5
Mónica se contempló en el espejo, al tiempo que el nerviosismo le sacudía el estómago. En general, los hombres no la inquietaban si respetaba sus propias normas. Con Erik se las saltaba todas.
Inspiró.
Había algo en Erik que la descolocaba, y ella siempre se había apartado de la clase de tipos problemáticos que querían más de lo que ella podía ofrecerles. Sin embargo, se encontraba en la tesitura contraria: sabía que el policía le causaría problemas, pero aun así era incapaz de apartarse de él. Fuera lo que fuera que poseía, era demasiado adictivo para ignorarlo.
Quizá porque con él, muy a su pesar, ella no mantenía las distancias. Incluso con Dominique, al que le unía una amistad con derecho a roce desde hacía años, jamás se había saltado sus reglas. Y aquellas consistían básicamente en que los hombres tomaran solo lo que ella les ofrecía. Ni más ni menos.
Yo decido cuándo, cómo y dónde
¿Por qué? Existía una razón primordial que, pese a la década transcurrida, continuaba atormentándola. En el pasado, alguien le había arrebatado la libertad de decidir, por lo que ahora no lograba mantener una relación sana y consensuada con cualquier hombre decente. De todos modos, aunque lo hubiera superado, no creía que fuese posible, puesél siempre aparecía en los momentos más inesperados.
Ni siquiera era capaz de murmurar su nombre sin sentir un pánico atroz que le consumía las entrañas. El mismo miedo que la invadía al mantener contacto físico con un hombre, a no ser que fuese ella quien estableciera los límites.
Dónde tocar... cuándo parar...
Desde los trece años no acataba la voluntad de nadie, salvo la suya propia. Excepto, por supuesto, siélaparecía para chantajearla.Él. Siempreél. Porque en el fondo, se sentía una desgraciada sin vida propia. Una mujer sin libertad ni capacidad para decidir, enclaustrada en sus propios miedos, condicionada por un error que había pagado muy caro.
Desterró aquel pensamiento de su mente y trató de centrarse en Erik, pues quería estar perfecta para él. Sabía cómo acertar con los demás, presentando una imagen perfecta a base de ejercicio intenso y una patología alimentaria que trataba de solucionar. Perfecta para los demás, pero jamás satisfecha consigo misma. Era imposible, porque al contemplar su reflejo, en el fondo odiaba a la mujer hermosa y hermética ─ cualidad que todos equivocaban con una falsa frivolidad─, en la que se había convertido.
Había formado una coraza para que nadie pudiera volver a herirla. Un armazón a base de recelo hacia todo lo desconocido, hacia las terceras personas y hacia sí misma. Estaba envuelta por toda aquella mierda del pasado que era mejor olvidar, salvo que aquel acosador no se lo permitía.
La tenía atada de pies y manos, condicionada a una posible aparición en su vida que la aterrorizaba, y eso era tan frustrante...
Antes de salir de la habitación, se alisó una arruga apenas imperceptible en su vestido aguamarina. Llevaba el cabello suelto sobre la espalda porque intuía que a él le gustaba así. No importaba que en el exterior hiciera un calor de mil demonios, pues ansiaba fascinarlo. Había combinado aquel atuendo con unos zapatos de tacón alto en color coral y un clutch de la misma tonalidad. Sabía de sobra que los zapatos eran cosas de mujeres, pero deseaba poder mirarlo a la cara sin tener que ponerse de puntillas, pues la enervaba la superioridad que implicaba la altura de Erik.
Estaba a punto de abrir la puerta cuando su teléfono sonó. Al comprobar la pantalla, dudó si descolgar, pero al final claudicó. No podía seguir rehuyéndola durante más tiempo, pues sabía que pese a su recién estrenada maternidad, Sara se plantaría en Sevilla si creía que las cosas andaban torcidas.
─¡Por fin me coges el teléfono! Creí que iba a tener que contactar con Erik para que fuera a buscarte y se cerciorara de que no te habías caído al río Guadalquivir ─estaba cabreada.
Mónica consultó su reloj. Llegaba dos minutos tarde a su cita, y adoraba la puntualidad. Comenzó a impacientarse porque conocía lo suficiente a su amiga para anticipar su retahíla de reproches absurdos.
─Bueno, no sería del todo necesario que viniera a buscarme, pues vamos a cenar juntos.
─¿Tenéis una cita? ¡Pero eso es...! No quiero decir que no me alegre, es solo que me siento un poco excluida, ¿Sabes? He engordado más de diez kilos, estoy aburrida en Nueva York y mis dos mejores amigos me mantienen apartada de su vida mientras hacen manitas. Así que por favor, si vais a casaros, ruego me enviéis la invitación de boda con un poco de antelación ─se quejó.
En ocasiones Sara podía ser la reina del drama.
─Es solo una cena. Supongo que es buena idea que él me enseñe la ciudad ─mintió.
Lo que quería que Erik le enseñara tenía poco que ver con aquella ciudad. Con abrirse la bragueta le bastaba.
─Oh... no nací ayer ─respondió escéptica─. Si quieres conocer la ciudad, hay miles de guías turísticos. Nadie en su sano juicio queda con un policía macizo si no quiere tirárselo.
Sara soltó una risilla.
─Te tengo que colgar.
─¿Habéis follado? ─insistió su amiga.
Mónica resopló.
