12
Roldán se llevó las manos al estómago, del que emanaba un reguero de sangre caliente que las empapó. El líquido era pegajoso y denso. La imagen salpicada de sangre que le devolvieron sus manos fue dantesca. Era extraño. Sentía el sabor metálico de la sangre en la boca, y un frío sobrecogedor en todo el cuerpo.
¿Así era la muerte?
Irónica al fin y al cabo. Apenas le quedaban un par de meses para jubilarse.
La vista nublada no impidió que reconociera a aquel hombre cuando se despojó de la máscara, arrojándola a sus pies en un último acto de insolencia. Abrió los ojos, devastado por la verdad. Herido por su ingenuidad. Siempre había estado tan cerca de ellos... a su lado, escuchando todo lo que decían. Y sin embargo, aún le resultaba incomprensible.
─¿Por qué? ─exigió. Le pesaba la voz. Aquel esfuerzo le provocó un agudo dolor que le atravesó los huesos.
El hombre lo contempló con una lánguida sonrisa.
─Porque puedo.
Dirigió la pistola a su cráneo.
─Porque confiaste en el hombre equivocado. Porque me despreciaste. Porque jamás...
La voz se envaró, destilando rencor y desprecio. Roldán comprendió que iba a morir, y todos sus sentimientos desembocaron en la rabia.
─No te mereces llevar esa placa, lo sabía. Siempre estarás a su sombra.
─¡Cállate! ─rugió.
No deseaba lidiar con el valor de un hombre a las puertas de su muerte. Necesitaba que suplicara como lo habían hecho el resto. Que le pidiera disculpas. Que rogara por su vida como un maldito parásito.
Se le escapaba el tiempo para disfrutar de aquello que tanto ansiaba, maldito fuera.
─Tú no te saldrás con la tuya ─le advirtió. Erik se lo impediría.
La confianza de Roldán lo enervó.
─Por supuesto que sí. Es una pena que tú no vayas a presenciarlo. Nada me complacería más, jefe.
Disparó.
***
El instinto lo obligó a aprisionar a Mónica contra la pared para cubrirla con su cuerpo cuando sonó el segundo disparo. Durante unos segundos, se quedó paralizado sobre ella, hasta que el terror que vislumbró en aquellos ojos verdes lo impelió a moverse. Imbuido por la necesidad de salvarla, la agarró del brazo arrastrándola hacia la salida de emergencia que desembocaba en una concurrida calle.
─¡No me dejes sola! ─exigió. Su voz denotaba un matiz oculto más allá de la histeria que él no comprendió.
─Aléjate todo lo que puedas de la comisaría, ¿De acuerdo? ─al ver que ella sacudía la cabeza, él la zarandeó─. No va a sucederte nada, lo juro. Pero tengo que regresar. Puede haber heridos que requieran mi ayuda.
Mónica lo agarró de la camiseta cuando él intentó moverse.
─No quiero volver a perderte, ¿Es que no lo entiendes? ¡Me aterroriza la idea de que vuelvan a pegarte un tiro!
A él se le secó la garganta. Podía soportar el lado distante e inalcanzable de Mónica, pero comprobar la sincera preocupación que emanaba de sus ojos; aquella súplica exaltada que le rogaba que se mantuviera a salvo... sencillamente era demasiado para no admitir que los sentimientos que poseía por Mónica lo superaban.
La agarró de la cintura para consumirlos a ambos con un beso salvaje y voraz, consecuencia de la necesidad y las prisas. Cuando se separó de ella, acarició la funda de la pistola en un gesto espontáneo.
─Esta vez estoy preparado.
Nada en su voz hizo que Mónica lo dudara, pero aún así trató de retenerlo.
─Erik... yo.
Le acarició las mejillas con los pulgares, y besó su frente en un gesto que consiguió disminuir su pánico. Él poseía la habilidad de calmarla incluso en una situación como aquella.
─Lo sé ─le aseguró. En aquel instante, tenía la certeza de que regresaría porque estaban destinados a permanecer juntos─. Mírame ─le pidió. Ella inclinó la cabeza para encontrar sus ojos─. Volveré. Jamás prometo nada que no puedo cumplir. Volveré a por ti.
