pintoresca la decisión de la Administración española de frenar el programa energético alegando que la recesión económica actual y la crisis industrial no hacen necesaria una gran disponibilidad de fuentes de energía y dejando para el momento de la recuperación la instalación de nuevas plantas.

A costa de esfuerzos extremos y en un período muy breve, el pueblo soviético creó una poderosa base energética que ayudó al Estado socialista no sólo a resistir en la Segunda Guerra Mundial, sino a derrotar al ejército alemán agresor. La URSS ha creado una poderosa base energética moderna. Sólo en 1980 las centrales térmicas, hidráulicas y atómicas el país generaron un billón 295 mil millones de kWh, todo un mar de electricidad. La potencia instalada de las plantas eléctricas de la URSS, a principios de 1981, se aproximó a los 270 millones de kilovatios. El programa de electrificación completa del país se realiza cada vez con mayor consecuencia y universalidad y ha hecho de la Unión Soviética una potencia industrial avanzada, por encima de Europa y en el segundo puesto mundial de la producción industrial y de la generación de electricidad. Va a la cabeza de la producción mundial de un número de productos industriales básicos y le pertenece una quinta parte de la producción mundial de combustibles y de recursos energéticos. Es el único país industrial que satisface por completo sus necesidades del combustible y de energía. Es el principal productor mundial de petróleo y de gas condensado (609 millones de toneladas en 1981) y el segundo en la extracción de gas natural (465 000 millones de metros cúbicos). Presta gran atención al desarrollo de un complejo energético y de combustibles, desarrollando nuevas tecnologías para ahorrar los combustibles no renovables y para encontrar nuevas formas de energía.

El caso de los Estados Unidos es igualmente revelador y bajo otros postulados políticos es semejante al ruso. Las grandes realizaciones energéticas sirvieron adecuadamente al rápido proceso de industrialización, introduciendo además el uso masivo de motores eléctricos en el proceso de mecanización y de automatización. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos pudieron arrollar industrialmente a la Alemania de Hitler y subvenir a las necesidades de los aliados gracias a un correcto planteamiento de un programa energético de vasto alcance. Como veremos más adelante, la campaña contra las amplias disponibilidades energéticas de los Estados Unidos es una pieza fundamental para minar su poderío, al servicio de los grupos oligárquicos.

EL PROGRESO DEPENDE DE LA ENERGÍA

La lucha contra la energía nuclear se ha convertido en el resultado más visible de la mistificación que encabeza este capítulo, utilizada ampliamente por los movimientos ecologistas que la han convertido casi en su razón de ser. Si se examinan sus propuestas alternativas se verá que, en la actualidad y durante mucho tiempo, ninguna de ellas dispone de capacidad real suficiente para generar la cantidad de energía exigida para mantener los estándares de vida actuales en los países industrializados no digamos para extenderlos—, ni para arrancar a los países en desarrollo de su vigente estancamiento en la miseria.

En el fondo, la lucha contra la energía nuclear es el pretexto para oponerse al desarrollo de la energía en general. El parón energético es la primera condición para acelerar el proceso de desindustrialización y en consecuencia la vuelta a situaciones primitivas. El desarrollo económico de los países depende cada vez más de la satisfacción de sus necesidades de energía y de combustible, puesto que es prácticamente imposible desarrollar una rama cualquiera de la producción material sin la energía necesaria. La relación entre el desarrollo de la producción de energía y el de la economía en su conjunto adquiere proporciones vitales. El índice de crecimiento de todas las industrias depende de la escala de consumo de energía y de combustibles. El nivel del desarrollo económico de ambas —dice Igor Kozlov— debe ser mirado como un factor importante del progreso tecnológico y su índice de producción per cápita es uno de los más importantes. Es bien conocido que las tendencias dirigentes del progreso tecnológico, como la electrificación, la mecanización y la automatización de la producción, están estrechamente ligadas al crecimiento del consumo de energía. Tan sólo en las tres últimas décadas se ha más que doblado el consumo de energía per cápita en el mundo y el del petróleo ha crecido tres veces y media.