─En ocasiones eres imposible. Te llamaré cuando pueda para ponerte al tanto de la situación de la revista.
Colgó el teléfono, lo guardó en su minúsculo bolso y salió de la habitación. Bajó en ascensor hacia la recepción del hotel, y los segundos de recorrido se le hicieron eternos. En cuanto las puertas se abrieron, escapó del receptáculo y caminó ansiosa, oteando con la mirada las caras desconocidas.
Un sentimiento desagradable se apoderó de ella; ¿Y si la había dejado tirada?
Empezó a mosquearse consigo misma por aquel pensamiento tan patético, cuando de pronto lo contempló apoyado sobre la mesa de recepción, charlando de manera distendida con la atractiva recepcionista.
Vestía una camiseta negra con el característico logo de los ACDC, unos vaqueros que se estrechaban sobre su prieto trasero y unas zapatillas deportivas. Irradiaba esa clase de sensualidad que te impelía a girarte en mitad de la calle para observarlo. Ese tipo de magnetismo feroz que a veces concedía la madre naturaleza. Olor a sexo. La visión de unas sábanas arrugadas. Al contemplarlo, dudó si se había tomado aquella cita demasiado enserio, pues iba de punta en blanco.
Sin dudarlo, se acercó a él y le colocó una mano en el hombro. En el instante que él percibió su contacto, ladeó la cabeza y clavó los ojos en ella, olvidando a la mujer con la que estaba hablando. Dedicó un rápido pero intenso vistazo a su aspecto, lo que consiguió que a ella se le ruborizaran las mejillas.
─Te has puesto así de guapa para mí, ¿A que sí? ─afirmó convencido.
Le guiñó un ojo.
─No te concedas tanta importancia, me he puesto lo primero que cogí del armario ─mintió.
Ambos soltaron una carcajada.
─Fingiré que no he escuchado esa mentira.
Se volvió hacia la recepcionista para despedirse, tras lo cual, sobresaltó a Mónica agarrándola de la mano. Sintió un cosquilleó agradable en los dedos, le devolvió el apretón y salieron al exterior. En cuanto se detuvieron frente a una inmensa moto, Erik se volvió hacia ella.
─No te pongas celosa, rubia. A mí siempre me han gustado del color de tu pelo ─la provocó.
Ella arqueó una ceja. Ella sí que era una experta en provocaciones, e iba a demostrárselo.
─Me lo tomaré como un cumplido ─murmuró, enroscándole las manos alrededor del cuello. Se sintió satisfecha al comprobar que él le miraba la boca con deseo─. Porque a mí siempre me han gustado los hombres de uniforme.
Erik la apretó contra sí.
─Hoy vengo de paisano, espero que te sirva.
─Eso depende ─señaló la moto negra que había frente a ellos─. ¿Esa preciosidad es tuya?
Erik asintió orgulloso mientras le ofrecía un casco.
─Pues seguro que la has escogido para obligarme a abrazarte ─soltó con arrojo.
Erik se mordió el labio.
─Rubia, conseguiré que me abraces sin que tengas que montar de paquete en mi moto. Algún día serás tú la que me pida un abrazo.
─Puede que seas tú el que no quiera soltarme ─insinuó.
Ella tomó asiento detrás de él y se asió a su cintura. Con disimulo, palpó los abdominales que se intuían bajo la camiseta. Sonrió como una boba. Sí que estaba bueno. Le quemaron los dedos y ahogó un suspiro. Entonces, Erik ladeó la cabeza, provocando el leve y cálido roce de sus labios.
─Es que yo nunca quiere soltarte ─admitió.
Mónica sintió una oleada de calor, pero antes de que pudiera asimilar sus palabras, él arrancó la moto y ella se apretó contra su espalda. Erik sorteaba el tráfico con habilidad y haciendo gala de una prudencia que tal vez tuviera algo que ver con su papel como agente de la ley.
Durante el viaje, Mónica contempló ensimismada la oleada de luces doradas que bañaban la ciudad. Erik le dedicó una ruta privilegiada, tan solo perteneciente aquellos nativos de la ciudad que conocían cada recodo mágico al dedillo. Le explicaba que algunos de los distintos pabellones de la Expo habían caído en desuso ─lo cual era una verdadera lástima─, mientras que otros lucían majestuosos. Comentaba que el puente de Isabel II siempre sería en realidad el puente de Triana, o incluso que las mismísima diosa Astarté, prendada por la belleza del lugar, había bautizado a aquella tierra como Triana.
Con leyendas o sin ellas, Mónica disfrutó de una ruta alternativa que avivó su curiosidad por la ciudad. Tal vez fuera la compañía, pero tenía que reconocer que pese a los contratiempos sufridos, aquella ciudad se estaba clavando en su alma.
Erik detuvo la moto cerca del barrio de Triana, frente a un edificio de hierro con base rectangular y un conjunto de cuatro bóvedas de cañón, dotadas de inmensas cristaleras por las que se observaban numerosos puestos gastronómicos.
─Tiene un aire a la torre Eifel ─comentó ella.
─Cuenta la leyenda que Eifel fue su arquitecto ─le explicó Erik, granjeándose el interés de Mónica─. Fue ideado como una lonja de pesca, y luego cayó en desuso hasta su reciente reinaguración como mercado gastronómico.
Mónica se cruzó de brazos y le dedicó una mirada burlona.
