26

 

 

 

La puerta estaba entreabierta y dentro no se percibía más ruido que el de una gotera golpeando sobre el suelo embarrado. Plaf. Plaf. Plaf. Erik no tuvo tiempo de preguntarse qué motivación había arrastrado a Sandra hacia aquel lugar tan recóndito y apartado, pues el peso de su conciencia lo obligó a empujar la puerta de chapa. Se escuchó un crujido que delató su presencia.

En el interior hacía un calor sofocante y abrasador. El sol brillaba sobre el entramado de metal de aquella nave industrial abandonada. Olía a metal oxidado, corrompido por la humedad y la suciedad. Caminó sobre el suelo polvoriento e iluminó sus pasos con la linterna de su teléfono móvil.

─¿Sandra?

El silencio que recibió como respuesta lo inquietó. Volvió a pronunciar su nombre, rodeado por la oscuridad y el silencio. Se arrastró hacia la pared y entrecerró los ojos al contemplar los artilugios que colgaban de los pesados ganchos de la pared.

─Qué demonios...

Retrocedió horrorizado por aquella visión. Ante sus ojos se desplegaron una decena de instrumentos de tortura cubiertos por una sustancia rojiza y sólida. Sangre. No tuvo que hacer un gran esfuerzo para comprender que aquella sangre evidenciaba un peligro inminente.

Le habían tendido una trampa.

Allí era donde aquel desalmado tramaba sus perversos planes. Su escondite. La guarida de aquel lobo.

Se desplazó hacia un lado, alerta y a la defensiva. Sus ojos vagaron por el surtido de cuchillos afilados y de diversos tamaños. Empuñó uno de ellos sin pensárselo. Apretó la mano alrededor de la empuñadura y tragó con dificultad.

Las palabras de Mónica martillearon en su cabeza: “regresa”. Por ella, cumpliría su promesa. Haría lo que fuera necesario para sobrevivir.

Un tablón de corcho apoyado sobre un extremo de la pared llamó su atención. Numerosas fotografías de la misma mujer provocaron que él abriera los ojos de par en par, hasta que una sensación de ira y pánico se acrecentó en su interior. Todas eran imágenes de Mónica captadas desde la distancia. Dirigiéndose al trabajo, saliendo del hotel o encontrándose con él. Las fotografías en las que él aparecía habían sido masacradas. Su cabeza agujereada. Su presencia borrada de la imagen.

La quiere a ella.

Empuñó el cuchillo con fuerza, clavándose la empuñadura en la palma de la mano. Al menos, Mónica ya se hallaba a cientos de kilómetros de distancia. A salvo.

Tan sólo existía una fotografía de su presencia. Ensartada en el panel de corcho con un cuchillo clavado en su frente. Una acción que denotaba un odio irracional. Una razón personal y perversa que él todavía ignoraba.

Escuchó el grito de una mujer en la distancia. Se dio la vuelta y dirigió el arma blanca hacia la oscuridad. Sabía que más allá de las sombras se encontraría expuesto y vulnerable a las perturbaciones de aquel lunático.

─¡Erik, Erik!

El grito de Sandra bastó para conducirlo hacia aquel terreno peligroso. Poco a poco, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. A lo lejos, escuchaba los gemidos producto de un forcejeo físico. Arrastró los pies hacia el lugar, empuñando el cuchillo como única arma y tabla de salvación. Entonces los vio.

Con el rostro oculto tras la mujer, mantenía una pistola pegada a su sien. Sandra sollozaba con el rostro desencajado por el miedo. Sus ojos anegados de lágrimas encontraron los suyos, suplicando por su perdón y clamando por su ayuda. Erik trató de tranquilizarla, pero algo en su interior le indicó que los dos morirían.

─Será mejor que sueltes ese cuchillo si no quieres que le vuele la maldita cabeza ─sugirió la voz. Había un tono falso en ella que no pudo engañarlo del todo.

─¿Por qué no dejas de esconderte y me das la cara?

El hombre apretó la pistola contra la cabeza de Sandra. Ella gritó aterrorizada. Erik tragó con dificultad.

─Sólo un cobarde se escondería tras una mujer aterrorizada y desarmada.

─Suelta el jodido cuchillo o lo último que verás serán sus sesos esparcidos por el suelo.

Erik arrojó el cuchillo. De un empujón, el hombre tiró a Sandra al suelo y salió de entre las sombras. Le dedicó una sonrisa grotesca y sádica. Erik cayó de rodillas, masacrado por la verdad. Quiso cerrar los ojos y ocultarse de aquella realidad que devastaba todo en lo que él creía.

─Gonzalo.

Su amigo le apuntó con el arma.

─He regresado de entre los muertos para culminar mi obra.

Disparó.

***

Mónica se sentó frente a la pantalla que informaba de su vuelo. Faltaban quince minutos para que tomara asiento en el avión y se largara de aquella ciudad. Se encontraba inquieta y recelosa. Rodeada del resto de pasajeros, no era una más que abandonaba la ciudad por motivos que no ponían su vida en peligro. Deseó fumarse un cigarrillo, vicio que había conseguido abandonar hacía varios meses. Lo que fuera con tal de desprenderse de aquella horripilante sensación que no auguraba nada bueno.

En realidad, siempre había sido una mujer que se dejaba llevar por su intuición. Gracias a ella había sobrevivido ─que no vivido─ durante todos aquellos años. Y su intuición le decía que algo no iba bien.

─Mi mente me está jugando una mala pasada... ─murmuró en voz alta, tratando de convencerse a sí misma.

La mujer que había sentada a su lado se movió un asiento más lejos. Debía pensar que no era más que una desequilibrada.

Mónica comenzó a mordisquearse la uña del dedo pulgar. Faltaban diez minutos para su vuelo. En diez minutos, se alejaría de aquella ciudad para siempre. Y de Erik...

Se levantó de golpe y clavó la vista en la pantalla. Se llevó las manos a la boca y tragó el nudo de pánico. Tuvo que ahogar las ganas de gritar, pues no quería formar un espectáculo delante del resto de pasajeros.

Aquella nave. Aquella maldita nave...

¿Por qué no se había dado cuenta antes?

Guárdame el secreto, es una sorpresa, recordó las misteriosas palabras de Gonzalo. Y su sonrisa. La maldita sonrisa que había esbozado y que para Mónica, en aquel momento, no había significado nada. ¿Por qué ahora la recordaba tan macabra?

Y si aquella sorpresa...

No podía ser, pero...

Marcó el número de teléfono de Erik mientras se decía a sí misma que aquello no era más que una maldita coincidencia. Gonzalo estaba muerto. Sandra estaba asustada. Una coincidencia, ¡Sí! Tan sólo una absurda coincidencia...

Comenzó a impacientarse al no recibir respuesta de Erik. El contestador saltó y le indicó que dejara un mensaje después de oír la señal. Así lo hizo.

─Oye Erik... no quiero que pienses que soy una tonta... ¿Pero podrías llamarme cuando escuches este mensaje? Sólo dime que estás bien, ¿De acuerdo? Necesito escuchar tu voz por última vez...

