(La Fuente de Trevi)
Se apearon del taxi en plena Via del Corso, una de las calles más transitadas y con mayor bullicio de la ciudad. Su sencillo trazado consiste en una línea recta que cruza el centro histórico, con 1,5 kilómetros de longitud. A pesar de ser una de las vías más anchas del casco antiguo, sus dimensiones no permiten más que un tráfico rodado en ambos sentidos, con dos insuficientes aceras, burdamente asfaltadas en alguno de los tramos, para los numerosos viandantes que transitan por ella. Se encuentra situada en una zona donde la mayoría de las calles que la rodean son pequeñas y tortuosas, con pintorescas plazas que brindan a los visitantes y residentes un oasis de reposo y tranquilidad, alejándolos del ruido y la aglomeración propios de la zona. Es uno de los puntos comerciales más importantes, junto a la Via Condotti, donde tienen representación la práctica totalidad de las grandes firmas de moda.
Como era de esperar, encontraron la vía repleta de paseantes y compradores compulsivos que dificultaban caminar de forma ordenada; de continuo les obligaban a desviarse, invadiendo la calzada de manera involuntaria, con la consecuente protesta por parte de los estresados conductores.
Él cogió su mano con firmeza, guiándola hacia una de las calles adyacentes que, aunque de menores dimensiones, permitía un desplazamiento más tranquilo, sin apreturas ni sobresaltos. En pocos minutos llegaron a la confluencia de la Piazza di Trevi, enclave de la mundialmente conocida Fontana di Trevi. Rosana tenía referencia de las reducidas dimensiones de la plaza, pero, a pesar de ello, no pudo evitar una sensación un tanto agobiante al contemplar aquella monumental fuente en un lugar tan angosto. Con toda seguridad la masiva afluencia de visitantes que a aquella hora la admiraban contribuyó a ello.
Debido a su timidez, siempre le había costado imponerse y mucho más ante un grupo tan numeroso como aquel que abarrotaba el emblemático monumento. A la vista del abigarrado gentío que forcejeaba abriéndose paso para poder acercarse a la fuente, pensó que sería imposible que ella llegara a contemplarla de cerca y así se lo hizo saber a su acompañante.
—¿Crees que toda esta gente va a impedir que nos acerquemos? —preguntó incrédulo—. Recuerda que soy romano y según tú, patricio. ¡Nada podrá evitar que hoy arrojes tus monedas en esta fuente! —anunció con gesto teatral—. ¡Vamos!
Tiró de ella abriéndose paso entre la multitud a fuerza de empujones y codazos, excusándose educadamente a cada paso, pero sin cejar en el avasallador avance. Rosana lo seguía dócilmente, sin ver muy bien por dónde andaban, intentando no tropezar con la gente que se apartaba a regañadientes para dejarles paso; antes de que pudiera darse cuenta estaban a los pies de la fuente, justo enfrente del monumento, tan cerca que pudo sentir en su cara la fresca salpicadura de las diminutas gotas de agua.
Él la miró como esperando algún comentario sobre el reciente acto heroico. Ella rompió a reír divertida al tiempo que le echaba los brazos al cuello, diciendo:
—¡Eres fantástico!
A punto estuvieron de perder ambos el equilibrio y caer a la fuente.
—No ha sido tan difícil —dijo algo embarazado. Luego, volviéndose al monumento—. Te presento la archiconocida Fontana di Trevi, la fuente más grande y quizá la más hermosa de toda Italia. Data de 1629, siendo creada por orden de Urbano VIII que, desgraciadamente, no llegó a verla construida, a causa de su muerte. Hoy por hoy, se considera el monumento más visitado de Roma, junto a Il Colosseo.
Explicó cómo el creador, el arquitecto y escultor Nicola Salvi, consiguió la concesión después de perder el concurso con su proyecto. ¡Ironías de la vida! La fuente tuvo que ser terminada por Giuseppe Pannini, a causa del fallecimiento de Salvi.
—Yo creía que era obra de Bernini —comentó ella.
—Podría considerarse como tal, ya que Salvi y Pannini, apenas si variaron el proyecto original presentado por Bernini. La fuente que ahora contemplamos es prácticamente igual al anterior diseño. En realidad, aquí existió una fuente desde tiempos imperiales coincidiendo con el final del acueducto Acqua Vergine que suministraba el agua a los Baños de Agripa. Mira. —Indicó señalando con el brazo—, ahí puedes ver representada la escena que narra la formación del acueducto.