─Supongo que todo esto no lo haces para impresionarme.
Él puso cara de total inocencia, hasta que habló.
─Creí que ya te tenía impresionada ─fanfarroneó, granjeándose la risa de Mónica. Entonces, se acercó hacia ella y le apartó el pelo del rostro─, Eres preciosa cuando sonríes ─murmuró con voz ronca. Ella entrecerró los ojos cuando él deslizó sus dedos por la mejilla, en un roce tan anhelante como sensual─. Diría que eres casi perjudicial para mi salud, porque no puedo pensar en otra cosa más que en besarte cuando te tengo cerca.
Ella quiso gritarle que la besara; por algún extraño motivo no pudo hacerlo, pues se sintió tan nerviosa que fue incapaz de articular palabra. Aquel hombre la hacía sentir desamparada, como una cría inexperta que apenas sabía nada de los hombres. Aunque con él, supo que aún le quedaba mucho por descubrir.
La aturdió al aproximar su boca hacia ella, y en vez de besarla en los labios, plantar un casto y caliente beso sobre su frente. Mónica suspiró, tan complacida por su cercanía como necesitada de una mayor intimidad.
─Hoy no has traído tu cámara ─dijo él, como si con aquel comentario tan simple pudiera distender la tensión que se había formado entre ellos.
Tensión sexual, de aquella que siempre te dejaba con hambre, insaciable y sediento de más.
─Lo único que quiero fotografiar lo tengo delante de mí ─musitó ella.
Erik ladeó una sonrisa. Tomó su mano y jugueteó con sus dedos.
─Qué mala eres ─replicó abrumado─. Me cuesta mucho contenerme, pero tú me lo pones muy difícil, rubia.
Se inclino hacia él.
─Pues no te contengas ─lo animó.
La boca de él capturó la suya, y ambos perdieron el control. Con un brazo le rodeó la cintura, y con la mano libre le asió el rostro, para conducirla en un beso salvaje que deseaba tomar todo lo que ella le permitiera. Pese a que estaban en mitad de la calle, parecía como si el contacto de sus labios los hubiera transportado a un lugar que les pertenecía solo a ellos.
Erik invadió su boca, la saqueó con la lengua hasta que la oyó jadear de puro placer. Entonces, sonrió triunfal y la apretó más contra sí, lamiendo su labio inferior hasta que Mónica no pudo más. Turbada por un cúmulo de sensaciones intensas, colocó las manos sobre su pecho y soltó un suspiro trémulo.
─Tengo hambre ─declaró.
─Vámonos a cualquier lugar en el que podamos estar solos ─decidió él, necesitado de más.
Mónica esbozó una mueca temblorosa. El pecho le subía y bajaba, todavía conmocionada por el beso.
─Erik... no me pidas...
¿Qué le sucedía? Ella jamás había sido cobarde, pero la asustaba ser incapaz de controlarse. Quería más de él, y a la vez necesitaba mantener cierta distancia, porque sentía que él la consumía.
─Vayamos despacio... o deprisa... como quieras ─respondió algo nervioso─. Pero no me prives de estar contigo. Al menos hasta que le ponga nombre a lo que me haces sentir. No huyas de mí.
Ella le ofreció un beso rápido, cargado de dulzura.
─No quiero huir de ti.
Erik se relajó, le pasó un brazo alrededor de los hombros y tomaron asiento en una mesa dispuesta en la terraza que ofrecía unas inmejorables vistas al río. Mónica se sentía desbordada ante el numeroso menú, por lo que permitió que él escogiera un sinfín de tapas que le entraron por los ojos, pero que apenas pudo llevarse a la boca. Porque se sentía inquieta, y de vez en cuando, se descubría a sí misma escrutando la distancia en busca de su acosador particular.
Erik captó su atención al deslizar una tarjeta de memoria por encima de la mesa.
─Lo prometido es deuda. Puedes hacer con ella lo que estimes oportuno. Reconozco que no soy muy partidario de los periodistas, pues siempre entorpecen una investigación policial ─ella fingió sentirse ofendida, pues estaba acostumbrada a aquel recelo hacia su gremio─. Pero estás en tu derecho de publicar las fotos, si es lo que quieres.
─¿Y qué es lo que quieres tú? ─lo sorprendió con aquella pregunta. Él quiso responderle que lo que quería no podía decírselo a la cara, pues acabaría escandalizándola. Mónica continuó─. Si me lo pidieras, no las publicaría.
─¿Por qué tienes escrúpulos?
Ella ahogó una risilla.
─Porque me gustaría ayudarte.
─Tal vez la foto lo ponga algo nervioso y lo haga cometer algún error ─comentó pensativo.
Mónica estiró la mano para alcanzar la suya, sobresaltándolo con el contacto.
─Erik, ¿Cómo de grave es? ─se preocupó.
─¿Tienes que pasar mucho tiempo en la ciudad?
Mónica resopló.
─No seas exagerado.
─No lo soy ─respondió con voz grave─. Ese hombre intentó hacerte daño, maldita sea.
El tono de él demostraba una rabia que consiguió asustarla. Aún así, trató de convencerse de lo contrario.
─Pero me dejó en paz. Tuvo la oportunidad de matarme y no lo hizo. Por extraño que resulte, me dio la impresión de que no quería hacerme daño ─lo tranquilizó.