Volvió a sentarse, sin saber qué hacer. A su lado, un hombre la contempló con evidente compasión y le ofreció una sonrisa.

─¿Problemas con su novio? ─se interesó.

─Yo... ─Mónica se miró los pies. Recabó en que se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos, por lo que aflojó la presión─. ¿Es usted de la ciudad?

El hombre no entendió a qué venía aquella pregunta, pero aún así respondió.

─Sí.

─¿Dónde se encuentra la calle chaparrilla?

─Uhm... me suena. Tal vez de algún polígono industrial. Puede que esté en las afueras de la ciudad, creo...

Mónica volvió a incorporarse. Aquella vez no lo dudó. Agarró su maleta de mano y corrió a toda prisa hacia la salida, ignorando el comentario de la azafata acerca de que no podría volver a embarcar. Salió al exterior del aeropuerto y se dirigió hacia el primer taxi que encontró.

─A la calle chaparrilla.

El taxista puso el coche en marcha. Ella marcó el número de emergencias. Se impacientó cuando trató de explicarle al agente novato la situación. Sus sospechas.

─A ver si lo he entendido... ¿Quiere que una patrulla vaya a revisar una nave abandonada porque cree que el asesino se trata de un hombre que acaba de fallecer hace unas escasas horas?

Mónica gruñó presa de la impotencia.

─¡No han encontrado su cadáver! ─chilló desesperada.

─Haremos una cosa. ¿Por qué no me da su dirección y envío a una patrulla para que le tome declaración? Es evidente que se encuentra muy nerviosa, Señora...

Colgó. Si Erik se encontraba en peligro, no se molestaría en perder el tiempo con un policía que no prentendía comprender la gravedad de los hechos. Alterada, marcó el número de teléfono de Martina. Le saltó el buzón de voz, por lo que le dejó un mensaje:

─Soy Mónica. Creo que Erik está en peligro. Voy de camino a una nave situada en la calle chaparrilla. Por favor, no te tomes este mensaje a broma. Necesito tu ayuda, la policía cree que estoy loca...

Rezó para que aquel mensaje de voz pareciera lo suficiente desesperado y a la vez convincente. Y rezó para que Martina encendiera su puñetero teléfono antes de que fuera demasiado tarde. Pese a sus ruegos para que el taxista la esperara en la puerta, el tipo se mostró reacio a ello. Cogió su dinero y se marchó de allí a toda velocidad, pues no quería formar parte de lo que fuera que se originaba allí dentro.

De todos modos, Mónica no estaba segura de qué demonios estaba sucediendo. Sólo sabía que su intuición le indicaba que Erik se hallaba en peligro. Haciendo acopio de valor, cruzó la puerta entreabierta tratando de hacer el menor ruido posible. A lo lejos podía escullar un murmullo de voces. Ecos masculinos y furiosos. Más cerca. Gritos. Gritos de dolor.

Se estremeció. Su parte razonable le ordenó que se marchara de allí. Su corazón le exigió que buscara a Erik. Palpitó con fuerza. Con furia. Estaba tan asustada como llena de rabia. Su espalda chocó contra algo afilado que le desgarró la ropa. Se giró con cuidado y descubrió una hilera de cuchillos colgada de la pared. Agarró uno de ellos y lo guardó detrás de la espalda, tapado por la blusa y sujeto por la presilla de su falda. Siguió caminando. Fotos suyas. Más fotos. Decenas de fotos que plasmaban su recorrido por la ciudad.

Se llevó las manos a la boca, asqueada por aquella realidad. Se prometió a sí misma que no volvería a ser la presa de otro cazador.

─Mi vida me pertenece ─susurró a la oscuridad.

Muerta de miedo y con el horror susurrándole en la nuca,  se arrastró hacia las voces. Se escondió tras una viga al atisbar el perfil de un cuerpo. Agazapada tras el muro, vislumbró al hombre amarrado a un pilar. Su cuerpo estaba enchufado a numerosos cables que desembocaban en una batería eléctrica. Las pinzas le pellizcaban el torso desnudo, que sangraba a causa de la presión ejercida. Un reguero de sangre le salpicaba las sienes, como si le hubieran disparado un tiro errado. Quiso correr hacia él y suplicar por su vida, pero supo que en el instante que lo hiciera sentenciaría la vida de Erik.

Una crueldad inhumana.

En el extremo contrario, Sandra tenía las manos amarradas a una mesa. Mónica pegó la espalda a la viga por puro instinto en el momento que contempló a Gonzalo. Él no podía verla, pues centraba toda su atención en su esposa. La miraba de una forma asquerosa que auguraba sus peores intenciones. Acercando un cuchillo a su mejilla, sonrió de oreja a oreja cuando ella comenzó a llorar.

─Gonzalo... por qué haces esto...

Clavó la punta del cuchillo sobre la mejilla, de la que brotó una gota de sangre.

─Cariño, yo te quería...

Gonzalo la abofeteó, provocando que la cabeza de Sandra se golpeara contra la pata de la mesa. La mujer respiró con dificultad y clavó la vista en el suelo, tan desconcertada como aterrorizada.

─¿Cariño? ¡No te atrevas a llamarme cariño! Querías dejarme, maldita zorra. Tú... ─escupió con desprecio, señalándola con el cuchillo─. Tú nunca me has querido. ¿Crees que no sé que lo único que te interesaba de mí era la vida cómoda que yo te proporcionaba? Siempre fuiste una mujer mediocre incapaz de valerse por sí misma... ¡Por eso te elegí! No eras más que una coartada, ¡Estúpida!

─Por favor....

Gonzalo se llevó las manos a la cabeza. Parecía cansado.

─Oh... cállate. Preferiría ir de compras contigo antes que escuchar tus súplicas absurdas. Voy a matarte, cariño ─murmuró aquella palabra con desprecio, disfrutando del horror que se dibujaba en el rostro de su esposa. La tomó de la barbilla para que ella no pudiera esquivar su mirada─. Voy... a... matarte. No hay nada que puedas hacer para impedírmelo.

─¡Miserable! ─le gritó Erik.

Gonzalo se echó a reír. Parecía perplejo, incluso divertido, por la intromisión de Erik. Volviéndose hacia él, dejó de prestar atención a Sandra y clavó la vista en el subinspector. Caminó hacia la batería y la rodeó con pasos estudiados, en un intento por atemorizarlo. Pero en la expresión de Erik no existía miedo, sino la decepción más absoluta. El hombre que creía su amigo había resultado ser un completo farsante. Un asesino.

─Será divertido ver como suplicas por primera vez en tu vida, subinspector de mierda ─se puso de cuclillas frente a la batería─. Llevo tanto tiempo esperando esto, que no te haces una idea de lo que disfrutaré observando que te fríes como una asquerosa cucaracha.

Gonzalo se relamió los labios, paladeando el anticipado placer que aquello le producía.

─¿Por qué? ─exigió saber su amigo, consternado por la verdad.

Intentó sacudirse en vano de sus ligaduras. Gonzalo jugueteó con el interruptor de la batería.

─¿Por qué? ─repitió, atónito─. ¿Por qué?

