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Treinta días antes.

Eran las seis y cuarto de la mañana cuando se despertó. No importaba a qué hora programara su despertador, pues había adquirido la indeseada habilidad de desvelarse unos minutos antes de que la alarma sonara.

Estiró los brazos y soltó un bostezo. A su lado, el cuerpo del hombre le daba la espalda como solía hacer siempre que culminaba rendido tras el sexo. Se conocían desde hacía años y jamás habían cruzado la línea que los estabilizara más allá de los amigos con derecho a roce. Ambos hacían su vida y de vez en cuando se reencontraban pese a la distancia que los separaba.

Se puso en pie y lo zarandeó ofuscada para que se despertara. No toleraba que ningún hombre invadiera su intimidad, y la otra noche había ido demasiado lejos al permitir que Dominique se quedara a dormir en su casa.

El hombre se dio la vuelta, mostrándole un torso desnudo y esbelto que Mónica ya había contemplado otras veces. Unos ojos azules y somnolientos la saludaron con aquella sonrisa pendenciera. El cabello rojizo y rizado le caía sobre la frente confiriéndole un aspecto bohemio y encantador. Dominique provocaba que las mujeres suspiraran por él y sollozaran al no comprender su carácter despreocupado, rebelde y en ocasiones ególatra. Mónica sabía que habría caído rendida al encanto del artista de no haberlo conocido en el momento más complicado de su vida. Tras aquel incidente se había cerrado al amor, y lo único a lo que se aferraba era algún que otro revolcón sin compromiso con un hombre tan interesante como Dominique.

─Bonjour, ma belle ─la saludó, alargando la última vocal con una cadencia seductora.

Dominique llevaba al máximo aquello del artista bohemio. Hacía el amor de madrugada, se inspiraba por la noche y dormitaba hasta medio día. Pero Mónica detestaba la impuntualidad, por lo que le arrebató la sábana de un manotazo.

─Tienes que irte. En una hora tengo que coger el avión ─lo instó en tono apremiante.

Él esbozó una mueca de fastidio. Incorporándose con lentitud, la atrajo hacia sí para mordisquearle el cuello. Mónica suspiró.

─Me encanta tu olor, ma douce... C´est tres sensuelle...

─Dominique, tengo que irme... ─insistió, con menos énfasis del debido.

El francés capturó su boca e hizo caso omiso a su petición. Las manos pálidas le recorrieron los hombros desnudos hasta asentarse en la curva de la cadera, consiguiendo atraerla hacia sí. Apretó su cuerpo contra el de ella y tumbó todo el peso sobre Mónica, por lo que esta se tensó y apoyó las manos sobre el pecho para apartarlo de un empujón. Él se disculpó con una sonrisa triste y forzada.

─Tus reglas, lo sé ─intentó tranquilizarla al tomar su barbilla con dos dedos y depositar un beso suave sobre los labios, pero ella se removió incómoda─. Ma belle... jamás haría nada que pudiera incomodarte.

Pese a que Mónica lo sabía, se levantó de un golpe y se encerró malhumorada dentro del cuarto de baño. Nunca superaría su terror al contacto físico. Ni siquiera los años de intimidad y la amistad compartida con Dominique lograban tranquilizarla, pues cada vez que un hombre se colocaba encima suya el terror la invadía y las náuseas se apoderaban de todo su cuerpo.

Treinta minutos después salieron de la vivienda. Pese a que Dominique insistió en acercarla al aeropuerto, Mónica arrastró su maleta hacia un taxi cercano. El hombre se encogió de hombros tras contemplar como se subía al vehículo. Si existía un tipo capaz de comprender a esa mujer, él mismo le estrecharía la mano para ofrecerle su más sincera enhorabuena. Desgraciadamente, hacía años que la conocía y seguía diciéndose a sí mismo que ella era un verdadero misterio.

***

Volar no le producía ningún sentimiento más allá de la indiferencia, pero aquel día era distinto. Se sentía nerviosa pese a que se esforzaba en disimular lo contrario. Por culpa de su mejor amiga y de un trabajo aceptado a última hora, volvería a encontrarse con él.

Hacía un año que no se veían, pero los recuerdos de su último encuentro latían en su memoria para avivar su nerviosismo. Pese al fuego inicial, ninguno de los dos había hecho nada para comunicarse con el otro. Quizás debería haber contactado con él, pero siempre que caviló aquella opción terminó por desecharla como algo absurdo.