LA NECESIDAD DE ENERGÍA NO ES UN CAPRICHO

Este crecimiento rápido, mas la perspectiva de seguir haciéndolo en el futuro, ha agudizado el problema de la energía. Por primera vez es un problema global que afecta no sólo a los países autosuficientes, sino a los que carecen de recursos. El ahorro energético, contra el criterio de los ecologistas y de los neomalthusianos, no pasa por la paralización de los proyectos —empobreciendo a la población, condenándola a no salir de la miseria o haciéndola renunciar a los estándares modernos—, sino por la utilización racional de los recursos y la aceleración de la nueva tecnología.

Al principio de la década de los setenta, llegó a ser obvio que el combustible mineral, que durante mucho tiempo había sido la base energética del mundo moderno, se acabaría en un futuro no distante. Al mismo tiempo, como advertía el premio Nobel Soviético, Nicolai Semionov, los grandes avances en el campo de la Química ponían de relieve la imperiosa necesidad de frenar el derroche que significaba utilizar el carbón y el petróleo, fuentes inapreciables de nuevas materias. Como combustible. Por primera vez también en aquellos años el índice de nuevos hallazgos por prospecciones cayó por debajo del crecimiento del consumo. Se supo que, de continuar el ritmo de éste, se acabarían los recursos de combustible en las próximas generaciones.

Hemos visto cómo fue aprovechada esta evidencia por los círculos reaccionarios neomalthusianos para lanzar sus teorías —y sus organizaciones—, tendentes a imponer un nuevo orden económico mundial que supondría el estancamiento económico y la drástica reducción de la población. La alternativa era —y sigue siendo— aceptar los designios de los grupos oligárquicos o encontrar la forma de resolver las crecientes necesidades de energía.

Cuando se utiliza esta última expresión, los ecologistas aprovechan la oportunidad para introducir la mistificación, como si «las crecientes necesidades de energía» fueran un capricho irresponsable de una sociedad alocada que corre hacia el desastre, sin admitir la irrefutable evidencia de que la sociedad actual tiene tantas necesidades de energía como de aire. So pena de que la sociedad actual dé un vuelco violento hacia atrás —con la brusca desaparición de centenares, y aun miles, de millones de personas—, no tiene otro camino que reponer cada día ingentes cantidades de energía. La necesita solamente para seguir reproduciendo su estándar de vida actual. Esta reproducción significa exactamente una creciente necesidad de energía, pues la reproducción no es un hecho matemático, estático, sino un proceso que requiere un desarrollo. Salvo unos cuantos «iluminados» —que, por otra parte, por sus orígenes de clase suelen desconocer las privaciones reales— la mayoría de la gente, con razón, no estaría dispuesta a renunciar a la satisfacción de sus necesidades —muchas de ellas convertidas ya en fundamentales— que dependen del consumo de energía. (Entre paréntesis, sería interesante investigar no sólo los orígenes de clase de los ecologistas, sus hábitos de consumo y sus formas de vida, sino el promedio de su duración como militantes ecologistas en la práctica).