—No recuerdo a quién se debe la escultura de Neptuno. ¿Es de Nicola Salvi? —preguntó, acercándose cuanto pudo para apreciarla con mayor detalle.
—Fue creada por Pietro Bacci y las dos estatuas de los nichos laterales que representan a Abundancia y Salubridad salieron de las manos de Filippo della Valle. Impresiona, ¿no es cierto?
—Indudablemente. ¡Es magnífica! —Realizó varias fotos, intentando reflejar en cada una de ellas los múltiples detalles de tan gigantesca obra—. He leído que en la actualidad existen problemas de conservación —comentó sin dejar de sacar instantáneas desde diferentes ángulos.
—Por desgracia así es. Ya a finales del siglo pasado se efectuó una reparación a fondo del monumento, instalándose bombas de circuito cerrado junto a oxidadores, gracias a ello se ha mantenido en un estado relativamente aceptable hasta el 2012, en que comenzaron a desprenderse algunos trozos de estuco. Desde entonces el Ayuntamiento y otras entidades romanas, dedicadas a la conservación de la cultura y nuestras glorias artísticas, no han cejado en su empeño, consiguiendo por fin que el capital privado se implique con importantes donaciones para su conservación. Próximamente, la empresa de moda Fendi aportará gran parte de los 2 180 000 € en que se estima el costo del presupuesto de restauración. De hecho, la Fondazione di arte e musici, de la que soy miembro directivo, colaborará con personal especializado y una bonita cantidad económica.
Ella lo contempló con orgullo mientras decía:
—Según eso eres una especie de mecenas. Gracias a ti seguirá en pie este monumento para generaciones futuras.
Él rió divertido ante tal idea.
—He dicho que soy miembro directivo y consejero cultural de la Fundación, no Rockefeller. Mi aportación se ciñe al estudio de las necesidades de la obra y las posibles futuras soluciones, aconsejando a la Fundación el apoyo financiero y ayudando con mi voto en la asamblea.
—Para mí es lo mismo —afirmó con decidida resolución—. Estoy segura de que sin tu voto no se habría aceptado. Lo que ocurre es que eres demasiado modesto para reconocerlo.
Quiso protestar pero no se lo permitió, le obligó a sentarse e hizo un par de fotos. Él sacó otras como hiciera por la mañana en el Coliseo.
—Háblame sobre la costumbre de las monedas. He escuchado diferentes versiones.
—Según la tradición, si tiras una moneda de espaldas a la fuente volverás a Roma. Si echas dos te enamorarás y si son tres contraerás matrimonio. Como puedes observar el agua está repleta de monedas, lo que puede entenderse como que todo el mundo quiere regresar.
—O enamorarse —dijo ella a media voz, fijándose distraída en la majestuosa estatua del dios del mar, con mirada soñadora, como queriendo traspasar la oquedad de la piedra.
Él la observó con atención. Su expresión había cambiado de forma repentina, la traviesa sonrisa burlona de apenas un instante, se había desdibujado de los hermosos labios. Su vaga mirada parecía recorrer kilómetros de distancia, evocando una imagen vetada al mundo, solo accesible para ella. Recordó la noche anterior, camino al monumento de Vittorio Emanuele, cuando percibió por primera vez esa mirada especial, repleta de nostalgia y melancolía.
Pareció despertar de un breve y desconocido sueño al volverse hacia él. Su expresión volvía a ser alegre, casi pícara, al decir:
—Tenemos que echar nuestras monedas. Toma una. —Sacó del monedero un euro y se lo entregó—. Ahora dame tú otra.
Él la puso en la mano una moneda de dos euros y fueron a tomar posiciones para formalizar el legendario rito de la Fontana. Rosana le sujetó el brazo, evitando que tirara la moneda, al tiempo que pedía a un turista sudamericano, que se hallaba junto a ellos, que les hiciera una foto para inmortalizar el momento. Alfredo sonrió ante la ocurrencia pero se guardó bien de hacer cualquier comentario jocoso que pudiera molestarla.
Una vez cumplida la tradición salieron de la plaza dirigiéndose de nuevo a la Via del Corso, recorriéndola en parte para que apreciara el ambiente de uno de los focos comerciales más importantes de la ciudad, lugar de encuentro de turistas y residentes. También visitaron algunos de los edificios más representativos de la vía, como el Palazzo Sciarra Colonna, las iglesias de Santa María in Via, San Marcello o San Carlo al Corso. Cuando se hubieron cansado del bullicio y el molesto ruido característico de la zona, se encaminaron sin prisas hacia la Piazza Navona.