Tras aquellas palabras que desestabilizaron el mundo de Mónica, echó a correr en dirección a la comisaría. A ella se le aceleró el pulso en cuanto dejó de verlo, pero obedeció su orden y cruzó la acera para acercarse al resto de viandantes que se arremolinaban en la calle como meros espectadores. Ella no lo era. No se podía ser un espectador cuando vivías el miedo en la piel del otro. Ahí dentro había alguien que le importaba demasiado.
Erik corrió por el pasillo en dirección a las escaleras que conducían al sótano. El sonido de los disparos había provenido de la zona más baja de la comisaría, por lo que no dudó un instante en desenfundar su arma. En el interior de la comisaría todo eran gritos y gente que se movía de un lado para otro sin saber qué hacer.
Encontró a Martina con el arma en la mano saliendo del despacho de Roldán, y en cuanto lo vio suspiró aliviada. Él sentía lo mismo de encontrarla sana y salva, y su temor inicial logró disiparse un poco al comprobar que Gonzalo salía del servicio con el rostro exaltado. Martina corrió a abrazarlo, y Gonzalo se reunió con ellos.
─Los disparos han venido desde el aparcamiento ─dijo Erik.
Gonzalo asintió.
─Estaba en el servicio cuando los he escuchado. ¿Dónde está Jesús?
Martina se disculpó con la mirada.
─Su turno terminó hace una hora, y lo perdí de vista cuando me ausenté un instante para ir al servicio. Parecía tener prisa, y no pude evitar que se marchara. Iba a llamarte, pero no te encontraba por ningún sitio...
Erik se enfrío.
─No es culpa tuya ─le aseguró mientras se dirigía hacia las escaleras. Sus compañeros lo siguieron sin dudar, y un pequeño grupo de policías rezagados acudieron a unirse a la patrulla que acababa de formarse─. Cubridme, voy a bajar.
─Yo voy contigo ─decidió su amigo.
Erik se negó.
─No es necesario que arriesguemos los dos la vida. Si me cubres serás de mayor utilidad.
A regañadientes, Gonzalo se colocó a una distancia prudencial desde la que proteger a su compañero. Martina hizo lo mismo, y Erik abrió la puerta. Pegó la espalda a la pared, y en cuanto tuvo el campo despejado, descendió las escaleras a toda prisa hasta ocultarse tras una columna de hormigón El aparcamiento estaba sumido en un silencio sepulcral que lo inquietó. Ladeó la cabeza hacia uno y otro lado, inspiró y corrió hacia la segunda columna. Fue entonces, desde aquella posición, cuando divisó el espeso charco de sangre en torno a un cuerpo que distinguió desde la distancia. Soltó un gritó y acudió en su auxilio.
─¡Llamad a un médico! ─ordenó angustiado.
El cuerpo de Roldán yacía a pocos metros de su vehículo. Un tiro le atravesaba el lugar donde antes estaba su ojo derecho, y otro había impactado en su estómago. Pese a todo, Erik trató de encontrarle el pulso.
Estaba muerto.
Se incorporó de golpe, furioso. Consigo mismo y con el que había asesinado a un hombre que era más que su jefe. Era su mentor y su amigo, la persona en la que confiaba y a la que quería como a su propio padre.
─¡Joder! ─bramó, llevándose las manos a la cabeza.
El grito de Martina sonó lejano, amortiguado por sus propias lamentaciones. Como una sombra borrosa, contempló como la mujer se tendía sobre el cuerpo inerte y sollozaba destrozada. Gonzalo la levantó para calmarla, pero ella pataleó furiosa.
─¿Por qué? ─encontró los ojos vidriosos de Erik, y él fue incapaz de responder─. No está muerto, ¿Verdad?
Erik se acercó a ella para colocar una mano sobre su hombro.
─Martina, nos ha dejado.
─¡No! ─le golpeó el pecho con los puños mientras él recibía cada golpe creyendo que lo merecía. Gonzalo sostuvo a la mujer de la cintura, y entonces ella se derrumbó sobre el suelo, llorando desconsolada─. ¡No, no, no! ¡Iba a jubilarse, no es justo!