Erik giró la cabeza y plantó la mirada en las calmadas aguas del río.
─Deberías marcharte de aquí.
─¿Y dejar de disfrutar de tu compañía? ─bromeó, para distender la tensión.
Erik la miró de golpe, con una furia que no consiguió desterrar. Todavía se sentía conmocionado por lo sucedido, lo cual era preocupante. Había recibido un balazo casi letal, pero no había tenido tiempo de sopesar aquel tema, pues estaba más aterrado por el ataque que Mónica sufrió a manos de aquel sanguinario.
─No tiene ninguna gracia ─de pronto, su humor se agrió. Mónica supo que no era el momento de hacer bromas, por lo que se quedó callada, a la espera de soportar una ira que identificaba como preocupación. Pero en vez de eso, él la miró a los ojos sin ambages─. ¿Tienes idea de lo que sentí cuando descubrí que él trató de estrangularte?
Ante la intensidad con la que manifestó aquella pregunta, ella no supo qué responder.
─Sentí que el mundo se hundía bajo mis pies, y que si te hubiera sucedido algo, jamás me lo habría perdonado. Te grité porque no estoy dispuesto a permitir que te pongas en peligro por mi culpa, y si vuelves a hacerlo, te aseguro que no serán palabras de agradecimiento lo que recibas.
─Erik, no fue culpa tuya ─trató de calmarlo, enternecida por la manera brusca en la que él se había desnudado sin pretenderlo ante ella.
Él se mordió el labio inferior, en un gesto tan espontáneo como tremendamente sexy para ella.
─Llámame loco, pero el mundo me parece un lugar más bonito si tú estás en él.
A Mónica le dio un vuelco el corazón.
─¿Por qué... dices ese tipo de cosas? ─ella arrugó el entrecejo, … ─me desconciertas.
─Porque me gustan las rubias ─se burló.
─Eres imposible.
─Debo de serlo. Me prometí a mí mismo que me alejaría de ti y no te pediría disculpas, pero al cabo de una horas conseguiste que rectificara.
─¿Por qué?
─No lo sé. Tal vez... ─murmuró, clavando su mirada incendiaria en ella─, porque en cuanto te veo haces que me olvide de todo.
Mónica asintió.
─Qué casualidad. A mí me sucede exactamente lo mismo cuando estoy contigo ─insinuó.
Él la hacía sentir más libre y relajada que en presencia de cualquier otra persona, como si todos sus problemas y miedos se desvanecieran en su compañía. No era de extrañar, pues tan sólo podía pensar en besarlo y acariciar aquel cuerpo por el que ardía de deseo. El dolor; la ansiedad producida por su pasado, se esfumaba con un leve roce de sus labios.
─Apenas has probado la comida ─le dijo él, con la necesidad de cambiar de tema.
─No tengo gran apetito.
─Qué pena. He preparado algo para lo que deberías coger fuerza ─comentó, levantándose de su asiento.
Mónica hizo lo mismo, sobresaltada por aquella indirecta de remarcado carácter sexual.
─¿Cómo dices? ─replicó sofocada.
─Un paseo, boba ─respondió encantado, al comprender la verdadera naturaleza de sus pensamientos. Entonces se echó a reír. Una risa poderosa, masculina y que a ella le recorrió la piel hasta ruborizarla─. Pero si estás pensando en lo otro, también puedo ofrecértelo. De las dos formas pasarías un buen rato, aunque soy tremendamente bueno y generoso con la última.
Ante la indirecta, Mónica puso los ojos en blanco, tratando de aparentar indiferencia ante una declaración que la había avergonzado.
─Prefiero el paseo, gracias ─fue todo lo que pudo decir.
─Tú te lo pierdes.
Erik se encogió de hombros, si bien Mónica fue consciente de la mirada insinuante que él le dedicaba de reojo.
Sin ser consciente de lo que estaba haciendo, caminó a su lado con la mano entrelazada con la suya. De todos modos, no es que fuera a poner objeción a un tímido contacto que la agradaba. Caminaron por la orilla del río, ella siguiéndolo a él mientras Erik le formulaba preguntas sobre su vida privada que comenzaban a importunarla. Por las razones evidentes, no era muy abierta a hablar sobre su intimidad, e incluso se había forjado una coartada falsa con Sara para que la dejara tranquila, pues su amiga ─al igual que el subinspector─, se empeñaba en meterse en sus asuntos.
─¿Por qué dejaste de lado tu vocación por la historia? ─le preguntó.
Mónica apretó los labios al recordar aquel momento en el que se vio obligada a rechazar la oferta de trabajo con la que siempre había soñado. Entonces, entornó los ojos hacia un punto lejano y optó por obsequiarlo con la versión mejorada de la historia. Aquella que había forjado a base de mentiras hiladas para protegerse de todos.
─No la dejé de lado, tan solo aproveché una oportunidad ─respondió evasiva. Al sentir el interés persistente de él, añadió─: en mi último año de carrera, encontré un puesto de becaria en Musa. Era justo lo que necesitaba en aquel momento; un trabajo sencillo y que no requiriera demasiada responsabilidad mientras terminaba mis estudios. Tenía que hacer fotocopias y ese tipo de cosas... pero un día, uno de los reporteros se ausentó y la revista estaba desbordada de trabajo. La directora de la revista me señaló con un dedo y me gritó que terminara su reportaje, y simplemente lo hice lo mejor que pude. Les gustó, y poco a poco me hice un hueco dentro de la revista. Al cabo de un par de años era la redactora jefa, hasta que Héctor me concedió una oportunidad y me convertí en la directora de Musa España.