Tal vez él no había sentido lo mismo, pese a que la atracción fue palpable desde el principio. Y para colmo, ahora se veía obligado a recogerla en la parada del aeropuerto por culpa de Sara. Su amiga le sugirió que le ofreciera un tour por la ciudad antes de dejarla en el hotel, pero todos sabían que lo que en realidad movía a Sara era su intención de ejercer como Celestina.

Recordó la primera vez que se vieron y no pudo evitar sonreír. Ella había sido consciente del influjo sexual ejercido sobre el hombre, pero se mantuvo aparentemente inconsciente con el deseo de saber hasta dónde era capaz de llegar.

Lástima que hubiera sido tan educado...

Erik... Erik...

Se reclinó sobre su asiento, cerró los ojos y las imágenes de aquel día regresaron a su memoria con total nitidez. Los recuerdos la devolvieron a aquella habitación de hospital en la que dormitaba junto a Sara. Unos pasos la habían despertado, pero se hizo la dormida al percibir la presencia que se acercaba hacia la cama. Entonces sucedió. El extraño se inclinó sobre ella y la observó durante unos segundos en los que el corazón le latió deprisa. Se sintió incómoda y extrañamente excitada.

De pronto, una mano caliente le colocó un mechón de cabello tras la oreja, permaneciendo con sus labios a escasos centímetros de los suyos. Entreabrió la boca para tentarlo con descaro, pues quería saber de qué sería capaz aquel hombre en apariencia tan osado. La respiración cálida le acarició la boca, y sin saber por qué, Mónica deseó con todas sus fuerzas que él la besara. Un beso húmedo y carnívoro con un completo desconocido. Él pareció pensárselo durante un instante que le resultó eterno, hasta que al final suspiró y se alejó de ella.

A Mónica le fastidió que lo hiciera.

El cuerpo de Sara se removió a su lado. Su amiga se despertó y cruzó algunas palabras con aquel extraño al que llamó por el nombre de Erik.

─¿Quién es? ─le preguntó Erik. Su voz destilaba curiosidad.

Percibió un acento sureño que la estremeció.

─Una amiga. No lo está pasando nada bien. No la mires así ─utilizó el tono sobreprotector de quien se preocupaba por su amiga.

─Es guapa ─admitió.

Acto seguido, los dos salieron de la habitación para dejarla sola. Mónica no pudo evitar saltar de la cama y observarlo marchar por el pasillo. Atisbó una espalda ancha ataviada con una cazadora de cuero y un cabello castaño cortado a cepillo. Como si hubiera notado que alguien lo espiaba, se detuvo con brusquedad y giró la cabeza para pillarla con los ojos detenidos sobre su trasero. Mónica no fue capaz de reaccionar. Se quedó parada junto a la puerta, hechizada por la mirada intrigada que el extraño le dedicaba. Le ardieron las mejillas y le tembló todo el cuerpo, por lo que se adentró en la habitación tras contemplar la sonrisa ladeada del hombre, que con un atisbo de socarronería que parecía decir: sí, estoy tan bueno como parece, acababa de pillarla in fraganti.

─Bienvenidos a la ciudad de Sevilla. El tiempo es de treinta y nueve grados. Disfruten de su estancia ─comunicó la voz del interfono.

Mónica volvió a la realidad. Se desabrochó el cinturón de seguridad, agarró su maleta de mano y salió del avión para esperar su equipaje junto al resto de pasajeros. Cuando tuvo su maleta en la mano, caminó hacia la salida para reencontrarse con Erik.

Todavía podía recordar las sensaciones contradictorias que le generó aquel encuentro tan raro. Había conocido a muchos hombres atractivos, pero la simple respiración cálida de aquel tipo bastó para avivar sus instintos más primitivos. Porque algo oscuro y desconocido se apoderó de ella en cuanto lo tuvo cerca.

─¡Qué calor! ─se quejó, en cuanto puso un pie fuera del aeropuerto.

Se abanicó con la mano y buscó a Erik con la mirada. No había rastro de él por ninguna parte.

***

Erik se apeó del vehículo y fue directo hacia la puerta principal del aeropuerto. Llevaba más de una hora esperando en aquel lugar porque intuía que Mónica era la clase de mujer estricta que adoraba la puntualidad. No obstante, tuvo que retirar su coche de la larga fila de vehículos frente a la puerta  que esperaban para recoger a sus familiares y amigos cuando un policía uniformado le advirtió que lo multarían. Por suerte, pudo librarse de la sanción tras enseñar su placa de policía y mover el vehículo hacia el parking.

