(Boca de la verdad)
Esta antiquísima máscara de mármol, de la que se desconoce su utilidad, suele datarse hacia el siglo I d.C. Representa una cara masculina con boca, ojos y nariz perforados. El curioso nombre aparece ya reflejado en textos del siglo XV, existiendo varias leyendas diferentes sobre sus imaginarios poderes. Pudiera haber sido parte integrante de una fuente o tal vez de una cloaca. Lo cierto es, que a través de los siglos, su fama ha ido aumentando, siendo admirada por centenares de visitantes todos los días y considerada desde la Edad Media como una de las curiosidades más representativas de Roma.
Tuvieron que esperar cerca de quince minutos antes de poder acercarse a ella. Alfredo quiso evitar la espera pero ella se lo impidió, le parecía demasiado descarado saltarse la enorme fila de personas que aguantaban pacientes e ilusionadas a que les llegara su turno.
—Cualquiera de ellos hubiera hecho lo mismo, de haber podido —protestó algo escamado.
—¡Qué importancia tiene! —Lo tranquilizó—. Resulta divertido mezclarnos como simples visitantes. Tengo entendido que existen varias leyendas sobre esta Bocca.
—La más popular es que los maridos la utilizan para saber si sus esposas les son infieles —explicó con sonrisa astuta.
—Y ¿qué hay de los maridos infieles? —preguntó ofendida.
—A mí no me mires, yo no hago las leyendas —Se desentendió divertido viendo su reacción—. Otra historia, también muy extendida, cuenta que la Bocca se queda con la mano del mentiroso y perjuro que se atreve a introducirla en su abertura. Igualmente, existe un escrito de la Edad Media en el que se narra cómo un esposo trajo a su mujer ante la esfinge dudando de su fidelidad. Ella sufrió un desmayo fingido, siendo recogida por los brazos de su amante. Reponiéndose, juró ante la máscara milenaria que jamás había estado en otros brazos que no fueran los de su esposo y el hombre que acababa de evitar que cayera al suelo, burlando de este modo el augurio.
—En todas las épocas han existido mujeres inteligentes —rió divertida.
Cuando les llegó el turno, Rosana introdujo la mano entre risas, él aprovechó para sacar algunas impresiones del momento. El encargado de la vigilancia de la máscara se ofreció a fotografiarlos juntos, como recuerdo. Él, conocedor de la ilusión que a ella le hacía, accedió a realizar el ritual, sin poder evitar cierta aprensión al introducir su mano en la enorme boca de la esfinge.
Unos momentos más tarde rodaban camino de la pontificia Basílica de San Pablo Extramuros. No habían salido del cordón de la ciudad histórica cuando sonó el móvil de Alfredo.
—Good morning, mister Jhonson![78] —saludó reconociendo a quién pertenecía la llamada.
Rosana lo observaba mientras conversaba. Volvió a reconocer que le encantaba el lenguaje de gestos con que acompañaba su conversación; las manos adelantaban parte del mensaje hablado, como si de la actuación de un actor se tratara. Eso, unido a la entonación timbrada y cantarina propia de la lengua italiana, perceptible aun dialogando en inglés, le confería un singular encanto. Aparte de ello, esa mañana lo encontraba especialmente atractivo. Sintió ganas de besarlo, pero le contuvo la presencia de Luigi que, ajeno en apariencia a cuanto acontecía en los asientos traseros, soportaba, como ya era habitual, los continuos atascos que se originaban en la salida del casco antiguo a esa hora punta.
—Perdona —se disculpó guardando el teléfono en el bolsillo—. Era el futuro comprador de la última transacción que llevo entre manos. Un excéntrico y millonario coleccionista americano enamorado de la pintura renacentista. Di orden a mi secretaria de no molestarme, pero el tal individuo está nervioso y no cesa de llamar. No sé dónde ha localizado mi número privado.
—No te preocupes. Lo que me extraña es que puedas paralizar tu actividad sin que surjan problemas. Te estoy robando demasiado tiempo. —Estaba convencida de cuanto decía, pero le dolía reconocerlo.
—Me has robado algo mucho más importante. —La besó en la frente apoyando su cabeza en el hombro—. En este momento lo único que me interesa es estar contigo. Todo lo demás puede resolverse más tarde. Además, tengo ayuda, tanto mi secretaria como mi asistente siguen trabajando en todo aquello que no requiere mi aprobación personal.
—¿Qué es lo que quiere comprar ese americano? —preguntó con curiosidad.