─No suena como si te apasionara ─comentó él.
Mónica detestaba que la evaluaran, por lo que se cruzó de brazos para romper el contacto que los unía.
─¿A ti te apasiona tu trabajo? ─contrarrestó. Entonces se detuvo para contemplarlo agotada─. Pero qué cosas digo... por supuesto que te apasiona tu trabajo. Has estado a punto de morir por cumplir con tus obligaciones.
Erik le colocó las manos sobre los hombros, en un intento por serenarla. Intuía que había traspasado la línea que Mónica trazaba con todo el mundo, pues ella se mostraba más alterada que de costumbre.
─No suena como un cumplido.
─Sí, no... ¡Sí! ─exclamó nerviosa. Se forzó a relajarse al sentir que él masajeaba sus hombros con dulzura─. Debe de ser gratificante dedicarte a un trabajo que te apasiona.
─Lo es ─admitió él.
Sus manos ascendieron hacia su rostro, que acunó con suma ternura.
─Lo siento si he hecho demasiadas preguntas, pero me intrigas ─la atrajo hacia sí. A pesar de que se moría de ganas por besarla, no lo hizo, pues advertía su reticencia─. Me gustaría saberlo todo de ti, aunque me quedaré con aquello que tú quieras mostrarme.
─Erik, deberías alejarte de mí ─le aconsejó, imbuida por una tristeza infinita.
Ella no era alguien con quien trabar una relación duradera, ni siquiera una amistad fomentada en la confianza.
─Tonterías ─desdeñó su sugerencia─. Porque aunque quisiera, no puedo.
La besó tomándola por sorpresa, y ese fue el instante en el que Mónica supo que estaba perdida. Su voluntad siempre sería derrotada por sus besos; devastada por el sentimiento que le invadía el pecho cuando estaba en los brazos de él.
Apartándola con cierta brusquedad, la miró a la cara.
─¿Ves? ─intentó convencerla─. No puedo alejarme de ti.
Mónica se desinfló.
─No quiero complicarte la vida ─insistió, rehuyendo su mirada.
─Me complicas hasta los sueños, Mónica ─ladeó una sonrisa irresistible─. Te deseo como nunca antes he deseado a otra mujer. Las cosas dejaron de ser lógicas o simples cuando tú llegaste a mi vida, pero me da igual.
Invadida por un sentimiento desconocido, Mónica atrapó la mano de él y se la llevó a la boca, besándole los nudillos.
─Si sigues así, seré yo la que no quiera alejarme de ti ─musitó.
En realidad, quiso decir la que no podía, pues su verdadera voluntad era la de disfrutar de su compañía, de sus besos y de todo lo que él le ofreciera.
Continuaron caminando muy cerca el uno del otro; ella de mejor humor, quizá más calmada por permanecer junto a un hombre que la hacía sentir segura. De vez en cuando, Erik le relataba alguna curiosidad de la ciudad, por lo que el largo paseo se le hizo muy ameno hasta que se detuvieron frente al Parque de María Luisa.
El parque recibía su nombre de la Infanta María Luisa de Borbón, quien había donado a la ciudad los jardines privados del Palacio de San Telmo. Rodeado de una espesa y singular vegetación, su principal seña característica eran las numerosas glorietas repletas de estatuas, que conferían al paisaje un aspecto romántico y bucólico.
Los coches de caballo, los triciclos y el gentío se daban cita en un entorno exótico cuyo mayor atractivo era la Plaza de España, lugar hacia el que ambos se dirigían. Había sido construida para la Exposición Iberoamericana de 1920, y su forma semieliptíca simbolizaba el abrazo de España a las colonias.
Un canal semicircular se exponía frente a la edificación de estilo renacentista, que había sido escenario de películas tan emblemáticas como Lawrence de Arabia o La guerra de las galaxias. Al contemplarla de cerca, Mónica entendió el porqué.
Coronaba el centro de la plaza una imponente fuente de piedra blanca que brillaba bajo la luz de la luna. El canal estaba bordeado por cuatro puentes que simbolizaban los cuatro antiguos reinos de España, y el majestuoso edificio estaba compuesto por una parte central y dos alas que terminaban en dos torres denominadas Norte y Sur.
Entusiasmada, Mónica señaló las barquitas con remo que flotaban sobre la ría.
─Me encantaría subirme a una de esas ─imploró, como una niña a la que acababan de liberar en un parque de atracciones. De repente, se volvió hacia Erik con los brazos en jarra─. ¡No me digas que aquí es donde traes a todas tus citas, porque me encantaría sentirme especial!
Erik se metió las manos en los bolsillos, con rostro circunspecto.
─Lo confieso. Eres la número siete.
Mónica trató de golpearlo, pero él atrapó sus muñecas para robarle un beso.
─¡Mentiroso, dime la verdad! ─exclamó divertida.
Él trató de hacerle cosquillas mientras Mónica escapaba de su abrazo retorciéndose de la risa. Se dio la vuelta para echar a correr, pero él la abrazó contra su pecho, pasándole un brazo alrededor del vientre. Mónica sintió aquella parte de su anatomía apretada contra sus nalgas y trató de ignorar tal hecho en vano.