¿Cuánto había pasado desde la última vez que se habían visto? Un año, tal vez.

Había apartado la mano del teléfono cientos de veces tras caer en la tentación de hacerle una llamada. Y por supuesto, había esperado con cierto entusiasmo una llamada que jamás llegó. No se trataba del orgullo, en realidad. Había algo extraordinario y místico alrededor de aquella mujer que lo frenaba y lo mantenía ansioso.

Al fin iban a reencontrarse, y para ser sincero, no le había costado aceptar la petición de Sara para que recogiera a su amiga. De hecho, él mismo se ofreció en cuanto escuchó que Mónica pasaría un mes entero en la ciudad. Estaba tan emocionado ante la idea de volver a verla que incluso se dispuso a regalarle un tour por la ciudad.

Aún atesoraba en la memoria el momento exacto en el que la contempló por primera vez. Tumbada en la cama de aquel hospital, le pareció una mujer de belleza sobrecogedora y una fragilidad extrema. Debido a su trabajo en la brigada de homicidios y desapariciones de la policía judicial, estaba acostumbrado a colocarse en el lugar de las víctimas. Pero hubo algo en la expresión tensa de aquella mujer que lo inquietó. Poseía una mezcla de salvaje temor en el rostro, como si viviera continuamente a la defensiva y estuviese dispuesta a defenderse con uñas y dientes.

Si el primer encuentro lo dejó intrigado, verla por segunda vez en la boda de Sara sólo consiguió avivar su curiosidad.

Ataviada con un vestido en tonos cítricos muy escotado a la espalda, se dirigió a él en una actitud sumamente seductora. En toda su vida había conocido a una mujer que se mostrara tan segura de sí misma. Compartieron miradas de reojos, sonrisas y algún que otro comentario repleto de sexo implícito hasta que ella salió a fumar al balcón y él la siguió embobado, atrapado por algo que ella poseía y que no supo descifrar en aquel momento.

Ella estaba apoyada en la barandilla con una copa de champagne en la mano. Miraba al frente, como si en cierto modo lo estuviera esperando pero permaneciera recluida en sus propios pensamientos. A su lado, Erik imitó su postura y la contempló con curiosidad.

─Así que eres periodista... ─murmuró, tratando de encontrar un tema de conversación─, ¿Te gusta tu trabajo?

Mónica dejó la copa olvidada sobre la barandilla.

─Es una pregunta complicada ─respondió en tono ausente─. Me ha costado mucho llegar  hasta donde estoy.

─No te gusta hablar de ti misma ─intuyó él.

Por primera vez, ella ladeó la cabeza para mirarlo a los ojos. El vaivén de su cabeza provocó la leve fricción de sus labios, y él se percató de que acababa de contener la respiración. Mónica le dedicó una mirada sagaz, de ojos rasgados y verdes como los de una gata.

─Entonces háblame de ti ─sugirió provocativa.

Erik no se dejó amilanar, e inclinándose hacia ella, absorbió su olor y apoyó un brazo sobre la barandilla hasta rozarle la cadera. Percibió el leve temblor del cuerpo femenino contra el tacto de sus dedos.

─Soy policía, me encanta mi trabajo y esta noche estás preciosa.

Mónica dejó aflorar una sonrisa, y él se percató del vello erizado de la piel. Despojándose de la chaqueta, la colocó sobre sus hombros mientras murmuraba a su oído que estaba helada.

─Qué atrevido, agente. Vas a por todas, pero te advierto que puedes quemarte si sigues por ese camino.

Él soltó una carcajada, y ella se acurrucó dentro de la americana.

─¿Siempre eres así de... directa? ─inquirió asombrado.

Mónica se encogió de hombros.

─Cuando me gusta algo lo digo ─insinuó con una sonrisa.

Se acercó más a ella.

─En ese caso estamos de acuerdo.

─Sí, en efecto tienes una americana muy bonita ─bromeó.

Erik enrojeció debido al comentario, y ella le dedicó una mirada pícara antes de echarse a reír.

─Qué graciosa.

─No se ponga colorado, agente. Ya le he dicho que puede quemarse si juega conmigo.