─¿Por qué te has convertido en un traidor, en un asesino, en alguien que disfruta con el miedo de los demás?

─¡Porque durante todos estos años lo único que me mantuvo con vida fue la venganza! ─colocó el dedo sobre el interruptor, pero no lo pulsó. Mónica tembló de impotencia─. Ni siquiera cuando me adoptaron pude escapar de mi pasado. Tú... no entiendes lo que es eso. Que abusen de ti... que nadie te ayude, ¡Joder! ¡Sólo era un puto crío! ¿Te haces una idea de lo que sentí? ¿De cuánto sufrí? Y entonces decidí mudarme para empezar una nueva vida. Conocí a esa maldita zorra ─señaló a Sandra con un gesto despectivo. Luego inclinó la cabeza hacia Erik─. Después los dos coincidimos en la academia. En un principio creí que podríamos ser compañeros, amigos... algo así como dos iguales. Pero tú siempre serías mejor que yo, ¿No? El superior Erik, descendiente de papá policía y con madera de subinspector. ¡Y una mierda! ¡Yo me merecía ese puesto tanto como tú!

─¿Por eso asesinaste a Roldán?

Jesús torció el gesto.

─He de admitir que se me fue de las manos ─se echó a reír, como si acaso lo encontrara divertido. Una risa grotesca que a Mónica le puso los pelos de punta─. El viejo estaba a punto de jubilarse... no tenía por qué morir. Pero entonces tú te empeñaste en arrebatarme a una de mis víctimas, y joder, no tienes ni idea de lo que eso me fastidió. Así que decidí pagarte con la misma moneda. El viejo tenía agallas, ¿Sabes? No suplicó por su vida.

Furioso, Erik se revolvió de su amarre. Forcejeó todo lo que pudo, pese a que era imposible liberarse de sus ataduras.

─De hecho, por tu culpa he tenido que adelantar mis planes. Se suponía que tú serías mi décima víctima, y no la séptima. Mi querida esposa será la octava. ¿Quieres saber quienes serán los dos últimos desgraciados? ─le preguntó. Aunque Erik no respondió, él continuó con su perorata. Necesitaba explicarle a alguien los perversos planes que pululaban por su mente─. Mis padres. Mis jodidos padres. Los que me abandonaron en un asqueroso orfanato y los que tienen la culpa de mi mediocre infancia. Fue difícil, pero al final los he encontrado. Tendré que hacer un viajecito exprés antes de largarme de esta asquerosa ciudad que me ha hecho tanto daño. Trabajar como policía a veces facilita mucho las cosas, ¿Sabes? Pero qué te voy a decir a ti.

Soltó una risilla grotesca.

─Te has saltado a la sexta ─le indicó, consciente de que necesitaba alargar su tiempo para pensar en una forma de escapar.

Gonzalo torció el gesto.

─¡No te enteras de nada! ─rugió indignado─. La sexta víctima fue Gonzalo. ¡Yo, maldito imbécil! ¡Fui yo!  ─le explicó, orgulloso de su magistral plan─. Ese patético amigo secundario que siempre estuvo cobijado por tu maldita sombra. Necesitaba deshacerme de él para que mi nueva vida tuviera sentido. He roto con él para siempre... para siempre.

Que hablara de sí mismo en tercera persona le ofreció a Erik la idea de que su amigo, aquel hombre en el que siempre había confiado, estaba completamente podrido por dentro. Tan sólo habitaba odio en su interior.

─Desgraciado... ─lo insultó, sintiéndose impotente.

Gonzalo se encogió de hombros.

─Sí, toda mi maldita vida lo he sido ─sus ojos tomaron un cariz más violento─. Pero eso está a punto de cambiar. Para el resto del mundo estoy muerto. Muerto como un jodido mártir, ¿No es realmente estupendo? Estoy a punto de empezar una nueva vida, Erik. Y tu preciosa rubia es mi pasaporte hacia el paraíso.

Erik tembló de ira.

─Jamás será tuya.

Gonzalo aplastó las manos entorno a la batería.

─Por última vez... ¿Dónde la tienes escondida?

Erik escupió la sangre que manchaba su boca.

─Qué te jodan.

─Respuesta incorrecta.

Antes de que pudiera accionar el interruptor, Mónica se abalanzó sobre él y le asestó una puñalada por la espalda. La furia y el miedo que albergaba la impelieron a abalanzarse contra aquel desalmado como una fiera, para proteger al hombre del que estaba enamorada. El cuchillo se clavó en su piel como si fuera mantequilla. Gonzalo soltó un alarido y embistió contra ella, que rodó por el suelo. La cabeza de Mónica golpeó el pavimento, y durante unos preciados segundos su visión se tornó borrosa. Contempló angustiada la figura que avanzaba hacia ella con paso renqueante y el gesto enloquecido, y se arrastró hacia el extremo contrario apoyándose en los codos. Una mano aferró su tobillo y la arrastró por el suelo. Gritó y consiguió asestarle una patada en la rodilla. Gonzalo se derrumbó, y antes de que ella consiguiera ponerse en pie, le dedicó una sonrisa perversa. Parecía satisfecho, y aquella reacción le indicó que aquel hombre había perdido la cabeza por completo.

─La arteria carótida está seis centímetros más arriba, pequeña estúpida─. Se arrancó el cuchillo de la espalda, gruñendo como un animal herido. Entonces, contempló la sangre que manchaba la hoja y soltó un risita incrédula─. Así que eres una sorpresa constante. Bien, me encantan las sorpresas. ¡Será más divertido y emocionante de lo que pensaba!

Apoyándose en los codos magullados, Mónica consiguió ponerse en pie mientras retrocedía de manera instintiva.

─Sabía que eras una mujer fuerte. Guerrera... mi guerrera... ─su tono lascivo consiguió hacerla reaccionar.

Mónica echó a correr mientras escuchaba a Erik gritar su nombre. No supo a ciencia cierta lo que él le dijo, pero de todos modos no estaba dispuesta a huir dejándolo a su suerte. Consiguió encontrar la pared de los cuchillos y eligió uno al azar.

─¡Estoy armada! ─le advirtió, blandiendo el cuchillo hacia un extremo al escuchar un ruido cercano.

Una risa masculina y grave se proyectó contra la pared.

─Siempre me han gustado las mujeres armadas... porque imagino la de cosas que podré hacerles cuando logre desarmarlas.

Mónica blandió la daga hacia la voz, pero se encontró con una oscuridad sobrecogedora.

─¡Déjala en paz, desgraciado! ─la voz de Erik llegó hasta sus oídos.

─Oh... cállate. ¿Nunca te han comentado que tres son multitud? ─la voz de Gonzalo se escuchó aterradoramente cerca. Mónica se desplazó hacia un lado, sosteniendo el cuchillo con ambas manos─. Así que quieres jugar... muy bien, me encantan los juegos. Tú serás el ratón, y yo el gato...

El pulso le latía frenético en las sienes. Intentó adivinar de donde provenía la voz, pero antes necesitaba tranquilizarse. Los gritos de Erik, ordenándole que saliera de allí, tampoco ayudaban a su concentración. En un alarde de lucidez, decidió mantenerse en silencio mientras buscaba un escondite. Se agachó tras un pilar y se hizo un ovillo.