─¿Qué quieres saber? ─sugirió él.
Su respiración le acarició el lóbulo de la oreja, provocando un leve temblor en sus rodillas.
─¿Siempre haces de tus citas algo tan especial?
─No lo sé, dímelo tú cuando acabe la noche ─la soltó, mirándola a la cara─. Es mi primera vez.
Dejándola anonada, echó a caminar en dirección al canal. Mónica lo persiguió, demasiado desconcertada para pensar en lo que él acababa de decirle.
Subidos a la barca, Mónica trataba de remar mientras Erik esbozaba una sonrisa burlona que no podía disimular. La barca se desplazaba en círculos alrededor del agua a pesar de que ella se esforzaba en mover el remo con toda su fuerza.
─Sería útil que utilizaras los dos remos a la vez ─sugirió él, al borde de un ataque de risa.
Mónica lo fulminó con la mirada.
─No puedo. Pesan demasiado para mí ─se quejó, dándose por vencida.
Hacía diez minutos que se había empeñado en remar ella sola mientras Erik la contemplaba con escepticismo y ella se esforzaba en demostrarle su falsa habilidad en aquel quehacer.
Erik se incorporó para ayudarla, lo que provocó el vaivén de la barca de madera. Mónica se agarró al borde, soltando un grito histérico.
─¡Quédate dónde estás, no quiero caerme a ese montón de agua sucia y estancada!
─Hace cinco minutos te pareció buena idea ─le recordó.
Ella ignoró el comentario insidioso.
─Date la vuelta. Remar de espaldas es más sencillo ─le aconsejó.
─Y me lo dices ahora...
Mónica se volteó, postura que él aprovechó para colocarse a su espalda y colocar las manos sobre las suyas. En aquella posición tan íntima, él le pidió en un susurro que volviera a intentarlo. Ella percibió su aliento cálido sobre la nuca, cerró los ojos y sacudió la cabeza.
─Preferiría que lo hicieras tú.
─De eso nada ─replicó él, que intentaba estar cerca de ella con cualquier pretexto─. Tú nos has traído hasta aquí y tú vas a devolvernos hacia el embarcadero.
─Es una forma muy elegante de enmascarar que vas a meterme mano ─argumentó.
Ante aquel comentario tan descarado como verídico, él sólo pudo echarse a reír.
Pese a todo, Mónica reconoció que era él quien hacía todo el esfuerzo de mover los remos. Conforme transcurrieron los minutos, ella se fue relajando y apoyó por completo la espalda sobre el pecho de él, pues debía admitir que no existía refugio más acogedor que el que le ofrecían los brazos de Erik.
Al llegar al embarcadero, él salió de la barca para ofrecerle luego una mano que ella no dudó en aceptar. Atrayéndola hacia sí con mayor fuerza de la necesaria, la acercó hacia su boca para robarle un beso que ella recibió con total entrega.
─Ha sido sin querer ─dijo él, con cara de inocencia.
─Ya... ─Mónica lo agarró de la camiseta, atrapándolo en sus garras─. Anda, dame otro.
Y él se lo concedió con premura. Con aquella sonrisa de canalla embrujado por ella, la apretó por la cintura y la besó con urgencia. Sus manos volaron hacia las caderas de ella, enredándose en aquella piel tan suave que lo enloquecía, para apretarla contra la urgencia de sus pantalones. Mónica jadeó, e introdujo las manos por dentro de la camiseta para acariciarle el abdomen. Tan cálido, tan duro..., todo lo que encontraba en él la fascinaba.
─Si son como éste, te doy todos los que quieras ─admitió él, arrastrándola consigo hacia el interior del parque.
Se besaron en cada rincón, descubriendo en el otro los anhelos que solo creían propios. Pasión desatada, incontrolable, insaciable... de aquella que urgía por los besos del otro, y que siempre prometía el último beso pero acababa sucumbiendo a uno más. Arrastraban las palabras mientras jadeaban contra la boca ajena, demasiado excitados para apartarse de la tentación carnal.
En los brazos del contrario, todo era primitivo y catártico. Mónica lo sabía, llevaba intuyéndolo00 desde su primer encuentro en aquel hospital, pero en sus brazos la certeza la golpeó con inclemencia, advirtiéndole que él era todo lo que siempre había deseado mas nunca podría tener.
Agobiada por sentirse tan completa y vacía a la vez, lo separó con ambas manos, demasiado atontada por el beso como para actuar con cierta racionalidad. Erik la contempló dubitativo, pero enseguida asintió, quizá porque una parte de él esperaba que en algún momento ella se empeñara en marcar las distancias.
Si hubiera conocido la verdadera razón, supuso Mónica, no rondaría en sus ojos el reflejo del fastidio.
─¿He ido demasiado deprisa? ─insinuó. De todos modos, si pretendía ser una disculpa no había empleado el tono adecuado.
─No soy una cría ─replicó molesta.
Él la devoró con la mirada.
─De eso ya me he dado cuenta ─respondió, mirándole las tetas.
─Sé lo que quieres de mí, es solo que...
Erik la cortó con aquella voz de barítono que conseguía estremecerla.
─No sabes lo que quiero de ti.
Mónica inclinó la cabeza hacia él, y por un instante, tuvo la intención de preguntarle lo que quería. No lo hizo porque intuía la respuesta. Porque la intuía y la aterraba.