Erik asintió con un nudo en la garganta. Así era, Roldán había muerto a escasos meses de la jubilación. Un par de meses más y aquel cabrón no lo habría pillado.
La sensación de pérdida fue lentamente transformándose en la culpa. Si Jesñus tenía algo que ver con los asesinatos, jamás se podría perdonar el haber estado tan cerca del asesino y ser incapaz de evitar todas aquellas muertes violentas.
Se dirigió a Martina, que no se encontraba preparada para mantener una conversación tras el fallecimiento de Roldán. Parecía sobrecogida por el miedo, como si creyese que ella sería la siguiente.
─Martina ─la llamó con suavidad. La joven se volvió hacia él, con los ojos anegados de lágrimas. El cabello oscuro se pegaba a su rostro moreno y empapado. Era una mujer bonita, y él la quería como una verdadera amiga─. Lo siento mucho.
Ella se abrazó a él, sollozando desconsolada.
─Voy a encontrar al que ha hecho esto. Te lo juro.
─No quiero ser la siguiente... ni quiero que tú lo seas... ─le soltó asustada.
Erik la apartó para hablarle sin tapujos.
─Ninguno de los dos va a morir. Tómate unos días libres, lo necesitas.
─¿Y tú? ─musitó ella.
Erik sacudió la cabeza.
─Yo voy a encontrarlo ─sentenció furioso─. ¿Por dónde se fue Jesús?
─No creerás... es una locura... ─Martina lo contempló asombrada. Entonces asintió, resignada ante aquella posibilidad─. Salió por el garaje. Tenía el coche aparcado aquí. Hará quince minutos que se largó.
El tiempo suficiente para haber asesinado a Roldán y escapar sin ser visto, pensó Erik. Echó un vistazo a las cámaras de vigilancia del aparcamiento. Estaban destrozadas porque el asesino les había pegado un tiro. Al parecer, no se equivocaba al creer que alguien conocía el lugar lo suficiente para saber dónde apuntar y ejecutar el crimen con tanta rapidez.
Se largó de allí sin esperar al forense, pues su presencia en aquel lugar ya no era de ayuda. Roldán estaba muerto y nada podría hacerlo regresar, pero él impartiría justicia llevando a su asesino ante la ley. Sabía hacia dónde tenía que ir. La dirección que Mónica le había dado estaba guardada en un papel en el bolsillo trasero de su pantalón, y tal vez aquel hombre enmascarado estuviera esperándola por la zona.
Él no permitiría que la tocara. Protegería a Mónica con su vida.
La encontró abrazada a sí misma en el otro extremo de la calle. Parecía desamparada y minúscula, lejos de aquella mujer alta y atractiva que ofrecía una imagen inalcanzable. En cuanto lo vio, suspiró aliviada y corrió hacia él. Ahogó un grito al contemplar la sangre que manchaba su camiseta blanca.
─Erik, ¿Qué ha sucedido? ─preguntó preocupada.
Mirara hacia donde mirara, no podía apartar de su mente la imagen del cuerpo sin vida de Roldán. De su rostro destrozado por una maldita bala.
─El hombre del que vas a aceptar su ayuda ha asesinado a mi jefe y amigo ─dijo.
Aunque no tenía sentido que se lo reprochara, no pudo evitar que su voz destilara resentimiento. Estaba herido y necesitaba desquitarse con alguien.
Mónica comprendió sus sentimientos.
─Lo siento.
─Eso no le servirá de gran ayuda a él. Ni a su familia. Estaba a punto de jubilarse.
Mónica apretó los labios, sin saber qué más decir.
─Erik...
─Vete a casa, Mónica ─le ordenó agotado.
─Está a miles de kilómetros.
Lo que en realidad quiso decir fue que para ella no existía un sitio al que denominar hogar, porque no se podía poseer uno si se vivía con miedo.
─Vete al hotel. La comisaría está fuera de control en este momento.
Ella le acarició el brazo, pero él ni siquiera lo sintió.
─No soy yo la que está en peligro, Erik ─intentó hacerle ver─. Ese hombre... va a por ti.
─Sí, por supuesto que tú no estás en peligro. Al fin y al cabo, estás dispuesta a aceptar su ayuda ─le recriminó aireado.