Necesitaba pensar con frialdad, y tenía de su parte que aquel hombre se mostraba enloquecido y sobre excitado por el sádico placer que le producía su búsqueda.

─Miau... ─maulló lascivo.

Mónica se aplastó contra la viga, en un intento por ocupar el menor espacio posible. Deseó con todas sus fuerzas ser invisible. Temblaba de la cabeza a los pies, mortificada por el miedo. A lo lejos, podía percibir la respiración jadeante de Gonzalo. Aquel juego lo excitaba.

─Mónica... ─canturreó su nombre de una manera que le erizó el vello de la nuca. Provenía de su izquierda... tal vez a unos diez metros─. No voy a hacerte daño... ¿No crees que he tenido oportunidades suficientes para ello? Fui yo quien te concedí una segunda oportunidad, ¡Deberías estarme agradecida! Maté a ese hombre como muestra de mi amor.

¿Amor? ¿Qué sabía aquel perturbado acerca del amor?

Se tapó la boca con la mano libre para no gritar. Percibía la respiración entrecortada de Gonzalo acercarse a tientas hacia donde se encontraba. Rastreándola. Apretó la empuñadura del cuchillo y esperó, tan paralizada por el miedo que no creyó ser capaz de asestar un único golpe.

─Mónica... ─la voz sonó más cerca. Grotesca─. Sal de tu escondite, preciosa. No voy a hacerte daño. ¿Es que no entiendes que estamos hechos el uno para el otro? Han abusado de nosotros durante demasiado tiempo, y yo estoy dispuesto a cobrarme todo este sufrimiento con el dolor de otros. Maté al hombre que te destrozó la vida... y mataré al hombre que te impide amarme.

Todo sucedió a cámara rápida. El pie de Gonzalo le rozó la puntera de su zapato, y ella no lo dudó. Con toda su fuerza, clavó la hoja en el empeine del pie. Gonzalo soltó un halarido, y Mónica lo empujó para escapar antes de que consiguiera alcanzarla. Sumida en aquella caótica oscuridad, se dirigió hacia el punto central iluminado por las sucias ventanas y gritó el nombre de Erik.

─¡Erik!

─¡Mónica!

─¡Erik, Erik!

─¡Lárgate! ¡Ve hacia la salida, joder! ¿Qué coño haces aquí? ¡Maldita sea!─la sincera preocupación y la impotencia de su voz no lograron disuadirla.

Corrió hacia la voz y lo encontró malherido contra la viga. Acarició la herida abierta en un lateral de su cabeza y él hizo un gesto de dolor, por lo que Mónica retiró la mano. Erik suspiró aliviado al contemplarla intacta. Mónica se abrazó a su maltrecho cuerpo. Deseaba besarlo tanto como necesitaba respirar, pero sabía que no podía perder el tiempo. Sandra continuaba inconsciente en el otro extremo de la sala. Intentó no examinar con detenimientos las heridas de su cuerpo y se dispuso a desatarlo con rapidez.

─Date prisa, Mónica ─la urgió.

─Lo hago... hago lo que puedo ─sus dedos temblaron sobre las cuerdas.

─Deberías haberte marchado ─la reprendió.

Ella continuó desatándolo con dedos impacientes.

─Debería, pero no he podido.

Tironeó de las cuerdas y soltó una maldición al comprender que le llevaría más tiempo del que había creído. Los nudos eran fuertes y la cuerda muy gruesa.

─Lárgate y busca ayuda ─la apremió, furioso.

Mónica tironeó de las cuerdas.

─¡Joder! No puedo... ─consiguió desatar el primer nudo y rugió─. ¡Deja ya de pedirme que me marche! ¡No puedo! ¿Es que no te das cuenta de que soy incapaz de dejarte a tu suerte? ¿Por qué tenemos que apreciarlo todo cuanto estamos a punto de perderlo?

─¿A qué te refieres?

Mónica soltó un sollozo.

─Te quiero ─susurró, sorbiéndose las lágrimas. Desató un segundo nudo y lo miró a los ojos─. Te quiero. Incluso asustada, malherida y muerta de miedo. No puedo evitarlo, y te prometo que lo he intentado con todas mis fuerzas. Pero aquí me tienes. Jugándome la vida por un hombre que prometió regresar ileso a mí.

Pese al dolor y la tensa situación en la que se hallaban, Erik logró curvar los labios en una inestable sonrisa que sólo era para ella.

─Lo de ileso ya no es posible...

─Entonces júrame que saldremos de esta ─le ordenó asustada.

─¡Mónica! ─rugió su nombre un segundo antes de que Gonzalo estuviera a punto de alcanzarla. Ella cayó rodando hacia atrás, y se cubrió el cuerpo por puro instinto. Cojeando y cubierto de sangre, Gonzalo se arrastró hacia ella con el rostro convertido en una máscara de odio─. ¡No la toques, hijo de puta! ¡Me quieres a mí, joder!

Giró la cara hacia él.

─Tú... ya me ocuparé de ti más tarde ─lo desdeñó, volviendo a clavar la mirada en Mónica─. ¡Zorra traidora!

Ella trató de incorporarse, pero la patada que le asestó en las costillas hizo que se doblara en dos. Abrió la boca para tomar una bocanada de aire, y Gonzalo la agarró del pelo. Lágrimas de dolor le empañaron los ojos, que buscaron a Erik con temor. Él forcejeó contra las cuerdas y gritó desesperado mientras Gonzalo disfrutaba de la sensación de sentirse poderoso.

─¡Suéltala! ¡Maldito seas! Suéltala y ocúpate de mí ─le ordenó impotente.

Gonzalo hizo una mueca de hastío.

─¿Sigues empeñado en dar órdenes cuando te tengo atado a una viga, imbécil?

Erik trató de desviar su atención de la de Mónica durante el mayor tiempo posible. Se sentía superado al contemplarla agazapada y dolorida, por lo que buscó su mirada mientras increpaba a Gonzalo en un intento por ofrecerle una última posibilidad para escapar.

─Siempre seré tu superior. No hay nada que puedes hacer para cambiarlo.

─¡Cállate! ─Gonzalo estalló de ira. De envidia.

Mónica le mordió la mano que la tenía asida del pelo. Gonzalo soltó un alarido y la abofeteó. Aquella vez, la sostuvo de la garganta y la inclinó de tal manera que la expuso ante Erik, quien rugió desesperado.

─Has apostado al caballo perdedor ─le susurró al oído. Mónica se revolvió, pero Gonzalo le clavó los dedos en la delicada piel de la garganta─. ¿Últimas palabras?

Mónica emitió un gorgojeo inaudible, por lo que Gonzalo aflojó la presión.

─Mereció la pena... te quiero... ─musitó.

Erik no apartó la mirada de la suya.

─Oh... conmovedor ─escupió Gonzalo asqueado.