Se habían detenido frente a una cascada que confería al paisaje un aspecto exótico. Mónica leyó el nombre que rezaba en el cartel, más por distender la atención que porque en realidad tuviera verdadero interés.
─Monte Gurugú ...─enunció pensativa─. ¿Cómo el que hay en Melilla?
Erik asintió.
─Supongo que para rendir homenaje a los caídos españoles en las batallas. Al igual que en el Cabo de tres forcas, este es el punto más alto del parque.
─¿En serio no has aprendido toda esa información de guía turístico para impresionarme? ─bromeó ella.
A Erik se le encendió una sonrisa de marcado hoyuelo en la barbilla.
─¿Por qué, funciona?
Mónica se mordió el labio inferior, negándose a responder a su pregunta.
─Así que desde ahí arriba se puede observar todo el parque...
─Me estás evitando ─murmuró a su espalda.
Ella se estremeció al sentir la boca de Erik sobre su nuca. Cerró los ojos y se dejó llevar durante unos segundos, hasta que recobró la razón y comenzó a subir la escalera pedregosa que conducía hacia la cúpula de la cima. Apoyada sobre la barandilla, contempló maravillada las vistas que ofrecía del parque.
─Me gusta este lugar.
─A mí me gustas tú ─susurró él a su lado.
Mónica sonrió porque era inevitable.
─Ahora comprendo por qué eres amigo de Sara ─replicó, en un intento por evadirlo─. Ambos sois igual de sinceros.
─No estoy hablando de Sara ─replicó.
Mónica ahogó la respiración. Se sentía demasiado nerviosa para mirarlo a la cara, por lo que clavó los ojos en un riachuelo repleto de patos y cisnes.
─¿Has oído lo que te he dicho?
Apretó las manos en torno a la barandilla.
─Sí ─musitó al fin.
─¿Y no tienes nada que decirme? ─perseveró.
Mónica soltó un suspiro trémulo. Con él todo era tan emocionante como aterrador.
─Erik... ─se giró hacia él, encontrándolo de cara. Los brazos de Erik la atraparon contra la barandilla, y Mónica sintió una oleada de pánico que intentó disimular─. En general los hombres no me impresionan, pero tú me pones nerviosa.
Él la estudió con curiosidad, aflojando una sonrisa tierna que era solo para ella.
─Me lo tomaré como un cumplido.
Ella se relajó por completo al sentir que él la liberaba.
─Algo así ─acordó.
Entonces, Mónica señaló aquel recodo romántico que había llamado su atención.
─¿Podemos ir a ese lugar? Me gustaría hacer algunas fotografías.
Erik la ayudó a descender por la escalinata.
─Creí que no habías traído tu cámara ─comentó extrañado.
─Dije que quería fotografiarte a ti, no que la hubiera olvidado ─respondió. Su voz destiló cierto atrevimiento cuando añadió─: podrías posar para mí.
─Qué graciosa.
Ella se encogió de hombros.
─No estoy bromeando ─sentenció, esta vez seria.
El rostro de Erik proyectó una mueca de disgusto.
─¿Qué? ─hizo aspavientos con las manos, como si con ello fuera a defenderse de los posibles efectos adversos del flash. Mónica puso las manos en jarra, demasiado acostumbrada a los hombres que detestaban ejercer de modelo fotográfico─. ¡No voy a posar para ti! No soy un monigote.
Mónica comenzó a caminar.
─Tienes razón. Eres un hombre muy atractivo.
Pese al cumplido, Erik resopló.
─Detesto las fotografías.
─A mí en cambio me encanta hacerlas ─lo contradijo, captando la imagen de una fuente que expulsaba un potente chorro de agua. Se volvió hacia él con la intención de insistir una última vez. Lo hacía porque cuando se separara de él, estaría encantada de poseer una imagen perpetua de Erik
─. Me harías muy feliz.
Él arrugó el entrecejo.
─No es justo.
─¿Por qué?
─Porque me encantaría hacerte feliz ─dijo, dejándola sin habla. Con tal naturalidad que ella permaneció asombrada─. Cumpliría cada uno de tus deseos si con ello te hiciera sonreír, Mónica.
─Eso... ¿Significa que me dejarás hacerte una foto? ─titubeó.
─Todas las que quieras.
La adelantó con facilidad para adentrarse en la Isleta de los patos, con certeza el lugar más romántico de todo el parque. Cruzaba el estanque repleto de patos, cisnes y pavos reales un puente empedrado por el que se accedía hacia un templete.
─Quítate la camiseta.
Erik resopló.
─Sólo bromeaba ─sonrió ella. Ajustó la cámara y disparó varias veces. Al contemplar la pantalla, sacudió la cabeza, disgustada por el resultado ─. Simplemente actúa como si no estuviera. Estás demasiado rígido.
─Es complicado. Me gusta mirarte.
Mónica sintió una oleada de calor.
─Date la vuelta.
Asintiendo de mala gana, él obedeció a la fotógrafa. Mónica capturó el perfil de su rostro al pillarlo desprevenido, por lo que consiguió una foto perfecta. Al percatarse de que ella contemplaba la fotografía complacida, él se apropió de la cámara para visualizarla.
─No la borres ─exigió.
Él pareció encantado ante tal reclamo.
─Si te gusta, no voy a hacerlo.
