39
—Aquel bastardo se llamaba Steve, Steve Smitty.
Mila pronunció el nombre con desprecio, mientras Goran la cogía de la mano sobre la cama de cuerpo y medio del hotel.
—Solo era un tipo torpe que no había conseguido nada en la vida. Pasaba de un trabajo estúpido a otro, y ni siquiera lograba que le duraran más de un mes. La mayor parte del tiempo estaba desocupado. A la muerte de sus padres había heredado una casa, aquella en la que nos tenía prisioneras, y el dinero de un seguro de vida. ¡No mucho, pero suficiente como para llevar a cabo su «gran plan»!
Lo dijo con un énfasis exagerado. Después sacudió la cabeza sobre la almohada, pensando en lo absurda que era aquella historia.
—A Steve le gustaban las chicas, pero no se atrevía a acercarse a ellas porque tenía el pene tan pequeño como un meñique y temía que se burlaran de él. —Una sonrisa burlona y reivindicativa atravesó por un instante su rostro—. Así que empezó a interesarse por las niñas, convencido de que con ellas tendría más éxito.
—Recuerdo el caso de Linda Brown —dijo Goran—. Yo acababa de obtener la primera cátedra en la universidad. Pensé que la policía había cometido muchos errores.
—¿Errores? ¡Se hicieron un verdadero lío! ¡Steve era un vago inexperto, dejaba un montón de huellas y de testigos! Ellos no fueron capaces de encontrarlo en seguida, y luego dijeron que era muy listo. Pero ¡en realidad solo era un idiota! Un idiota con mucha suerte…
—Pero había logrado convencer a Linda…
—La había sometido valiéndose de su miedo. Se había inventado a ese tipo malvado, Frankie, y le había asignado el papel del malo solo para hacerse pasar por el bueno, por el «salvador». Además, el muy imbécil tampoco tenía mucha imaginación: ¡lo había llamado Frankie porque era el nombre de una tortuga que tenía de pequeño!
—Le funcionó.
Mila se tranquilizó.
—Con una niña aterrorizada y trastornada. Es fácil desbaratar el sentido de la realidad en esas condiciones. Cuando pienso que me encontraba en una mierda de sótano y que, en cambio, yo lo llamaba «la barriga del monstruo»… Encima de mí había una casa, y esa casa se encontraba en un barrio de la periferia con muchas otras casas alrededor, todas parecidas, todas normales. La gente pasaba por delante y no sabía que yo estaba allí abajo. Lo más atroz es que Linda, o Gloria, como la rebautizó él poniéndole el nombre de la primera chica que lo había rechazado, podía moverse libremente, pero ¡ni siquiera pensaba en irse, aunque la puerta de la entrada prácticamente siempre estaba abierta! ¡Él no cerraba con llave ni siquiera cuando salía a dar sus paseos, tan seguro estaba de la eficacia de la historia de Frankie!
—Tuviste suerte de salir con vida.
—Tenía el brazo casi necrosado. Durante muchos días los médicos hicieron lo indecible por salvarlo. Y además estaba muy desnutrida. Ese bastardo me daba papillas infantiles y me curaba con medicamentos caducados que cogía de la basura de una farmacia. ¡No necesitaba drogarme: mi sangre estaba tan envenenada por toda aquella mierda que era un verdadero milagro que siguiera consciente!
Fuera, la lluvia seguía cayendo, limpiando las calles de los restos de nieve. Ráfagas repentinas de aire golpeaban contra las persianas.
—Una vez me desperté de aquella especie de coma porque oí a alguien que pronunciaba mi nombre. Había tratado de llamar la atención, pero en aquel entonces Linda pareció convencerme de que me detuviera. Así, cambié mi salvación por la pequeña alegría de no estar sola. Pero no me equivocaba: arriba había realmente dos policías que estaban peinando la zona. ¡Todavía me buscaban! Si hubiera gritado más fuerte, quizá me hubieran oído. En el fondo solo nos separaba un delgado suelo de madera. Con ellos había una mujer, y fue ella quien pronunció mi nombre. Pero no lo hizo con la voz, sino con la mente.
—Nicla Papakidis, ¿verdad? Así fue como la conociste…
—Sí, fue entonces. Yo no le contesté, pero ella logró sentir algo de todos modos. Durante los días siguientes volvió y estuvo paseando por los alrededores de la casa con la esperanza de percibirme todavía…
—Así que no fue Linda quien te salvó…
Mila resopló.