UNA AUTÉNTICA LECCIÓN DE ECOLOGÍA

Si en la sociedad actual la energía es «tan necesaria como el aire», será prioritario poner los medios para que aquélla sea, por comparación, «tan» renovable como éste. El equipamiento energético actúa decisivamente sobre el nivel de la Industria, la Agricultura y las condiciones de vida. Como dice Semionov, disponiendo de una cantidad ilimitada de energía eléctrica se podría, a condición de contar con un régimen social democrático, aumentar al infinito el bienestar de la gente. La ciencia y la Técnica modernas, añade el sabio, ofrecen inmensas perspectivas para satisfacer por completo razonablemente— las principales necesidades materiales de todas las personas del planeta. La dotación energética y en primer lugar la cantidad de energía eléctrica producida por habitante tienen un papel decisivo para el desarrollo de la base material de la sociedad y el bienestar de las gentes. En la actualidad, ambas son extremadamente bajas, sobre todo si se considera la disponibilidad per cápita de los países del Tercer Mundo. La energía eléctrica constituye sin duda el tipo de energía más elaborada. En la actualidad es producida esencialmente por centrales termoeléctricas que utilizan combustibles de diversa naturaleza. En numerosos casos también se necesita energía térmica obtenida directamente por la combustión de carburante, por ejemplo, en los motores de automóviles y de aviones. Por esta razón, la cantidad por habitante de combustibles producidos, constituye en definitiva el índice principal de la dotación de energía. Teniendo en cuenta que en la actualidad todavía el mayor porcentaje de combustible para la obtención de energía eléctrica procede del carbón y del petróleo, es importante saber cuánto durarán las reservas de combustibles fósiles. Después de hacer un estudio minucioso de las reservas previsibles, Semionov llega a la conclusión de que estamos dilapidando las reservas de combustibles y que la solución del problema es la introducción de métodos nuevos, más eficaces, para la obtención de energía. La necesidad para la Humanidad de pasar a nuevos tipos de energía, que no estén ligados al consumo de combustibles, se explica también por otras razones independientes del problema del agotamiento de los recursos energéticos, dice Semionov.

El discurso del sabio soviético es una auténtica lección de Ecología, pues encara los problemas, sin enmascararlos, y busca soluciones que nada tienen que ver con los delirios de nuestros ecologistas. Las fábricas, las centrales eléctricas y los motores modernos de combustión interna arrojan a la atmósfera una enorme cantidad de gas carbónico procedente de la combustión. Hemos visto, dice, cómo ha aumentado en el curso de la última década el consumo de los combustibles fósiles que son principalmente quemados en las cámaras de combustión de los motores y en las calderas industriales. La enorme cantidad suplementaria de gas carbónico no es sólo utilizada por las plantas, sino que también es absorbida igualmente por los océanos, lo que conduce a la formación de carbonatos en el agua. De esa forma los océanos sirven de poderosos tapones que mantienen el equilibrio del gas carbónico en la atmósfera. Se ha observado un cierto aumento, aunque todavía débil, del contenido de gas carbónico en la atmósfera, del orden del. 0,03 a 0,032%. El crecimiento extremadamente rápido del consumo de combustibles conducirá probablemente, con el tiempo, a un aumento considerable del contenido de gas carbónico en la atmósfera. Esto no es peligroso para los hombres y los animales, pero desde el punto de vista del cambio climático de la Tierra provocará un calentamiento de la misma y de las capas bajas de la atmósfera (efecto sierra) y terminará por crear sobre la Tierra un clima cálido y húmedo que hará difícil la vida humana. En la actualidad este efecto es todavía débil, pero cuando la cantidad de gas carbónico en la atmósfera sea mayor, la Humanidad se enfrentará a problemas serios. No está excluido que comience a disminuir el contenido de oxígeno en la atmósfera, a consecuencia de la cremación de grandes cantidades de combustibles.

Por consiguiente, el agotamiento rápido en el futuro de los recursos de combustibles convencionales y el peligro del aumento del contenido de gas carbónico en la atmósfera, plantean con fuerza a la Humanidad el problema de crear una energía mundial basada en principios enteramente nuevos. El tiempo de que disponemos para ello, dice Semionov, no es muy grande y no pasa probablemente de los cien años.

¿EXISTEN LÍMITES?

Nicolai Semionov, fundador de la nueva ciencia de la constitución de la materia y del proceso químico, llamada «física-química», ve en la utilización de la energía atómica, bajo la forma de las centrales eléctricas atómicas, el inicio de la solución del problema y el camino para lograr aquella energía mundial basada en principios enteramente nuevos. La fisión nuclear ha abierto la senda para llegar a la fusión nuclear que dotará a la Humanidad de una energía prácticamente inagotable y sin ninguna capacidad contaminante.