Ella asintió.
─Eres buena.
Mónica le restó importancia con un leve cabeceo que él aprovechó para acariciarle la mejilla.
─Sólo consigo reflejar la belleza de lo que ya la posee.
Erik enarcó una ceja.
─¿Me estás llamando guapo?
─Lo eres ─respondió sin dudar.
─Me alegro de que te guste lo que ves, supongo.
¡Y tanto que puedes alegrarte! No he conocido en mi vida a un hombre que me resulte más descaradamente atractivo que tú.
Mónica se dedicó a fotografiar a una pareja de cisnes que estrechaban sus picos hasta formar un corazón. Mientras lo hacía, Erik vislumbró la expresión relajada y placentera en el rostro de ella, alejada de la tensión en la que solía permanecer su cara. La fotografía la extasiaba, cosa que él estaba encantado de contemplar, aunque si por él fuera, la extasiara de una forma más íntima que la haría explotar de placer.
─Acabo de descubrir mi lugar preferido de este parque ─comentó sin cesar de fotografiar todo lo que llamaba su atención─, todo aquí es romántico e idílico, ¿Sabes? Tan sólo le faltaría la banda sonora para que formara parte de la escena de alguna película.
─¿Qué clase de música le pondrías tú?
Ella se colgó la cámara en el cuello, girándose para prestarle toda su atención.
─Oh... alguna de Ellie Goulding. Love me like you do, en particular me encanta.
Él se rascó la barbilla, pensativo.
─Ah... esa no me la sé, pero que no se diga que no intento ponerle música a tus deseos ─murmuró, con un leve carraspeo de garganta para entonar una canción que provocó que Mónica abriera los ojos de par en par─. Why do birds suddenly appear..., every time ...you are near?
Pese a que lo intentaba, la voz de Erik era demasiado grave para aquella canción tan delicada. Mónica trató de taparle la boca mientras se echaba a reír.
─Ssssshhh, ¡Vas a espantar a los pájaros, me muero de vergüenza!
Él le mordisqueó los dedos para continuar como si nada.
─Just like me, they long to be... close to you... ─finalizó.
Mónica aplaudió, demasiado divertida por aquel humor que solo pretendía sacarle una sonrisa.
─Muy apropiada ─concedió─, aunque me sigo quedando con Ellie Goulding. Tendrás que aprenderla para la próxima.
─Al menos he conseguido que tengas ganas de volver a verme.
─Bueno... no te habría hecho falta demasiado. Siempre tengo ganas de verte ─admitió, incapaz de mantener la boca cerrada. Al percatarse de que acababa de dejarse en evidencia, se apresuró a decir
─: Así que The Carpenters...
─Me trae buenos recuerdos. Mi madre solía cantarme esa canción cuando trataba de dormirme. Era un poco nervioso.
─Creo que lo sigues siendo.
─Bueno, eso ya da igual. De haber sabido que... ─se arrepintió, deteniéndose en un hecho que le hacía demasiado daño para relatar.
Inspiró, fijando la vista en ninguna parte. Primero había perdido a su padre siendo un niño, y ahora el maldito destino se empeñaba en arrebatarle a la persona que más amaba en el mundo.
Mónica comprendió su dolor, por lo que apoyó una mano en su hombro y se aproximó a él. Aunque se negara a admitirlo, sabía lo que el sufrimiento ajeno podía causar en uno mismo. Lo sabía porque ella había renunciado a todos sus sueños para salvar la vida de su propia madre, y ahora contemplaba como un hombre en apariencia fuerte se derrumbaba ante el temor de perder a un ser querido.
─Lo siento mucho, Erik.
Acarició su hombro porque necesitaba calmarlo y porque detestaba que las personas que menos se lo merecieran sufrieran en una vida que ─según lo que ella había experimentado─ jamás castigaba a los verdaderos culpables, pero se empeñaba en llevarse a quienes menos lo merecían.
Ella creyó que Erik rehuiría su contacto, pero no fue así. Posó una mano sobre la suya, como si temiera que ella fuese a soltarlo. Al parecer, necesitaba desahogarse con alguien porque llevaba demasiado tiempo aparentando ser fuerte.
─Le diagnosticaron cáncer terminal hace dos años ─dijo, en un susurro.
Mónica lo escuchó sin apenas respirar.
─Le dieron dos años de vida ─su voz se rompió. Erik tragó con dificultad, inclinó la cabeza hacia abajo y cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas─. Lo peor de todo es que soy incapaz de disimular mi dolor ante ella. Siempre fue una mujer fuerte, desde la muerte de mi padre. Ella está tan tranquila... tan en paz con lo que va a suceder, que yo...
Mónica lo rodeó con sus delgados brazos para abrazarlo, ofreciéndole un lugar en el que volcar su dolor. Sobresaltado, Erik escondió su rostro en el cabello y respiró con dificultad. Algo se removió en su interior al sentirse arropado por ella, pues desde la enfermedad de su madre, había temido que nadie volvería a ofrecerle aquel cariño y protección que solo la mujer que lo había traído al mundo podía brindar sin medidas. Pero con Mónica, pese a ser el hombre fuerte e inquebrantable que aparentaba, sentía que había encontrado aquel hogar al que regresar siempre que se sintiera perdido y asustado.
Permanecieron abrazados y callados hasta que perdieron la noción del tiempo.