Ella se mordió el labio, y él pareció complacido. Aquella mujer era coqueta y estaba jugando con él, pero lo cierto es que estaba disfrutando de lo lindo con aquel juego de seducción.

─Creo que estás deseando que te cachee, Mónica.

Ella parpadeó atónita.

─¿Le gusta esposar a las chicas que acaba de conocer? ─preguntó con falsa inocencia.

Él se inclinó hacia ella y le apartó el pelo de la cara.

─Solo a las chicas malas.

Mónica lo agarró de la corbata para atraparlo antes de que retrocediera, y a él se le hizo un nudo en la garganta al contemplar la mano pequeña que aferraba el nudo. Joder, sólo era una mano. Pero imaginó que podría hacer miles de cosas con ella.

─Lástima que yo solo sea una buena chica... ─ronroneó.

Erik ladeó una sonrisa.

─¿Estás segura?

Ella abrió la boca para responder, pero entonces el sonido de su teléfono móvil los devolvió a la realidad. Erik cruzó unas palabras con el agente que le informó de la desaparición de una chiquilla de doce años, y para cuando quiso darse cuenta, Mónica ya se había separado de él, devolviéndole la chaqueta con una mano.

─El trabajo es el trabajo... ─lo excusó.

─Quédatela ─le pidió, refiriéndose a la prenda─. Así tendrás algo que te recuerde a mí. Ha sido una noche muy agradable, Mónica.

─La compañía, agente.

Tras aquellas tres palabras tan sugerentes, ella salió del balcón sin dirigirle una última mirada. Por supuesto, él contempló ensimismado el vaivén de unas caderas que sabía que de repetirse aquel encuentro lo traerían de cabeza.

El sonido de unos gritos de mujer lo devolvieron a la realidad. A lo lejos, parada frente a un taxi y con expresión impaciente, Mónica consultaba su reloj. Y a pocos metros de él, una mujer berreaba a  voz en grito que le habían robado el bolso. El ladrón pasó corriendo delante de Erik, e imbuido por su espíritu al servicio del ciudadano, no dudó ni un segundo en perseguirlo.

Aburrida e irritada por la impuntualidad, Mónica empezó a cavilar la opción de que la habían dejado plantada. Cuanto más barajaba aquella posibilidad, más furiosa e indignada se sentía. Excitada ante la idea de volver a ver a Erik, no había estimado posible que para él la escena compartida en aquel balcón no hubiera significado nada.

─Estás haciendo la payasa. Lárgate de aquí ─se dijo a sí misma en voz alta.

Pese a ello, permaneció donde estaba y oteó el horizonte por última vez. Lo buscó entre la hilera de coches, en las anodinas caras de los extraños y regresó al interior del aeropuerto para cerciorarse que no se habían ignorado por casualidad. Solo entonces admitió que lo mejor sería marcharse con la cabeza alta. Con la cabeza alta y el cuerpo dentro de un taxi.

Al mirar por la ventanilla, sintió una desagradable decepción que le apretó el estómago. Frunció los labios y fingió que todo iba fenomenal, pero en realidad, su vida hacía aguas por todos lados. Erik había sido el primer hombre en años que lograba entusiasmarla, y había mandado toda su reticencia al garete al aceptar la oferta de viajar a Sevilla. La tentación de conocerlo le pareció revitalizante y novedosa.

Cruzó las manos sobre el regazo y se irguió sobre el asiento. Aquel tipo no era más que un estúpido, y si volvía a verlo, le dejaría claro ─a su manera─ que no se podía ir por ahí creándole falsas expectativas a las chicas.

Al cabo de unos minutos, sin embargo, Erik regresó a la puerta del aeropuerto con el sincero agradecimiento de la señora y un improvisado detenido al que trasladar a comisaría. Ofuscado, buscó a Mónica entre el resto de la gente y comenzó a mosquearse. No podía creer que se hubiera largado sin más.

***

─¡Te digo que me ha dejado tirada! ─explotó contra su interlocutor.

Sara no parecía proclive a ponerse de su parte, y ella trataba de disipar su enfado caminando de un lado a otro de la habitación.

─Estoy segura de que debe existir una explicación ─terció en su defensa─. Erik siempre cumple sus promesas.

─Erik por aquí..., Erik por allá...; ¡Estoy hasta las narices del tal Erik!

La oyó suspirar.

─Voy a llamarlo. Es evidente que ha existido un malentendido.