¿Existe un límite a la utilización de la energía nuclear? Aunque parezca extraño, responde Semionov, lo hay y viene determinado por el recalentamiento de la superficie de la Tierra y de la atmósfera como consecuencia del desprendimiento de calor de los reactores termonucleares. Se puede calcular que la temperatura media de la superficie de la Tierra y de los océanos aumentará en 7º C cuando el calor producido por los reactores nucleares llegue al 10% de la energía solar absorbida por la superficie de la Tierra y de los mares y por la baja atmósfera. Tal elevación de la temperatura media provocará un cambio brutal del clima y puede suponer un riesgo de diluvio universal como consecuencia de la fusión de los hielos de la Antártica y de Groenlandia. Por esa razón la producción de energía nuclear no debería crecer más allá del 5% de la energía solar, lo que corresponde a un calentamiento dela superficie terrestre del 3,5º C. Sin embargo, es preciso obtener datos más precisos sobre el riesgo de calentamiento de la superficie de la tierra.

En la actualidad es difícil precisar qué calentamiento de la tierra conducirá a un cambio irreversible de la corteza glacial y del clima. Mientras tanto, a Semionov le parece que el valor arriba indicado, 3,5º C, por el desprendimiento del calor de todas las centrales atómicas y termonucleares, es muy exagerado. Después de realizar cálculos bien precisos, Semionov llega a la conclusión de que la energía termonuclear podría suministrar, sin peligro alguno de 500 a 300 veces más energía que la combustión de productos fósiles. Tal cantidad de energía será suficiente para satisfacer las necesidades de la Humanidad futura, si la población de la tierra, sobre todo de Asia del Sudeste, no crece en los próximos siglos a un ritmo superior al 1,7% anual, como es el caso de hoy.

SOLAR Y OTRAS

Semionov fue uno de los primeros científicos que señaló las perspectivas de una mejor utilización de la energía solar. Su discurso en la Exposición Universal de Bruselas, en junio de 1957, anunció una nueva era para la investigación científico-técnica. Después de afirmar, basándose en rigurosos estudios, que la población de la Tierra podría disponer de energía termonuclear suficiente y segura aunque aquélla fuera diez veces más numerosa, se refirió a las posibilidades de utilizar la energía solar.

El Sol envía a la Tierra una cantidad de calor que sería suficiente para llevar a ebullición, cada dos minutos y medio, un lago como el de Sevan. Gran parte de esta radiación es difuminada y absorbida parcialmente por la atmósfera, de suerte que sólo un 40% del calor llega a la Tierra. Pero si nosotros transformáramos en energía eléctrica toda la energía que el Sol envía sobre la Tierra con un coeficiente de rendimiento, digamos, de un 20%, tomaría ventaja a la utilización máxima de la energía termonuclear. Es verdad que para lograrlo sería preciso recubrir con cápsulas de líquido fotosensibles toda la superficie firme de la Tierra y del agua, sin hablar de las dificultades técnicas que supondría cubrir los océanos. Pero incluso una décima parte de esa energía sería suficiente para abastecer de electricidad a una población diez veces más numerosa que la actual.

La energía solar ofrece muchas ventajas, pero es extremadamente difusa. Para recogerla se necesitan, como en la agricultura, inmensas superficies. El único medio sería recubrir 1/10 de la superficie disponible con un líquido fotosensible o una emulsión acuosa, recubiertos de una fina película de plástico. En la estación central se lograría un producto saturado de energía para ser a continuación usado en las pilas de combustible con un rendimiento cercano al 100%.