Mónica se sintió dolida por aquellas palabras, pese a que sabía que era su dolor el que hablaba por él en aquel momento. Pero cuando lo vio marchar hacia el coche, no pudo evitar perseguirlo y tratar de frenarlo a rastras.
─¡No vayas solo! ¿Es que has perdido la cabeza? ¡Puede ser una trampa! ¡Erik, no seas idiota!
Al escuchar aquella palabra, los ojos de él refulgieron chispas iracundas. Mónica se detuvo asustada, pero él solo se metió en el coche, cerró de un portazo y echó el seguro para que ella no pudiera detenerlo. Entonces, Mónica reaccionó y golpeó la ventanilla con la palma de la mano.
─¡Erik, Erik!
Corrió detrás del coche como si la verdadera idiota fuera ella, hasta que se percató de que no sería capaz de detenerlo por sí misma. La imagen de Martina saliendo de la comisaria cabizbaja y llorosa provocó que su mente trabajara de prisa, y sin dudarlo un segundo se acercó a la joven policía.
─¿Martina?
La joven alzó la cabeza, y al contemplar a quién pertenecía aquella voz femenina, frunció el entrecejo con evidente desagrado. Mónica sabía que jamás podrían ser amigas, pues ambas estaban interesadas en el mismo hombre. Pero en aquel instante, su enemistad no era motivo de interés.
─No estoy de humor para soportar lo que tengas que decirme ─le ladró.
─Lo siento ─le dijo sinceramente. Martina la contempló con reticencia─. Se trata de Erik.
Al escuchar el nombre, Martina asintió.
─¿Qué sucede?
─Creo que puede estar en peligro. Ese hombre me ha enviado una nota, y cree que él puede detenerlo sin ayuda de nadie. Está cegado y enloquecido. Sé dónde ha ido, pero necesito que me lleves.
─Será mejor que me digas dónde es. Tú no vienes.
─¿No crees que no es momento para discutir?
Martina se mordió los labios con rabia.
─¡Vamos!
La cogió del brazo, arrastrándola hacia un coche cercano. En cuanto se sentó a su lado, Mónica fue consciente de las manos temblorosas que aferraban el volante. Quiso creer que aquel histerismo se debía al reciente fallecimiento del jefe de la joven, pero sospechaba que la inquietud de Martina era producto de la preocupación que sentía por Erik.
Estaba enamorada de él.
─Si le sucede algo... ¡Será culpa tuya! ─le reprochó.
─Entonces conduce más deprisa.
Mónica carecía de fuerzas para discutir, pues aunque sabía camuflar sus emociones a la perfección debido a las penosas circunstancias que rodeaban su vida, estaba tan preocupada por Erik como aquella mujer. Tal vez incluso más, porque al fin y al cabo ¿Cómo se medían los sentimientos? ¿Qué era lo que sentía exactamente por el policía?
─Hago lo que puedo ─se justificó. A aquella hora del día, estaban sumergidas en un embotellamiento─. No deberías haberle dado aquella maldita nota.
La acusación provocó que Mónica se irguiera. Aquel comentario indicaba que, si le sucedía algo a Erik, sería culpa suya. Podía soportar cualquier cosa menos eso.
─Yo... ─jugueteó con nerviosismo con el borde de su blusa, hasta que de repente, el dominio sobre sí misma la abandonó para ser invadida por una rabia instantánea─. ¡No creí que fuera a cometer ninguna locura!
Pero la muerte de Roldan lo había cambiado todo.
Martina intentó centrar la vista en la carretera. Deseaba ignorar a la mujer que estaba sentada a su lado, pero sus ojos se desviaban hacia aquella rubia que parecía sacada de una de aquellas revistas que tanto gustaban a los hombres. Tan alta, tan guapa y tan atractiva. Podría haberle resultado una mujer superficial, pero lo cierto era que emanaba cierto misticismo que la desconcertaba. La clase de aire frágil y coqueto que había conseguido atraer a Erik.
Debería odiarla, pero no era culpa suya que Erik la deseara en vez de a ella. Se conocían desde hacía años, y por mucho que Martina lo había intentado, lo cierto era que el policía tan solo la veía como una amiga. Podía resignarse, o intentar una última jugada antes de perderlo para siempre.