—Un Veronese rescatado apenas hace unos meses de la pequeña iglesia veneciana de San Sebastiano. Se conocía la existencia de tres lienzos con Escenas de la vida de Ester, aparte de los espléndidos frescos repartidos por todo el templo. El año pasado, un grupo de expertos, pidieron autorización a las autoridades eclesiásticas venecianas para analizar un lienzo que se hallaba olvidado durante siglos, colgado en la antigua sacristía. Dichos analistas albergaban la duda de que tras la mediocre representación de un San Antonio en oración, se encubriera alguna valiosa reliquia pictórica del joven Veronés.
»Estaban en lo cierto. Después de eliminar la capa de pintura exterior descubrieron una preciosa y cuidada representación de la sagrada familia, con todos los rasgos característicos de la mano de Paolo Veronese.[79] Después de las oportunas verificaciones, se llegó a la certeza de que se trata de una auténtica pieza del gran pintor.
—¿Cómo es posible que se haya mantenido el anonimato hasta ahora? —no podía creerse que semejante hallazgo hubiera pasado desapercibido durante tan largos años.
—Principalmente porque se trata de un cuadro al óleo sobre el que se volvió a pintar otro motivo por un aficionado mal documentado. Estoy seguro que, de saber quién era el autor del cuadro inicial, hubiera intentado sacar mejor partido a aquel lienzo. Otra explicación pudiera estar en la falta de interés que ciertos sectores religiosos han demostrado siempre por el arte, lo cual puede haber contribuido a su olvido.
—Y, ¿cómo te encuentras tú mezclado en todo esto? —preguntó asombrada ante la importancia de semejante hallazgo.
—Un amigo del Vaticano, el padre Ludovico, al que conozco desde hace años, sabiendo la relación que me une con el mundillo del arte, se puso en contacto conmigo pidiéndome buscara comprador para el cuadro, pues la iglesia tenía necesidad de venderlo para iniciar la obra de reconstrucción y recuperación de gran parte del viejo templo.
Hablaba como si aquello fuera la cosa más natural. El mundo acababa de descubrir una joya pictórica desconocida hasta el momento y era él, su querido Alfredo, quien manejaba en sus manos el destino que tendría en un futuro. Lo miraba embelesada, entre la admiración y el desconcierto.
—¿Qué valor de tasación se ha puesto al cuadro?
—Estamos entre millón trescientos y millón quinientos mil. El dinero no es el problema, estaría dispuesto a pagar incluso más, el escollo se centra en el futuro del cuadro. Él quiere adquirirlo para disfrute propio durante al menos diez años, sacándolo al público pasado ese tiempo. Por mi parte le pido la exposición inmediata, aunque se reduzca el precio de la obra.
—¡Es lo justo! Nadie tiene derecho de privar al mundo de un hallazgo como este —opinó, aplaudiendo tan acertada determinación.
—Ten en cuenta, bambina, que es quien paga. ¡Como derecho lo tiene! Otra cosa es que se intente negociar el tiempo de demora en la exposición al público. Además, están de por medio los intereses del viejo párroco de San Sebastián y la diócesis, que no dejan de presionarme para que venda cuanto antes en las condiciones que sea. De todos modos, creo que conseguiré que se reduzca a un año. Acabo de presentarle mi propuesta y ha quedado en llamarme en breve...
No había terminado de pronunciar las últimas palabras cuando volvió a sonar el teléfono. Miró el número e hizo un guiño, indicando que se trataba de él. Rosana no perdía detalle, aunque no entendiera lo que hablaban. Tras un corto diálogo se despidió y guardó el móvil.
—¿Y?... —preguntó mirándolo, sin apenas respirar a causa de la expectación.
—¡Ha aceptado! —sonreía feliz.
—¡Bravo! —gritó sin poder dominar el entusiasmo—. ¡Eres maravilloso! —se abalanzó besándolo con arrebato, emocionada.
Él no esperaba una reacción tan impetuosa; quedó desconcertado durante unos segundos, reaccionando con rapidez abrazándola a su vez igualmente entusiasmado, compartiendo la mutua alegría.
Luigi observaba la escena sonriente a través del retrovisor. Hacía unos instantes que habían llegado a la puerta de la Basílica de San Pablo, mas no se atrevió a interrumpir su momento de alegría y triunfo. Hacía mucho tiempo que no veía a su jefe tan feliz e ilusionado, pensó que poco eran unos minutos de demora en la visita ante la importancia de cuanto estaba aconteciendo allí.
—Scusi signore! —Interrumpió, viendo acercarse al guarda de la zona que venía a llamarles la atención por la larga parada—. Siamo arrivati!
Ambos lo miraron incrédulos, como si no entendieran a qué se refería; fue él quien primero reaccionó, intentando recobrarse mientras decía:
—Grazie Luigi! —Salió del coche en tanto el solícito conductor abría presuroso la portezuela del lado de Rosana—. Aspettare per noi nei dintorni, per favore![80]
—D´accordo signore![81]