─Malentendido es el que vamos a tener tú y yo como se te ocurra llamarlo ─le advirtió malhumorada. Decidió cambiar de tema porque la simple mención del tour sevillano que hizo Sara provocó que Mónica volcara toda su frustración contra ella─. ¿A qué hora pasará a recogerme el taxi mañana?

─A las siete y media. Los empleados de Musa te esperan a las ocho en punto ─hizo una pausa, como si no supiera enfocar lo próximo que iba a decir─. Mónica, no seas muy dura con la plantilla...

─Querrás decir con esa patraña de inútiles que has contratado ─la cortó con frialdad.

─¡Mónica, no hables así! Detesto ese tipo de comentarios y lo sabes.

─¿Detestas la honestidad? De acuerdo. Pero entonces has elegido a la persona equivocada para este trabajo.

Percibió que su amiga sonreía al otro lado de la línea.

─Opino todo lo contrario. Héctor cree que tú eres la persona idónea para encauzar la nueva revista. Está encantado con las ventas de Musa y quiere que traslades ese espíritu a Al Sur.

─A ver si lo he entendido... ¿Quieres que relance Al Sur con la ayuda de una cincuentona, una vedette venida a menos, una rata de biblioteca y demás bichos raros por los que tú has sentido algo de compasión?

─¡Te has leído los currículum! ─la alentó complacida.

─Sí, y permíteme que te diga que no sé de donde has sacado a semejante pandilla de frikis. ¿De un congreso de solteros de eDarling? ¡Esto es la prensa rosa, no el nuevo programa de Isabel Gemio en el que cumplimos los sueños de todo el mundo!

─Todas las rubias sois malas.

Sara le colgó el teléfono tras aquel comentario tan común en ella que decía más de sí misma que de la propia Mónica. Extenuada por los acontecimientos del día, estiró los brazos y se dejó caer sobre la enorme y mullida cama repleta de almohadas. Estaba alojada en la habitación Deluxe Queen del hotel Alfonso XIII porque Héctor Brown, el marido de Sara y el propietario entre otros negocios de éxito de la revista Musa, no escatimaba en gastos para que sus empleados se sintieran cómodos y valorados.

Por desgracia, mucho se temía que aquel encargo estaba fuera de su alcance. Sabía de sobra que Héctor poseía una visión de negocio más cercana a la suya que la de la comprensiva y generosa Sara, pero estaba tan enamorado de su esposa que por ella era capaz de enviar a Mónica a aquella ciudad para arreglar un entuerto que se solucionaría de forma más sencilla despidiendo a la plantilla.

La habitación en la que estaba alojada era opulenta y de estilo morisco, lo que la adentraba en un ambiente de Las mil y una noches que la encandiló. Las vistas daban a un patio sevillano que ofrecía una atmósfera relajante y exquisita que la apartaba de su bulliciosa y ajetreada agenda en Madrid. El centro del patio estaba coronado por una fuente de mármol rodeada de geranios y plantas autóctonas, y desde su posición podía escuchar el leve y constante rumor del agua.

Se incorporó para adentrarse en el cuarto de baño, más propio de una actriz de cine clásico que de una mujer cosmopolita de negocios que carecía de tiempo para dedicar a sí misma. Aquella noche, sin embargo, decidió quedarse más tiempo del normal dentro de la espaciosa ducha rodeada por azulejos de color chocolate y caramelo que la transportaban a un desierto de caricias y recuerdos indeseados.

Trató de poner la mente en blanco al acordarse de que Erik vivía a escasa distancia del hotel, enclavado en el centro histórico de Sevilla. Por tanto, decidió que aquella noche la pasaría recluida dentro de los muros del hotel, pues el día siguiente le deparaba una jornada extenuante y cargada de posibles despidos.

Pese a que se había vestido con un vaporoso vestido de gasa a mitad del muslo y unas sandalias atadas al tobillo, el asfixiante calor de la ciudad la atosigó en cuanto recorrió el pasillo del hotel. En pleno agosto, en una de las ciudades más calurosas del mundo, ni siquiera uno de los hoteles más selectivos lograba sofocar la elevada temperatura nocturna.

Mientras deambulaba por el pasillo sin rumbo fijo, embobada en los detalles decorativos y en la abundancia de la ornamentación, no pudo evitarlo y sacó su cámara de fotos del bolso. La fotografía era un pasatiempo que la apasionaba, y la arquitectura interior del edificio era digna de ser captada por su objetivo. El nombre del hotel pertenecía al de un rey porque sin duda aquel lujo era tan excéntrico como la antigua realeza.