Arrodillada, Mónica se giró hacia él y le agarró las manos. Gonzalo quiso soltárselas, pero flaqueó al mirarla a la cara. Aquella mujer era su talón de Aquiles. Tan bella... tan frágil y a la vez fuerte sin ser consciente de ello. Dos almas gemelas separadas por aquel miserable subinspector.

─Por favor, no lo mates. Haz lo que quieras conmigo... pero no le hagas daño ─suplicó desesperada.

─Mónica... ─la voz de Erik tembló de miedo.

Gonzalo la agarró de los hombros para ponerla en pie. Hundió las manos en su cabello, pero aquella vez no le hizo daño. Fue una caricia de lo más extraña. Tan implorante como las palabras de Mónica.

─Si me quieres como dices, lo dejarás con vida. Te lo ruego.

─¿No te das cuenta de que él es quien nos separa? Estás cegada, como el resto del mundo. Como la puta de Martina. Como Roldán ─la zarandeó por los hombros. Mónica hizo una mueca de dolor. El rostro enloquecido de Gonzalo encontró el suyo, y ella supo que jamás podría convencerlo. Había cruzado el límite de una locura que desembocaría finalmente en la crueldad, la muerte y la destrucción─. Pero yo voy a curarte... lo haré... lo haré por nosotros.

Mónica se aferró a él. Trató de doblegarlo. Le clavó las uñas en los antebrazos y forcejeó todo lo que pudo en un intento por detenerlo, consciente de que estaba a punto de sentenciar a Erik a la muerte.

─¡No lo hagas!

De un puñetazo en el estómago, la tiró al suelo y se dirigió hacia el interruptor. Erik miró a Mónica a los ojos por última vez y sonrió con tristeza. Se despidió de ella y rogó a Dios que la policía llegara antes de que Gonzalo le pusiera una mano encima. Ella gritó. Gonzalo accionó el interruptor.

El cuerpo de Erik se llenó de espasmos violentos. Mónica observó horrorizada la muerte lenta y dolorosa a la que se estaba exponiendo. Él gritó y perdió la conciencia. Mónica corrió hacia el interruptor para desactivarlo, pero Gonzalo la atrapó por el brazo. Ella se defendió hundiendo el codo en su mandíbula, y los dos cayeron al suelo. Se arrastró hacia el interruptor, pero Gonzalo la detuvo con el peso de su propio cuerpo. Intentó hundirle los dedos en los ojos y él le propinó un cabezazo que la dejó aturdida. La visión nublada no le impidió discernir el cuerpo de Erik convulsionándose. Cubierto de humo. Exhalando su último suspiro.

─No...

Algo violento y poderoso se apoderó de ella. No estaba dispuesta a perder al hombre de su vida. El hombre que le había descubierto con paciencia y cariño un mundo desprovisto de la crueldad que ella había experimentado. El hombre al que amaba con cada fibra de su ser.

De un rodillazo en la entrepierna, se quitó a Gonzalo de encima y se arrastró con sus últimas fuerzas hacia el interruptor. Lo rozó con la punta de los dedos cuando la mano de Gonzalo aferró su tobillo, arrastrándola hacia él. Mónica le propinó una patada en el hombro, se giró y le mordió la mano, hincando sus dientes todo lo fuerte que pudo. Escupió la sangre que le salpicó la lengua, alargó la mano todo lo que pudo y accionó el interruptor. El cuerpo de Erik dejó de convulsionarse, y Mónica corrió hacia él.

Apenas faltaban tres metros para que lo alcanzara.

Gonzalo la derrumbó antes de que pudiera auxiliarlo. Entornó las manos alrededor de su garganta y presionó hasta dejarla sin respiración. Sus extremidades se quedaron laxas y empezó a flotar en una neblina densa y absorbente mientras él no cesaba de gritar la palabra zorra. Mónica trató de detenerlo, pero todo lo que pudo conseguir fue arañar de manera superficial la piel que se exponía ante ella.

Un disparo.

Gonzalo cayó sobre ella como un peso muerto, aplastándola. Mónica chilló histérica, creyendo que era su propia sangre la que le empapaba el cabello. Cuando logró quitarse a Gonzalo de encima, contempló en la distancia a la mujer que corría hacia ella con el rostro desencajado y el arma aún desenfundada. Martina no había dudado en disparararle en el cráneo.

A gatas, Mónica logró ponerse en pie. Rebuscó sin pudor en los bolsillos del difunto Gonzalo, que incluso muerto y con los ojos abiertos de par en par, parecía reírse de ella por lo que acababa de arrebatarle. Encontró un cuchillo y se dirigió hacia Erik, que permanecía inconsciente.

─¿Está muerto? ─temió Martina.

─¡No lo toques, podrías electrocutarte! ─le ordenó Mónica.

Se quitó la camiseta sucia para tocarlo. Entre ambas, lograron desatarlo y tenderlo en el suelo.

─Llama a un médico ─le pidió, mientras trataba de encontrarle el pulso. Apoyó la oreja sobre su pecho y no oyó nada. El silencio del corazón paralizado de Erik la imbuyó de pánico─. ¡No, no, no! Por favor... no me hagas esto, Erik.

Comenzó a realizarle la maniobra de reanimación cardiopulmonar. Presionó repetidas veces sobre el pecho desnudo de Erik y luego insufló aire hacia sus pulmones. El pecho de Erik se hinchó, pero sus ojos permanecieron cerrados. Su rostro tan inerte y pálido como el de un cadáver.

No supo cuanto tiempo transcurrió desde que ella intentaba reanimarlo y Martina rezaba en voz alta hasta que llegó el equipo de emergencias. Echándose a un lado como una autómata, Mónica contempló como Erik era trasladado en una camilla hacia el hospital. Alguien asió su mano y la llevó hasta un vehículo. El coche de Martina. Mientras miraba por la ventanilla, susurró una orden dirigida al hombre del que estaba enamorada.

─Vive.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

27

 

 

 

¿Se podía morir de amor? Nunca antes se había formulado aquella pregunta, pero mientras recorría el largo pasillo del hospital, sentía que su corazón se paralizaba a cada nuevo paso. Perseguía la camilla que transportaba al hombre que había jurado proteger de sí misma, y al tipo del que prometió no enamorarse. A aquellas alturas, sobraba admitir que era pésima cumpliendo las promesas que se hacía a sí misma.

La idea de perderlo la aterrorizaba.

Un pinchazo se apoderó de su pecho al contemplar el cuerpo inerte sobre la camilla. Había gritado tantas veces su nombre que el hecho de susurrarlo le dolía demasiado. Incluso deseaba que él se despertara para que volvieran a discutir como dos idiotas que estaban demasiado enamorados el uno del otro para admitirlo sin sentir miedo.

¿Miedo?

La había perseguido toda su vida, pero el sentimiento era incomparable a la agonía que le producía su posible perdida. A veces era necesario que la realidad te abofeteara para que la contemplaras en toda su mediocridad. Con tus errores salvables y tus victorias factibles. Con todo lo que podías perder si no tenías valor para afrontar aquellas inseguridades que quizás merecieran la pena.

Entre el quizás y el miedo se había movido su vida. Un camino de probabilidades condicionadas en el que siempre eligió el atajo fácil. El atajo fácil del engaño feliz y pasajero. El de las lágrimas lloradas en silencio y a oscuras.