─¿Desde cuándo estás enamorada de él?
La pregunta sobresaltó a Martina, que asió el volante con fuerza.
─Eso no es asunto tuyo.
Mónica asintió, sin decir una sola palabra.
─Pase lo que pase, no juegues con él ─le soltó con amargura.
Mónica la contempló asombrada, hasta que comprendió la clase de imagen que ofrecía a aquella joven. La de la mujer frívola, hermosa y promiscua que utilizaba a los demás a su antojo. Tan lejos de la realidad, pues era ella la utilizada como un pañuelo desechable.
─Erik no es un capricho. Pronto me iré y no volverás a verme.
Sus propias palabras la desconcertaron.
─¿Entonces por qué te vas? ─inquirió con desconfianza.
Mónica no respondió a aquella pregunta. Aquello no era de la incumbencia de la joven policía, ni tampoco de nadie. Sus errores y sus problemas le pertenecían, al igual que el poderoso secreto que guardaba con celo.
─Hemos llegado. Será mejor que te quedes aquí.
Mónica desoyó el consejo y bajó del coche en cuanto el vehículo se detuvo. Martina la siguió a toda prisa con el arma desenfundada, pero apenas necesitaron caminar unos metros para encontrar a Erik apoyado sobre la pared de una nave abandonada, con los ojos cerrados y un montón de folios en una mano.
Martina suspiró y se quedó rezagada en el coche, a sabiendas de que aquel momento no le pertenecía. Por mucho que le doliera, Erik era libre de tomar sus propias decisiones, aunque en vez de elegirla a ella incluyeran a una rubia y atractiva mujer.
─Ey ─Mónica se colocó a su lado.
Erik abrió los ojos, sin dedicarle una mísera mirada.
─Sé que no es lo que querías, pero me alegro de que no lo hayas encontrado. Ahora podrías estar muerto.
─O el podría estar entre rejas.
Erik ladeó la cabeza para mirarla a la cara. Su expresión no delataba emoción alguna, lo que desconcertó a Mónica. Lo sentía lejano e inalcanzable, lo que provocó que deseara que él volviera a acariciarla.... y besarla. Intuía que lo había perdido, algo desconcertante si tenía en cuenta que él nunca le había pertenecido.
─Erik, vuelve ─le suplicó asustada.
─¿Para qué? ─su voz destiló una amargura que la hirió─. ¿Para que vuelvas a huir de mí? ¿Para que sigas ocultándome cosas? ¿Para que mientas?
Mónica se mordió los labios hasta que se provocó un agudo dolor. No soportaba que él le dijera aquellas cosas.
─Para que seas de nuevo el hombre cauto y responsable de sí mismo. Por Dios, hay gente que te quiere. Yo...
─Tú ─la palabra consiguió que Mónica se tensara. Él le arrojó la pila de folios en un acto de desprecio que consiguió humillarla hasta dejarla anonada─. ¿Esto es lo que quieres? ¡Es todo tuyo! ¿A eso has venido, no? ¡Pues ahí lo tienes! Si careces de escrúpulos, definitivamente no eres la mujer que creía.
Aquella palabras la sacudieron... la abofetearon. Se dio la vuelta para que él no la viera llorar. Jamás derramaría una lágrima por un hombre, porque los odiaba a todos. No, no podía odiar a Erik. Pero sí podía odiarse a sí misma por ser tan ingenua. En cuanto él descubriera lo que ocultaba, la repudiaría sin ningún miramiento.
De espaldas, le habló con voz monótona, pero el timbre rasgado la delató.
─No soy la mujer que crees, y he venido a buscarte porque estaba preocupada por ti. Cómo te atreves...
Se alejó de allí con paso apresurado, decidida a apartarse de Erik todo lo que le fuera posible. De él y de el peligro. De las palabras hirientes, las verdades que escocían y los recuerdos que hacían tanto daño.
Pronto se marcharía de aquella ciudad y podría regresar a su vida premeditada, carente de amor y siempre en vilo, esperando a aquel pasado que una vez más había regresado para desestabilizarla.