Fotografió cada detalle de aquel hotel palaciego que llamó su atención. Desde las columnas de mármol hasta las paredes repletas de azulejos de inspiración barroca y estilo mudéjar del siglo XV, todo ello engalanado con elementos moriscos y españoles de la tradición histórica de aquella ciudad repleta de una mezcolanza que la hacía única.

Situado en un enclave exclusivo entre la puerta de Jerez, el palacio de San Telmo y la fábrica de Tacabos, el hotel Alfonso XIII se abría al mundo y recuperaba el nombre del monarca que lo vio nacer. Tras la Segunda República las cosas habían vuelto a ser lo que eran, convirtiendo aquel alojamiento en un lugar al alcance de muy pocos.

Tras la escasa y deliciosa cena que degustó en uno de los restaurantes del hotel, decidió visitar la terraza y degustar un cóctel refrescante antes de irse a la cama. La terraza estaba rodeada de abundante y espesa vegetación , butacas y sillones en tonos grises, tablones de madera y una barra de coctelería que creaba un ambiente informal y chic, más alejado de la suntuosidad inicial del hotel.

Se sentó en un taburete alto frente a la barra y pidió un cóctel recomendado por el maître a base de cachaca, zumo de lima y chocolate picante. Su curiosidad periodística hizo que recorriera de un vistazo la terraza, escrutando las caras desconocidas hasta que deparó en una que provocó que fijara la vista de golpe en la bebida que tenía frente a ella. Sin dudarlo, pidió la cuenta y se dispuso a marcharse mientras trataba de pasar desapercibida.

¿Qué demonios estaba haciendo Erik en aquel lugar? Ese hombre de supuesta palabra, con su mediocre sueldo de policía, su musculatura pétrea y su atractivo de polvo salvaje. Se imaginó a sí misma recorriéndole la espalda con los dedos, hasta que recabó en la voluptuosa morena que lo acompañaba y le hirvió la sangre.

Él no debería estar en aquel lugar, y los nervios la traicionaron cuando ladeó la cabeza para observarlo de reojo. A su lado, una pequeña mujer de rasgos dulces le susurraba algo al oído. Pese a que Erik mantenía la distancia con aquella desconocida, Mónica no pudo evitar sentirse molesta.

No solo la había dejado tirada, sino que se empeñaba en restregárselo por las narices acompañado de una preciosa mujer a la que odió de manera instintiva sin poder remediarlo.

Un sentimiento lacerante y explosivo le oprimió el estómago mientras ella trataba de aliviar aquella sensación tan agridulce. Sabía de sobra que no debía concederle mayor importancia porque ambos eran dos completos desconocidos, pero no podía borrarse de la cabeza la estúpida certeza de que entre ellos existió algo maravilloso y único que aquel imbécil acababa de estropear para siempre.

A escasos metros de donde ella se encontraba, Erik escuchaba sin interés lo que Martina le contaba acerca de su traslado a un nuevo apartamento. Su turno empezaba en menos de una hora, y debido al malhumor que había mostrado durante todo el día, su compañera de trabajo insistió en que se tomaran una copa para aliviar aquel malestar del que no lograba desprenderse.

No podía dejar de pensar en Mónica y en lo caprichosa que había sido al largarse sin avisar. De acuerdo a su perfecta memoria, la mujer que conoció en aquel balcón era divertida y cordial, cualidades que poco tenían que ver con la mujer voluble que se marchó en cuanto se sintió ofendida.

Y lo sabía porque había contactado con Sara, quien lo informó de que Mónica había decidido viajar en taxi en cuanto creyó que él la había dejado plantada.

¿Por quién lo tomaba? Y por todos los Dioses, ¿Por qué le importaba a él tanto?

No debería sentirse irritado por haberle granjeado una mala opinión a la rubia, pero lo cierto es que lo cabreaba que ella pensara que Erik carecía de palabra. De hecho, empezaba a creer que lo que sucedió en aquel balcón no fue más que un espejismo urgido por una mujer a la que le encantaba llamar la atención.

Y entonces la vio.

Frente a la barra, con la inconfundible cascada de cabello dorado sobre la espalda descubierta, Mónica jugaba con el borde de su copa. Tenía el semblante adusto, lo que no impidió que él se disculpará con su acompañante y avanzará sin dudar hacia ella.