Se había esforzado en no demostrar debilidad. ¿Y todo para qué? Para terminar llorando en el pasillo de un hospital, rogándole a Dios y a los médicos, a la vida y a la muerte, que no se llevaran al hombre del que se había enamorado de manera irremediable.

Una mano trenzó la suya. Aquel gesto de apoyo la conmovió, porque en aquel momento no existía para ella mayor enemiga que la muerte. Abrazó a la mujer que tenía a su lado y sollozó como una niña pequeña y angustiada. Como una chiquilla enamorada, al fin y al cabo.

─Tiene que vivir ─exigió conmocionada─. Lo necesito...

A su lado, Martina continuaba con los ojos clavados en el pasillo por el que se habían llevado a Erik. Todavía no se había recompuesto de haber disparado su arma, pues era la primera vez que mataba a un hombre, y esperaba que también la última.

─Es fuerte. Él es fuerte ─le aseguró a Mónica.

La mujer rubia, tan pálida como las paredes de la sala en la que se hallaban, asintió con los ojos enrojecidos de tanto llorar.

─¿Familiares de Erik Rodríguez? ─preguntó un hombre ataviado con la bata de médico.

Mantenía el gesto grave, lo que auguraba sus peores sospechas. Ambas corrieron hacia él, temiendo la noticia.

─Dóctor, ¿Cómo se encuentra? ─preguntó Mónica en un susurro.

El médico inclinó la cabeza hacia bajo con verdadero pesar.

─Hemos hecho todo lo que ha estado en nuestras manos, pero no ha respondido a las maniobras de reanimación. Lo lamento.

El corazón de Mónica se paralizó. Martina se tiró al suelo y comenzó a gritar, maldiciendo al Dios que se lo había llevado consigo. Mónica, inerte e incapaz de reaccionar, sacudió la cabeza sin ser capaz de creer las palabras del médico. Aquello, sencillamente, no podía ser posible.

─Miente... ─susurró.

Una lágrima discurrió lenta por su mejilla.

─Lo siento mucho, señorita. Cuando los paramédicos lo atendieron, carecía de pulso y no pudieron hacer nada por él.

Mónica retrocedió horrorizada, sin fuerzas para aceptar la cruel realidad. Erik no podía estar muerto. No podía... era imposible.

─¡Miente! ¡Está mintiendo! ─explotó enloquecida.

Martina se aferró a sus rodillas y trató de tranquilizarla. Él médico apoyó las manos sobre sus hombros, pero ella estaba poseída por una fuerza arrolladora.

─¡Quiero verlo! Él no está muerto... ¡No! ¡Me está engañando! ─rugió, corriendo hacia el pasillo.

Nadie pudo detenerla cuando abrió la puerta de la habitación en la que él se encontraba. Lo que vieron sus ojos la derrumbó. Sollozando, se aproximó al hombre pálido e inerte que yacía sobre la cama con los ojos cerrados. Le tomó la mano y depositó un tembloroso beso sobre su piel.

─Me prometiste que regresarías a mí ─le reprochó dolida─. Tú... me lo prometiste.

En el umbral de la puerta, Martina y el médico la contemplaron incapaces de interrumpirla. Aquel era un momento íntimo y demasiado doloroso.

─Erik ─lloró su nombre, aferrando aquella mano contra su pecho─. Erik...

Las lágrimas empañaron su rostro, que se cobijó sobre el pecho masculino, desnudo y muerto. Inlcuso sin vida, él siempre sería su mejor refugio. El hogar que había encontrado tras tantos años deambulando en soledad. La persona que había sanado todas sus heridas con paciencia y cariño. El hombre al que amaba.

─Vamos, despierta ─lo agarró del hombro para zarandearlo ansiosamente─. Tienes que despertar. Por favor...

El cuerpo inmóvil de Erik no provocó que ella lo abandonara. Durante largos minutos, permaneció con la mejilla pegada a su pecho, buscando aquel latido que lo devolviera a la vida. Suplicando.

Hasta que alguien la agarró con delicadeza para apartarla del cadáver. Temblando y sobrecogida por el dolor, suplicó que la dejaran a solas un rato más en la habitación.

─Quiero estar con él un poco más... sólo un poco más... ─se negó a dejarlo marchar.

Conmovido, el médico aceptó aquel ruego desesperado.

Mónica contempló a Erik una última vez, a los pies de la cama. Rota por el dolor, marcó un número de teléfono porque era incapaz de actuar de manera razonable.

─¿Quién es?  ─la voz somnolienta de Sara consiguió que volviera a llorar.

A las cinco y media de la mañana en la ciudad de Manhattan, Sara Santana se incorporó angustiada al reconocer aquellos sollozo.

─¿Mónica? Mónica sé que eres tú. Por favor, tranquilízate y cuéntame lo que ha pasado ─pidió asustada.

Mónica clavó los ojos en el hombre que yacía en aquella cama de hospital.

─Sara... ─consiguió pronunciar su nombre, rota de dolor.

─Mónica, cariño...

Sin ser capaz de soportar aquellas lágrimas, lloró desconsolada sin que las palabras de su amiga pudieran tranquilizarla. No existía consuelo para su alma, que se hallaba destrozada.

─¡Mónica! ¿Qué ha pasado? ─exigió angustiada.

A ella le pareció que la mano que antes había apretado movía un dedo. Consciente de que estaba delirando, susurró:

─Es Erik.

Entonces fue Sara quien comenzó a llorar.

─Por favor, dime que no le ha sucedido nada malo ─suplicó aterrorizada.

─Está muerto. Está muerto por mi culpa.

Sara gritó. Mónica apenas pudo sostener el teléfono contra su oreja. De nuevo, aquella mano reaccionó. Aquella vez, Mónica se acercó dubitativa hacia el cuerpo de Erik y clavó los ojos en su mano.

Nada. Ni un sólo movimiento.

─Oh... Dios... ─lamentaba Sara─. Tenemos que viajar de inmediato a Sevilla ─le decía a su marido

─. ¿Mónica?

Pero Mónica no la escuchaba, pues había olvidado el teléfono por completo. Había recobrado la esperanza gracias a una vaga señal que tal vez hubiera imaginado.

─Vamos... vamos... ─imploró.

─¿Mónica? ─insistía Sara en el teléfono.

─Puedes hacerlo, Erik. Sé que puedes hacerlo ─apretó su mano contra la de él, que no emitió ninguna señal.

Se la llevó a la boca, cada vez más ansiosa. Lo había visto. Tenía que ser cierto...

La vida sin Erik se le antojaba demasiado cruel. Demasiado...

Los ojos de Erik se abrieron de par en par, provocando el alarido de Mónica. La boca masculina se abrió para buscar aire, y respiró de manera dificultosa. Ansiosa. Violenta,

Desorientado, contempló todo lo que había a su alrededor hasta clavar los ojos en Mónica con desconcierto.

─¡Un médico! ─pidió ella. Fascinada. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho.

Alterado, Erik rechazó su contacto.