—¿Ella? Siempre acudía a contárselo todo a Steve. Ya era su pequeña e involuntaria cómplice. Durante tres años él había sido todo su mundo. Por lo que sabía, Steve era el último adulto que quedaba sobre la faz de la Tierra. Y los niños siempre confían en los adultos. Pero, aparte de Linda, Steve ya quería deshacerse de mí: estaba convencido de que pronto moriría, así que había cavado un hoyo en la cabaña de las herramientas, detrás la casa.
Las fotos en los periódicos de ese hoyo en el terreno la habían marcado más que ninguna otra cosa.
—Cuando conseguí salir de la casa, estaba más muerta que viva. No me di cuenta ni de los enfermeros que me sacaban en camilla, subiendo la misma escalera por la que el torpe de Steve me hizo rodar cuando me encerró allí abajo. No podía ver las decenas de policías que se amontonaban alrededor de la casa. No oí los aplausos de la muchedumbre que se había congregado allí y que acogió mi liberación con alegría. Pero me acompañaba la voz de Nicla, que seguía describiéndomelo todo en mi cabeza y me decía que no fuera hacia la luz…
—¿Qué luz? —preguntó Goran, curioso.
Mila sonrió.
—Ella estaba convencida de que había una luz. Quizá debido a su fe. Había leído en alguna parte, creo, que cuando morimos nos separamos del cuerpo, y, después de haber recorrido rápidamente un túnel, se nos aparece una luz bellísima… Yo nunca le he dicho que, por el contrario, no vi nada. Solo oscuridad. No quería desilusionarla.
Goran se inclinó sobre ella y le besó el hombro.
—Debió de ser terrible.
—Fui afortunada —dijo ella, y su pensamiento corrió en seguida a Sandra, la niña número seis—. Debería haberla salvado. En cambio, no lo he hecho. ¿Cuántas posibilidades le quedan de sobrevivir?
—No es culpa tuya.
—Sí, lo es.
Mila se incorporó, sentándose en el borde de la cama. Goran alargó un brazo hacia ella, pero ahora ya no podía tocarla. Su caricia se quedó en el límite de la piel, sin alcanzarla, ya que ella estaba lejos de nuevo.
Él se dio cuenta, y la dejó ir.
—Voy a ducharme —dijo—. Tengo que volver a casa, Tommy me necesita.
Mila permaneció inmóvil, todavía desnuda, hasta que oyó el agua que empezaba a correr en el baño. Hubiera querido vaciar la mente de aquellos recuerdos grotescos, volver a tenerla en blanco para llenarla de pensamientos livianos como los de los niños, un privilegio del que había sido privada por la fuerza.
El hoyo en la cabaña de las herramientas detrás de la casa de Steve no había quedado vacío. Dentro había terminado su propia capacidad para sentir empatía.
Alargó una mano hacia la mesilla de noche y cogió el mando a distancia del televisor. Lo encendió con la esperanza de que, como el agua de la ducha de Goran, conversaciones e imágenes insignificantes expulsaran de su cabeza los restos del mal.
En la pantalla, una mujer aferraba un micrófono, mientras el viento y la lluvia trataban de llevárselo por los aires. A su derecha se veía el logo de un telediario. Debajo de ella corría el anuncio de una edición especial. Al fondo, a lo lejos, una casa rodeada por decenas de coches de la policía, con las sirenas encendidas iluminando la noche.
«… y dentro de una hora, el inspector jefe Roche hará una declaración oficial. Mientras tanto podemos confirmarles que la noticia es real: el maníaco que ha aterrorizado y convulsionado a todo el país con el secuestro y la masacre de varias niñas inocentes ha sido localizado…».
Mila no lograba moverse, tenía los ojos clavados en la pantalla.
«… se trata del recluso que se encontraba en libertad vigilada que esta mañana ha abierto fuego sobre los dos policías judiciales que se habían presentado en su casa para un control de rutina…».
Era la historia que Terence Mosca le había contado en la salita contigua a la habitación donde se desarrollaba el interrogatorio de Boris. Mila no daba crédito.
«… después de la muerte en el hospital del policía herido, las unidades especiales enviadas al lugar han decidido irrumpir en la casa. Solo después de haber abatido al condenado y haber entrado en la propiedad, han hecho el inesperado y sorprendente descubrimiento…».
—¡La niña, di algo de la niña!
«… lo recordamos para todos aquellos espectadores que acaben de incorporarse a nuestra emisión: el nombre del condenado era Vincent Clarisso…».
«Albert», corrigió Mila en su cabeza.
«… fuentes del Departamento nos informan de que la sexta niña aún se encuentra en la vivienda a mis espaldas; todavía está siendo asistida por un equipo médico que le está practicando los primeros auxilios. No tenemos confirmación de la noticia, pero parece ser que la pequeña Sandra sigue con vida…».