Además de otras dificultades técnicas, la solución de este problema requiere importantes trabajos de investigación. Es necesario crear catalizadores energéticos que permitirían transformar, con un coeficiente de rendimientos suficientemente elevado, la radiación solar en energía química de los productos de radiación. La Naturaleza ha creado tales catalizadores en las plantas bajo la forma de cloroplastos conteniendo la clorofila. Permiten, bajo la acción de la luz solar, obtener, a partir del gas carbónico y del agua. Sustancias orgánicas ricas en energía que desprenden oxígeno. El rendimiento de esta fotosíntesis es del 10%. Se trata de encontrar catalizadores artificiales funcionando según el mismo principio, con un rendimiento dos veces más elevado. Creo, dice Semionov, que realizando un gran trabajo científico, bien organizado, llegaremos a resolver el problema. Las perspectivas que se abrirían entonces serían verdaderamente fantásticas. Si lográramos el coeficiente buscado de transformación de la energía solar en energía eléctrica sobre una superficie irradiada igual a 1/10 de la superficie de los continentes (sin contarla Antártica) podríamos construir 60 000 centrales eléctricas, cada una de las cuales con una potencia igual a la de la central de Krasnoiarsk. Un kilómetro cuadrado irradiado podría suministrar una media de 22 000 kW, e incluso más en las latitudes del Sur. Se puede imaginar lo que esto significaría para la electricidad completa de la agricultura, de la construcción rural, para la vida de los trabajadores agrícolas y para la industria local.

Existe, concluye Semionov, una tercera fuente de un inmenso potencial energético: el calor del magma subterráneo. Desde el punto de vista científico no hay ningún problema, pero la utilización de esta fuente de energía presenta dificultades técnicas considerables, dada la débil conductividad calorífica de las rocas.

Hemos visto que existe, a más del carbón, el petróleo, el uranio y el torio, una serie de fuentes de energía más poderosas, cuya domesticación nos permitiría satisfacer las necesidades de electricidad de la población creciente del Globo. Estas nuevas fuentes presentan la ventaja incontestable de ser prácticamente inagotables. Para resolver los problemas de su utilización es indispensable organizar y conjugar enormes esfuerzos, no solamente de los sabios y de los ingenieros, sino también de los pueblos del mundo entero.

LA UTOPÍA NO ES UN MILAGRO

Los ecologistas demuestran una especial predilección por la energía solar por su capacidad no contaminante por excelencia. Esta virtud de la energía solar es cierta, como fue el primero en señalar el científico Semionov. La diferencia fundamental entre el discurso de Semionov —producto de una vida entregada por completo a la investigación para resolver los inmediatos problemas y a largo plazo— y el de los ecologistas estriba en que aquél no es «propagandístico», mientras que el de éstos parte de un principio aberrante: niegan, de hecho, el carácter dialéctico del proceso científico y se convierten en propagandistas del pesimismo, cuando no de los intereses reaccionarios de los círculos oligárquicos.

Los ecologistas vulgares de nuestra época pretenden asumir el papel de utópicos, sin querer admitir que la utopía verdaderamente encarnada en la experiencia histórica necesita someterse al proceso de desarrollo social.

El fin último de la utopía es su negación mediante la realización de sus presupuestos. Es decir, su concreción histórica solamente se puede obtener mediante una serie de pasos que aparentemente la contradicen. Para llegar a la utilización «completa» de la energía solar, como para acceder al dominio «tecnológicamente limpio» de la energía de fusión, es preciso rendir tributo mediante el uso, en apariencia nocivo, de tecnologías no completas.

La utopía no es un milagro, una trampa deus ex machina, que pueda lograrse mediante buenos deseos, sino un proceso laborioso de acciones incluso «sucias», de sucesivas caídas y reiteraciones en el error. Los ecologistas que constantemente reclaman la utopía, si son honestos, deberían empezar por admitir que sólo se llegará a ella, con lo que dejará de ser utopía, dando los pasos de lo que hoy parece su negación.