─¿Quién coño eres tú? ─fue lo primero que dijo tras regresar de entre los muertos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

28

 

 

 

En el hospital todo era caótico y rápido. Los médicos no acertaban a darles ninguna respuesta mientras hacían los estudios pertinentes a Erik como si fuera un conejillo de indias. Había estado clínicamente muerto durante veintidós minutos.

Ni siquiera Mónica había tenido tiempo de preguntarse qué era lo que había sucedido. Erik estaba vivo, y eso era todo lo que le importaba. Erik, el hombre del que estaba enamorada sin remedio, había resucitado. Había sucedido de manera tan vertiginosa que Mónica seguía con el corazón desbocado, pero con una felicidad que lo arrasaba todo. Tenía tantas cosas que decirle cuando volviera a verlo. Planes de futuro, la promesa de no separarse de él, la intención de trasladarse a Sevilla porque ahora veía las cosas claras. La vida con Erik se le antojaba fascinante y prometedora, pues era aquella oportunidad que había esperado desde hacía años. Sus anteriores dudas carecieron de sentido. Jamás lo tuvieron, pero se había dado cuenta de ello en el momento que lo había perdido.

Junto a Martina, la madre de Erik y su marido, todos esperaban impacientes un diagnóstico que nunca llegaba. Mónica todavía se sentía confusa y algo asustada, pero pervivía en ella la dicha desmedida que le había producido la resurrección de Erik.

Erik estaba vivo.

Había tenido que explicarle a Sara algo que ella tampoco lograba comprender. Su amiga, que lloró y gritó al mismo tiempo mientras escuchaba sus explicaciones aceleradas, fue empacando las maletas mientras ordenaba a su marido que le consiguiera el primer vuelo de la mañana. Si no veía que Erik estaba vivo con sus propios ojos, jamás se lo creería.

Al cabo de una hora que se le hizo eterna, el médico irrumpió en la consulta con una maravillosa noticia.

─Se encuentra en perfecto estado. Fuera de peligro. Sano y salvo ─les informó.

La madre de Erik comenzó a llorar de felicidad, y abrazó a Mónica para compartir aquella dicha que la embargaba.

─No entiendo nada, doctor. ¿Cómo es posible? ─inquirió Mónica.

Seguía algo asustada, como si el destino pudiera arrebatárselo de nuevo.

─Es un misterio incluso para nosotros. La literatura médica lo ha denominado “Efecto Lázaro”, pues no es el primer caso que sucede. Los más desdichados han llegado a ser enterrados para luego resucitar en sus propios ataúdes ─les explicó. Mónica se horrorizó de sólo imaginarlo─. Un fenómeno de estas características es imprevisible y muy raro, pero a veces sucede. Las maniobras de reanimación fallan y se certifica la muerte de la persona. Extraordinariamente, algunos regresan de entre los muertos. Minutos e incluso horas después de que sus signos vitales se detuvieran. No tiene explicación para nosotros, aunque existen algunas teorías. Pero supongo que lo que les interesa saber es que Erik se encuentra completamente fuera de peligro.

Mónica apretó la mano de Trini, que dio gracias al cielo porque se hubiese obrado tal milagro.

─Puede recibir visitas, pero no deben atosigarlo. Se encuentra desconcertado y no recuerda nada de lo sucedido. En situaciones tan traumáticas como esta, es lo más normal del mundo.

Mónica se sintió algo angustiada. Aunque no le había concedido importancia a las primeras palabras de Erik porque creyó que se debían a la desorientación de regresar de la muerte, la explicación del médico auguró sus peores presagios.

─¿No recuerda... nada?

─El efecto lázaro trae consigo una mayor actividad neuronal, lo que puede desembocar en daños cerebrales graves. En el caso de Erik, tan sólo sufre amnesia postraumática. Es un tipo de amnesia retrógrada que hace olvidar los sucesos inmediatamente anteriores a la vivencia traumática.

Mónica asintió, un tanto inquieta. Aquello no significaba que Erik hubiese olvidado los momentos vividos en su compañía. Tal vez sólo había olvidado lo sucedido en la nave, lo cual era positivo para él.

─¿Por qué no entras a darle un abrazo? ─la animó Trini─. Estoy segura de que eres la primera persona que quiere ver.

Se moría de ganas de verlo, por lo que agradeció aquel ofrecimiento y se dirigió hacia la habitación de Erik. Sentado en la cama, Erik mantenía la vista fija en la pared con una expresión difícil de desentrañar.

─Dicen que he estado muerto durante veintidós minutos ─le dijo a la presencia que notó a su espalda.

─Así es ─confirmó ella.

─Me han electrocutado. Eso es lo que he oído.

Su tono de voz denotó inquietud. Tras todo lo sucedido, se sentía demasiado desconcertado para medir sus propias emociones.

─Es una larga historia. ¿No recuerdas nada?

Erik se giró hacia ella. Al contemplar a aquella mujer, arrugó la frente y trató de hacer memoria. Aquella belleza rubia y escultural se le antojaba familiar. La recordaba vagamente de haberla visto en una ocasión.

─Disculpa, ¿Quién eres tú?

Mónica tuvo que agarrarse al borde de la cama para hacer frente a aquella pregunta. Desconsolada, lo miró a la cara y comprendió el absoluto desconocimiento que brillaba en aquellos ojos pardos.

─¿No sabes quien soy? ─musitó horrorizada.

Erik se frotó el rostro con las manos, bastante irritado. No es que aquella mujer no le resultase extraordinaria, pero no comprendía por qué se preocupaba de una manera tan dramática por él.

─Soy yo, Mónica.

<<Como si significase algo>>, pensó agotado.

─Hemos pasado por tantas cosas...

Erik recordaba a una Mónica. Una habitación de hospital, la cercanía de una apetitosa boca... y poco más.

─Eres amiga de Sara ─memorizó, bastante confuso─. ¿Está Sara aquí? Dile que se tranquilice. En ocasiones puede ser demasiado pesada.

─Sara está en Nueva York ─le recordó ella.

─Oh, sí. Se fue a vivir con Héctor, es cierto.

─Acaba de dar a luz.

Erik soltó una carcajada atónita. Mónica se llevó las manos a los labios. Aquello no podía estar sucediendo...

─¿Embarazada? Vaya... la última vez que la vi estaba a punto de casarse.

<<Oh, Dios>>, se acongojó Mónica al entender lo que aquello significaba.

La memoria de Erik estaba estancada hacía más de nueve meses. Ni siquiera recordaba la boda de Sara, los momentos mágicos que habían compartido en aquel balcón...

─Soy yo, Mónica. ¿Me recuerdas del hospital verdad? ─inquirió esperanzada.

Erik asintió de mala gana.

─Sí, ¿Qué pasa? ¿Se supone que debe significar algo para mí? ─le espetó de malhumor. No sabía por qué, pero tras despertar se hallaba furioso y molesto con todo el mundo─. Oye, no te lo tomes a mal... pero no entiendo por qué razón la única persona que había llorando mi muerte eras... tú. Mó...

─Mónica

─Sí, eso.