Tenía derecho a exigirle una explicación e iba hacerlo en aquel preciso momento, pues era la clase de hombre directo y algo brusco que siempre iba al grano.

─Hola Mónica, cuánto tiempo sin vernos ─la saludó.

Sintió que ella se erguía al escuchar su voz, y supo de inmediato que aquella mujer no lo había olvidado. La delicada mano aferró la copa mientras se ponía en pie y se giraba para encararlo.

─Erik ─siseó de manera glacial.

La mirada furiosa que le dedicó no le pasó desapercibida.

─Así que te acuerdas de mi nombre...

Lo que fue un comentario inocente ella lo recibió como una burla hacia su orgullo. Sin dudarlo, volcó el contenido de la copa sobre el rostro del atónito subinspector y asió su bolso para largarse de allí a paso ligero.

Erik soltó un juramento y se secó con una servilleta la humedad de su rostro, mientras contemplaba anonadado a aquella mujer que se largaba con la copa vacía en una mano y el bolso cargado sobre el hombro.

¿A qué demonios había venido eso?

Las miradas curiosas de los clientes se difuminaron en cuanto él los fulminó iracundo, lo que no evitó que Martina se acercara hacia él con la expresión descompuesta.

─¿Quién es esa loca? ─preguntó, colocándole una mano sobre el hombro.

─Una completa desconocida que está mal de la cabeza ─bramó.

Martina optó por guardar silencio al percatarse del ánimo de su compañero. A los pocos segundos, Erik recibió una llamada telefónica que cortó el tenso silencio en el que se habían sumido. Como si la noche no pudiera desembocar en más sorpresas estrambóticas, escuchó sin parpadear el aviso recibido. Cuando colgó, asintió a Martina y los dos se dirigieron hacia el coche.

Tenían un asesinato que resolver.

 

***

Mónica no podía creer lo que había hecho hacía unos minutos. Ni siquiera se reconocía en la mujer histérica y fuera de sí que había volcado el contenido de su cóctel en el rostro atónito de Erik. Se sentía furiosa consigo misma por haberse comportado de una manera tan imprudente, y se juró a sí misma que de volver a encontrarse a Erik por casualidad lo trataría de manera comedida e indiferente.

Agobiada por la situación y deseosa de huir de él, se montó en un taxi sin rumbo fijo. Quería escapar de allí antes de que él le exigiera una explicación que se merecía, por lo que pidió al taxista que se detuviera frente a un edificio eclesiástico que refulgía en un tono anaranjado en la oscuridad de la noche sevillana.

─¿Cómo se llama esa iglesia? ─se interesó.

─Es la iglesia del Salvador, pero a esta hora está cerrada. ¿Seguro que quiere quedarse aquí? ─inquirió el conductor.

Interesada por la arquitectura del edificio, pagó el importe al taxista y se apeó del vehículo para tomar algunas fotografías y liberar su mente del abotargamiento en el que estaba sumida.

Mónica contempló ensimismada el imponente edificio. La puerta central estaba separada de las otras dos por enormes pilastras. Situado intramuros, coronado por un campanario y ubicado frente a una plaza peatonal que recibía a la Iglesia con una hilera de naranjos.

Se percató de que la valla de forja que prohibía el acceso estaba abierta de par en par, y que dos clérigos temblorosos oteaban el horizonte en busca de algo. Sin dudarlo, disparó la cámara para captar varias fotografías de aquella imagen tan extraña que ya tendría tiempo de analizar en otro momento.

Al cabo de unos minutos, un vehículo se detuvo frente a la iglesia y dos personas salieron a toda prisa del interior. Sin dudarlo, Mónica se apoyó contra una farola y capturó la imagen de una poderosa espalda masculina. Al instante, como si se hubieran atraído con la simple presencia del otro, él giró la cabeza y ella apartó la cámara de su rostro para mirarlo a los ojos.

Erik puso mala cara, apartó la mirada y continuó su camino. A Mónica le tembló todo el cuerpo, y supo que si había existido algo entre ellos, se acabó definitivamente en el instante en el que ella regó su rostro con la bebida.

A los pocos minutos, del interior del edificio salió una figura vestida con harapos oscuros que ella capturó con la cámara por casualidad. Antes de marcharse, echó un último vistazo a la Iglesia y se largó de allí sin detenerse a cuestionar una acción espontánea que dentro de poco le saldría muy cara.