El gesto desdeñoso con el que acompañó sus palabras le provocó un agudo dolor en el pecho. ¿Toda la pasión y el amor que habían compartido había sido relegado al olvido? No podía soportar que él la observara sin una pizca de cariño. Con un malestar palpable porque su presencia lo incomodaba.

Mónica se acercó a él y le tocó la mano.

─Acabo de despertar de la muerte, maldita sea. Déjame en paz ─le ordenó, apartando la mano.

─Soy yo ─susurró débilmente.

Él hizo una mueca.

─Ese es el problema, que eres tú. Necesito ver a mi madre, a mi hermano... a la gente que quiero. Y no a una completa desconocida como tú, ¿Te ha quedado claro?

Dolida, Mónica se echó hacia atrás.

─Tú no eres así.

─No me conoces.

─Por supuesto que te conozco. Porque te quiero.

Erik parpadeó asombrado.

─Oye, me siento halagado porque una chica tan preciosa como tú parezca sentir cosas tan profundas por mí. Pero si yo sintiera lo mismo, ¿No crees que lo recordaría?

El hombre hosco y sin sentimientos al que se enfrentó provocó que ella quisiera salir huyendo de aquella habitación. Sin embargo, decidió volver a intentarlo porque en el interior de aquel extraño pervivía el hombre del que se había enamorado.

─Tú también me quieres.

Erik rio atónito.

─Esa sí que es buena. Supongo que echamos un polvo y tú te hiciste ilusiones, ¿No?

─¿Crees que soy la clase de persona que te haría recriminaciones absurdas? ─replicó ella.

Erik la miró algo turbado.

─No lo sé, porque eres una completa extraña ─determinó impaciente─. Mi madre estará preocupada por mí. ¿Por qué no te vas y nos dejas a solas?

***

─¿Cuándo me recordará? ─preguntó desesperada al médico.

No había podido soportar durante más tiempo el sincero rechazo que le demostraba Erik. Al final, tuvo que huir de la habitación mientras se tragaba las lágrimas.

─Es difícil de medir. Puede que en unos días, meses o semanas. La amnesia tiene efectos distintos en casa persona  ─le explicó el médico─. Lamento decirle que puede que no lo haga nunca. Algunos pacientes no recuperan los recuerdos.

Mónica sintió que una pesada loza le oprimía el estómago. ¿Erik jamás la recordaría?

─¿Hay algo que pueda hacer para ayudarlo a recordar? ─insistió esperanzada.

─Lo más importante en este momento es su recuperación. Es normal que se sienta irritado, furioso y desconcertado. Ha perdido a su mejor amigo, el estado de su madre es irreversible y acaba de despertar en una realidad que le es completamente ajena. Puede mostrarse gruñón y despectivo con las personas que hay a su alrededor.

─Quiere decir que imponerle mi presencia sería un error ─comprendió ella con tristeza.

─Si él quiere verla, la buscará.

─Pero doctor...

─Si yo fuera usted, le concedería su propio espacio. Permítale que piense y que se adapte a sus nuevas circunstancia. Ahora todo es desconocido para él.

¿Qué se marchase lejos de Erik?

En aquel instante, escuchó la violenta discusión que Erik mantenía con Martina.

***

─¡Mientes! ─gruñó cabreado─. ¡Gonzalo no es ningún asesino! Por el amor de Dios, ¡Es mi amigo!

─Era... ─musitó Martina, que desconocía como calmarlo.

─¿Cómo dices?

La perplejidad de Erik la dejó sin palabras. ¿Cómo iba a decirle que había sido ella quien le había disparado a Gonzalo para salvarle la vida?

─Hijo, tranquilízate ─le pidió su madre.

─Me tranquilizaré cuando alguien me explique de una puta vez porque he despertado en un hospital después de que alguien me electrocutara.

─¿Y nos trataras de la misma forma que a la pobre Mónica? ─le echó en cara su madre.

Erik resopló.

─No conozco de nada a esa mujer.

─No la recuerdas ─lo corrigió con dulzura─. Si te hubieras visto hace unos días... cómo la mirabas... parecía que habías encontrado lo que habías estado buscando toda la vida.

─Por favor... ─desdeñó cabreado─. Si fuese tan importante para mí, no la habría olvidado.

─Fui yo quien disparó a Gonzalo ─soltó Martina sin poder contenerse.

Atónito, Erik clavó los ojos en su compañera.

─No es momento para bromas, Martina ─la censuró.

─No es ninguna broma, Erik. Él era el asesino que andábamos buscando, y llegué a tiempo de que no acabara con tu vida. Fue Mónica quien me avisó. Sí, esa mujer a la que has despachado sin contemplaciones. Estoy muy segura de que tú la amabas, por cierto.

Mareado, Erik se levantó de golpe.

─¿Has matado a Gonzalo?

Olvidó sus últimas palabras. Gonzalo, su mejor amigo, no podía estar muerto. Y mucho menos haber sido asesinado por su compañera Martina.

¿Acaso el mundo se había vuelto loco? ¿En qué realidad se había despertado? ¿Y por qué todos lo miraban como si él fuese el verdadero lunático?

─Quiero ver a Gonzalo ─insistió.

─Está muerto, Erik. Por favor, tranquilízate y te lo explicaré todo...

─Fuera ─le ordenó dolido─. Vete. ¡Largo!

Temblando, Martina salió de la habitación tras dedicarle una mirada cargada de rabia. Al sorprender a Mónica escuchando tras la puerta, sacudió la cabeza en señal negativa.

─¡Erik Rodríguez, cálmate de una vez! ─le ordenó su madre─. No crié a mi hijo para que se comportase de una forma tan ruin con las mujeres.

─Una es una asesina, y la otra me mira como si yo estuviera obligado a amarla. Sólo quiero estar solo, maldita sea. No entiendo una mierda.

Tras la puerta, Mónica comprendió que jamás volvería a encontrarse con aquel Erik cariñoso y que se desvivía por hacerla feliz. Había desaparecido para siempre.

***

Decidió marcharse de la ciudad una semana después. Durante aquellos siete días, había tratado de contactar con Erik en vano. Él se negaba a recibirla, como si fuera un cero a la izquierda. Ni siquiera la insistencia de su madre o Sara lograron disuadirlo.

Erik se sentía frustrado con el mundo. A duras penas, comprendió que el amigo en el que confiaba había resultado ser un traidor asesino. Además, tuvo que enfrentarse a la pérdida de Roldán. Aquellas dos verdades tan dolorosas lo convirtieron en un ser amargado y maleducado. Si tenía pocas contemplaciones con su familia y amigos, con Mónica directamente se mostraba inflexible. No quería saber nada ─y mucho menos oír hablar─ de aquella mujer que para él no significaba nada en absoluto.

Resignada, Mónica le había dado a Sara aquella foto que le tomó en el parque de María Luisa con la intención de que se la hiciera llegar. En el reverso, había apuntado su número de teléfono por si él quería hablar con ella en algún momento.

Era consciente de que había perdido el amor de Erik, pero puede que con el tiempo, cuando sanaran todas sus heridas, él la buscara para entablar una amistad. No podía renunciar al único hombre al que había amado. No podía.